Todos sabemos que durante los abominables años 90 el cine alcanzó cotas de mierdismo nunca vistas. Y siempre solemos recurrir a la coletilla de que el más sufriente fue el género de mis amores, el terror. Descarao... pero hubo más. La otra cinematografía que se fue al gerete de forma definitoria durante tan diabólica década fue el absurdamente llamado cine independiente. Hasta la llegada del puto Tarantino, su "Reservoir Dogs" y la repugnante gentuza de "Miramax", el cine "indie" no solo no se llamaba así, sino que lo conformaban películas genuinamente libres rodadas con poca pasta y en las que, ciñéndonos a la rama más "artística", cualquier atisbo de "cine de género" puro y duro quedaba bien lejos de los intereses y las intenciones de sus creadores. Gracias al éxito de Tarantonto, y Robert Rodriguez aprés, el cine “indie" se convirtió en un género en si mismo, una etiqueta a la que los estudios y demás corporaciones podían recurrir para atraer a un tipo de audiencia no exprimida hasta entonces (aquella que se cree más inteligente y mejor porque ve películas independientes… cuando, solo por ello, está demostrando ser más retrasada que un cholo poligonero). También comenzó a llenarse de pistolas y ultra-violencia (algo muy efectivo de cara a la posible taquilla) y adquirió un lenguaje más propio del "exploitation", solo que disfrazado de "cool". La oleada de películas independientes que se aferraban a esos esquemas fueron legión, dando pie al nacimiento y expansión de auteurs tan oportunos y oportunistas como el insufrible Gregg Araki, por decir uno.
La prueba del grado de auto-consciencia del mal llamado cine “indie", de su condición de nuevo género con sus propias reglas, la tenemos en "Vivir Rodando" ("Living in Oblivion" en v.o.) que, para más inri, viene protagonizada por un rostro de lo más habitual en ese gueto, Steve Buscemi (uno de los "Reservoir Dogs", ¡ups!) y dirigida por la versión "fácil" de Jim Jarmusch, Tom Di Cillo, cuyo film de debut era, pues eso, una peli de Jarmusch (con especial fijación en "Vacaciones permanentes") destinada a escolapios y espectadores habituados a las multi-salas y con protagonismo de todo un guaperas que acabaría petándolo, Brad Pitt, "Johnny Suede". No es casual, Di Cillo fue director de fotografía en los primeros films del cineasta del pelo blanco.
Todo esto que digo no es necesariamente malo... pero tampoco creo que sea cine "indie". Otra evidencia la tenemos en lo poco que DiCillo tardó en confeccionar su primer título pretendidamente "mainstream" y la notoria hostia que se metió ("Una rubia auténtica"). Entre medias facturó algunas comedias dramáticas más (repasando su filmografía he recordado "Box of moonlight", que mi cerebro había relegado a un rincón desde que la consumí en el cine... por algo será) para, finalmente, verse condenado a dirigir de modo exclusivo series de televisión a troche y moche como "Monk", "Ley y orden: acción criminal" o "Chicago fire". Resumiendo, Tom DiCillo representa el "bluff" del cine mal llamado "indie" de los 90. Es su viva materialización en carne y pelo.
"Vivir rodando" narra las trifulcas del rodaje de una película "indie" de bajo presupuesto, con sus problemas técnicos y humanos. Todo ello enfocado de modo esencialmente humorístico y levemente dramático. That´s it.
Lo que decía, cine "indie" hablando de las entrañas del cine "indie", de sus miserias y dificultades. Todo muy acorde a la mentalidad que predominaba en los 90 en los pasillos de "Sundance": Hollywood es el gran malo de la función. Es decir, todos aspiramos a llegar allí, pero hasta que lo consigamos, es el malo. "Vivir rodando" se divide en unos pocos segmentos que, por aquello de ser un mínimo arty, se suponen sueños y terminan/enlazan con metafóricas puertas que se abren y cierran. Bien, uno de esos segmentos narra cómo un guaperas de Hollywood, actor de éxito que ha accedido a salir en una peli modesta en busca de prestigio, es la fuente de los conflictos a base de divismo y de querer interferir creativamente (¿puya de DiCillo a Pitt?). Muy de manual. Al repollo en cuestión lo interpreta un adecuado James Le Gros (protagonista de "Phantasma: el regreso") y en un momento dado confiesa que si se metió en ese berenjenal fue porque se pensaba que el director era como Quentin Tarantino. Fijaos hasta qué punto el "indiesmo" era ya algo establecido y digerido, que se recurre a sus "nombres de peso" para marcarse una coñeta.
Por esa misma regla de tres, otro de los cineastas del gremio parodiados, muy de moda en los 90, es David Lynch. Sin embargo, el momento en cuestión proporciona una de las mejores... er.... no, la mejor escena de toda la película. Se supone que nuestros protagonistas están rodando un sueño. Una chica vestida de novia en una habitación pintada de ¿naranja? dice "Estoy tan hambrienta…". Entonces se abre una puertecita de marco torcido y sale un enano con smoking que sujeta una manzana y da vueltas alrededor de la chavala. Gracioso, pero no tanto como cuando la "persona pequeña" (el hoy reputado actor Peter Dinklage gracias a "Juego de tronos" y su papel en la esperada "X-Men: días del futuro pasado") se cabrea y le echa al aspirante a gran director, Buscemi, una bronca, una de lo más inspirada en la que se ríe de la manía de cierto sector del cine artístico por incluir enanos en sus escenas oníricas para dárselas de raro y que termina con una brillante frase: "¡Nadie sueña con enanos, ni tan siquiera yo sueño con enanos!". Solo por los 2 o 3 minutos que dura este discurso, merece la pena ver "Vivir rodando". Yo me partí de risa cuando la consumí en un mini-cine con cuatro gatos más y el otro día, revisándola en dvd.
¿El resto?, bueno, pasable. La mayoría de salidas humorísticas o gags son muy facilones, algo infantiles y previsibles. DiCillo se esfuerza en crear personajes carismáticos que dejen huella, como el cámara "Lobo", pero no lo consigue. Por aquello de que quede clara su condición de película "indie", entremezcla color con blanco y negro. En los sueños las imágenes de la vida real son blanco y negro, y la peli que están rodando es color. Luego, ocurre justamente lo opuesto. Imagino que hay alguna intención metafórica y metafísica en todo ello... o no, tal vez solo sea una pijadilla estética muy propia de la superficialidad y la artificiosidad de este cine "indie" de mentirijillas. Junto al gag del enano, lo mejor de toda la puta peli es su -se supone que- moraleja final, en la que, tras miles de problemas y dificultades, logran rodar entera una escena gracias a la espontaneidad, a la improvisación y a la creación pura “in situ”, tirando guión y preparativos por la borda. Estoy muy a favor de eso... claro que, una vez más, todo es fachada ya que para hacer su película, Tom DiCillo se aferró al guión como un pajillero se aferra a su castigado micro-pene. Y quien lo ponga en duda, que se agencie de la biblioteca del barrio el dvd editado por el "Fnac" y se mire los extras, donde encontrará una curiosa proyección festivalera en la que, posteriormente, actor y director comentan cosillas de la película.
Aunque tal vez lo más clarificador sea escuchar las palabras del responsable de organizar el evento, que trata a "Vivir rodando" casi de obra de arte minoritaria comparándola con uno de los clásicos de Fellini, por aquello de que también son artísticos y minoritarios. Ta claro, también las películas de Fred Olen Ray las ve poca gente y no por eso se parecen a "8 y medio". Eso sí, termina soltando la puya a la película de Hollywood de rigor, que no es otra que "El proyecto de la bruja de Blair" que entonces lo estaba petando en las taquillas del planeta. Bien, es una comparación un poco injusta, ¿no créeis?. De hecho, me parece a mi que es fruto de la pura, dura y vil envidia. "Blair" era una película parida con menos medios que "Vivir rodando" y mucho más arriesgada, revolucionaria y poco complaciente en su estética. Cámara en mano, vídeo y ni una gota de gore. ¿Qué culpa tuvo ella de conectar con las audiencias masivas y cosechar tanto éxito?, ¿de que a sus creadores se les ocurriera una ingeniosa táctica promocional (o la copiaran -mejorándola- a "The last Broadcast")?, ¿hay que condenarla por eso?, ¿es porque pertenece al terror, el género "maldito" por excelencia?. Pues oigan, no sé yo qué decirles, porque al fin y al cabo la peli de Tom DiCillo no es más que una comedieta amable y muy simplona perfectamente digerible por un público poco exigente. Ni es rompedora, ni es diferente, ni es artística, tampoco es que sea una mierda, entretiene lo justo y te hace sonreír (salvo la escena del enano, que ahí te ríes a gusto). Una peli muy acomodaticia que te deja igual, se olvida con facilidad y no supera la barrera del tiempo (es muy de su época).... cosas estas impropias de lo que debería ser un cine genuinamente libre y personal.