Considerada una de las peores películas de la historia del cine (no sin cierta razón, desde luego) “Bela Lugosi contra el gorila”, de título original musical y fardón “Bela Lugosi Meets a Brooklyn Gorila”, es un pastiche paródico, una comedieta ligera con tintes fantásticos para toda la familia que no se toma en serio a sí misma y se mofa del único tipo con “clase” que aparece en toda la película; un Bela Lugosi, más memorable en su decadencia que en su época dorada, comido por la metadona.
Sobre todo es un estúpido vehículo para el lucimiento de los cómicos cincuenteros Duke Mitchell y Sammy Petrillo, forjados en salas de fiestas nocturnas, tugurios de poca monta de Las Vegas y cuyo show consistía en imitar el que venían desarrollando los populares Dean Martin y Jerry Lewis. De hecho, Petrillo había trabajado a las órdenes de Lewis haciendo de su doble en espectáculos, aprovechando el notable parecido que guardaba con el mítico cómico neojerseíta.
El mánager de la pareja de “impersonators” andaba deambulando por Hollywood proponiendo a los estudios proyectos cinematográficos para que los interpretaran sus representados, consiguiendo que Jack Broder, de "Realart Pictures Inc." asistiera a uno de los shows de la pareja. Al gerifalte le fascinaron estos dos cretinos. Así pues, y con el fin de lanzar su carrera cinematográfica, se dio luz verde a “Brooklyn Gorila” que, eso sí, se filmaría con un bajísimo presupuesto. Costó 12.000 dólares y se rodó en tan solo seis días. Iba a ser la primera de una serie de películas que protagonizarían, en años venideros, ambos clones. Además se garantizaba el éxito contratando como contrapartida al pobrecico de Bela Lugosi, con cierto tirón todavía entre los amantes del cine de terror.
Al enterarse Jerry Lewis de que un extrabajador suyo iba a hacer una película suplantando su personalidad, entró en cólera y se conchabó con su socio Dean Martin para impedir que se estrenara, así, se presentó en la oficina de Jack Broder pidiendo explicaciones: Acabaron a hostias.
Por supuesto, “Bela Lugosi Meets a Brooklyn Gorilla” se llevó a cabo, y Hal B. Wallis de Paramount Pictures, que tenía bajo su auspicio a Jerry Lewis y Dean Martin, pensó demandar a Jack Broder por plagio, así que se reunió con él para ver si llegaban a un acuerdo. Broder instó a Wallis a comprar la película completa para su total destrucción y fin de la historia, pero tras verla, Wallis pensó que igual era una mierdecita inofensiva y se negó a pagar el precio que pedía Broder por el negativo. Zanjó el asunto enemistándose con el explotador y “Brooklyn Gorilla” acabó estrenándose.
El film no fue perjudicial para la carrera de Martin y Lewis, ni lanzó al estrellato a Petrillo y Mitchell. Es más, pasó más bien inadvertida, aunque con el tiempo se ha convertido en un film de culto muy querido por el público norteamericano. Cuando Martin Landau tuvo que interpretar a Bela Lugosi en “Ed Wood” de Tim Burton, se vio en repetidas ocasiones “Bela Lugosi contra el gorila” para estudiar el comportamiento del actor búlgaro y así desarrollar su personaje.
Su argumento es tan tonto como el resultado final de la cinta: una avioneta se estrella en plena jungla y sus tripulantes (Mitchell y Petrillo) son recogidos por una extraña tribu que les colma de atenciones y les facilita una feliz estancia. Para intentar regresar a su Nueva York natal, acuden a pedir ayuda al Dr. Zabor (Lugosi), un científico que investiga sobre los simios, su origen y descendencia. Les dice que, sí, les ayudará, pero no en ese mismo instante porque, de momento, está por otras labores. Inventa un suero que puede convertir a los hombres en gorilas, así que se lo inyecta al guapo del dúo cómico, y este se convierte en uno. A partir de ahí, se sucederán toda suerte de disparatadas y absurdas situaciones cómicas.
Lo mejor de todo es que la película acaba cayendo simpática a pesar de lo tontorrona que es. Su humor es como para lerdos. Decorados de cartón piedra, chistes sosos cada dos por tres, el gorila que, obvio, es un señor disfrazado y Bela Lugosi en estado terminal con los dientes negros y los ojos vidriosos, convierten este producto en algo curioso y digno de visionar y, sin duda, uno de los más simpáticos e ingenuos de la serie B/Z de los años 50.
William Beaudine, director del artefacto y ayudante de dirección de Griffith en “El nacimiento de una nación”, era popular en el sistema de estudios desde los años 20 por hacer películas sin apenas presupuesto y salirle más o menos ostentosas. Se convirtió en un especialista en este tipo de mercancía barata ganándose el sobrenombre de “One Shot” porque daba por buena la primera toma saliera como saliera (pero, al parecer, es solo una leyenda sin fundamento). Dirigió muchas más series B durante los años cincuenta y sesenta, aunque luego se dignificó (solo un poquito) rodando para televisión algunos capítulos de “El avispón verde”, “Lassie”, “Rin Tin Tin” y, finalmente, productos menores para Disney.
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viernes, 15 de marzo de 2024
viernes, 30 de diciembre de 2011
EL SER

"El Ser" me pilló en pleno vendaval Kong. Lo había flipado mucho con "Fonda Sangrienta" y "Patrulla de noche" por lo que, en un intento de mero completismo, la alquilé ilusionado, llevándome la consiguiente hostia padre. La peli de marras (que por cierto, era el debut en la dirección de la muchacha) resultó ser una chapa insufrible. De hecho, me quedé totalmente roque durante su visionado y la di por imposible.
Pasados un buen porrón de años, decidí volver a verla ayer noche y aunque esta vez no me dormí, comprendo perfectamente por qué me decepcionó tanto en su momento. A ver, la trama es mínima y totalmente sobada... un monstruo, resultado de alguna extraña mutación propiciada por unos desechos radioactivos, causa el terror en un pueblo. Ni más, ni menos. Un detective se encargará de pararle los pies entre bostezo y bostezo. Sí, hay algo de gore, sí, hay unas pocas tetillas, sí, hay humor voluntario (aunque no especialmente inspirado), sí, el monstruo es un señor disfrazado bastante pobremente.... etc, etc... pero la ausencia total de garra o de brío, hacen que el visionado solo pueda efectuarse si antes te has tatuado la "p" de paciencia entre ceja y ceja.
Y como suele pasar en esto del cine de bajo presupuesto, lo más interesante está detrás de las cámaras. A la presencia de Bill Osco como productor, debemos añadir su protagonismo absoluto, escudado tras el alias de Rexx Coltrane. Por cierto, el colega aprovecha para vengarse un poco de todos esos "vigilantes de la moral" que, supongo, le darían la murga en su época de pornógrafo, haciéndolos aparecer en "El Ser" como unos hipócritas y, obvio, papeo para el monstruo. Pero la cosa no termina ahí, contamos también con la participación de tres actores en plena decadencia, José Ferrer, Dorothy Malone y Martin Landau. Este último resulta especialmente gracioso, ya que en un momento dado se enfrenta al bicho del título, un muñeco inanimado de dudosa factura. Años después repetiría la hazaña, aunque en esa ocasión con intenciones paródicas, en la maravillosa "Ed Wood" de Tim Burton, donde Landau hizo una genial recreación de Bela Lugosi (que le valió el Oscar), incluida la titánica lucha con un pulpo de goma para el film "Bride of the monster". Ya entonces, el actor afirmaba entender perfectamente el caso Lugosi, en referencia a ese descenso a los infiernos del zetismo que él mismo había padecido (¿estaría pensando en "El Ser" cuando dijo eso?).
Pero dejando todas estas paparruchas fricosas a un lado (y sin contar la estupendamente falsa y cutre caratula Española), "El Ser" es un tochito de mucho cuidado que no recomiendo más que a curiosos y fans muy fans dispuestos a todo con tal de ver monstruos y un poco de sangre.
domingo, 29 de agosto de 2010
CORRE... SI PUEDES!
Tras la engañosa apariencia de ser un slasher en toda regla, nos encontramos con un thriller bastante rudimentario y tradicional que ofrece algunas sutiles tetillas, pero ni una gota de sangre.
Un asesino se dedica a follar y ahogar -cojín mediante- a muchachas de buen ver. El colega, encima, lo graba en vídeo y lo emite por hondas a las teles del vecindario, o al menos a una de ellas, la que hay en una enorme casa habitada temporalmente por una estudiante quien no tardará mucho, o nada, en ser el objetivo del psycho-killer. Todo este embrollo de las imágenes por televisión da como resultado algunos momentos notablemente hilarantes. Por ejemplo, cuando el asesino emite el material lo hace interrumpiendo películas del Hollywood clásico de los años 50 que echan de madrugada por algun canal. La moza, lerda como es, cree sinceramente que las secuencias reales de tortura y asesinato grabadas en costroso video de los 80 y las viejas producciones de la meca del cine son... ¡¡una misma cosa!!... es como si dijeras "Ayer vi una peli de amor con Clark Gable y a la la mitad se le veía follándose a una mujer y matándola para luego meterla en una bolsa de plástico". Impagable, ¿verdad?. También abundan las trampichuelas y los agujeros de guión, pero a mi esas cosas no me importan demasiado (¡eh!, que yo era fan de Dario Argento... estoy curado de espantos).
Dejando de lado todo ello, en realidad "Corre... si puedes!" casi parece un telefilm, es bastante aburrido y soso y recuerda un poco a "Doble Cuerpo", aunque solo sea porque ambas pelis toman como obvia referencia a Hitchcock. El desenlace es tontuno, pero majete.
Dirige una mujer (Virginia L. Stone) y Martin Landau, por entonces atrapado en el pantanoso terreno de la serie B, interpreta al detective que investiga el caso.
En fin... pa verla un Domingo por la tarde y poco más.
Un asesino se dedica a follar y ahogar -cojín mediante- a muchachas de buen ver. El colega, encima, lo graba en vídeo y lo emite por hondas a las teles del vecindario, o al menos a una de ellas, la que hay en una enorme casa habitada temporalmente por una estudiante quien no tardará mucho, o nada, en ser el objetivo del psycho-killer. Todo este embrollo de las imágenes por televisión da como resultado algunos momentos notablemente hilarantes. Por ejemplo, cuando el asesino emite el material lo hace interrumpiendo películas del Hollywood clásico de los años 50 que echan de madrugada por algun canal. La moza, lerda como es, cree sinceramente que las secuencias reales de tortura y asesinato grabadas en costroso video de los 80 y las viejas producciones de la meca del cine son... ¡¡una misma cosa!!... es como si dijeras "Ayer vi una peli de amor con Clark Gable y a la la mitad se le veía follándose a una mujer y matándola para luego meterla en una bolsa de plástico". Impagable, ¿verdad?. También abundan las trampichuelas y los agujeros de guión, pero a mi esas cosas no me importan demasiado (¡eh!, que yo era fan de Dario Argento... estoy curado de espantos).
Dejando de lado todo ello, en realidad "Corre... si puedes!" casi parece un telefilm, es bastante aburrido y soso y recuerda un poco a "Doble Cuerpo", aunque solo sea porque ambas pelis toman como obvia referencia a Hitchcock. El desenlace es tontuno, pero majete.
Dirige una mujer (Virginia L. Stone) y Martin Landau, por entonces atrapado en el pantanoso terreno de la serie B, interpreta al detective que investiga el caso.
En fin... pa verla un Domingo por la tarde y poco más.
martes, 10 de noviembre de 2015
ON THE CHEAP: MY LIFE IN LOW BUDGET FILMMAKING (DE GREYDON CLARK)
Alumno aventajado nada menos que de Al Adamson, y cineasta genuinamente exploiter e independiente, Greydon Clark, ya anciano, pensó que lo que tenía que contar era lo suficientemente interesante como para auto editarse un libro que recopilase datos y anécdotas de su carrera en esto del séptimo arte de baja estofa. A Clark debemos un puñado de películas, algunas de las cuales, por no decir todas, se han ganado justificada fama de “malas pero divertidas”, aunque también las tiene directamente insufribles. Por ejemplo, quizás su título más popular sea “Llegan sin avisar”, que se adelantó por completo a “Depredador” (en el libro, Clark asegura que Schwarzenegger reconoció abiertamente esa deuda), seguido del más “mainstream”, “Lambada, el baile prohibido”. Entre medias localizamos muchas otras cosuchas como la insalubre “El regreso de los extraterrestres”, comedias insufribles como “Waco” (un spoof de terror que no funciona la agarres por donde la agarres... como puedas) o “Joysticks” (esta ni la terminé), historias de cabezas rapadas malos (“Skinhead”) o más de bichos purulentos, destacando “Uninvited”.
Todas ellas, y algunas otras, son diseccionadas en un libro que Clark construye como si fuese el guión de una peli, diálogos incluidos (¡que portentosa memoria tiene el hombre!, ¡o cómo se lo inventa todo!). Estructura esta que pronto se vuelve monótona y cansina, con un nivel cero de imaginación. Lo extraño es que el cineasta parece sentir predilección por contar las anécdotas más chorras y con menos enjundia antes de ofrecernos algo realmente jugoso. O realmente divertido. Que se centre en cómo explica a sus jóvenes e ignorantes ayudantes para qué sirve el montaje, es de un evidente y una inutilidad que asombran. Y es que en realidad el fin de estas memorias es mostrarnos a nosotros, incrédulos e irrespetuosos espectadores, cómo se jugaba el cuello (y la casa, y la salud...) financiando sus películas independientes (en algunos casos a un paso de ser caseras). Tal vez crea que sabiéndolo vamos a ser más benevolentes juzgando los resultados… pero no creo que sirva de mucho. A mi no me cuentes milongas, la peli me gustará o no, pero saber cómo se hizo y los problemas que tuvo puede ser interesante, desde luego, sin embargo no influirá en mi parecer.
También se pasa más de la mitad del libro demostrando lo buen tipo, paciente, comprensivo, buencha, majete, amable, generoso, afectuoso, respetuoso y progresista que era y es (¡y qué malos e inútiles todos los demás!). Un auténtico ángel a juzgar por sus palabras. Además, la peña que le rodeaba le tenía en gran consideración y alababan continuamente su arte y su capacidad de dirigir y resolver pifostios. ¡¡Que seria del mundo del cine sin el talento de Greydon Clark, por dios!!. Ejecuta esa práctica tan fea de tirar la piedra, esconder la mano y disculparse después poniendo cara de perrito apaleado. ¡Mal, feo!.
Si superamos tan irritante y constante práctica, encontraremos un puñado de curiosos personajes bien populares que cruzaron por la vida del cineasta, siempre asociándose a ellos en el peor momento de sus carreras. El mismo Al Adamson, que como todo exploiter del periodo era un auténtico hijo de puta. Martin Landau, George Kennedy, Tony Curtis, Chuck Connors, Joe Don Baker o, muy especialmente, un Menahem Golan post-“Cannon” cuyo único fin en la vida era competir con su hermano y ganarle. Produjo “Lambada, el baile prohibido” justamente por eso, porque Yoram Globus andaba pariendo su propia peli del tema. Y si contrató a Clark sin haber visto nada de su autoría fue, simplemente, porque le contaron que era muy rápido y quería estrenar el resultado antes que el otro. En resumen, la peli le importaba un huevo. Y sí, Clark era un fenómeno en cuestión de velocidad, aspecto que lograba acudiendo a las salidas estéticas y narrativas más simples, bobaliconas y visualmente elementales. Basando su única técnica de dirección de actores -a tenor de sus propias palabras- en decirles “Estás sobreactuando, rebájalo un poco” (cosa esta a la que alude en dos ocasiones diferentes, como si hubiese olvidado que ya lo había explicado en un capítulo previo). Pero no solo de viejas glorias se nutren las memorias de Greydon Clark, también aparecen Dean Cundey, Cibbyl Shepherd, Robert Englund o Michael Moore (sí, ese) en los inicios o mejores momentos de sus trayectorias artísticas.
La única vez que el tipo echa un poco de mierda sobre su propio tejado es cuando habla del fallecimiento del "stunt" Vic Rivers en el rodaje de su película "Hi-Riders (Los intrépidos salvajes)". Se confiesa responsable... eso sí, tras dejar claro que, legalmente y según el juez -y el resto de "stunts" presentes-, estaba libre de culpa.
Tampoco pasarán a la historia de la literatura cinematográfica todas las partes dedicadas a cuestiones monetarias, a cómo negociaba con inversores privados o con el banco. A los consejos legales de abogados. En fin, a todo aquello que, aunque en el universo de un cineasta súper-comercial y artesano como Clark encajan con lógica, a mi me importan un huevo. Son aburridas y me confirman que ese es el tipo de director/hombre de negocios que nunca estará en mi lista de favoritos. También Juan Piquer era un astuto empresario, pero luego ya ven lo que paría el pobre.
En un momento dado, y tras rodar un thriller "hitchcockiano" de lo más convencional originalmente destinado a la caja tonta, el autor confiesa que se sentía especialmente satisfecho de aquella película porque evitaba los típicos elementos propios del cine de explotación. Ni efectismos, ni violencia, ni tetas. Sin embargo fue su único fracaso real, así que pa la siguiente volvió al redil. No es nada nuevo, ningún exploiter lo era por placer (salvo Michael Findlay), ni disfrutaba haciendo lo que hacía, pero siempre me resultará triste leerlo.
La única parte de la obra que transmite alguna clase de emoción real, de humanidad y sentimiento, es aquella centrada en el fallecimiento prematuro de su abnegada esposa. Lo que justifica el que cada vez que le dedica algunas líneas en las páginas previas exagere sus atributos de entregada y sacrificada ama de casa que nunca jamás da un "no" por respuesta. Su fallecimiento fue lo que puso fin a la carrera de Clark.
Otra parte que me llegó es aquella en la que el hombre explica cómo en el cine de bajo presupuesto se suelen crear fuertes lazos de unión y afecto entre el equipo implicado durante el tiempo que dura el rodaje, sean ya actores o técnicos, pero que, del mismo modo, todo se desvanece sin remisión cuando concluye la experiencia. Uno puede pensar que ha hecho nuevos amigos/hermanos... y luego, plof!, nada de nada. Es algo que yo mismo viví cuando formé parte de "Al Pereira vs the Alligator Ladies" y nunca acabé de entenderlo. Leer en el libro que, por lo visto, es algo normal y extrapolable a todas las culturas me reconforta y me consuela.
Greydon Clark es un director que jamás ha destacado por su imaginación e inventiva. Sus películas suelen ser planas, monótonas, insulsas, funcionales, correctas pero desencantadas y sin brizna de personalidad. Bien, pues sus memorias son exactamente así. Solo se las recomendaría a aquellos curiosos que, como yo, quieran saber qué se oculta tras la realización de un producto netamente "exploitation”, pero que estén dispuestos a llegar al final sin ver colmadas sus expectativas.
Todas ellas, y algunas otras, son diseccionadas en un libro que Clark construye como si fuese el guión de una peli, diálogos incluidos (¡que portentosa memoria tiene el hombre!, ¡o cómo se lo inventa todo!). Estructura esta que pronto se vuelve monótona y cansina, con un nivel cero de imaginación. Lo extraño es que el cineasta parece sentir predilección por contar las anécdotas más chorras y con menos enjundia antes de ofrecernos algo realmente jugoso. O realmente divertido. Que se centre en cómo explica a sus jóvenes e ignorantes ayudantes para qué sirve el montaje, es de un evidente y una inutilidad que asombran. Y es que en realidad el fin de estas memorias es mostrarnos a nosotros, incrédulos e irrespetuosos espectadores, cómo se jugaba el cuello (y la casa, y la salud...) financiando sus películas independientes (en algunos casos a un paso de ser caseras). Tal vez crea que sabiéndolo vamos a ser más benevolentes juzgando los resultados… pero no creo que sirva de mucho. A mi no me cuentes milongas, la peli me gustará o no, pero saber cómo se hizo y los problemas que tuvo puede ser interesante, desde luego, sin embargo no influirá en mi parecer.
También se pasa más de la mitad del libro demostrando lo buen tipo, paciente, comprensivo, buencha, majete, amable, generoso, afectuoso, respetuoso y progresista que era y es (¡y qué malos e inútiles todos los demás!). Un auténtico ángel a juzgar por sus palabras. Además, la peña que le rodeaba le tenía en gran consideración y alababan continuamente su arte y su capacidad de dirigir y resolver pifostios. ¡¡Que seria del mundo del cine sin el talento de Greydon Clark, por dios!!. Ejecuta esa práctica tan fea de tirar la piedra, esconder la mano y disculparse después poniendo cara de perrito apaleado. ¡Mal, feo!.
Si superamos tan irritante y constante práctica, encontraremos un puñado de curiosos personajes bien populares que cruzaron por la vida del cineasta, siempre asociándose a ellos en el peor momento de sus carreras. El mismo Al Adamson, que como todo exploiter del periodo era un auténtico hijo de puta. Martin Landau, George Kennedy, Tony Curtis, Chuck Connors, Joe Don Baker o, muy especialmente, un Menahem Golan post-“Cannon” cuyo único fin en la vida era competir con su hermano y ganarle. Produjo “Lambada, el baile prohibido” justamente por eso, porque Yoram Globus andaba pariendo su propia peli del tema. Y si contrató a Clark sin haber visto nada de su autoría fue, simplemente, porque le contaron que era muy rápido y quería estrenar el resultado antes que el otro. En resumen, la peli le importaba un huevo. Y sí, Clark era un fenómeno en cuestión de velocidad, aspecto que lograba acudiendo a las salidas estéticas y narrativas más simples, bobaliconas y visualmente elementales. Basando su única técnica de dirección de actores -a tenor de sus propias palabras- en decirles “Estás sobreactuando, rebájalo un poco” (cosa esta a la que alude en dos ocasiones diferentes, como si hubiese olvidado que ya lo había explicado en un capítulo previo). Pero no solo de viejas glorias se nutren las memorias de Greydon Clark, también aparecen Dean Cundey, Cibbyl Shepherd, Robert Englund o Michael Moore (sí, ese) en los inicios o mejores momentos de sus trayectorias artísticas.
La única vez que el tipo echa un poco de mierda sobre su propio tejado es cuando habla del fallecimiento del "stunt" Vic Rivers en el rodaje de su película "Hi-Riders (Los intrépidos salvajes)". Se confiesa responsable... eso sí, tras dejar claro que, legalmente y según el juez -y el resto de "stunts" presentes-, estaba libre de culpa.
Tampoco pasarán a la historia de la literatura cinematográfica todas las partes dedicadas a cuestiones monetarias, a cómo negociaba con inversores privados o con el banco. A los consejos legales de abogados. En fin, a todo aquello que, aunque en el universo de un cineasta súper-comercial y artesano como Clark encajan con lógica, a mi me importan un huevo. Son aburridas y me confirman que ese es el tipo de director/hombre de negocios que nunca estará en mi lista de favoritos. También Juan Piquer era un astuto empresario, pero luego ya ven lo que paría el pobre.
En un momento dado, y tras rodar un thriller "hitchcockiano" de lo más convencional originalmente destinado a la caja tonta, el autor confiesa que se sentía especialmente satisfecho de aquella película porque evitaba los típicos elementos propios del cine de explotación. Ni efectismos, ni violencia, ni tetas. Sin embargo fue su único fracaso real, así que pa la siguiente volvió al redil. No es nada nuevo, ningún exploiter lo era por placer (salvo Michael Findlay), ni disfrutaba haciendo lo que hacía, pero siempre me resultará triste leerlo.
La única parte de la obra que transmite alguna clase de emoción real, de humanidad y sentimiento, es aquella centrada en el fallecimiento prematuro de su abnegada esposa. Lo que justifica el que cada vez que le dedica algunas líneas en las páginas previas exagere sus atributos de entregada y sacrificada ama de casa que nunca jamás da un "no" por respuesta. Su fallecimiento fue lo que puso fin a la carrera de Clark.
Otra parte que me llegó es aquella en la que el hombre explica cómo en el cine de bajo presupuesto se suelen crear fuertes lazos de unión y afecto entre el equipo implicado durante el tiempo que dura el rodaje, sean ya actores o técnicos, pero que, del mismo modo, todo se desvanece sin remisión cuando concluye la experiencia. Uno puede pensar que ha hecho nuevos amigos/hermanos... y luego, plof!, nada de nada. Es algo que yo mismo viví cuando formé parte de "Al Pereira vs the Alligator Ladies" y nunca acabé de entenderlo. Leer en el libro que, por lo visto, es algo normal y extrapolable a todas las culturas me reconforta y me consuela.
Greydon Clark es un director que jamás ha destacado por su imaginación e inventiva. Sus películas suelen ser planas, monótonas, insulsas, funcionales, correctas pero desencantadas y sin brizna de personalidad. Bien, pues sus memorias son exactamente así. Solo se las recomendaría a aquellos curiosos que, como yo, quieran saber qué se oculta tras la realización de un producto netamente "exploitation”, pero que estén dispuestos a llegar al final sin ver colmadas sus expectativas.
martes, 26 de junio de 2012
LLEGAN SIN AVISAR
En el documental oficial sobre la creación y rodaje de "Depredador" aparece Shane Black, actor secundario en el film, y actual director del tercer "Iron Man", preguntándose entre el asombro y la ofuscación cómo era posible que, hasta "Depredador", a nadie se le hubiera ocurrido antes el concepto del alienígena que viene a la tierra a cazarnos como si fuéramos animales. Evidentemente, si por un lado no pongo en duda el talento del Sr.Black para lo suyo, sí me atrevo a cuestionar sus conocimientos cinematográficos. "Depredador" NO era la primera peli sobre un extraterrestre cazador, hubo una siete años antes, concretamente esta "Llegan sin avisar" cuya caratula video-clubera seguramente quitó el sueño y fascinó a un montón de chavales en la época (yo incluido). Por lo demás, el parecido entre este film y "Depredador" termina ahí. Evidentemente la de John McTiernan, sin procesarle tampoco una especial estima, me parece mil veces mejor. Pero al césar lo que es del césar, Lyn Freeman, Daniel Grodnik, Ben Nett y Steve Mathis (guionistas todos ellos de "LLegan sin avisar") tuvieron la idea antes y merecen lucir ese mérito con orgullo (que alguien les precediera es algo que desconozco por completo).
Una vez dicho esto, no hay mucho más que contar. Se supone que la gracia de "Llegan sin avisar" está en que se trata de ciencia ficción estilo años 50 adaptada a los nuevos tiempos (con más sangre y asquerosidades, que las hay, pocas, pero las hay) y también en pensar que los bichejos redondos, voladores y dentados que aparecen en la caratula, y en el 80% del film, son los marcianos malos de nuestra historia, para luego llevarse la sorpresa al descubrir que no, que en realidad se trata del armamento de un alienígena mayor (lástima que el mismo cartel lo estropee). Contra este se enfrentarán una galería de personajes de lo más dispar, que incluye a los inevitables adolescentes excursionistas, un ex-militar loco que ve marcianos por todas partes y el anti-héroe de rigor listo para el sacrificio.
Uno de los aspectos más entrañables de "Llegan sin avisar" es su reparto, agárrense: tenemos a Jack Palance, Martin Landau, Cameron Mitchell (en un escueto papel), Neville Brand, Ralph Meeker o Larry Storch, todos ellos actores más que veteranos que en 1980 ya acarreaban largos y lustrosos curriculums. Les acompañan nada menos que David Caruso, el pelirrojo de "CSI: Miami", bastante más jovencito y Kevin Peter Hall interpretando al extraterrestre. Bien, este es un dato muy interesante ya que Hall fue también el tio bajo el disfraz en... ¡"Depredador"!, ¿demasiada casualidad?.
En cuestiones técnicas nos encontramos con Greg Cannom a los maquillajes (y el muchacho se luce, ya que en ese apartado la cosa anda bien servida), nada menos que Dean Cundey como director de fotografía (mano derecha habitual de Steven Spielberg, Robert Zemeckis y John Carpenter, ¡toma ya!) y, claro, el responsable del invento, el limitadico Greydon Clark, a quien también debemos films como "Wacko", "Joysticks", "Uninvited", "Skinheads", "Lambada, el baile prohibido" o algunos episodios de la serie "Mike Hammer". Menudo jefe.
Pero dejando de lado la idea del marciano cazador, por lo demás "Llegan sin avisar" es bastante plomiza. Algo coñazo. Sí, mola su look, los actores, algún momento inspirado (incluyo aquí la inesperada muerte de un personaje de aquellos que mas bien suelen terminar salvando la papeleta)... en fin, lo propio de la época, pero todo queda lastrado por un abuso de "nada", de mucho "bla, bla", de paseos nocturnos y, en fin, de una carencia casi total de ritmo, algo solucionada hacia el final, pero demasiado tarde como para dejarnos verdadero buen sabor de boca.
Una vez dicho esto, no hay mucho más que contar. Se supone que la gracia de "Llegan sin avisar" está en que se trata de ciencia ficción estilo años 50 adaptada a los nuevos tiempos (con más sangre y asquerosidades, que las hay, pocas, pero las hay) y también en pensar que los bichejos redondos, voladores y dentados que aparecen en la caratula, y en el 80% del film, son los marcianos malos de nuestra historia, para luego llevarse la sorpresa al descubrir que no, que en realidad se trata del armamento de un alienígena mayor (lástima que el mismo cartel lo estropee). Contra este se enfrentarán una galería de personajes de lo más dispar, que incluye a los inevitables adolescentes excursionistas, un ex-militar loco que ve marcianos por todas partes y el anti-héroe de rigor listo para el sacrificio.
Uno de los aspectos más entrañables de "Llegan sin avisar" es su reparto, agárrense: tenemos a Jack Palance, Martin Landau, Cameron Mitchell (en un escueto papel), Neville Brand, Ralph Meeker o Larry Storch, todos ellos actores más que veteranos que en 1980 ya acarreaban largos y lustrosos curriculums. Les acompañan nada menos que David Caruso, el pelirrojo de "CSI: Miami", bastante más jovencito y Kevin Peter Hall interpretando al extraterrestre. Bien, este es un dato muy interesante ya que Hall fue también el tio bajo el disfraz en... ¡"Depredador"!, ¿demasiada casualidad?.
En cuestiones técnicas nos encontramos con Greg Cannom a los maquillajes (y el muchacho se luce, ya que en ese apartado la cosa anda bien servida), nada menos que Dean Cundey como director de fotografía (mano derecha habitual de Steven Spielberg, Robert Zemeckis y John Carpenter, ¡toma ya!) y, claro, el responsable del invento, el limitadico Greydon Clark, a quien también debemos films como "Wacko", "Joysticks", "Uninvited", "Skinheads", "Lambada, el baile prohibido" o algunos episodios de la serie "Mike Hammer". Menudo jefe.
Pero dejando de lado la idea del marciano cazador, por lo demás "Llegan sin avisar" es bastante plomiza. Algo coñazo. Sí, mola su look, los actores, algún momento inspirado (incluyo aquí la inesperada muerte de un personaje de aquellos que mas bien suelen terminar salvando la papeleta)... en fin, lo propio de la época, pero todo queda lastrado por un abuso de "nada", de mucho "bla, bla", de paseos nocturnos y, en fin, de una carencia casi total de ritmo, algo solucionada hacia el final, pero demasiado tarde como para dejarnos verdadero buen sabor de boca.
miércoles, 30 de junio de 2010
METEORO

¿Y de qué va "Meteoro"?, ¿en serio?... pues de un meteoro que amenaza a la tierra. Los yankees y los rusos deciden unir fuerzas y bombardearlo con sus respectivos misiles nucleares. Lo consigan o no, hay otros cachos de piedra que, inevitablemente, caerán sobre la tierra y harán mucha pupita. La clásica peli de su estilo en una época en la que ya no se llevaban tanto. De hecho, hace poco leí en un blog americano que "Meteoro" se veía desfasada para el año en el que se hizo y es verdad. Hay que pensar que para entonces ya había estallado la fiebre "Star Wars" y esta peli echa un tufo a "más de los 70 que de casi 1980" que tira de espaldas. Posiblemente por eso fue un fracaso, aunque, repito, a mi me ha parecido una cosilla entretenida y perfectamente gozable (quítenle a mi opinión el 50% añadido de fan del subgénero que soy).
El director es Ronald Neame, responsable de uno de los hits en su especie, "La aventura del Poseidón", y recientemente fallecido. El reparto es el típico de actores famosos un poco en horas bajas, Sean Connery, Natalie Wood, Karl Malden, Martin Landau, Trevor Howard o Henry Fonda como presidente de los USA. Pero vamos, que la peli mola, oye.
sábado, 7 de mayo de 2022
CYCLONE, AL FILO DE LA MUERTE
Suelo lamentarme de que, desde hace ya demasiados años, la carrera del otrora rey del zetismo Fred Olen Ray ande medio muerta, con el tipo dedicándose a la facturación de productos desalmados, sin frescura, ni pizca de las simpáticas extravagancias que eran habituales en su etapa ochentera, cuando más volcado andaba en el fantastique y el terror, géneros estos prácticamente desaparecidos de su filmografía. Pero, siendo justos, es cierto que en aquellos añorados entonces Ray también dirigió alguna película afín al material actual. Meros encargos huérfanos de amor en sus fotogramas (aunque puede, solo puede, que un pelo mejor presupuestados y distribuidos) Eran los años en los que el filmmaker soñaba con integrarse en el sistema de los grandes estudios. Creía firmemente seguir la senda correcta, aspirando a convertirse en un mero pero feliz artesano. Para bien o para mal, nunca lo consiguió.
Siendo entonces yo super-fan suyo, detestaba esas películas. Me aburrían mortalmente (es decir, más de lo habitual en su cine) Eran las etiquetables de "acción y/o thriller", como "Commando para matar", "Terminal Force", "El poder de las armas" o la que me dispongo a comentar hoy, "Cyclone, al filo de la muerte" (puede que las otras caigan también en el futuro -salvo "El poder de las armas", que ya está reseñada-, dependerá de lo que logren mis conseguidores personales. ¡Gracias pishas!) Ya saben que, últimamente, ando en plan "zen", intentando deglutir las películas que en el pasado me atormentaron -por malas pero, sobre todo, palizas- invirtiendo toda mi atención y esforzándome al máximo en busca de impresiones positivas.Un tipo ha inventado una moto mega-futurista y "chanin" que se alimenta, principalmente, de una batería la mar de duradera y beneficiosa para el medio ambiente. Una corporación malvada hará lo que sea por agenciarse el juguete, así que, simplemente, se cepillan al científico. Lo que no saben es que, a partir de ahí, será su novia la que se encargue de proteger el invento y, de paso, vengar la muerte del pocholo.
A pesar de contar con más medios de lo habitual, "Cyclone, al filo de la muerte" sigue teniendo un presupuesto ajustado, de ahí que el señor director -haciendo honor a su "modus operandi"- continúe abusando de diálogos. Aunque al menos no son tan excesivos, ni tan tontos, como solía ser habitual. La peli cuenta con su accion-cilla. Sus "stunts" espectaculares (hay uno, con un coche que sale disparado por un puente, francamente llamativo) Explosiones generosas. Y todos aquellos elementos tan de la década (está fechada en 1987) que contribuyen a distraerte el ojo y la mente, como la banda sonora a base de sintetizador y un poco de repelente AOR. Así pues, como pasatiempo dominguero, la cosa tiene un pase. Sí, se puede ver.
Quizás la escena más maja -y más Ray_ante, dicho de modo positivo- sea cuando la prota y el novio acuden a un local "punk" para ver un concierto (con el mismo Fred Olen Ray interpretando al portero) En seguida pensé aquello de "Ay dios, a ver qué concepto tiene este hombre de lo que es punk... seguro que nada bueno" Y, vale, es verdad que las pintas del público son más propias de unos "New Romantics", sin embargo, y por esta vez, el grupo está a la altura. Hablo de "Haunted Garage", que se curran una canción un rato guapa y, además, cuentan como cantante con Michael Sonye, auténtico devoto del cine de terror y el "trash", hasta el punto de meter mano en "la industria" apareciendo en toda suerte de títulos. Lo has visto en muchas otras "obras maestras" del mismo Olen Ray, pero también de David DeCoteau o Donald G. Jackson. Ejercía como Mengele (!!!) en "Los surfistas nazis deben morir" Y se prestó a participar en los desvaríos primero underground, pornográficos después, de Eric Brummer. Como guionista, Sonye tampoco es manco, y entre sus libretos más notorios localizamos la falsa cuarta entrega de "El Exterminador" , "Commando para matar" del mismo Ray y, sobre todo, el clásico videoclubero "Fonda Sangrienta". Vamos, que el tío es toda una leyenda y merecería muchas más atenciones (justo al ladito de William Butler).
Ya que estamos con el personal que colabora o aparece en "Cyclone, al filo de la muerte", siempre tan interesante como entonces era norma en el cine de su director, sigamos indagando. Pal caso destacan Heather Thomas, la típica "bimbo" californiana supuestamente sexy que, a mi, me echa patrás. El colega Jeffrey Combs, aún caliente de su paso por "Re-Animator" y que repetiría con Fred Olen Ray en subsiguientes películas, como "Los Dreggs" (de la que siempre se arrepintió) o "Bandidos Americanos" (un western coñazo que ni pude terminar) El actor y especialista Dar Robinson, que moriría poco después de "Cyclone..." rodando otra peli (estrelló la moto contra un árbol, quedando empalado por una rama, nada menos) y al que se hace una dedicatoria antes de los créditos finales. La ex-"chica Bond" y ex-chica "Hammer Films" Martine Beswick. Un Martin Landau en pleno naufragio por los contornos del cine barato. Huntz Hall de los "Bowery Boys" como mecánico salido (este y la Beswick seguramente sean elecciones del Olen Ray más fan) Troy Donahue (repetiría con el director en "Terminal Force") Tim Conway Jr. (volveríamos a verle en una de las mejores Ray-adas, "Beverly Hills Vamp") Dawn Wildsmith (la por entonces pareja del cineasta) Y un par más de los habituales de la casa, Robert "Conde Yorga" Quarry y una Michelle Bauer vista y no vista ejerciendo de stripper, cómo no. Tanta fidelidad se prolonga al personal tras las cámaras, como un Donald G. Jackson en función de asistente, Bret Mixon a los efectos especiales + visuales y T.L.Lankford retocando el guion de Paul Garson, quien poco después escribiría también el de "Alienator".
A modo "frikoso", les dejamos una captura del film donde, muy de refilón, se cuela el estupendo póster de una no menos estupenda película recién estrenada entonces... ¿la reconocen? Más les vale porque, esta vez, no pienso desvelar de cual se trata.
Aprovechando que estamos generosos, también les dejamos con la caratula del VHS patrio completita, cortesía del gran Enorm.
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