Estupendo documental que, siendo carne de festival y, sin él proponérselo, próximo referente cultural para hipsters y modernos, “La reina del porno” es por un lado una historia sobre inmigración, el sueño americano y lesbianismo, y por otro un maravilloso retrato de los cines X del Deuce neoyorquino en los años 60 y 70.
Y es que el documental cuenta la historia de Chelly Wilson, una vehemente judía griega que, tras tener que casarse y tener hijos de manera casi forzada, busca una forma de librar a estos del holocausto a la vez que emigra a Estados Unidos, donde pasa de vender cacahuetes en un puestecillo callejero a dirigir la mayoría de las salas porno de la calle 45 de Nueva York. En esa tesitura, sale del armario como lesbiana, se prodiga como una jugadora empedernida de póquer y acaba produciendo toda suerte de films, ya sean pornográficos como de otros géneros de tercera, con el fin de exhibirlos en sus cines o cualquier otro de la zona. Una déspota de comportamiento mafioso a la que, sin embargo, recuerdan con cariño todos los entrevistados.
La mayor baza del documental es la ingente cantidad de material de archivo con el que cuenta la película, ya sea este perteneciente a la familia, que ilustra la historia que se está contando a base de fotografías, súper 8, vídeos caseros y hasta cintas de casete en las que está registrada la voz de nuestra protagonista, ya sea este proveniente de algún fondo de catálogo que nos muestra las fachadas de los cines y el ambientillo que se respiraba en la época en la zona, lleno todo de putas, chulos, camellos y clubs de striptease.
El documental entero es de un gran interés, pero es cierto que al final uno tiene preferencia por los segmentos en los que se nos narra como la señora Wilson construye el auge de lo que será su negocio, emporio que le dejará pingues beneficios, y pierde un poco el hilo en todo lo referente a la vida personal de la conocida como Queen of The Deuce, con todo el rollo familiar, el holocausto o su infancia en Salónica como judía griega. Es más, si por un casual se omitiera todo lo referente a los cines, este documental me importaría un bledo.
Especial interés cobra todo lo concerniente a la programación picantona con la que esta señora empezó a ver billetes, así como las declaraciones de algunos pornógrafos o directores de serie B que guardan un muy buen recuerdo de Doña Wilson, en especial David Bourla, director al que parece faltarle un pequeño hervor, y que agradece a Chelly Wilson la financiación de su corto en 16 mm “Gargoyle and Goblin”, rodado en uno de sus cines para homosexuales y que, según Bourla, fue el preámbulo para labrarse una carrera como cineasta con una filmografía que incluye telefilms como “Cuando se agote el tiempo” o directs to video como “Frankenthumb”. En realidad un don nadie al que se le presentó la virgen cuando, por otro lado, escribió el guion de la muy mainstream “Push” de Don McGuigan. David Bourla, asimismo cierra el documental construyendo, dentro de un kiosco de perritos, una nave espacial que, dice, utilizará en su próximo film (??).
En definitiva, un muy buen documental del cual se valorará más la historia humana (y seguramente también la homosexual) por parte del público gafapastoso, que la meramente cinematográfica que, intuyo, es la que le interesa a usted (y a mí), si es que está leyendo este blog.
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viernes, 21 de julio de 2023
lunes, 18 de marzo de 2024
DAUGHTERS OF DISCIPLINE
“Daughters of Discipline” es una de tantas películas porno rescatadas por los estudiosos e historiadores cuando van a costrosos sótanos de viejos cines buscando rollos de rancio celuloide. En este caso, nos encontramos ante una cinta recuperada a medias, porque le falta el rollo final y algunos segmentos a la mitad, pero contiene suficiente material como para elaborar una edición en DVD de la misma.
No tiene demasiado de especial. Una de bajo presupuesto y centrada en el rollo sado-maso, aunque tocando el tema tangencialmente. Estéticamente sí que se nos muestran oscuros sótanos con señoritas encadenadas a las que colocan pinzas en los pezones, pero de ahí no pasan, el sado-maso no es real; las cadenas y las máscaras están únicamente para ambientar, porque más allá de eso, esto es un porno bastante al uso donde abundan las mamadas y el sexo estándar realizado por gente bastante fea y velluda. Apenas sin argumento, la peli nos cuenta la historia de una muchacha que ingresa en una secta sadomasoquista en la que la harán toda suerte de perrerías al mismo tiempo que, en su vida privada, zampa pollas de tíos con bigote.
Y sin más. Una cosa añeja que puede llamar la atención por su estética pobretona y sucia —la típica del "sleazy cinema" que defendería, sin duda, el ilustre fanzinero Bill Landis — cuyo único interés radica en haber sido encontrada la copia madre en algún lugar de la periferia neoyorquina tras pasarse almacenada lustros sin que a nadie le importara lo más mínimo. Más interesante es saber la historia que se oculta detrás.
No tiene demasiado de especial. Una de bajo presupuesto y centrada en el rollo sado-maso, aunque tocando el tema tangencialmente. Estéticamente sí que se nos muestran oscuros sótanos con señoritas encadenadas a las que colocan pinzas en los pezones, pero de ahí no pasan, el sado-maso no es real; las cadenas y las máscaras están únicamente para ambientar, porque más allá de eso, esto es un porno bastante al uso donde abundan las mamadas y el sexo estándar realizado por gente bastante fea y velluda. Apenas sin argumento, la peli nos cuenta la historia de una muchacha que ingresa en una secta sadomasoquista en la que la harán toda suerte de perrerías al mismo tiempo que, en su vida privada, zampa pollas de tíos con bigote.
Y sin más. Una cosa añeja que puede llamar la atención por su estética pobretona y sucia —la típica del "sleazy cinema" que defendería, sin duda, el ilustre fanzinero Bill Landis — cuyo único interés radica en haber sido encontrada la copia madre en algún lugar de la periferia neoyorquina tras pasarse almacenada lustros sin que a nadie le importara lo más mínimo. Más interesante es saber la historia que se oculta detrás.
En concreto, “Daughters of Discipline”, dirigida por un artesano de la pornografía en celuloide como Shaun Costello, era una producción de las que sólo se podían visionar en la cadena de mini-cines "Avon" -"Avon 7" para ser exactos- una de tantas pequeñas salas ubicadas en los 70 en la mítica calle 42 (y al rededores, es decir, el Deuce) de Manhattan y que se extendería a lo largo y ancho de las zonas más golfas de la ciudad, junto a toda una serie de complejos teatrales.
Siempre se ha tendido a pensar que los mismos propietarios de los cines "Avon" producían sus propias películas (las de "Avon Studios") ya que solo podían verse en sus propios antros, pero cuenta Shaun Costello que él ni tan siquiera llegó a hablar con los dueños cuando rodó una película. Y es que se ve que los mini-cines "Avon", así como la mayoría de especializados en contenido pornográfico, tenían vinculaciones con la mafia, que era la que en realidad se ocupaba de producir esas películas. Así pues, Costello trabajaba directamente para el estudio regentado nada menos que por la familia Gambino que, a su vez, era la que proporcionaba las películas en exclusiva a la cadena "Avon". Si el "Avon 7" proyectaba sobre todo films de temática sado-maso, era porque el gerente se las encargaba, según la demanda de sus propios clientes, a los Gambino quienes ponían en marcha todo el tinglado con una suerte de actores y directores que trabajaban rápido y bien. Las películas se rentaban en los cines pero, además, algunas también eran exportadas al extranjero, siendo Alemania el país europeo que más solicitaba el sado-maso que ofrecía "Avon Studios". Así pues, los pajilleros de la zona tenían cine porno bajo demanda.
Por supuesto, la calidad de estas películas era más bien de baja estofa y la sordidez que las acompaña poco ayuda a estimular la libido del espectador de 2024. Obviamente, no funcionan como material para pajas, si no más bien para saciar el interés del arqueólogo inquieto en busca del cine más oscuro. Aun así, y aunque financiadas por la mafia, las películas "Avon" son una cosa más bien normalita en el sentido que no dejan de ser porno totalmente estandarizado con actores y actrices del gremio haciendo su trabajo en total legalidad. Toda la parte sórdida, el sado, la muerte, no es más que ficción (gracias a dios).
Shaun Costello se comió la década de oro del cine porno norteamericano, los setenta, también parte de los ochenta, para después ganarse la vida dirigiendo toda suerte de comerciales para televisión. Más adelante, decidió contar su historia en el cine de mete-saca, primero escribiendo una biografía de Harry Reems y luego con un libro que pinta estupendamente y donde cuenta su experiencia,“Risky Behavior: Sex, gangsters and deception in the time on groovy”, que tras 10 años de larga escritura finalmente nadie quiso editar, salvo una editorial bastante subterránea francesa. Descarten para siempre una versión en castellano.
“Daughters of Discipline” no es más que una de las películas de su filmografía, ni destacable, ni olvidable, pero sí una de las que más se habla porque hasta hace poco andaba perdida, y que va que ni pintada para hablarles brevemente como lo he hecho de los cines "Avon", de Costello y del Deuce neoyorquino al completo.
Siempre se ha tendido a pensar que los mismos propietarios de los cines "Avon" producían sus propias películas (las de "Avon Studios") ya que solo podían verse en sus propios antros, pero cuenta Shaun Costello que él ni tan siquiera llegó a hablar con los dueños cuando rodó una película. Y es que se ve que los mini-cines "Avon", así como la mayoría de especializados en contenido pornográfico, tenían vinculaciones con la mafia, que era la que en realidad se ocupaba de producir esas películas. Así pues, Costello trabajaba directamente para el estudio regentado nada menos que por la familia Gambino que, a su vez, era la que proporcionaba las películas en exclusiva a la cadena "Avon". Si el "Avon 7" proyectaba sobre todo films de temática sado-maso, era porque el gerente se las encargaba, según la demanda de sus propios clientes, a los Gambino quienes ponían en marcha todo el tinglado con una suerte de actores y directores que trabajaban rápido y bien. Las películas se rentaban en los cines pero, además, algunas también eran exportadas al extranjero, siendo Alemania el país europeo que más solicitaba el sado-maso que ofrecía "Avon Studios". Así pues, los pajilleros de la zona tenían cine porno bajo demanda.
Por supuesto, la calidad de estas películas era más bien de baja estofa y la sordidez que las acompaña poco ayuda a estimular la libido del espectador de 2024. Obviamente, no funcionan como material para pajas, si no más bien para saciar el interés del arqueólogo inquieto en busca del cine más oscuro. Aun así, y aunque financiadas por la mafia, las películas "Avon" son una cosa más bien normalita en el sentido que no dejan de ser porno totalmente estandarizado con actores y actrices del gremio haciendo su trabajo en total legalidad. Toda la parte sórdida, el sado, la muerte, no es más que ficción (gracias a dios).
Shaun Costello se comió la década de oro del cine porno norteamericano, los setenta, también parte de los ochenta, para después ganarse la vida dirigiendo toda suerte de comerciales para televisión. Más adelante, decidió contar su historia en el cine de mete-saca, primero escribiendo una biografía de Harry Reems y luego con un libro que pinta estupendamente y donde cuenta su experiencia,“Risky Behavior: Sex, gangsters and deception in the time on groovy”, que tras 10 años de larga escritura finalmente nadie quiso editar, salvo una editorial bastante subterránea francesa. Descarten para siempre una versión en castellano.
“Daughters of Discipline” no es más que una de las películas de su filmografía, ni destacable, ni olvidable, pero sí una de las que más se habla porque hasta hace poco andaba perdida, y que va que ni pintada para hablarles brevemente como lo he hecho de los cines "Avon", de Costello y del Deuce neoyorquino al completo.
martes, 25 de junio de 2024
TIMES SQUARE
El gran fracaso del productor Robert Stigwood, que planeaba un nuevo éxito para la gran pantalla como lo fue su anterior película “Fiebre del Sábado noche”, solo que, esta vez, en clave de punk rock. Varios factores impidieron que se repitiera la hazaña, como por ejemplo, que el punk no era tan comercial como el disco (o al menos no atraía tantas personas a los cines en aquel momento), que el film no contenía estrellas en su reparto y, sobre todo, que las continuas irrupciones del productor en el rodaje propiciaron que la película quedara incompleta, con un montón de secuencias que se perdieron y un director, Allan Moyle, que abandonó el rodaje antes de terminar porque se negaba a convertir una historia sobre dos chicas con problemas mentales en un musical impostado con numeritos punk que no aportaban nada a la historia. A eso añádanle el hecho de que “Fiebre del Sábado noche” era una gran película, mientras que “Times Square” es irregular, con un par de buenos momentos, pero a rasgos generales tirando a mala. No por ello deja de ser una interesante; es de culto para la comunidad LGTBI —supuestamente las protagonistas son lesbianas; en el guion así estaba escrito, pero luego se eliminó todo atisbo de lesbianismo por motivos meramente comerciales— y sobre todo, tiene mucho valor el hecho de estar rodada enteramente en el Deuce neoyorquino antes de su remodelación en los 90, por lo que se ve intacta la sordidez de la zona, así como varios de los locales de puterío y, mejor aún, los cines que programaban sesiones dobles o triples de la época. En ese sentido, el retrato de Times Square que se hace en la película, es el más fehaciente y, a efectos estéticos, de gran valor.
Más allá de eso, tenemos una historia bastante ñoña sobre dos chicas que se conocen en una institución mental y, outsiders perdidas como son, acaban fugándose para acabar de okupas en un sucio antro de Times Square en el que intentarán sobrevivir y buscar su identidad. Así, mientras vagabundean, forman una banda de punk que se verá alentada desde las ondas por un locutor de radio que conoce la historia de las dos chicas e intentará apoyarlas. No obstante, cuando la cosa parece mejorar, el estado mental de una de ellas pondrá en jaque todo lo conseguido.
La idea surge por parte de Allan Moyle. Un día compró un sofá de segunda mano y, entre sus cojines, encontró un diario escrito por una joven con problemas mentales, que narraba su historia en el alambre, dejando al director cautivado. De este modo encargó la escritura del guion a Jacob Brakman, partiendo de pasajes de ese diario. Stigwood rápidamente quiso producirlo. Obviamente fue un grano en el culo. Entre otras cosas, convencido como estaba del futuro éxito, empezó a promocionar a la actriz protagonista, Robin Johnson, como una suerte de John Travolta femenina. Se encargó de no dejarla escapar haciéndole firmar un contrato en exclusiva con su compañía de management durante tres años. “Times Square” fracasó, y, en consecuencia, Johnson tuvo que rechazar las ofertas que le venían de otras gentes en favor de las que le ofreciera Stigwood, pero este perdió el interés tras el fracaso. Cuando la actriz quedó liberada del ese contrato, ya no interesaba para el cine, y aunque hizo algunos papelitos más en algunas películas (salía un momento en “¡Jo, que noche!” de Scorsese), al final tuvo que buscarse la subsistencia entrando en una vida laboral normal y corriente lejos de los focos.
Asimismo, Stigwood decidió lanzar una banda sonora en álbum doble del mismo modo que había hecho con “Fiebre del Sábado noche”, pero esta vez con canciones de grupos punk punteros (aunque la mayoría pertenecieran más a la "New Wave". Quizás el único combo genuinamente punk rock sean los británicos "The Ruts"). También se puso muy idiota con la idea de incluir a los "Bee-Gees" que tanto éxito le habían proporcionado un par de años antes, aunque estos no pegaran ni con cola, y ordenó filmar más números musicales con el fin de poder incluir esas canciones. A causa de dicha estúpida imposición, el director se fue de najas. La segunda unidad hizo lo que pudo y se dejó una película incompleta. En montaje, además, mucho material se perdió por el camino y, en definitiva, lo que se estrenó es un auténtico desbarajuste. Pero ahí quedó. La verdad es que es flojucha, pero tiene algo de gracia (no demasiada).
En el reparto, además de Robin Johnson, tenemos a Trini Alvarado muy jovencita, con 13 años, que asistía cada día al rodaje portando consigo una biblia. Después obtendría cierta popularidad al aparecer en films de renombre como “Mujercitas” o “Agárrame esos fantasmas”. Como locutor que ayuda sin salir de su cabina a estas dos jóvenes punks, tenemos a Tim Curry que fue metido en la película de rebote, primero porque al tipo le gustó la historia que se iba a rodar, segundo porque necesitaban un nombre popular que pudiera vender y Curry estaba en su mejor momento. Eso sí, fue contratado para tan solo dos sesiones, que se irían alargando en el metraje con el fin de que pareciera que estaba presente todo el largometraje.
En cuanto al director Allan Moyle, no tuvo una carrera fulgurante precisamente, pero sí rodó un par de películas interesantes. Suya es la estupenda “Rebelión en las ondas” con Christian Slater haciendo de un locutor que revoluciona a todo un pueblecito desde una emisora pirata, o “Empire Records” también relacionada con el mundo de la música y la radio.
Más allá de eso, tenemos una historia bastante ñoña sobre dos chicas que se conocen en una institución mental y, outsiders perdidas como son, acaban fugándose para acabar de okupas en un sucio antro de Times Square en el que intentarán sobrevivir y buscar su identidad. Así, mientras vagabundean, forman una banda de punk que se verá alentada desde las ondas por un locutor de radio que conoce la historia de las dos chicas e intentará apoyarlas. No obstante, cuando la cosa parece mejorar, el estado mental de una de ellas pondrá en jaque todo lo conseguido.
La idea surge por parte de Allan Moyle. Un día compró un sofá de segunda mano y, entre sus cojines, encontró un diario escrito por una joven con problemas mentales, que narraba su historia en el alambre, dejando al director cautivado. De este modo encargó la escritura del guion a Jacob Brakman, partiendo de pasajes de ese diario. Stigwood rápidamente quiso producirlo. Obviamente fue un grano en el culo. Entre otras cosas, convencido como estaba del futuro éxito, empezó a promocionar a la actriz protagonista, Robin Johnson, como una suerte de John Travolta femenina. Se encargó de no dejarla escapar haciéndole firmar un contrato en exclusiva con su compañía de management durante tres años. “Times Square” fracasó, y, en consecuencia, Johnson tuvo que rechazar las ofertas que le venían de otras gentes en favor de las que le ofreciera Stigwood, pero este perdió el interés tras el fracaso. Cuando la actriz quedó liberada del ese contrato, ya no interesaba para el cine, y aunque hizo algunos papelitos más en algunas películas (salía un momento en “¡Jo, que noche!” de Scorsese), al final tuvo que buscarse la subsistencia entrando en una vida laboral normal y corriente lejos de los focos.
Asimismo, Stigwood decidió lanzar una banda sonora en álbum doble del mismo modo que había hecho con “Fiebre del Sábado noche”, pero esta vez con canciones de grupos punk punteros (aunque la mayoría pertenecieran más a la "New Wave". Quizás el único combo genuinamente punk rock sean los británicos "The Ruts"). También se puso muy idiota con la idea de incluir a los "Bee-Gees" que tanto éxito le habían proporcionado un par de años antes, aunque estos no pegaran ni con cola, y ordenó filmar más números musicales con el fin de poder incluir esas canciones. A causa de dicha estúpida imposición, el director se fue de najas. La segunda unidad hizo lo que pudo y se dejó una película incompleta. En montaje, además, mucho material se perdió por el camino y, en definitiva, lo que se estrenó es un auténtico desbarajuste. Pero ahí quedó. La verdad es que es flojucha, pero tiene algo de gracia (no demasiada).
En el reparto, además de Robin Johnson, tenemos a Trini Alvarado muy jovencita, con 13 años, que asistía cada día al rodaje portando consigo una biblia. Después obtendría cierta popularidad al aparecer en films de renombre como “Mujercitas” o “Agárrame esos fantasmas”. Como locutor que ayuda sin salir de su cabina a estas dos jóvenes punks, tenemos a Tim Curry que fue metido en la película de rebote, primero porque al tipo le gustó la historia que se iba a rodar, segundo porque necesitaban un nombre popular que pudiera vender y Curry estaba en su mejor momento. Eso sí, fue contratado para tan solo dos sesiones, que se irían alargando en el metraje con el fin de que pareciera que estaba presente todo el largometraje.
En cuanto al director Allan Moyle, no tuvo una carrera fulgurante precisamente, pero sí rodó un par de películas interesantes. Suya es la estupenda “Rebelión en las ondas” con Christian Slater haciendo de un locutor que revoluciona a todo un pueblecito desde una emisora pirata, o “Empire Records” también relacionada con el mundo de la música y la radio.
“Times Square” se estrenó de mala manera en España, apenas la vieron 41.000 espectadores en salas destinadas a la versión original subtitulada. No recuerdo una edición en vídeo en la época, pero sí fue emitida en televisión a horas intempestivas, así como contó con una edición en DVD que a día de hoy es bastante difícil de localizar.
Por otro lado, me hace mucha gracia la traducción que en el póster español (aquí adjunto) se hace de la frase promocional “Go Sleazy In Times Square”; “Toda la basca!... a Times Square!”. Y se quedaron tan panchos.
Por otro lado, me hace mucha gracia la traducción que en el póster español (aquí adjunto) se hace de la frase promocional “Go Sleazy In Times Square”; “Toda la basca!... a Times Square!”. Y se quedaron tan panchos.
viernes, 26 de abril de 2024
RABIA DE SANGRE
“Rabia de sangre”, rodada con dos pesetas y en condiciones prácticamente tercermundistas, resulta una película estupenda que, quizás por desperada, gráfica e indecente, no ha obtenido el culto que merecía tras tantos años de existencia, pese a que a que hay quien la considera un clásico del "grindhouse". No obstante, a estas alturas todavía no cuenta con una edición remasterizada en Blu Ray como dios manda, y tan solo circulan copias del VHS que apareció en su momento y DVD’s cuyos transfers dejan mucho que desear en ediciones infectas. Me pregunto si alguno de los cuatro sellos especializados en recuperar viejos títulos como este la tendrán presente para una edición en condiciones. Asimismo, “Rabia de sangre” llegó a nuestro país directa a vídeo a través del sello "Silverscreen", sin embargo, no es uno de los títulos de la época que destaque o sea recordado a día de hoy.
Lo cierto es que tras todas estas películas pequeñas destinadas a complejos teatrales de segunda categoría con los asientos manchados de semen, siempre hay un mercenario dispuesto a rodar toda suerte de frivolidades con más ganas de ganar dólares que talento. Pero cuando contamos con un buen director, los cierto es que no hay presupuesto pequeño que perjudique su película. Y Joseph Zito, que empezó con esta clase de cosas pequeñas —y sin ningún afán de compararlo con cualquiera de los grandes— es un buen director, o al menos, uno con el pulso bien cogido al entretenimiento. No en balde acabaría rodando una de las mejores secuelas de “Viernes 13” (la cuarta) y las mejores películas al servicio de Chuck Norris, además de “El asesino de Rosemary” a la que también tengo alta estima.
Esta “Rabia de sangre” es un exploit con todas sus letras, una más que trillada historia de asesino en serie que mata prostitutas, pero con los ojos bien puestos en “Taxi Driver” (vemos imágenes muy potentes del Deuce neoyorquino al tiempo que escuchamos las reflexiones y delirios del asesino en off, como hacía "Travis Blicke" en la película de Scorsese) y con la sordidez y misoginia propia de un “Maniac” (que es posterior) de William Lustig. Una película que, si hubiera visto en mi juventud me hubiera perturbado y, sin duda, obsesionado.
Una prostituta y su novio policía discuten en la habitación donde esta ejerce su carrera. Justo en ese momento entra un cliente, por lo que la discusión entre la singular pareja queda incompleta. Dicho cliente es un joven apocado al que la puta consigue sacar los colores, en consecuencia, enloquece y asesina a la meretiz a base de reventarla contra la ventana de la habitación, proporcionándole una colección de cortes con muy mala pinta. Todo mostrado de manera muy explícita y recreándose en ello. Cuando el novio de la prostituta se encuentra con el percal, su asesino ya está a kilómetros de distancia puesto que se ha ido corriendo a Nueva York, donde se busca un trabajo y aprovechará para hacer lo propio con tanta prostituta como se cruce en su camino. Mientras, el policía está bajo sospecha del asesinato de la prostituta y decide irse a la ciudad a buscar al individuo.
La trama es muy sencillita y el final abrupto, pero diré que el desarrollo de los acontecimientos es de aplauso, que toda la película va al grano y sin florituras de ningún tipo, que es tosca, seca, desasosegante y que, de aspecto pobretón y zetoso, está montada con una agilidad abrumadora y resulta interesante, entretenida y angustiosa a partes iguales. Súmenle que tan solo dura una estupenda hora y diecisiete minutos, que eso siempre es un aval. Vamos, me ha gustado mucho, contra cualquier clase de pronóstico. Y el final es cojonudo.
El caso es que, por algún motivo, Joseph Zito firmó esta, su segunda película, bajo el seudónimo de Joseph Bigwood, yo me figuro que por considerarla un tanto enferma.
En los USA se distribuyó bajo el título de “Bloodrage” (no confundir con “Blood Rage”, aquí emitida en televisión como “Pesadilla en Sherman Woods”) aunque se la conoce más por el subtítulo que acompañaba al título en el póster para cines, “Never Pick Up a Stranger”, que por otro lado es el que reza en los créditos iniciales.
Como curiosidad, decir también que en el poster americano, la fotografía que se nos muestra, en la que un bestia está a punto de clavarle a una señorita el culo de una botella, no solo no tiene nada que ver con la película, sino que el individuo en cuestión es el gigantón Irwin Keyes. Lo curioso es que, aunque esa secuencia, que tiene pinta de ser posada ex profeso para el póster, no tenga relación con el film, Keyes sí aparece en la misma, solo que en calidad prácticamente de extra. Hay que estar muy atentos pero es un de los chulos de putas que sale en el plano final. Me figuro que sería ese día de rodaje el mismo que elaboraron las fotos para el cartel y, claro, el actor principal, Ian Scott (“Rabia de sangre” sería su primera y última aparición como protagonista en una película) ese día no debía tener sesiones y solucionaron la papeletea como buenamente pudieron con los figurantes que anduvieran por allí. Paradójicamente, Irwin Keyes sería el único actor que haría carrera posteriormente.
Muy recomendable esta “Rabia de sangre”.
Lo cierto es que tras todas estas películas pequeñas destinadas a complejos teatrales de segunda categoría con los asientos manchados de semen, siempre hay un mercenario dispuesto a rodar toda suerte de frivolidades con más ganas de ganar dólares que talento. Pero cuando contamos con un buen director, los cierto es que no hay presupuesto pequeño que perjudique su película. Y Joseph Zito, que empezó con esta clase de cosas pequeñas —y sin ningún afán de compararlo con cualquiera de los grandes— es un buen director, o al menos, uno con el pulso bien cogido al entretenimiento. No en balde acabaría rodando una de las mejores secuelas de “Viernes 13” (la cuarta) y las mejores películas al servicio de Chuck Norris, además de “El asesino de Rosemary” a la que también tengo alta estima.
Esta “Rabia de sangre” es un exploit con todas sus letras, una más que trillada historia de asesino en serie que mata prostitutas, pero con los ojos bien puestos en “Taxi Driver” (vemos imágenes muy potentes del Deuce neoyorquino al tiempo que escuchamos las reflexiones y delirios del asesino en off, como hacía "Travis Blicke" en la película de Scorsese) y con la sordidez y misoginia propia de un “Maniac” (que es posterior) de William Lustig. Una película que, si hubiera visto en mi juventud me hubiera perturbado y, sin duda, obsesionado.
Una prostituta y su novio policía discuten en la habitación donde esta ejerce su carrera. Justo en ese momento entra un cliente, por lo que la discusión entre la singular pareja queda incompleta. Dicho cliente es un joven apocado al que la puta consigue sacar los colores, en consecuencia, enloquece y asesina a la meretiz a base de reventarla contra la ventana de la habitación, proporcionándole una colección de cortes con muy mala pinta. Todo mostrado de manera muy explícita y recreándose en ello. Cuando el novio de la prostituta se encuentra con el percal, su asesino ya está a kilómetros de distancia puesto que se ha ido corriendo a Nueva York, donde se busca un trabajo y aprovechará para hacer lo propio con tanta prostituta como se cruce en su camino. Mientras, el policía está bajo sospecha del asesinato de la prostituta y decide irse a la ciudad a buscar al individuo.
La trama es muy sencillita y el final abrupto, pero diré que el desarrollo de los acontecimientos es de aplauso, que toda la película va al grano y sin florituras de ningún tipo, que es tosca, seca, desasosegante y que, de aspecto pobretón y zetoso, está montada con una agilidad abrumadora y resulta interesante, entretenida y angustiosa a partes iguales. Súmenle que tan solo dura una estupenda hora y diecisiete minutos, que eso siempre es un aval. Vamos, me ha gustado mucho, contra cualquier clase de pronóstico. Y el final es cojonudo.
El caso es que, por algún motivo, Joseph Zito firmó esta, su segunda película, bajo el seudónimo de Joseph Bigwood, yo me figuro que por considerarla un tanto enferma.
En los USA se distribuyó bajo el título de “Bloodrage” (no confundir con “Blood Rage”, aquí emitida en televisión como “Pesadilla en Sherman Woods”) aunque se la conoce más por el subtítulo que acompañaba al título en el póster para cines, “Never Pick Up a Stranger”, que por otro lado es el que reza en los créditos iniciales.
Como curiosidad, decir también que en el poster americano, la fotografía que se nos muestra, en la que un bestia está a punto de clavarle a una señorita el culo de una botella, no solo no tiene nada que ver con la película, sino que el individuo en cuestión es el gigantón Irwin Keyes. Lo curioso es que, aunque esa secuencia, que tiene pinta de ser posada ex profeso para el póster, no tenga relación con el film, Keyes sí aparece en la misma, solo que en calidad prácticamente de extra. Hay que estar muy atentos pero es un de los chulos de putas que sale en el plano final. Me figuro que sería ese día de rodaje el mismo que elaboraron las fotos para el cartel y, claro, el actor principal, Ian Scott (“Rabia de sangre” sería su primera y última aparición como protagonista en una película) ese día no debía tener sesiones y solucionaron la papeletea como buenamente pudieron con los figurantes que anduvieran por allí. Paradójicamente, Irwin Keyes sería el único actor que haría carrera posteriormente.
Muy recomendable esta “Rabia de sangre”.
viernes, 8 de octubre de 2021
LINDA LOVELACE CANDIDATA A PRESIDENTE
Tras el éxito de “Garganta Profunda” (la película porno más rentable de la historia), su protagonista femenina Linda Lovelace, vivió los momentos de mayor celebridad en su culebreante carrera, por ese motivo a su pareja de entonces, David Winters, famoso por haber realizado las coreografías de “West Side Story” -y futuro director y productor de numerosos zetismos-, se le ocurrió que podía sacar provecho del palmito y popularidad de Linda, concibiendo una película para su completo lucimiento que sirviera para introducirla en el cine no pornográfico. No era baladí, porque en esos años posteriores a la película de Gerard Damiano, la Lovelace había acumulado una importante base de fans que incluía estudiantes universitarios, intelectuales y actores de Hollywood. Era, pues, el momento de presentarla al mundo convencional. Sin embargo, y dada que la popularidad de la actriz venía precedida de la pornografía, esta “Linda Lovelace candidata a presidente” se rodó en su versión para todos los públicos —que incluye un plano inicial de la actriz en pelota picada y alguna escena de corte erótico pero todo muy contenido— y en otra versión X con material más fuerte para su público natural. No obstante, el boom Lovelace ya había pasado para cuando se estrenó y la película fracasó comercialmente en cualquiera de sus versiones. Al margen de si la actriz seguía o no de moda, la película no es que fuera especialmente divertida y, si bien la versión light de esta era bastante edulcorada y ramplona, la versión X no era lo suficientemente hard como para que los pajilleros fueran a los cines de El Deuce a hacerse sus pajillas.
En la cinta, Linda Lovelace se interpreta a sí misma, aparece representada como una diva del pueblo, todo gira en torno a la figura de la actriz y, al final, resulta todo un tanto ridículo. Se trata de una desmadrada comedia de presupuesto medio que incluso contó con estrellas en su reparto —por ejemplo, Scatman Crothers aparece un momentillo— y que, aunque comienza muy bien con una serie de gags encadenados de una incorrección política que a día de hoy indignarían al público contemporáneo más dado a ofenderse —con una especial fijación por los distintos tipos de indios (nativos, de la india o sudamericanos) que son mostrados aquí poco menos que como animales, o asesinos irracionales—, la cosa pierde fuelle a los pocos minutos convirtiéndose en un batiburrillo de escenas donde muchos personajes van para arriba y para abajo, donde la Lovelace se muestra encantadora en todo momento, y donde la influencia de los cartoons de la Warner brothers se deja ver en todo momento, con individuos poniendo dinamita en la carretera a la Coyote y Correcaminos, pero con muy poquita gracia. A la hora de visionado ya está uno cansado de tanto corre-ve-y-dile, y la sensación de cansancio acrecienta cuando comprobamos, para más inri, que la película es larguísima. Resumiendo: Es (o pretende ser) simpática, pero no funciona a pesar del ritmo desenfrenado que lleva y lo desmadrado que se las propone.
Una serie de líderes mundiales, sin saber muy bien por qué, se reúne con el fin de buscar un candidato a presidente de los Estados Unidos de América. Todo el mundo tiene muy presente la película “Garganta Profunda” y, en comité, se decide que la próxima candidata a presidente debe ser su protagonista, Linda Lovelace. Cuando se reúnen con ella para proponerle la candidatura, ella no está muy convencida, pero al final accede y forma un partido político con el que se irá de gira por el país con la finalidad de captar votantes. Sin embargo, en Washington no están muy por la labor de que una estrella porno opte a la presidencia de los Estados Unidos, motivo este por el que la oposición contrata a un asesino a sueldo con la intención de que se cargue a tan popular candidata. Mientras el asesino intenta cumplir con su cometido, nuestra candidata se verá en mil y una disparatadas situaciones.
Bastante mala.
Como la película fue un fracaso, en la era del vídeo no consiguió obtener distribución videográfica, sin embargo si circularon copias de la misma en el circuito de la piratería, y esas son las cintas que los fans se fueron pasando de mano en mano, hasta que hace no demasiado, su versión para todos los públicos se comercializó de manera legal en formato DVD. Es por eso que, siendo como fue durante décadas un producto ignoto y de difícil acceso, la película generó un culto entre los aficionados al cine oscurillo y/o raro, que se decepcionaron profundamente cuando comprobaron que “Linda Lovelace candidata a presidente” era en esencia como “Los caraduras” pero mucho más cutre y deslavazada.
Curiosamente, la película se estrenó en nuestros cines en el año 1977, en aquella época en que todas estas películas picantonas, pero de contenido no muy duro, conseguían distribución a los albores de la clasificación “S”, aunque, posteriormente, no me consta que tuviera una continuidad comercial en formato vídeo (cosa que no he podido confirmar).
Dirige la película el chileno Claudio Guzmán, curtido en la televisión desde los años 60 dirigiendo para espacios como “El Show de Dick Van Dyke”, rodó un par de películas para cine siendo la que nos ocupa una de ellas y, después, continuó haciendo televisión, siendo sus últimos trabajos destacables algunos capítulos para la serie “Starman”.
“Linda Lovelace candidata a presidente” es una mierdecilla, pero también un producto la mar de curioso.
En la cinta, Linda Lovelace se interpreta a sí misma, aparece representada como una diva del pueblo, todo gira en torno a la figura de la actriz y, al final, resulta todo un tanto ridículo. Se trata de una desmadrada comedia de presupuesto medio que incluso contó con estrellas en su reparto —por ejemplo, Scatman Crothers aparece un momentillo— y que, aunque comienza muy bien con una serie de gags encadenados de una incorrección política que a día de hoy indignarían al público contemporáneo más dado a ofenderse —con una especial fijación por los distintos tipos de indios (nativos, de la india o sudamericanos) que son mostrados aquí poco menos que como animales, o asesinos irracionales—, la cosa pierde fuelle a los pocos minutos convirtiéndose en un batiburrillo de escenas donde muchos personajes van para arriba y para abajo, donde la Lovelace se muestra encantadora en todo momento, y donde la influencia de los cartoons de la Warner brothers se deja ver en todo momento, con individuos poniendo dinamita en la carretera a la Coyote y Correcaminos, pero con muy poquita gracia. A la hora de visionado ya está uno cansado de tanto corre-ve-y-dile, y la sensación de cansancio acrecienta cuando comprobamos, para más inri, que la película es larguísima. Resumiendo: Es (o pretende ser) simpática, pero no funciona a pesar del ritmo desenfrenado que lleva y lo desmadrado que se las propone.
Una serie de líderes mundiales, sin saber muy bien por qué, se reúne con el fin de buscar un candidato a presidente de los Estados Unidos de América. Todo el mundo tiene muy presente la película “Garganta Profunda” y, en comité, se decide que la próxima candidata a presidente debe ser su protagonista, Linda Lovelace. Cuando se reúnen con ella para proponerle la candidatura, ella no está muy convencida, pero al final accede y forma un partido político con el que se irá de gira por el país con la finalidad de captar votantes. Sin embargo, en Washington no están muy por la labor de que una estrella porno opte a la presidencia de los Estados Unidos, motivo este por el que la oposición contrata a un asesino a sueldo con la intención de que se cargue a tan popular candidata. Mientras el asesino intenta cumplir con su cometido, nuestra candidata se verá en mil y una disparatadas situaciones.
Bastante mala.
Como la película fue un fracaso, en la era del vídeo no consiguió obtener distribución videográfica, sin embargo si circularon copias de la misma en el circuito de la piratería, y esas son las cintas que los fans se fueron pasando de mano en mano, hasta que hace no demasiado, su versión para todos los públicos se comercializó de manera legal en formato DVD. Es por eso que, siendo como fue durante décadas un producto ignoto y de difícil acceso, la película generó un culto entre los aficionados al cine oscurillo y/o raro, que se decepcionaron profundamente cuando comprobaron que “Linda Lovelace candidata a presidente” era en esencia como “Los caraduras” pero mucho más cutre y deslavazada.
Curiosamente, la película se estrenó en nuestros cines en el año 1977, en aquella época en que todas estas películas picantonas, pero de contenido no muy duro, conseguían distribución a los albores de la clasificación “S”, aunque, posteriormente, no me consta que tuviera una continuidad comercial en formato vídeo (cosa que no he podido confirmar).
Dirige la película el chileno Claudio Guzmán, curtido en la televisión desde los años 60 dirigiendo para espacios como “El Show de Dick Van Dyke”, rodó un par de películas para cine siendo la que nos ocupa una de ellas y, después, continuó haciendo televisión, siendo sus últimos trabajos destacables algunos capítulos para la serie “Starman”.
“Linda Lovelace candidata a presidente” es una mierdecilla, pero también un producto la mar de curioso.
sábado, 24 de octubre de 2009
EL DESTRIPADOR DE NUEVA YORK

Todo ello es lo que acabó otorgando a la peli, y a Fulci, la fama de misógina/o y cabreando a unas cuantas feministas, algo maravilloso y absolutamente irrepetible. Hoy semejante material se haría de modo consciente, buscando la provocación o el homenaje, en ésa época se actuaba así porque... bueno, ¡era lo normal!, se trataba de un film de horror con chicas asesinadas ¿no?, pues hale. Esa es la actitud que hoy echo de menos en cualquier film que presuma de brutalidad.
Como toda italianada que se jacte de serlo, la peli remite a otros films anteriores de éxito, en especial "Vestida para matar" (¿y "Maniac"?, tal vez la escena del metro y la atmósfera sórdida de un Nueva York tenebroso y depravado). Hay mucho material rodado en el hoy famoso "Times Square" de los 80 (ya saben, las "grindhouses", "the deuce", los cines proyectando material porno y/o exploitation del calibre de la misma peli de Fulci o cosas de arte y ensayo de alto grado erótico. Precisamente, en una secuencia vemos la marquesina de "Mi primer pecado" de Manuel Summers, y es que el español tenía mucho éxito por esos antros gracias a sus depravadas historias de jovencitos iniciándose en los placeres de la carne).
En "El destripador de Nueva York" encontramos varios nombres asociados al cine popular italiano de los 80, y a la obra de Fulci (quien se reserva un papelillo), como Paolo Malco, Alexandra Delli Colli, Zora Kerova o al gran Dardano Sacchetti en tareas de escribiente. Destaca la belleza de Almanta Suska.
En fin... que la peli en realidad es de lo más mediocre, no tiene ritmo alguno, acumula momentos para el ridículo (eso de que el asesino hable como el "Pato Donald", o las clásicas "americanadas desde el prisma italiano" típicas de la época) pero, ¡claro!, es lo que es... cine de género italiano de los 80... con eso, está dicho todo. Hay que verla.
martes, 18 de junio de 2024
SUMMERS EL REBELDE
Manuel Summers, director que venero y del que he pasado buena cuenta por aquí, consigue, por fin, una reivindicación dentro del mundo académico que siempre le había negado el pan y la sal, más por cuestiones políticas que artísticas. Por todos es sabido que el padre de Summers era un gobernador del régimen franquista y que el propio director no comulgaba del todo con la izquierda. Con todo eso, sin embargo, la derecha se le echó encima, siendo una de las víctimas más perjudicadas por la censura de la época, ya que esta le consideraba un hombre peligroso al no tener un filtro político contrario con el que lanzar mensajes en las películas. En resumidas cuentas, se le cogió manía por todas partes a nivel político. Así, Summers se abrazó al cine comercial hasta el final de sus días, luchó en contra de la crítica que desde sus inicios le había defenestrado, y se alió a los productores más conservadores en su cruzada contra los cineastas progresistas que se beneficiaban de las ventajas de la nueva ley Miró. Summers fue un auténtico outsider.
Por otro lado, el historiador y Doctor Cum Laude en Comunicación Audiovisual Miguel Olid (debe ser primo mío), cuenta todo esto que he resumido yo en unas líneas en un documental que si bien a su paso por los distintos festivales llegaba a una duración estándar de 82 minutos, en su emisión por la televisión pública queda reducido a 58: “Summers, el rebelde”.
Lo mejor de todo es que Olid, comienza con su relato afirmando que en un principio el cine de Summers no era el que más le interesase —de hecho no le gustaba— y que es un acto de justicia poética el realizar un documental sobre el que probablemente es uno de nuestros mejores cineastas. El resultado tras 8 años de investigación, es esta estupenda película que, aunque avanza de manera común con la fórmula de cabezotes parlantes y mucho y buen material de archivo, no se conforma con el chupapollismo propio de este tipo de documentales, y a los comentarios positivos por parte de la familia (David Summers, Guillermo Summers, Beatriz Galbó…) o amigos (Garci, Tote Trenas…) se suman los de las voces discordantes, contemporáneas o provenientes del material de archivo, que vienen a decir poco menos que Summers hacía unas películas que o bien eran mierda, o eran flojas, o eras procaces, soeces, controvertidas…
Asimismo, podemos ver montones de entrevistas de la televisión pública en las que Summers decía lo que pensaba sin pelos en la lengua, con perlas de actitud tales como: “A mí ningún crítico puede decirme que mi película es mala mientras esta se tire nueve meses y medio en cartelera”.
Por lo demás, un repaso lógico a la carrera del director, sin llegar a profundizar en según que aspectos (la incursión en Estados Unidos de Summers, materializada en la película “Ángeles Gordos” después de pasar sus películas de adolescentes por productos exploit en cines del Deuce neoyorquino, sigue siendo una de las cuestiones que más en el aire queda siempre que se habla o escribe sobre el director sevillano), en un documental que significa, por fin, la reivindicación de uno de los mejores directores de cine españoles, cuya figura se vio ninguneada y vilipendiada por cuestiones meramente políticas, aun siendo vox populi que su obra (ya fuera en la etapa más autoral, en la más populachera, e incluso trayendo de Europa la cámara oculta para estrenar ese formato en cines y que toda España se lo comiera con agrado), estaba muy por encima de la del resto de sus coetáneos y merecía, no solo su estudio, sino también su divulgación y reivindicación. Y el documental de Miguel Olid, junto con el estupendo pack con sus mejores películas en Blu Ray que recientemente ha editado "A Contracorriente films", lo hacen… aunque sea en una época en la que, quizás, a nadie le importe el cine de Summers. O importe desde el esnobismo.
Por otro lado, el historiador y Doctor Cum Laude en Comunicación Audiovisual Miguel Olid (debe ser primo mío), cuenta todo esto que he resumido yo en unas líneas en un documental que si bien a su paso por los distintos festivales llegaba a una duración estándar de 82 minutos, en su emisión por la televisión pública queda reducido a 58: “Summers, el rebelde”.
Lo mejor de todo es que Olid, comienza con su relato afirmando que en un principio el cine de Summers no era el que más le interesase —de hecho no le gustaba— y que es un acto de justicia poética el realizar un documental sobre el que probablemente es uno de nuestros mejores cineastas. El resultado tras 8 años de investigación, es esta estupenda película que, aunque avanza de manera común con la fórmula de cabezotes parlantes y mucho y buen material de archivo, no se conforma con el chupapollismo propio de este tipo de documentales, y a los comentarios positivos por parte de la familia (David Summers, Guillermo Summers, Beatriz Galbó…) o amigos (Garci, Tote Trenas…) se suman los de las voces discordantes, contemporáneas o provenientes del material de archivo, que vienen a decir poco menos que Summers hacía unas películas que o bien eran mierda, o eran flojas, o eras procaces, soeces, controvertidas…
Asimismo, podemos ver montones de entrevistas de la televisión pública en las que Summers decía lo que pensaba sin pelos en la lengua, con perlas de actitud tales como: “A mí ningún crítico puede decirme que mi película es mala mientras esta se tire nueve meses y medio en cartelera”.
Por lo demás, un repaso lógico a la carrera del director, sin llegar a profundizar en según que aspectos (la incursión en Estados Unidos de Summers, materializada en la película “Ángeles Gordos” después de pasar sus películas de adolescentes por productos exploit en cines del Deuce neoyorquino, sigue siendo una de las cuestiones que más en el aire queda siempre que se habla o escribe sobre el director sevillano), en un documental que significa, por fin, la reivindicación de uno de los mejores directores de cine españoles, cuya figura se vio ninguneada y vilipendiada por cuestiones meramente políticas, aun siendo vox populi que su obra (ya fuera en la etapa más autoral, en la más populachera, e incluso trayendo de Europa la cámara oculta para estrenar ese formato en cines y que toda España se lo comiera con agrado), estaba muy por encima de la del resto de sus coetáneos y merecía, no solo su estudio, sino también su divulgación y reivindicación. Y el documental de Miguel Olid, junto con el estupendo pack con sus mejores películas en Blu Ray que recientemente ha editado "A Contracorriente films", lo hacen… aunque sea en una época en la que, quizás, a nadie le importe el cine de Summers. O importe desde el esnobismo.
lunes, 25 de septiembre de 2023
SUEÑOS TORTUOSOS
“Sueños tortuosos” es una de tantas consecuencias del éxito de “Pesadilla en Elm Street”, y que vendría a ratificar lo original e imaginativa que era la película de Wes Craven: Todos su exploits son poco menos diarrea en comparación. Y “Sueños tortuosos” es especialmente aburrida y está especialmente desangelada. Un tostón de los buenos.
La película se agarra a la estructura del slasher convencional, que es más sencillo a la hora de rodar, pero, con el fin de asemejar a su villano con el inmortal Freddy Krueger, añade esos elementos sobrenaturales tan de moda en la época que, por problemas presupuestarios, más que mostrársenos en pantalla, se las ingenian para que algún personaje nos lo narre, y de este modo ya sabemos que nuestros protagonistas se las tienen que ver con entes paranormales. Sin embargo, paradójicamente, parece ser que la película está rodada en el mismo set en el que se rodó “Viernes 13 Parte III”. Así, tenemos a un muchacho homosexual y deficiente mental que sufre el bullying al que le someten unos jóvenes descerebrados en un campamento de verano. Apesadumbrado por todo esto, se va al granero y, allí, muere en llamas por obra y gracia de ¡La combustión espontánea! Dos años más tarde, la hermana del interfecto recibe una invitación para ir al campamento de verano donde murió su hermano y reunirse con sus antiguos compañeros, los mismos que se reían de aquel. Allí serán masacrados de las más variopintas formas, hasta que, hacia el final, el espectador será partícipe de uno o dos descubrimientos.
Mal horror ochentero de manual. Un espanto sin apenas iluminación, un asesino exento de todo carisma, crímenes bastante insulsos y demasiados tempos muertos. Lo que se dice un coñazo.
La película se agarra a la estructura del slasher convencional, que es más sencillo a la hora de rodar, pero, con el fin de asemejar a su villano con el inmortal Freddy Krueger, añade esos elementos sobrenaturales tan de moda en la época que, por problemas presupuestarios, más que mostrársenos en pantalla, se las ingenian para que algún personaje nos lo narre, y de este modo ya sabemos que nuestros protagonistas se las tienen que ver con entes paranormales. Sin embargo, paradójicamente, parece ser que la película está rodada en el mismo set en el que se rodó “Viernes 13 Parte III”. Así, tenemos a un muchacho homosexual y deficiente mental que sufre el bullying al que le someten unos jóvenes descerebrados en un campamento de verano. Apesadumbrado por todo esto, se va al granero y, allí, muere en llamas por obra y gracia de ¡La combustión espontánea! Dos años más tarde, la hermana del interfecto recibe una invitación para ir al campamento de verano donde murió su hermano y reunirse con sus antiguos compañeros, los mismos que se reían de aquel. Allí serán masacrados de las más variopintas formas, hasta que, hacia el final, el espectador será partícipe de uno o dos descubrimientos.
Mal horror ochentero de manual. Un espanto sin apenas iluminación, un asesino exento de todo carisma, crímenes bastante insulsos y demasiados tempos muertos. Lo que se dice un coñazo.
No es de extrañar que “Sueños tortuosos” (“Twisted Nightmare” en su versión original, título que, sin duda, mola bastante más. Vendría ser algo así como “Pesadilla retorcida”) sea uno de tantos slashers de segunda categoría ochenteros que no ha trascendido ni lo más mínimo. El culto o seguimiento que tiene en la actualidad la cinta es más bien tirando a discreto, por no decir nulo, cosa que, tras un visionado, no me extraña ni lo más mínimo.
Los perpetradores de todo esto son Charles Philip Moore al guion y Paul Hunt a la dirección. Al primero podemos reconocerle por ser el director de otra película con intenciones similares a la que nos ocupa, solo que en esa ocasión expoliaba a “Posesión Infernal”, que era “Viento del infierno”, mientras que Hunt provenía del mundo del nudie y desarrolló una carrera en la que tocaría diferentes palos y en la que, lastimosamente, “Sueños tortuosos” sería probablemente su film más popular.
“Sueños tortuosos” tuvo un estreno regional en los Estados Unidos antes de ser pasto de los cines del Deuce neoyorquino, pero a nuestro país llegó, como no, directamente en vídeo, eso sí, curiosamente distribuida por la división videográfica de una major como era RCA-Columbia Pictures al igual que su prima-hermana “Viento del infierno”.
Por lo demás, como a la mosca, tenle miedo… mucho miedo…
Curiosos, disponen aquí de la mini-reseña que Naxo, con la excusa de un visionado grupal de varias películas, le dedicó a "Sueños Tortuosos". Básica e inevitablemente, viene a decir lo mismo que esta.
Los perpetradores de todo esto son Charles Philip Moore al guion y Paul Hunt a la dirección. Al primero podemos reconocerle por ser el director de otra película con intenciones similares a la que nos ocupa, solo que en esa ocasión expoliaba a “Posesión Infernal”, que era “Viento del infierno”, mientras que Hunt provenía del mundo del nudie y desarrolló una carrera en la que tocaría diferentes palos y en la que, lastimosamente, “Sueños tortuosos” sería probablemente su film más popular.
“Sueños tortuosos” tuvo un estreno regional en los Estados Unidos antes de ser pasto de los cines del Deuce neoyorquino, pero a nuestro país llegó, como no, directamente en vídeo, eso sí, curiosamente distribuida por la división videográfica de una major como era RCA-Columbia Pictures al igual que su prima-hermana “Viento del infierno”.
Por lo demás, como a la mosca, tenle miedo… mucho miedo…
Curiosos, disponen aquí de la mini-reseña que Naxo, con la excusa de un visionado grupal de varias películas, le dedicó a "Sueños Tortuosos". Básica e inevitablemente, viene a decir lo mismo que esta.
miércoles, 6 de noviembre de 2013
AQUARIUS
Durante mucho tiempo consideré "Aquarius" como "la última película buena del cine de terror moderno italiano". Revisada recientemente, cambio el slogan a: "La -casi- única película buena del cine de terror moderno italiano".
Seamos prácticos, visto hoy, el trabajo de gente como Lucio Fulci, Sergio Martino, Umberto -papanatas- Lenzi o, especialmente, Lamberto Bava, resulta bastante aburrido. O, mejor, totalmente mortecino. Sin embargo, "Aquarius" no solo mantiene el tipo, además logra algo casi imposible de encontrar en un producto ítaloparlante adscrito al género de mis amores: No aburre. Y no solo no aburre, ¡entretiene!. Eso sí que es un milagro. Dentro de tal elitista tendencia también cabe el amigo Dario Argento, especialmente en sus mejores tiempos. Y no es puta casualidad, pues los lazos entre el padre de "Inferno" y Michele Soavi, director debutante en "Aquarius", eran bien fuertes. De hecho, la gracia de esta película es que se erige casi como testamento de la era dorada del terror italiano post-Mario Bava por así decirlo, el de los 70 y, muy especialmente, los 80. Y lo firma el pupilo más aventajado posible, el amigo Soavi, en cuyo curriculum previo encontramos el famoso documental que dedicó a su maestro Argento con "Il mondo dell'orrore di Dario Argento" para quien, antes de currar como director, lo hizo como asistente y actor (en "Tenebre", "Phenomena" y "Ópera"). Pero Argento no fue el único, también dio lo suyo para Lamberto Bava en idénticas funciones ("Cuchillos en la oscuridad", "Demons", el remake de "La máscara el demonio" y "Blastfighter, la furia de la venganza", en la primera hacía de -si la memoria no me falla- asesino travesti y en la segunda era el tipo de la media-máscara que reparte propaganda del estreno del film diabólico en el metro). Su vinculación al horror italiano no se queda ahí, ya que Soavi ha ejercido exclusivamente de intérprete en films tan característicos como "Alien 2", "Miedo en la ciudad de los muertos vivientes" (la de Fulci, para quien también colaboró en "El destripador de Nueva York"), "El día del cobra" (de Enzo G. Castellari), "Los invasores del abismo" (de Ruggero Deodato) o "Il gatto nero" (de Luigi Cozzi -amigo de Víctor-). Y aunque curiosamente su nombre siempre va asociado al de Argento, en realidad otro para quien curró a destajo en sus inicios fue el no menos legendario Aristide Massaccesi, más conocido como Joe D´Amato. Michele fue actor, co-guionista no acreditado y asistente en títulos tan variados y demenciales como "Bronx lucha final", "2020 Los rangers de Texas", "Terror sin límite", "Calígula 2" o "Ator el poderoso". Tal vez por ello fue Massaccesi, y no Argento, el primero en producirle un largometraje comercial, es decir, este mismo "Aquarius" que Aristide apadrinó desde su flamante "Filmirage" y que, como guinda del pastel, cuenta con un guión original de Luigi Montefiori, más conocido como George Eastman, el caníbal de "Gomia, terror en el mar Egeo" (dirigida por D´Amato, of course), que pal caso se esconde tras el alias de Lew Cooper. Ahí es nada. Visto lo visto, está claro que solo Michele Soavi podía cerrar el círculo aplicando lo aprendido y, encima, tan bien (y americanizando su nombre a Michael, como debe ser).
Un puñado de actores hambrientos, y su director, ensayan desesperadamente un espectáculo teatral de danza moderna sobre un anónimo asesino. Todo pinta que va a ser un desastre. Esa noche, la prota de la función, aquejada de dolores en el tobillo, hace caso omiso al jefe y se marcha al hospital más cercano para que le venden la pupa. Su presencia motivará la huida de un peligrosísimo psicópata que se le cuela en el coche, se carga a la chica de guardarropía del teatro y desaparece. Llega la policía, registra el lugar, no encuentra nada y se marcha dejando únicamente dos agentes que de poco servirán (uno de ellos encarnado por el propio Soavi). El director decide aprovechar el suceso y convierte su obra en un inesperado biopic del psycho-killer visitante... así que, pa meterse caña con los ensayos, se encierra a si mismo y a los actores en el teatro, escondiendo la llave. Poco saben todos ellos que el homenajeado también ronda por allí, dispuesto a cargárselos y, para más inri, la primera persona a la que asesina es la única que sabe dónde está escondida la llave de la puerta principal. La noche que les espera será de órdago.
"Aquarius" fui a verla el día de su estreno, al cine. Lo recuerdo muy bien porque los Viernes por la tarde solía reunirme con los idiotas de mis ex compañeros de EGB para acudir a las películas. En aquella ocasión, elegí yo. Naturalmente entonces ya sabía mucho sobre la peli de marras gracias a mis queridas revistas francesas, aunque la reconocía más por el título que allí recibió, "Bloody Bird". Al entrar, un sensacionalista cartel que el mismo cine se había sacado de la manga, nos advertía que lo que íbamos a ver era muy fuerte porque resultaba "totalmente verosímil". Menuda chorrada!!. De hecho, y aunque lo pasamos muy bien durante el visionado, al terminar uno de mis "amigos" criticaba el desenlace del film aludiendo, justamente, a su falta de verosimilitud. En fin, jóvenes presuntuosos. A mi todo aquello me daba igual, me la sudaba, había disfrutado como un enanito y salí bien saciado, ya que por entonces lo que buscaba con desesperación en un film de horror era la más generosa y gráfica truculencia y, en ese sentido, "Aquarius" iba la mar de bien servida. ¡Qué tiempos aquellos en los que el cine de terror incluía gore valiente y gráfico, pero en sus justas dosis, sin caer en el exceso por el exceso, ni el humor, ni la estilización en busca de la aprobación de las élites políticamente correctas!, preocupándose más por ser "una de miedo con gore" que "una gore con miedo" o, peor, "una gore con gore" o, ya de pesadilla, "una gore con risas".
El caso es que, menos experimentado en estas lides, consideraba "Aquarius" una muestra moderna de "giallo". Bien cierto es que guarda algunas características propias de esa clase de cine, pero en realidad la obra de Michele Soavi encaja mucho mejor en la etiqueta de "slasher". ¿Una mezcla de lo mejor de ambos bandos?, pues sí, me parece bien. Por parte "slasher" tenemos a un asesino mudo e imparable ataviado con un uniforme negro y una máscara de lo más chanante. Esa cabeza de búho gigante es ya legendaria. Tenemos el grupo de jóvenes servidos para ser asesinados con las más variadas armas y los crímenes más impactantes y sangrientos, que incluyen cosas tan clásicas como hachas o una surrealista pero efectivísima sierra mecánica. Y tenemos el climax en el que la "final girl" y el malo se enfrentan cara a cara, así como la aparente invulnerabilidad del segundo. En el terreno del "giallo" encaja el mini-puzzle que resolver del final, el asesinato enfocado como todo un arte (los cadáveres de las víctimas reunidos es algo muy "slasher", pero no lo de presentarlos de forma tan artística) y, en general, la concepción elegante, bonita y estilizada que Soavi tiene del terror, algo directamente heredado de su amigo y vecino Dario y que destaca especialmente con la hipnótica y pomposa banda sonora, así como con esas plumas flotantes o los números musicales de la obra que ensayan los protagonistas (el sumum de lo cual viene cuando la que conoce la ubicación de la llave es asesinada brutalmente delante de todos, convencidos de que el agresor es el actor disfrazado. Ese es uno de los momentos más "giallo", más Argento, de la fiesta, a base de soundtrack orquestal e iluminación azulada).
Hace unas líneas hablaba de los asesinatos truculentos y salvajes. Déjenme volver a ello. En la época se consideraba "Aquarius" como una película "fuerte" y seguramente en 1987 sí encajaba en la etiqueta. No estábamos tan acostumbrados a ver de modo claro y sin disimulos cómo una sierra mecánica abría el estómago a un tipo, y aquí es algo que está bien presente y, además, rodado de modo muy efectivo, muy tétrico, con una linterna como única fuente de luz, el asesino con la máscara salpicada de sangre y la víctima, gritando agónicamente, rodeados de oscuridad y asentados sobre un Argentiano suelo inundado de agua. Brillante. En posteriores entrevistas Soavi decía que no se consideraba muy amigo del gore (¡ni del terror de los ochenta!, al que acusa de poco imaginativo), pero que aceptaba que un film de terror iba ligado a la muerte y la sangre, y que en cierto modo esta última era lógicamente inevitable. También comentaba que el presupuesto con el que contaron para "Aquarius" era mínimo, y que lo efectos especiales se resolvieron del modo más rudimentario. Hay una chica -embarazada!- que es partida por la mitad y cuando se revela su medio-cuerpo, nos damos cuenta que se trata de un auténtico maniquí al que han pegado unas tripas. No digo que cante hasta el extremo de resultar risible y chapucero, para nada, pero sí es verdad que el momento pasa fugazmente ante nuestros ojos evitando resultar demasiado evidente. Lo mismo que la decapitación del director de la obra de teatro. Pero que nadie se confunda, porque esa pobreza queda totalmente compensada por la inmensa capacidad de Michele Soavi, que se muestra como un cineasta de lo más talentoso a la hora de dotar de ritmo a su película, de sacar buen partido del montaje y, en fin, de jugar con el suspense. "Aquarius" es impactante y sangrienta, sí, pero también emocionante. Digamos que podríamos partirla en cuatro cachos. Arranque, masacre (donde mueren el 90% de los personajes secundarios, sin descanso), enfrentamiento y desenlace. El enfrentamiento es el segmento más delicado porque, casi sin diálogos, y a base de sonido e imagen, el director se centra en el puro suspense, cuando el psycho-killer tiende una trampa a la "final girl" que debe agenciarse la llave de la puerta sin que su agresor se de cuenta, aunque lo tenga a medio metro. Muy logrado momento de puro cine, que eclosiona con el inevitable bis a bis de la pareja, destacando el instante de él colgando del techo y deslizándose por un grueso cable hacia ella. De infarto.
Quizás uno de los puntos más flojillos de la película sean algunos de sus actores, ya sabemos que en la mayoría de las pelis de terror italianas suelen ser muy malos, ridículos. Aquí se salvan de la pura quema por los pelos, aunque queda sitio para algunas sobreactuaciones notables. Sin embargo, la mayor de todas ellas da el pego, porque se trata del director de la función teatral, un tipo ególatra, cruel y manipulador al que el rollo histriónico le va como anillo al dedo. De hecho, es uno de los personajes que más recuerdo dejan y para mi significó descubrir al actor que le da vida, David Brandon y sus notables orejones. Había protagonizado "Caligula 3" para el mismo Joe D´Amato (un evidente exploitation de la de Tinto Brass, donde ya coincidió con Soavi), y luego también saldría en el "Crímenes en portada" de Lamberto Bava. Pero su rol más extraño y atípico es el primero, haciendo de ángel "Ariel" para Derek Jarman en su epopeya arty-punk "Jubilee" (connotaciones de una carrera paralela en el teatro y otras artes más elevadas y respetadas).
Barbara Cupisti es la guapa "final girl" de rigor que has visto también en películas de algunos clásicos como Fulci ("El destripador de Nueva York", ¡su debut!), Argento ("Ópera"), o el fucking Lenzi ("La porte dell´inferno"), así como en "El engendro del diablo" y "Mi novia es un zombie" del mismo Soavi (a lo tonto él y la moza llevaban años coincidiendo en la pantalla, así que será verdad eso de que son o fueron pareja, apunte este que no he podido corroborar).
Sin embargo, el rostro más mítico de todo el film es el de un -habitualmente- sobreactuado Giovanni Lombardo Radice (alias John Morgen) haciendo de supergay. La fama a nivel fandom le llegó cuando Fulci decidió taladrarle la cabeza en "Miedo en la ciudad de los muertos vivientes" y Lenzi castrarlo para "Caníbal Feroz". Lo vi in person en su visita a un festival patrio, pero -paradójicamente- era más soso que una cocacola con solo cinco cucharadas de azúcar.
Terminamos este repasito con la fea Mary Sellers (sin vínculos con el inspector Clouseau) y que también mostraba su poca atractiva faz en el temible remake de "La máscara del demonio", cortesía de Bava hijo de... Mario, "Contamination .7" (de D´Amato) y "Ghost House", de -oootra vez- Umberto Lenzi currando para "Filmirage". Curiosamente esta costrosa peliculita que consumí en un cine porno justo cuando probaba suerte proyectando otra clase de productos menos grumosos (¡¡vamos, ni el puto "deuce" y sus cutre-cines!!), reciclaba el soundtrack completo de "Aquarius" que -como ya he señalado- está muy bien y tiene un peso importante en la película. Uno de sus tres responsables, probablemente el más reconocible, es Simon Boswell, inevitablemente ligado al universo de Dario Argento y que también ha puesto su talento al servicio de una ralea de films sin desperdicio: "Phenomena", "Demons 2", "Crímenes en portada", "Karate Kimura" (!), "Santa Sangre" (estupenda su partitura para este clásico de Alejandro Jodorowsky producido por el hermano de Dario), "Hardware, programado para matar" y "Dust Devil" (Richard Stanley siempre se ha declarado admirador del dire de "Suspiria"), "El señor de las ilusiones" (de Clive Barker) y, muy recientemente, "The Theatre Bizarre" (obviamente en el capítulo firmado por Stanley) y la horrenda e incomprensiblemente reputada "The ABCs of death".
¿Y qué le pasó a Michele Soavi después?, pues que Terry Gilliam vio "Aquarius" y le gustó tanto, que decidió ficharlo como director de segunda unidad en "Las aventuras del barón Munchausen". Contaba también Gilliam que el amigo dio bastantes problemas durante el rodaje a la hora de agenciarse más dinero del acordado por obra y gracia de cierto "grupo de presión" de poca recomendable casta. Con todo, Soavi declaraba en "L´Ecran Fantastique" que había decidido subirse al carro para vivir la experiencia y aprender. Movidas raras pero, al parecer, no tan graves porque años después Gilliam y el italiano volverían a encontrarse, repitiendo roles, en la espantoide "El secreto de los hermanos Grimm"... así que, nunca se sabe.
Luego llegaron "El engendro del diablo" y "La secta" (esta vez, sí, producidas por su querido Dario Argento, que metió bastante la mano en ambas) y la peli que le consagró, la bonita, curiosa, chorra y rara "Dellamorte Dellamore", subnormalmente titulada en España "Mi novia es un zombie" de la que Martin Scorsese posee una copia en su colección privada. Cuando parecía que Soavi iba a alcanzar la cima (le llegaban ya propuestas desde Hollywood, como dirigir la vomitosa "Abierto hasta el amanecer"), movidas de corte personal/familiar le retiraron del cine durante cinco largos años, truncando su prometedora carrera. Retomó la silla del director para la televisión italiana, donde dirigió algunos telefilms policíacos que ni he visto, ni me apetece ver. Hace poco leí que el muchacho tenía intención de regresar a la big screen y con una de terrores, pero habrá que ver qué pasa, porque los tiempos han cambiado mucho y tal vez su creatividad haya caducado. O no, veremos. De momento y hasta entonces, podremos gozar ad infinitum de este "Aquarius", clásico del terror moderno mundial que, como dicen los yankees, es "highly recomended". Sin duda alguna.
Seamos prácticos, visto hoy, el trabajo de gente como Lucio Fulci, Sergio Martino, Umberto -papanatas- Lenzi o, especialmente, Lamberto Bava, resulta bastante aburrido. O, mejor, totalmente mortecino. Sin embargo, "Aquarius" no solo mantiene el tipo, además logra algo casi imposible de encontrar en un producto ítaloparlante adscrito al género de mis amores: No aburre. Y no solo no aburre, ¡entretiene!. Eso sí que es un milagro. Dentro de tal elitista tendencia también cabe el amigo Dario Argento, especialmente en sus mejores tiempos. Y no es puta casualidad, pues los lazos entre el padre de "Inferno" y Michele Soavi, director debutante en "Aquarius", eran bien fuertes. De hecho, la gracia de esta película es que se erige casi como testamento de la era dorada del terror italiano post-Mario Bava por así decirlo, el de los 70 y, muy especialmente, los 80. Y lo firma el pupilo más aventajado posible, el amigo Soavi, en cuyo curriculum previo encontramos el famoso documental que dedicó a su maestro Argento con "Il mondo dell'orrore di Dario Argento" para quien, antes de currar como director, lo hizo como asistente y actor (en "Tenebre", "Phenomena" y "Ópera"). Pero Argento no fue el único, también dio lo suyo para Lamberto Bava en idénticas funciones ("Cuchillos en la oscuridad", "Demons", el remake de "La máscara el demonio" y "Blastfighter, la furia de la venganza", en la primera hacía de -si la memoria no me falla- asesino travesti y en la segunda era el tipo de la media-máscara que reparte propaganda del estreno del film diabólico en el metro). Su vinculación al horror italiano no se queda ahí, ya que Soavi ha ejercido exclusivamente de intérprete en films tan característicos como "Alien 2", "Miedo en la ciudad de los muertos vivientes" (la de Fulci, para quien también colaboró en "El destripador de Nueva York"), "El día del cobra" (de Enzo G. Castellari), "Los invasores del abismo" (de Ruggero Deodato) o "Il gatto nero" (de Luigi Cozzi -amigo de Víctor-). Y aunque curiosamente su nombre siempre va asociado al de Argento, en realidad otro para quien curró a destajo en sus inicios fue el no menos legendario Aristide Massaccesi, más conocido como Joe D´Amato. Michele fue actor, co-guionista no acreditado y asistente en títulos tan variados y demenciales como "Bronx lucha final", "2020 Los rangers de Texas", "Terror sin límite", "Calígula 2" o "Ator el poderoso". Tal vez por ello fue Massaccesi, y no Argento, el primero en producirle un largometraje comercial, es decir, este mismo "Aquarius" que Aristide apadrinó desde su flamante "Filmirage" y que, como guinda del pastel, cuenta con un guión original de Luigi Montefiori, más conocido como George Eastman, el caníbal de "Gomia, terror en el mar Egeo" (dirigida por D´Amato, of course), que pal caso se esconde tras el alias de Lew Cooper. Ahí es nada. Visto lo visto, está claro que solo Michele Soavi podía cerrar el círculo aplicando lo aprendido y, encima, tan bien (y americanizando su nombre a Michael, como debe ser).
Un puñado de actores hambrientos, y su director, ensayan desesperadamente un espectáculo teatral de danza moderna sobre un anónimo asesino. Todo pinta que va a ser un desastre. Esa noche, la prota de la función, aquejada de dolores en el tobillo, hace caso omiso al jefe y se marcha al hospital más cercano para que le venden la pupa. Su presencia motivará la huida de un peligrosísimo psicópata que se le cuela en el coche, se carga a la chica de guardarropía del teatro y desaparece. Llega la policía, registra el lugar, no encuentra nada y se marcha dejando únicamente dos agentes que de poco servirán (uno de ellos encarnado por el propio Soavi). El director decide aprovechar el suceso y convierte su obra en un inesperado biopic del psycho-killer visitante... así que, pa meterse caña con los ensayos, se encierra a si mismo y a los actores en el teatro, escondiendo la llave. Poco saben todos ellos que el homenajeado también ronda por allí, dispuesto a cargárselos y, para más inri, la primera persona a la que asesina es la única que sabe dónde está escondida la llave de la puerta principal. La noche que les espera será de órdago.
"Aquarius" fui a verla el día de su estreno, al cine. Lo recuerdo muy bien porque los Viernes por la tarde solía reunirme con los idiotas de mis ex compañeros de EGB para acudir a las películas. En aquella ocasión, elegí yo. Naturalmente entonces ya sabía mucho sobre la peli de marras gracias a mis queridas revistas francesas, aunque la reconocía más por el título que allí recibió, "Bloody Bird". Al entrar, un sensacionalista cartel que el mismo cine se había sacado de la manga, nos advertía que lo que íbamos a ver era muy fuerte porque resultaba "totalmente verosímil". Menuda chorrada!!. De hecho, y aunque lo pasamos muy bien durante el visionado, al terminar uno de mis "amigos" criticaba el desenlace del film aludiendo, justamente, a su falta de verosimilitud. En fin, jóvenes presuntuosos. A mi todo aquello me daba igual, me la sudaba, había disfrutado como un enanito y salí bien saciado, ya que por entonces lo que buscaba con desesperación en un film de horror era la más generosa y gráfica truculencia y, en ese sentido, "Aquarius" iba la mar de bien servida. ¡Qué tiempos aquellos en los que el cine de terror incluía gore valiente y gráfico, pero en sus justas dosis, sin caer en el exceso por el exceso, ni el humor, ni la estilización en busca de la aprobación de las élites políticamente correctas!, preocupándose más por ser "una de miedo con gore" que "una gore con miedo" o, peor, "una gore con gore" o, ya de pesadilla, "una gore con risas".
El caso es que, menos experimentado en estas lides, consideraba "Aquarius" una muestra moderna de "giallo". Bien cierto es que guarda algunas características propias de esa clase de cine, pero en realidad la obra de Michele Soavi encaja mucho mejor en la etiqueta de "slasher". ¿Una mezcla de lo mejor de ambos bandos?, pues sí, me parece bien. Por parte "slasher" tenemos a un asesino mudo e imparable ataviado con un uniforme negro y una máscara de lo más chanante. Esa cabeza de búho gigante es ya legendaria. Tenemos el grupo de jóvenes servidos para ser asesinados con las más variadas armas y los crímenes más impactantes y sangrientos, que incluyen cosas tan clásicas como hachas o una surrealista pero efectivísima sierra mecánica. Y tenemos el climax en el que la "final girl" y el malo se enfrentan cara a cara, así como la aparente invulnerabilidad del segundo. En el terreno del "giallo" encaja el mini-puzzle que resolver del final, el asesinato enfocado como todo un arte (los cadáveres de las víctimas reunidos es algo muy "slasher", pero no lo de presentarlos de forma tan artística) y, en general, la concepción elegante, bonita y estilizada que Soavi tiene del terror, algo directamente heredado de su amigo y vecino Dario y que destaca especialmente con la hipnótica y pomposa banda sonora, así como con esas plumas flotantes o los números musicales de la obra que ensayan los protagonistas (el sumum de lo cual viene cuando la que conoce la ubicación de la llave es asesinada brutalmente delante de todos, convencidos de que el agresor es el actor disfrazado. Ese es uno de los momentos más "giallo", más Argento, de la fiesta, a base de soundtrack orquestal e iluminación azulada).
Hace unas líneas hablaba de los asesinatos truculentos y salvajes. Déjenme volver a ello. En la época se consideraba "Aquarius" como una película "fuerte" y seguramente en 1987 sí encajaba en la etiqueta. No estábamos tan acostumbrados a ver de modo claro y sin disimulos cómo una sierra mecánica abría el estómago a un tipo, y aquí es algo que está bien presente y, además, rodado de modo muy efectivo, muy tétrico, con una linterna como única fuente de luz, el asesino con la máscara salpicada de sangre y la víctima, gritando agónicamente, rodeados de oscuridad y asentados sobre un Argentiano suelo inundado de agua. Brillante. En posteriores entrevistas Soavi decía que no se consideraba muy amigo del gore (¡ni del terror de los ochenta!, al que acusa de poco imaginativo), pero que aceptaba que un film de terror iba ligado a la muerte y la sangre, y que en cierto modo esta última era lógicamente inevitable. También comentaba que el presupuesto con el que contaron para "Aquarius" era mínimo, y que lo efectos especiales se resolvieron del modo más rudimentario. Hay una chica -embarazada!- que es partida por la mitad y cuando se revela su medio-cuerpo, nos damos cuenta que se trata de un auténtico maniquí al que han pegado unas tripas. No digo que cante hasta el extremo de resultar risible y chapucero, para nada, pero sí es verdad que el momento pasa fugazmente ante nuestros ojos evitando resultar demasiado evidente. Lo mismo que la decapitación del director de la obra de teatro. Pero que nadie se confunda, porque esa pobreza queda totalmente compensada por la inmensa capacidad de Michele Soavi, que se muestra como un cineasta de lo más talentoso a la hora de dotar de ritmo a su película, de sacar buen partido del montaje y, en fin, de jugar con el suspense. "Aquarius" es impactante y sangrienta, sí, pero también emocionante. Digamos que podríamos partirla en cuatro cachos. Arranque, masacre (donde mueren el 90% de los personajes secundarios, sin descanso), enfrentamiento y desenlace. El enfrentamiento es el segmento más delicado porque, casi sin diálogos, y a base de sonido e imagen, el director se centra en el puro suspense, cuando el psycho-killer tiende una trampa a la "final girl" que debe agenciarse la llave de la puerta sin que su agresor se de cuenta, aunque lo tenga a medio metro. Muy logrado momento de puro cine, que eclosiona con el inevitable bis a bis de la pareja, destacando el instante de él colgando del techo y deslizándose por un grueso cable hacia ella. De infarto.
Quizás uno de los puntos más flojillos de la película sean algunos de sus actores, ya sabemos que en la mayoría de las pelis de terror italianas suelen ser muy malos, ridículos. Aquí se salvan de la pura quema por los pelos, aunque queda sitio para algunas sobreactuaciones notables. Sin embargo, la mayor de todas ellas da el pego, porque se trata del director de la función teatral, un tipo ególatra, cruel y manipulador al que el rollo histriónico le va como anillo al dedo. De hecho, es uno de los personajes que más recuerdo dejan y para mi significó descubrir al actor que le da vida, David Brandon y sus notables orejones. Había protagonizado "Caligula 3" para el mismo Joe D´Amato (un evidente exploitation de la de Tinto Brass, donde ya coincidió con Soavi), y luego también saldría en el "Crímenes en portada" de Lamberto Bava. Pero su rol más extraño y atípico es el primero, haciendo de ángel "Ariel" para Derek Jarman en su epopeya arty-punk "Jubilee" (connotaciones de una carrera paralela en el teatro y otras artes más elevadas y respetadas).
Barbara Cupisti es la guapa "final girl" de rigor que has visto también en películas de algunos clásicos como Fulci ("El destripador de Nueva York", ¡su debut!), Argento ("Ópera"), o el fucking Lenzi ("La porte dell´inferno"), así como en "El engendro del diablo" y "Mi novia es un zombie" del mismo Soavi (a lo tonto él y la moza llevaban años coincidiendo en la pantalla, así que será verdad eso de que son o fueron pareja, apunte este que no he podido corroborar).
Sin embargo, el rostro más mítico de todo el film es el de un -habitualmente- sobreactuado Giovanni Lombardo Radice (alias John Morgen) haciendo de supergay. La fama a nivel fandom le llegó cuando Fulci decidió taladrarle la cabeza en "Miedo en la ciudad de los muertos vivientes" y Lenzi castrarlo para "Caníbal Feroz". Lo vi in person en su visita a un festival patrio, pero -paradójicamente- era más soso que una cocacola con solo cinco cucharadas de azúcar.
Terminamos este repasito con la fea Mary Sellers (sin vínculos con el inspector Clouseau) y que también mostraba su poca atractiva faz en el temible remake de "La máscara del demonio", cortesía de Bava hijo de... Mario, "Contamination .7" (de D´Amato) y "Ghost House", de -oootra vez- Umberto Lenzi currando para "Filmirage". Curiosamente esta costrosa peliculita que consumí en un cine porno justo cuando probaba suerte proyectando otra clase de productos menos grumosos (¡¡vamos, ni el puto "deuce" y sus cutre-cines!!), reciclaba el soundtrack completo de "Aquarius" que -como ya he señalado- está muy bien y tiene un peso importante en la película. Uno de sus tres responsables, probablemente el más reconocible, es Simon Boswell, inevitablemente ligado al universo de Dario Argento y que también ha puesto su talento al servicio de una ralea de films sin desperdicio: "Phenomena", "Demons 2", "Crímenes en portada", "Karate Kimura" (!), "Santa Sangre" (estupenda su partitura para este clásico de Alejandro Jodorowsky producido por el hermano de Dario), "Hardware, programado para matar" y "Dust Devil" (Richard Stanley siempre se ha declarado admirador del dire de "Suspiria"), "El señor de las ilusiones" (de Clive Barker) y, muy recientemente, "The Theatre Bizarre" (obviamente en el capítulo firmado por Stanley) y la horrenda e incomprensiblemente reputada "The ABCs of death".
¿Y qué le pasó a Michele Soavi después?, pues que Terry Gilliam vio "Aquarius" y le gustó tanto, que decidió ficharlo como director de segunda unidad en "Las aventuras del barón Munchausen". Contaba también Gilliam que el amigo dio bastantes problemas durante el rodaje a la hora de agenciarse más dinero del acordado por obra y gracia de cierto "grupo de presión" de poca recomendable casta. Con todo, Soavi declaraba en "L´Ecran Fantastique" que había decidido subirse al carro para vivir la experiencia y aprender. Movidas raras pero, al parecer, no tan graves porque años después Gilliam y el italiano volverían a encontrarse, repitiendo roles, en la espantoide "El secreto de los hermanos Grimm"... así que, nunca se sabe.
Luego llegaron "El engendro del diablo" y "La secta" (esta vez, sí, producidas por su querido Dario Argento, que metió bastante la mano en ambas) y la peli que le consagró, la bonita, curiosa, chorra y rara "Dellamorte Dellamore", subnormalmente titulada en España "Mi novia es un zombie" de la que Martin Scorsese posee una copia en su colección privada. Cuando parecía que Soavi iba a alcanzar la cima (le llegaban ya propuestas desde Hollywood, como dirigir la vomitosa "Abierto hasta el amanecer"), movidas de corte personal/familiar le retiraron del cine durante cinco largos años, truncando su prometedora carrera. Retomó la silla del director para la televisión italiana, donde dirigió algunos telefilms policíacos que ni he visto, ni me apetece ver. Hace poco leí que el muchacho tenía intención de regresar a la big screen y con una de terrores, pero habrá que ver qué pasa, porque los tiempos han cambiado mucho y tal vez su creatividad haya caducado. O no, veremos. De momento y hasta entonces, podremos gozar ad infinitum de este "Aquarius", clásico del terror moderno mundial que, como dicen los yankees, es "highly recomended". Sin duda alguna.
lunes, 10 de junio de 2024
THE EROTIC MEMOIRS OF A MALE CHAUVINIST PIG
Curiosa película de la “golden era” del porno-chic americano de los años 70. Si por lo general podía considerársele cine en el sentido de que, al final, se trataba de contar historias en un entorno de sexo explícito (y no como en el porno de ahora), “The Erotic Memoirs of a Male Chauvinist Pig” riza el rizo. Ya no es que tengamos aquí un porno en el que las escenas sexuales estén al servicio de una historia, es que además estas son escasas, de intenciones no muy eróticas y tendencia abiertamente cómica. Pero eso no es todo, la película desprende en todo momento un tufillo progresista que no distingo si es satírico o no —al fin y al cabo, tenemos aquí un pequeño catálogo de señoras sometidas— en lo que parece una respuesta al feminismo imperante en los 70 que arremetía contra la industria del porno. Así pues, el título, que traducido vendría a ser “Las memorias eróticas de un cerdo chauvinista” es claramente irónico, pero la película, 50% comedia, 50% paja mental, parece destinada a espectadores intelectuales.
Yo me he quedado turulato porque es un porno muy raro, pero extrañamente divertido e interesante.
Tenemos a un artista que se dedica a la escultura erótica, tiende a grabar sus pensamientos en una grabadora y ha sufrido en sus carnes ya tres divorcios. Su actual mujer, a pesar de las mamadas que le casca, ya no le atrae sexualmente, así que busca otro tipo de emociones siendo felado por una colegiala o amordazando y atando a un amigo suyo para follarse a su esposa delante de él. En definitiva, este cerdo chauvinista de espesa barba y bigote inglés, se tira la película entera follando y confesando su infelicidad al respecto a la grabadora, mientras que por un motivo u otro el espectador es testigo de violaciones simuladas, lluvia dorada (para la que se utilizó cerveza) y, sobre todo, eternas y soberbias mamadas (y pocas penetraciones). Todo ello en una película porno muy moderna y que fue la única obra de su extraño y enigmático director, R.C. Hörsch —hasta que volviera al porno en 2017—, que junto con el director de fotografía John Butterworth firma una de las películas porno con más intencionalidad de film estándar de la época, pareciendo por momentos una comedia de Albert Brooks en la que no se para de follar.
Hörsch es, por otro lado, un tipo sórdido y extraño a más no poder; era cámara de programas televisivos infantiles (trabajó en “Barrio Sésamo”) pero estaba loco por dejar ese trabajo y meterse en el porno, iniciándose en esa industria como doble de lefa de Harry Reems, sustituyéndole en un rodaje en el que la cámara de 35 mm se atascó justo en el momento en el que Reems eyaculaba en un acto sexual, no pudiéndose filmar la corrida. Como Reems fue incapaz de retomar la tarea, Hörsch se ofreció a sustituirle rodando el inserto, tras demostrarle al director de aquella película lo fácil que era para él tener una erección y demostrando su poderío colgándose una toalla del rabo. Lo siguiente a tal virguería sería intervenir en loops de 8 mm y espectáculos en vivo en locales del Deuce.
En un momento dado decidió hacer su propia película. En realidad Hörsch escribió una comedia negra sobre un tipo divorciado tres veces, que aunque era algo subida de tono no estaba concebida para ser porno. Pronto se daría cuenta de que la única forma de llevarla a cabo era dentro del cine para adultos —y de ahí que el sexo sea escaso—. Conseguirá un poco de dinero, más el que aportaría John Butterworth, y de ese modo producirían la película que nos ocupa.
Rodaron en su Filadelfia natal con actrices que a día de hoy son leyendas del género como Tina Russel o la mítica Georgina Spelvin, así como Helen Madigan haciendo de colegiala, y especulándose en los mentideros que entonces aún era menor de edad. También se usaron actores no profesionales en la producción: el protagonista, Paul Taylor, ni siquiera era actor porno, se trataba de un actor de teatro que utilizó seudónimo para acreditarse, aunque demostró no tener ninguna clase de problema a la hora de conseguir erecciones y practicar sexo delante de la cámara (aunque para las corridas era sustituido por el propio director). Su esposa también aparece en la cinta, del mismo modo que la hermana de R.C. Hörsch fue convencida para interpretar un papelito.
Finalizado el rodaje en 12 días, y sin dinero para llevar a cabo la posproducción, pronto la película sería comprada para su exhibición y, en consecuencia, sufragados todos sus problemas económicos. Se hinchó el negativo de 16 mm a 35, se estrenó en Nueva York y Filadelfia y se convirtió en un pequeño éxito.
Tras la experiencia, R.C. Hörsch se alejó del porno para dedicarse a ser fotógrafo, piloto de exhibición, activista político y escritor… pero también hizo carrera desempeñándose como traficante de drogas y falsificador de billetes y obras de arte (falsificó a Picasso), motivos por los que fue ingresado en prisión para más tarde fugarse y ser buscado por prófugo. Si buscamos fotos en internet da bastante miedo, con su pelo largo y grasiento, su descuidada barba y su parche en el ojo.
En 2017, tras varias estancias en la cárcel, volvería al porno con la película “¡Whore!” (“¡Puta!”) y en 2021 incidiría en el tema con “Transgressions”. Lo cierto es que su obra, de un modo u otro (ya sean libros, poemas o demás zarandajas), se asocian siempre a cierto maldistísmo, a cierta oscuridad intelectual y sexual que me parece de lo más cutre y chapucera, a la alemana (tipo Marian Dora, quizás no tan extremo), y por eso me llama tanto la atención que “The Erotic Memoirs of a Male Chauvinist Pig” sea un genuino, curioso, pizpireto y simpático porno de la era dorada, con más argumento que sus coetáneos, más gracia y posiblemente mejor rodado que cualquier tontería de, por ejemplo, Gerard Damiano. Esta película es entretenida y sus protagonistas no parecen todos deficientes, como sí ocurría en las del antes mencionado.
Yo me he quedado turulato porque es un porno muy raro, pero extrañamente divertido e interesante.
Tenemos a un artista que se dedica a la escultura erótica, tiende a grabar sus pensamientos en una grabadora y ha sufrido en sus carnes ya tres divorcios. Su actual mujer, a pesar de las mamadas que le casca, ya no le atrae sexualmente, así que busca otro tipo de emociones siendo felado por una colegiala o amordazando y atando a un amigo suyo para follarse a su esposa delante de él. En definitiva, este cerdo chauvinista de espesa barba y bigote inglés, se tira la película entera follando y confesando su infelicidad al respecto a la grabadora, mientras que por un motivo u otro el espectador es testigo de violaciones simuladas, lluvia dorada (para la que se utilizó cerveza) y, sobre todo, eternas y soberbias mamadas (y pocas penetraciones). Todo ello en una película porno muy moderna y que fue la única obra de su extraño y enigmático director, R.C. Hörsch —hasta que volviera al porno en 2017—, que junto con el director de fotografía John Butterworth firma una de las películas porno con más intencionalidad de film estándar de la época, pareciendo por momentos una comedia de Albert Brooks en la que no se para de follar.
Hörsch es, por otro lado, un tipo sórdido y extraño a más no poder; era cámara de programas televisivos infantiles (trabajó en “Barrio Sésamo”) pero estaba loco por dejar ese trabajo y meterse en el porno, iniciándose en esa industria como doble de lefa de Harry Reems, sustituyéndole en un rodaje en el que la cámara de 35 mm se atascó justo en el momento en el que Reems eyaculaba en un acto sexual, no pudiéndose filmar la corrida. Como Reems fue incapaz de retomar la tarea, Hörsch se ofreció a sustituirle rodando el inserto, tras demostrarle al director de aquella película lo fácil que era para él tener una erección y demostrando su poderío colgándose una toalla del rabo. Lo siguiente a tal virguería sería intervenir en loops de 8 mm y espectáculos en vivo en locales del Deuce.
En un momento dado decidió hacer su propia película. En realidad Hörsch escribió una comedia negra sobre un tipo divorciado tres veces, que aunque era algo subida de tono no estaba concebida para ser porno. Pronto se daría cuenta de que la única forma de llevarla a cabo era dentro del cine para adultos —y de ahí que el sexo sea escaso—. Conseguirá un poco de dinero, más el que aportaría John Butterworth, y de ese modo producirían la película que nos ocupa.
Rodaron en su Filadelfia natal con actrices que a día de hoy son leyendas del género como Tina Russel o la mítica Georgina Spelvin, así como Helen Madigan haciendo de colegiala, y especulándose en los mentideros que entonces aún era menor de edad. También se usaron actores no profesionales en la producción: el protagonista, Paul Taylor, ni siquiera era actor porno, se trataba de un actor de teatro que utilizó seudónimo para acreditarse, aunque demostró no tener ninguna clase de problema a la hora de conseguir erecciones y practicar sexo delante de la cámara (aunque para las corridas era sustituido por el propio director). Su esposa también aparece en la cinta, del mismo modo que la hermana de R.C. Hörsch fue convencida para interpretar un papelito.
Finalizado el rodaje en 12 días, y sin dinero para llevar a cabo la posproducción, pronto la película sería comprada para su exhibición y, en consecuencia, sufragados todos sus problemas económicos. Se hinchó el negativo de 16 mm a 35, se estrenó en Nueva York y Filadelfia y se convirtió en un pequeño éxito.
Tras la experiencia, R.C. Hörsch se alejó del porno para dedicarse a ser fotógrafo, piloto de exhibición, activista político y escritor… pero también hizo carrera desempeñándose como traficante de drogas y falsificador de billetes y obras de arte (falsificó a Picasso), motivos por los que fue ingresado en prisión para más tarde fugarse y ser buscado por prófugo. Si buscamos fotos en internet da bastante miedo, con su pelo largo y grasiento, su descuidada barba y su parche en el ojo.
En 2017, tras varias estancias en la cárcel, volvería al porno con la película “¡Whore!” (“¡Puta!”) y en 2021 incidiría en el tema con “Transgressions”. Lo cierto es que su obra, de un modo u otro (ya sean libros, poemas o demás zarandajas), se asocian siempre a cierto maldistísmo, a cierta oscuridad intelectual y sexual que me parece de lo más cutre y chapucera, a la alemana (tipo Marian Dora, quizás no tan extremo), y por eso me llama tanto la atención que “The Erotic Memoirs of a Male Chauvinist Pig” sea un genuino, curioso, pizpireto y simpático porno de la era dorada, con más argumento que sus coetáneos, más gracia y posiblemente mejor rodado que cualquier tontería de, por ejemplo, Gerard Damiano. Esta película es entretenida y sus protagonistas no parecen todos deficientes, como sí ocurría en las del antes mencionado.
viernes, 5 de abril de 2024
EL VIDEO CLUB DE KIM
Yong-Man Kim, director de la película independiente “One-Third” —título ilocalizable y que no es precisamente por lo que es conocido el individuo en cuestión—, es un inmigrante coreano que en los años 70 se traslada a Nueva York donde pone un negocio de lavandería. Con el boom del vídeo a primeros de los 80, aprovecha la coyuntura para incorporar a su establecimiento una pequeña estantería con películas de VHS de alquiler. Lo de las cintas va prosperando hasta que, vista la gran demanda, se ve obligado a desmantelar la lavandería para montar un videoclub: el mítico Kim’s Video de Nueva York. El negocio va tan bien que se expande, y llega a abrir siete sucursales en toda la ciudad, aunque su primera tienda, la más emblemática, es la que se convirtió en un lugar de peregrinaje para todos los cinéfilos neoyorkinos (dicen que los hermanos Coen debían 600 dólares en concepto de retrasos) que poseía más de 55.000 títulos entre los que se encontraba una nutrida sección de cine underground, donde los usuarios podían encontrar títulos de entes tan importantes del movimiento como podían ser Nick Zedd o nuestro querido George Kuchar, además de un amplio catálogo de cine raro, todos los subgéneros y sin descuidar en absoluto los últimos estrenos comerciales. Un autentico paraíso. También el dueño del establecimiento se vanagloriaba de tener las películas más extrañas de cualquier país del mundo. Y así era, con la particularidad de que el archivo que ponía a disposición de los usuarios no era muy legal que digamos. Yong-Man Kim se dedicaba a piratear cintas que encargaba a las embajadas o enviaba a sus empleados a festivales internacionales con el fin de que se trajeran nandanga. Copiaba las cintas y las ponía en alquiler en su videoclub. Por ese motivo el FBI les estaba retirando siempre material que el individuo, al día siguiente, reponía sin ningún problema. Y es que, aunque esa es una actividad tirando a gangsteril, el lema de Kim consistía en que “la propiedad intelectual era importante, pero más aún el conocimiento cinematográfico”.
Como fuere, el establecimiento sobrevivió a las acusaciones de piratería y a las distintas crisis, hasta que entrada la era digital dejó de ser rentable y fue cerrando todas sus sedes hasta no quedar ni una. Viéndose en la tesitura de tener que donar los 55.000 títulos en VHS y DVD que tenía en propiedad.
Por otro lado, un viejo socio del videoclub de Kim ahora cineasta, David Redmon, comienza con la filmación de un documental (este que nos ocupa) sobre qué le pasó al Kim’s Video. El chaval tenía este lugar en alto estima, lo consideraba el responsable de su recalcitrante cinefilia y quería investigar qué había pasado con todas esas cintas. Lo que sucedió es que Kim, ante más de 40 entidades gubernamentales que habían solicitado adquirir las películas, había decidido donarlo al pueblo de Selami en Sicilia, Italia, solicitantes de la donación y dispuestos a seguir a rajatabla los únicos requisitos que se pedían para hacerse cargo de la colección: tener un espacio donde mantener e incrementar ese legado, poner las películas a disposición de los usuarios y, en definitiva, cuidar de tan maravilloso regalo. Las autoridades de Selami se encargaron de archivar todo aquello en un recinto destinado a tal efecto. Además, cualquier socio de Nueva York podía tener una habitación en la localidad para poder visitar el archivo cuando deseara. Redmon, obsesionado con ese videoclub y teniendo esas directrices presentes, viaja a Sicilia con la idea de continuar con su documental, y cuando llega allí, todo son pegas por parte de las autoridades de Selami a la hora de acercarse al archivo. Este se encuentra cerrado y el trato con las gentes del pueblo es bastante hostil. Muy cabezón el tipo, decide acercarse al local donde están todas esas películas por su cuenta, y logra colarse dentro ya que la puerta está abierta (porque está rota), y allí es testigo de que el pueblo de Selami no solo no ha cumplido con sus promesas de preservación y archivo (de hecho tienen la nave cerrada al público) si no que, además, todas esas películas están abandonadas y con gran parte de ellas echadas a perder por el mal clima, la humedad y el precario almacenamiento. Descubre además que la decisión de poner a buen recaudo la colección de Kim, no es más que una estratagema por parte del gobierno siciliano, corrupto y vinculado con la Mafia, para blanquear dinero y hacer publicidad del pueblo y de sus dirigentes de cara al exterior. En realidad las películas le daban igual al pueblo de Selani y las tenían ahí dejadas de la mano de dios, pudriéndose. Todo esto le parece fatal tanto a David Redmon como a Yong- Man Kim, que viaja asimismo a Selami a mostrar su disconformidad. Y en consecuencia se urde un plan para traer el videoclub de vuelta a Nueva York.
Esta fascinante historia, contada a través de las grabaciones de Redmon y la codirectora Ashley Sabin así como cintas caseras pertenecientes a Yong Man Kim, viene ilustrada con una serie de escenas de distintas películas que, sin orden ni concierto, son paralelas a la rocambolesca experiencia que les ha tocado vivir, cuando tan solo querían hacer un documental sobre el paradero de su videoclub favorito.
Un documental con visos de thriller, y como tal, te tiene pendiente de que ocurrirá en todo momento. Luego nos damos cuenta de que no es más que una trama de blanqueo tan habitual como cualquier corruptela española al estilo de los papeles de Panamá (en la que estaba inmiscuido el mismísimo Almodóvar). Que el gobierno robe está a la orden del día en países como España, Italia etcétera, pero estos individuos americanos se toman muy a pecho lo que se está haciendo con una colección de vídeos —tampoco muy valiosa, porque, al margen de las cintas underground y/o difíciles de encontrar, el resto son ediciones sencillas en DVD y VHS de títulos híper trillados— que supone, además de un viejo negocio para su dueño, lo que queda de una zona de Nueva York transformada por la gentrificación como es el centro de Manhattan, Deuce, Upper East Side y demás zonas donde convivía cultura y delincuencia sin mayores aspavientos, y estaban sitos algunos de los videoclubs del Señor Kim.
Muy bueno el documental, y emocionante; te mantiene pegado a la butaca la hora y media larga que se gasta. Definitivamente, una agradable sorpresa, aunque también es cierto que resultan algo irritantes ciertas ínfulas que se gasta el amigo Redmon en la narración en off.
Más cercano al culturetísmo gafapastil (el de verdad, no el de los hipsters) que al posmodernismo propio de la reivindicación de lo retro, el documental fue carne de festival, sembrando pasiones en Tribeca, Sundance, Fantastic Fest y, por supuesto, Sitges.
Como fuere, el establecimiento sobrevivió a las acusaciones de piratería y a las distintas crisis, hasta que entrada la era digital dejó de ser rentable y fue cerrando todas sus sedes hasta no quedar ni una. Viéndose en la tesitura de tener que donar los 55.000 títulos en VHS y DVD que tenía en propiedad.
Por otro lado, un viejo socio del videoclub de Kim ahora cineasta, David Redmon, comienza con la filmación de un documental (este que nos ocupa) sobre qué le pasó al Kim’s Video. El chaval tenía este lugar en alto estima, lo consideraba el responsable de su recalcitrante cinefilia y quería investigar qué había pasado con todas esas cintas. Lo que sucedió es que Kim, ante más de 40 entidades gubernamentales que habían solicitado adquirir las películas, había decidido donarlo al pueblo de Selami en Sicilia, Italia, solicitantes de la donación y dispuestos a seguir a rajatabla los únicos requisitos que se pedían para hacerse cargo de la colección: tener un espacio donde mantener e incrementar ese legado, poner las películas a disposición de los usuarios y, en definitiva, cuidar de tan maravilloso regalo. Las autoridades de Selami se encargaron de archivar todo aquello en un recinto destinado a tal efecto. Además, cualquier socio de Nueva York podía tener una habitación en la localidad para poder visitar el archivo cuando deseara. Redmon, obsesionado con ese videoclub y teniendo esas directrices presentes, viaja a Sicilia con la idea de continuar con su documental, y cuando llega allí, todo son pegas por parte de las autoridades de Selami a la hora de acercarse al archivo. Este se encuentra cerrado y el trato con las gentes del pueblo es bastante hostil. Muy cabezón el tipo, decide acercarse al local donde están todas esas películas por su cuenta, y logra colarse dentro ya que la puerta está abierta (porque está rota), y allí es testigo de que el pueblo de Selami no solo no ha cumplido con sus promesas de preservación y archivo (de hecho tienen la nave cerrada al público) si no que, además, todas esas películas están abandonadas y con gran parte de ellas echadas a perder por el mal clima, la humedad y el precario almacenamiento. Descubre además que la decisión de poner a buen recaudo la colección de Kim, no es más que una estratagema por parte del gobierno siciliano, corrupto y vinculado con la Mafia, para blanquear dinero y hacer publicidad del pueblo y de sus dirigentes de cara al exterior. En realidad las películas le daban igual al pueblo de Selani y las tenían ahí dejadas de la mano de dios, pudriéndose. Todo esto le parece fatal tanto a David Redmon como a Yong- Man Kim, que viaja asimismo a Selami a mostrar su disconformidad. Y en consecuencia se urde un plan para traer el videoclub de vuelta a Nueva York.
Esta fascinante historia, contada a través de las grabaciones de Redmon y la codirectora Ashley Sabin así como cintas caseras pertenecientes a Yong Man Kim, viene ilustrada con una serie de escenas de distintas películas que, sin orden ni concierto, son paralelas a la rocambolesca experiencia que les ha tocado vivir, cuando tan solo querían hacer un documental sobre el paradero de su videoclub favorito.
Un documental con visos de thriller, y como tal, te tiene pendiente de que ocurrirá en todo momento. Luego nos damos cuenta de que no es más que una trama de blanqueo tan habitual como cualquier corruptela española al estilo de los papeles de Panamá (en la que estaba inmiscuido el mismísimo Almodóvar). Que el gobierno robe está a la orden del día en países como España, Italia etcétera, pero estos individuos americanos se toman muy a pecho lo que se está haciendo con una colección de vídeos —tampoco muy valiosa, porque, al margen de las cintas underground y/o difíciles de encontrar, el resto son ediciones sencillas en DVD y VHS de títulos híper trillados— que supone, además de un viejo negocio para su dueño, lo que queda de una zona de Nueva York transformada por la gentrificación como es el centro de Manhattan, Deuce, Upper East Side y demás zonas donde convivía cultura y delincuencia sin mayores aspavientos, y estaban sitos algunos de los videoclubs del Señor Kim.
Muy bueno el documental, y emocionante; te mantiene pegado a la butaca la hora y media larga que se gasta. Definitivamente, una agradable sorpresa, aunque también es cierto que resultan algo irritantes ciertas ínfulas que se gasta el amigo Redmon en la narración en off.
Más cercano al culturetísmo gafapastil (el de verdad, no el de los hipsters) que al posmodernismo propio de la reivindicación de lo retro, el documental fue carne de festival, sembrando pasiones en Tribeca, Sundance, Fantastic Fest y, por supuesto, Sitges.
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