Película británica a mayor gloria de un John Cleese en su mejor momento, que debido a lo muy inglesa que es la puñetera, se podría decir que solo hizo gracia a los ingleses. En los Estados Unidos, pese a la veneración que se le tenía en los ochenta a Cleese, pasó por la taquilla de manera más o menos discreta, mientras que en España ni tan siquiera se estrenó hasta que, años después, la rescatara algún canal de televisión que la emitiría por primera vez en una versión espantosamente doblada.
Un recto profesor de instituto tiene atosigados a sus alumnos y al resto del profesorado debido a su obsesión con la puntualidad. Asimismo, esta obsesión es la que le ha valido un puesto como presidente de la asociación de profesores de instituto británicos, por lo que tendrá que presentarse a dar un discurso en Norwich de vital importancia para su carrera.
Tan obsesionado está con el control y el orden que, en un despiste, se equivoca de tren a la hora de viajar a Norwich, lo que verá afectado su calendario de tal forma que tendrá que tomar una vía alternativa para llegar a tiempo a su destino. Todo se pondrá en su contra, en un viaje que finalmente realizará por carretera ¿Llegará a tiempo para dar su discurso y ser nombrado presidente? Deberán ver la película para saberlo.
Es muy curioso que una película tan de fórmula como esta (un tipo que debe llegar puntual a un lugar y todo son dificultades para conseguirlo), tan poco graciosa, previsible y sosainas, fuera un proyecto que John Cleese abrazó con pasión. Cuando le llegó el insípido guion obra del prestigioso novelista y dramaturgo Michael Frayn, Cleese se entusiasmó con el mismo considerándolo el mejor guion que le había llegado para hacer un protagonista en su vida, así que se volcó en la película que, salvo por los últimos minutos —y que le costarían algún que otro disgustillo con el director Christopher Moraham— le parecía una maravilla. No obstante, Cleese es un hombre inteligente y, una vez rodada, tan solo le bastaron un par de visionados con público en Estados Unidos, donde se exhibiría únicamente en salas de arte y ensayo, para darse cuenta de que “Siempre puntual” era una comedia terriblemente localista y británica que no iba a funcionar en ningún otro país que no fuera Inglaterra. Y así fue.
Por otro lado, y al margen de esto, está claro que la labor actoral de John Cleese fue reconocida al recibir el premio Peter Sellers de comedia que otorgaba el diario Evening Standard para lo mejor del cine británico, un premio que, para un actor, es toda una distinción.
Yo soy un gran fan de los Monty Python y en concreto de John Cleese, por lo que me senté a ver esta película con total entrega. No me reí ni una sola vez. Y tampoco considero que John Cleese esté memorable en modo alguno. “Siempre puntual”, a grandes rasgos, es una mala película. Al margen de lo británica que nos parezca —por mi parte, una mera excusa para justificar que no me ha gustado algo que, en teoría, debería—, el éxito en su país se debe, más que a la calidad de la película, a la presencia de Cleese que en ese momento era una institución. Es como cuando aquí la gente se traslada al cine a ver una película de Santiago Segura; a buen seguro será una mierda, pero funcionará en taquilla simplemente por la popularidad de Segura. John Cleese es infinitamente mejor que Segura, faltaría más —amén de ser una cosa distinta —, pero a nivel popularidad, yo creo que podían ser equivalentes, cada uno en su época.
En cuanto a “Siempre puntual”, sirva su visionado para el completismo. Por lo demás, vacía.
Christopher Morahan, el director con el que Cleese se llevó regular durante el rodaje, es un artesano de la televisión británica que, a parte de mogollón de trabajos televisivos de variada índole, no tiene uno solo por el que ustedes o yo podamos reconocerle.