miércoles, 9 de enero de 2013

SENTENCIA DE MUERTE

Hace unos días hablaba de "Deseo de muerte", la novela que inspiró "El justiciero de la ciudad" y, de paso, la saga "Death Wish" al completo. Hoy toca hablar de la segunda entrega, formato libro, escrita también por Brian Garfield y que nada tiene que ver con el "Death Wish 2" película (o "Yo soy la justicia"). Tal y como comenté entonces, el mega-éxito del film de Bronson/Winner escandalizó a muchas mentes bien pensantes, entre ellas la del mismo autor de la novela, convencido de que el film tergiversaba la idea original de su obra. "El justiciero de la ciudad" glorifica la imagen del vigilante urbano, convirtiéndolo en un héroe, alguien que disfruta matando. Muy al contrario, "Deseo de muerte" nos explica cómo seguir la senda del justiciero no aporta nada bueno, agravando el problema. En esencia nos dice que no podemos combatir la violencia con más violencia. Bien, dado que los responsables de la peli se pasaron ese concepto por el forro de las pelotas (para nuestro mayor gozo), Garfield decidió optar por el lado contrario con "Sentencia de muerte", para lo cual en cierto modo adaptó las señas de identidad del film, su dependencia de ciertas fórmulas, olvidando así el tono introspectivo y más "intelectual" de la primera novela. Quizás el fin era parodiar la peli, o simplemente sermonear a los fans de "El justiciero de la ciudad" usando su propio lenguaje, para lo cual nos presenta a un Paul Benjamin que se traslada de ciudad (si no recuerdo mal, se larga a Chicago) y todas las noches sale de caza, matando a cuanto delincuente pilla por el camino. "Sentencia de muerte", sin ser la diversión personificada, tiene más acción que "Deseo de muerte", hay más tiroteos y menos rollo psicológico. Aún así, y por aquello de desmitificar la imagen de Paul Kersey, Benjamin termina disparando sobre gente que tampoco merece un castigo tan severo (es decir, equivocándose) y pariendo a un imitador.
La idea de un Paul Kersey/Benjamin obligado a cazar a su propio imitador que, en un alarde de inutilidad, dispara sobre personas inocentes, es cojonuda, y podría haber dado mucho de sí. Pero Garfield no sabe explotarla debidamente y deja escapar la oportunidad, limitando ello a las últimas páginas. De hecho, al escritor no parece que se le dé muy bien eso de adaptarse a una fórmula, y la verdad es que el libro apesta un poco a baratillo, como esos que venden en el quiosco y guardas en el bolsillo trasero. El final es previsible, tontorrón y facilón: Paul Benjamin decide abandonar su cruzada afectado por los remordimientos... sin embargo, ya es tarde, otro imitador más sale a las calles para seguir con la tradición.
Siempre creí que cuando hicieron "Death Wish 2" ignoraron la novela de Garfield por la imagen poco heróica que este otorgaba al vigilante, pero no, ahora creo que así lo hicieron sencillamente por mala. Años después, vino James Wan y decidió llevarla a la pantalla con Kevin Bacon de prota. Y aunque la peli está bastante bien, nada tiene que ver con el libro... de hecho, parece una excusa para, en realidad, adaptar "Deseo de muerte" sin tener que pagar derechos al productor que los tuviera.
A pesar de todo, cuando la "Cannon" decidió producir "Death Wish 4" o "Yo soy la justicia 2", se puso en contacto con Brian Garfield y le propuso que presentara un esbozo de posible guión y este, deseoso no de muerte sino de meterse un bocata en el estómago (algo muy respetable y lógico), aceptó... sin embargo, esta vez fue Charles Bronson el que rechazó su idea. Garfield asegura que era mucho mejor que "la basura habitual" pero, tras leer "Sentencia de muerte", permítanme que lo dude.
Y es que algo de retorcido habrá cuando, al comenzar a leer el libro, descubres que este está dedicado -sin cinismo que valga- al infame Roger Ebert, aquel crítico que en los 80 encabezó una encarnizada batalla contra el cine violento, con especial interés en borrar del mapa "slashers" y pelis de justicieros, siendo justamente la saga "Death Wish" el principal blanco de sus ataques (afortunadamente, no lo consiguió, y es que un crítico cuyos razonamientos no se deben a cuestiones cinematográficas, sino a aspectos morales y políticamente correctos, carece de todo valor y sentido).