viernes, 26 de septiembre de 2008

ZONA CIBERNÉTICA

Y volvemos con mi viejo amigo Fred Olen Ray, al que le perdono todos sus pecados, aunque solo se deba a nostalgia de cuando le tenía absurdamente en un pedestal. Hace un tiempo localicé la edición en VHS de "Zona Cibernética" en una tienducha repleta de gangas. Estuve muy tentado a pillármela, pero al final no piqué. Ahora que la he visto, puedo decir que actué correctamente.
La peli -una producción Roger Corman rodada por Ray en diez días- nos cuenta la historia de un cazador de androides contratado por una gran corporación para recuperar a cuatro putas robóticas que valen mucha tela, y que un contrabandista con pinta de cantante de heavy metal ha robado y se ha llevado a la ciudad submarina donde viven los más adinerados. Efectivamente, estamos en el futuro, y mientras bajo las aguas la vida es plácida, en la superficie huele a mierda en cada esquina.
Marc Singer, el legendario prota de la serie "V" y de "El señor de las bestias", pone pétreo rostro a un héroe muy duro (cuando es herido exclama: "No tengo tiempo de sangrar") pero de buen corazón. Le acompañan los habituales del cineasta, Ross Hagen, Brinke Stevens y Robert Quarry. El propio Ray se permite un fugaz cameo, luciendo puro.
¿Qué decir?, hombre, al metraje le pesa el culo, eso fijo, y se arrastra bastante costosamente. A pesar de ello, me la comí enterita y sin darle al avance rápido. Vamos, que con un poco de paciencia se aguanta bien. Como toda peli del cineasta en cuestión, las cosas se desarrollan monótonamente (con menos acción que en una del Tarkovsky), hay diálogo como para parar un tren, alguna escena involuntariamente descojonable (concretamente las del "Androide Asesino"), naves espaciales recicladas de las Cormanadas habituales, maquetones del copón, tetas por doquier y escenarios continuamente visitados por los protas, vamos, que solo tenían 4 o 5 decorados y les sacaron mucho partido. ¡Ah!, como es de ley en toda Z-movie que se precie, la ciudad sumergida no la vemos nunca, solo nos movemos por sus entrañas, es decir, una puta fábrica.