Soy el último de cuatro hermanos y el que menos edad me
lleva tiene10 años más que yo. En plenos años ochenta, el betamax familiar
echaba chispas, ya que éramos siete los miembros de la familia los que
requeríamos los servicios de aquel magnetoscopio Y a los videoclubes, llegaron
las primeras películas porno. Mis padres nunca estaban en casa puesto que
regentaban un Bar. Tendría ocho añitos, no más, cuando llegaron mis hermanos
mayores (que ya tendrían 18 y 20 años
respectivamente) a casa, junto con otros tantos amigos suyos del vecindario y
estando yo viendo televisión, decidieron que debía irme a la habitación (que
compartía con ambos) y jugar con mis “clicks”, mis “airgan boys” o lo que
fuera, que ellos iban a ver una película “muy fea”. Y como buen niño, obedecí.
Pero algo me debía oler a cuerno quemado. Mi habitación estaba sita al fondo
del pasillo, y estaba situada de tal forma, que si asomaba la cabeza, yo podía
ver la tele, pero quien hubiera en el salón no podía verme a mí. De aquella
manera, y sentado en el suelo, me vi innumerables películas de dos rombos, como
ya comenté en la reseña de“Yo la vi Primero”. Así que ante la curiosidad por “la
película fea” que mis hermanos iban a ver, me asomé a la puerta. Y quedé
traumatizado: yo nunca había visto un desnudo femenino… pero es que esta
película comenzaba con alguien que portaba unas pinzas de depilar con las que
sacaba, del ojo de un culo de una muchacha, algo que parecía una píldora. La sacaba
y la volvía a introducir… imaginaos tal efecto en la mente de un niño -¿Qué era
eso? ¿Es un culo? ¡Qué asco!- pensaba yo.
Mis hermanos pronto me descubrieron fisgando asomado a la
puerta, y me decían que me metiera para dentro. Y yo obedecía. Eso si, a la que
se descuidaban, yo me asomaba a mirar
aquella pornografía tan repugnante por un lado, tan fascinante por otro.
Años después, en mis años de estudiante, solía ir al centro
con un par de amigos a hacer pellas. Y cómo nunca pedían el carné, algunas
veces nos metíamos a pasar la mañana en las sala X sita en Tirso de Molina (y
que juraría que sigue ahí), donde descubrí que aquella primera película porno
que vi en mi vida, era esa que estaban proyectando en 1992, en una sala X en la
que por las mañanas, no había gran movimiento sexual. Solo había tres o cuatro
viejos que veían la película. Si se tocaban viéndola, no lo notábamos. Y ya fue
una cosa nostálgica, el toparme con aquella película por segunda vez y el
descubrir que su título era “Una rajita para dos”. Dejamos de ir a ese cine,
porque esas primeras veces no pasaba nada que no pasara en un cine normal,
hasta que en una de estas, me levanté al servicio, y hasta allí me siguió un
señor chino, que con la mano llena de monedas de 500 pelas, me hacia gestos
obscenos. Avise a mis compañeros, nos fuimos de allí y no volvimos más.
Así que, si, Yo he visto “Una rajita para dos” en pantalla
grande.
Años mas tarde, y en plena fiebre “Jessfranquista”, descubro
que el director de esta primera película porno, no era otro que Jess Franco. Y
como tengo un dvd con varias de sus películas porno, como ya les dije, la otra
noche me hice una maratón.
La película, sería una de las más famosas de cuantas rodó en
el ámbito porno. Sería una película de aquellas que rodaba, atribuía la autoría
a Lina Romay bajo cualquier pseudónimo (de hecho, siempre aseguró que aquellas
películas las dirigía Lina Romay) en este caso, y de nuevo “Lulú Laverne”, en
la que dos espías femeninas llevan ocultos en sus anos microfilms con
contenidos secretos (las píldoras de las que hablaba antes), y que follan con
argentinos y otros individuos de mal vivir, mientras sueltan, todo el tiempo,
chistes y chascarrillos más o menos efectivos y sin duda, con mucha más gracia
que las comedias que el tío Jess realizó.
Lina Romay apenas sale, Emilio Linder, folla con ímpetu,
logrando alzar el rabo mejor que sus compañeros, poniendo acento Argentino (es
Argentino) y, aunque él actor sostenga que sus planos porno son insertos
–verdad en muchos casos- aquí está claro que es él quién folla ya que no son
insertos, son planos generales. Y Antonio Mayans, que nunca folló en un film de
Franco, interpreta a un maricón impertinente que, ante los celos, interrumpe
las sesiones eróticas de Linder , llamando por teléfono para preguntar
tonterías. Está entretenidilla, como todas estas que hizo.
La película se rodó, antes de que fuera legal el hacer porno
y/o distribuirlo, así que se exhibió en algunas salas de manera clandestina.
Luego ya se regularizó la ley, y se habilitaron las salas X , consiguiendo
reunir a más de 88.000 espectadores, lo que la sitúa como una de las películas
X españolas más taquilleras de la historia. Y a eso habría que sumarle los
espectadores que la vieron de manera clandestina. En vídeo, sería uno de los
títulos más alquilados de aquella época, no ya del cine porno, sino en general,
lo que la convierte en un absoluto clásico del cine porno de nuestro país. Con
todo, no es, ni de lejos, la mejor o más divertida película porno de su
director.
A mí el porno no me gusta, no me ha gustado nunca. Lo veo
aburrido, un arte menor y a la hora de, al igual que Onán, derramar mi semilla,
tampoco me funciona, prefiero usar la imaginación. Quizás todo esto sea por el
trauma que me dejó esta maldita película en la que los ojetes peludos
predominan, al igual que las pollas fláccidas.
Entrañable.