lunes, 12 de mayo de 2014

UNA RAJITA PARA DOS

Seguimos con el Jess Franco pornográfico, y con la que puede que sea la película porno de mi vida. Me explico: 
Soy el último de cuatro hermanos y el que menos edad me lleva tiene 10 años más que yo. En plenos años ochenta, el Betamax familiar echaba chispas, ya que éramos siete los miembros de la familia los que requeríamos sus servicios. Y entonces a los videoclubes llegaron las primeras películas porno. Mis padres nunca estaban en casa puesto que regentaban un bar. Tendría ocho añitos, no más, y andaba tan tranquilo viendo la televisión cuando mis hermanos mayores (que ya tendrían 18  y 20 respectivamente) se presentan en el hogar, junto con otros tantos amigos del vecindario, y me dicen que debo irme a la habitación (que compartía con ambos) a jugar con mis “Clicks”, mis “Airgam boys” o lo que fuera, que ellos se disponían a ver una película “muy fea”. Y como buen niño, obedecí. Pero algo me debía oler a cuerno quemado. Dicha habitación estaba sita al fondo del pasillo de tal forma que, si asomaba la cabeza, podía ver la tele. Así, sentado en el suelo, me vi innumerables películas de dos rombos, como ya comenté en la reseña de “Yo la vi Primero”. Ante la curiosidad por “la película fea” que mis hermanos iban a consumir, me asomé. Y quedé traumatizado: nunca había visto un desnudo femenino… pero es que esta película comenzaba con alguien que portaba unas pinzas de depilar con las que extraía del ojo del culo de una muchacha algo que parecía una píldora. La sacaba y la volvía a introducir… imaginaos tal efecto en la mente de un niño -"¿Qué es eso? ¿Es un culo? ¡Qué asco!"- pensaba yo. Mis hermanos pronto me descubrieron fisgando y me ordenador que cerrara la puerta. Y yo obedecí. Eso si, a la que se descuidaban, asomaba de nuevo para mirar aquella pornografía tan repugnante por un lado, tan fascinante por otro.
Años después, en mis años de estudiante, solía ir al centro con un par de amigos a hacer pellas. Y como nunca pedían el carné, algunas veces nos metíamos a pasar la mañana en las sala X sita en Tirso de Molina (y que juraría sigue ahí), donde descubrí que aquella primera película porno que vi en mi vida era la que estaban proyectando en 1992. Solo éramos tres o cuatro -la mayoría viejos- viéndola. Si se tocaban, no lo notábamos. Y ya fue una cosa nostálgica, el toparme con ella por segunda vez y el descubrir que su título era “Una rajita para dos”. Seguimos visitando aquella sala X hasta que un día me levanté para ir al servicio y me siguió un señor chino, que con la mano llena de monedas de 500 pelas, me hacia gestos obscenos. Avisé a mis compañeros, nos fuimos de allí y no volvimos más.
Así que, sí, yo he visto “Una rajita para dos” en pantalla grande.
Años mas tarde, y en plena fiebre “jessfranquiana”, descubro que es el director de esa primera película porno. Una de las más famosas de cuantas rodó en el ámbito del cine X y cuya dirección atribuía a Lina Romay bajo cualquier seudónimo. En este caso “Lulú Laverne”.
Dos espías femeninas llevan ocultos en sus anos microfilms con contenidos secretos (las píldoras de las que hablaba antes), y que follan con argentinos y otros individuos de mal vivir, mientras sueltan todo el tiempo chistes y chascarrillos más o menos efectivos.
Lina Romay apenas sale, Emilio Linder folla con ímpetu, logrando alzar el rabo mejor que sus compañeros, poniendo acento Argentino (es Argentino) y, aunque sostenga que sus planos porno son insertos –verdad en muchos casos- aquí, siendo plano generales, está claro que es él quién folla. Y Antonio Mayans, que nunca mojó en un film de Franco, interpreta a un maricón impertinente que, ante los celos, interrumpe las sesiones eróticas de Linder, llamando por teléfono para preguntar tonterías. Está entretenidilla, como todas estas que hizo Jess Franco.
La película se rodó antes de que fuera legal en España el hacer porno y/o distribuirlo, así que se exhibió en algunas salas de manera clandestina. Luego ya se regularizó la ley, y se habilitaron las salas X , consiguiendo reunir a más de 88.000 espectadores, lo que la sitúa como una de las películas X españolas más taquilleras de la historia. Y a eso habría que sumarle los espectadores que la vieron de manera clandestina. En vídeo sería uno de los títulos más alquilados de aquella época, no ya del porno, sino en general, lo que la convierte en un absoluto clásico de nuestro país. Con todo, no es, ni de lejos, la mejor o más divertida marranada de su director.
A mí el porno no me gusta, no me ha gustado nunca. Lo veo aburrido, un arte menor y a la hora de, al igual que Onán, derramar mi semilla, tampoco me funciona. Prefiero usar la imaginación. Quizás todo esto sea por el trauma que me dejó esta maldita película en la que los ojetes peludos predominan, al igual que las pollas flácidas.
Entrañable.