
Y con este, el último que ve la luz, se nos ofrece lo de siempre; tiros, hostias como panes y venganza. Está claro que este rollo funciona, así que ¿para que cambiarlo?
Ving Rhames interpreta a un presidiario que encuentra a dios estando entre rejas y se hace pastor, el pastor Kane para ser exactos (hasta el nombre es chanante). Una vez fuera de presidio, decide levantar una iglesia en ruinas, legado de su padre, a la par que aleja de la venta de drogas a uno de los muchachos del barrio. Obviamente, los jefes de este no consideran oportuna la decisión, así que hacen lo que todo buen traficante haría en estos casos: Matarlo. El pastor Kane, además de cura, es un tío de la calle, así que ante tal acto no duda en ejecutar su violenta venganza… claro que ahora dios está por medio y acaba con esa espiral de violencia en unos momentos.
Que Ving Rhames en esta película haga de predicador ex convicto, no es más que una excusa para darle color a sus monotemáticos registros interpretativos, porque lo cierto es que siempre interpreta a presidiarios violentos y redimidos que al final tienen un corazón de oro. Claro que, por otro lado, los fans de Ving no queremos verle en otro tipo de papeles; así ya nos va bien, ¡que siga en esa línea, por dios!
Sin darse cuenta, Ving Rhames se está convirtiendo en una especie de Charles Bronson del nuevo milenio, es decir, un tipo que entre película mainstream y película mainstream, ha dado forma y fondo a su propio hueco en la mal llamada "serie B", pariendo productos muy entretenidos e iguales unos a otros. Y a mi eso me parece maravilloso.
El titulo no puede ser mas molón (en castellano sería algo así como "Salvando a Dios") y, para la ocasión, dirige el cotarro Duane Crichton, con solo una peli en su haber. Firma el guión ¡Michael Jackson! No he dado con la info de marras, pero supongo que será otro.
Un peliculón, como todas las de Ving.