En pleno 2020 ya casi estamos acostumbrados a ese cine
provocador que saca a relucir lo más prohibido y atroz del alma humana con el
fin de escandalizar y/o perturbar al espectador poco dado a presenciar en el
cine este tipo de cosas. “Pig” de Adam Mason, “The Bunny Game” de Adam Rehmeier
o la inevitable “A Serbian Film” de Srdjan Spasojevic, son un buen ejemplo de
esta corriente actual que, solo por la controversia que es capaz de generar en
los medios masivos, yo creo que, independientemente de la calidad de estas
películas (que las hay mejores y peores), merecen ser tomadas en consideración.
Sin embargo, si este cine llega a estar en boga hasta tal
punto que la subnormal de Ana Rosa Quintana condene en una televisión nacional
una película que ni tan siquiera a visto, es consecuencia de un halo meramente
comercial —aun siendo films independientes que fuera del circuito de festivales
acaban proyectándose en salas de cine marginales— con el que, de primeras, se
conciben estas películas. Al fin y al cabo sus artífices lo que pretenden es
que se hable de ellas y así sacarles el mayor rendimiento. Además, estas
películas de la pasada década están realizadas dentro de un contexto fantástico
con cierto sentido del espectáculo, por lo que a día de hoy, en pleno 2020,
resultan prácticamente inofensivas. Están ya trilladísimas.
Pero en los 90 no existía este concepto comercial del cine
escándalo, y ahí es donde entra el fascinante
Gaspar Noe, un autor que pese a estar metido de lleno en el cine artístico y
autoral, siendo el colmo de la pretensión, no resulta tan pedante como otros
coetáneos y además afirma tener influencias del cine de género (de hecho, esta
“Solo contra todos”, contiene “gimmicks” porque dice Noe que quería hacer como
William Castle). Noe es un genio que sigue consiguiendo a día de hoy que, con
su cine, acabes con la cabeza como un puto bombo.
“Solo contra todos”, al contrario que las nuevas películas
escándalo/espectáculo de las que les he hablado antes, no es que
se concibiera con esa mentalidad mercantil. Su necesidad de incomodar viene más
bien precedida de un impulso creativo, quiero decir que mientras que el
objetivo de las más recientes es que se hable de ellas, “Solo contra todos”,
adscrita por completo al cine de autor, conmociona al espectador de manera
ligeramente más honesta. Aunque sea solo porque es más genuina. Noe es genuino
en ese aspecto como también lo era Michael Haneke, los dos autores europeos más
identificados con esta tendencia. Pero con los autores de películas escandalosas
pasa lo siguiente; que de pura repetición, a la tercera o cuarta película que
realizan, el espectador ya anda esperando el impacto, por lo que al final sus
cintas no resultan tan cautivadoras como las que habían hecho antes y consiguen
que permanezcamos indiferentes. Tanto Noe como Haneke se dieron cuenta de esto,
entonces, Noe, que hace menos películas y
tarda más en hacerlas, se las ha ingeniado para cada nueva película
meternos un hostiazo bueno al cerebro. Si no es por la vía del escándalo y lo
prohibido, lo hará por lo visual e incluso lo sonoro —de hecho, “Climax”, su
ultima película, es una obra maestra y, sin necesidad de follarse bebés o comer
mierda, tan perturbadora o más que cualquiera de las citadas más arriba—.
Haneke no. Haneke ha entrado en una dinámica que al final ha terminado por
aburrir. El elemento impactante funcionaba con “La pianista” después de
tantearnos con “Funny Games”, pero en “Caché” ya todo el mundo estaba esperando
a que viniera la escena perturbadora y, cuando esta llega, no nos pilla
desprevenidos. Así que se vio obligado a cambiar de tercio. Noe sigue dando
vueltas y vueltas con el tema. Y ya lo lleva tan arraigado que no necesita
mostrar nada. Y le sale. Juega contigo desde la mesa de montaje.
Como fuere, en 1998 no andaba la platea muy acostumbrada a
llevarse hostias y, casi desde el amateurismo (Noe realiza su película desde su
propia productora metiéndole pequeñas inyecciones de dinero según lo va
consiguiendo y no sin muchas dificultades), con 16 mm que luego inflaría a scope,
como secuela de un corto titulado
“Carne” que ya se encargó de otorgarle cierto prestigio, Noé se cascó una de
las películas más perturbadoras del siglo pasado. Los platos fuertes son
ciertos coqueteos con el incesto y el
aborto practicado a una mujer a base de puñetazos. Le dijeron de todo a Noe
menos bonito. Y también recibió críticas estupendas.
20 años después, yo me planteo que, igual tal y como está el
patio, volver a ver la película y curado de espanto como estoy con las
secuencias impactantes, quizás “Solo
contra todos” no era tan buena y solo funcionaba una primera vez por llegar a
ella virgen y sin las retinas desgastadas de tanto contenido amoral. Y este
segundo visionado ratifica lo que yo tenía en mente desde hace años. “Solo
contra todos” sigue siendo una película cojonuda, innovadora y delirante. Y es
que, verla prevenido, ha sido incluso mejor porque me he dado cuenta que esos
elementos perturbadores son, además de su virtud, de cara a la galería y debido a la expectación que estos causan, su gran lastre.
Si cortamos la escena del aborto o las insinuaciones de
incesto, la película sigue funcionando a las mil perfecciones, esas cosas no
interfieren. Hay que tener en cuenta que Noe usa recursos muy extraños, como no
mover la cámara en ningún momento para, de vez en cuando y sin previo aviso,
hacer un movimiento de cámara muy veloz con la imagen acelerada que hará
acompañar de un sonido estridente. Solo eso, ya te pone de los nervios. Así que
una vez pasado el examen (y con nota), los abortos y los incestos solo son un
aliciente. Y cuanto más macabros, mejor. Vamos, que una película buena lo es
siempre que la ves, y, a “Solo contra todos” le pasa eso. Todo en ella es
bueno. Desde el look que se gasta, hasta los títulos de crédito.
La cosa es sencilla. Un carnicero en paro con un pasado un
tanto escabroso, comienza una nueva vida
con su novia embarazada que le promete ponerle una carnicería cuando se muden
al sur de Francia. Una vez allí, lo de la carnicería es un camelo y nuestro protagonista
se verá obligado a trabajar de vigilante nocturno. Cuando su novia le acusa
injustificadamente de acostarse con una enfermera, este le hace abortar a
hostias, coge la pistola que su suegra tiene escondida, y se marchará de allí
sin un duro y sin tener muy claro que va a hacer. A partir de ahí la película
es una sucesión de secuencias en las que el protagonista busca trabajo,
mientras escuchamos una voz en off que vendría a ser los pensamientos de
nuestro amigo. Y no hay un pensamiento bueno. Todo amoral, todo deleznable… y
lo peor es que, puede, que el espectador incluso se sienta identificado con
muchos de esos pensamientos.
El curso natural de los acontecimientos hará que el
espectador flipe con el desenlace, al que precede un anuncio para los más
sensibles que les advierte de que tienen 30 segundos para abandonar la sala.
El monólogo interno del carnicero, es un no parar. Cada idea
que escupe es más retorcida y cada resolución más salvaje y, en todo momento,
una apología del egoísmo. Y a medida que el monólogo avanza se va volviendo más
enloquecido y acelerado, hasta que llega
un punto en que el mero hecho de escuchar su voz, le pone a uno de los nervios,
sobre todo, en la recta final de la película.
Toda esa voz en off se escribió después de estar la parte
visual de la película montada y se añadió después. Dice Noe que para escribir
esos pensamientos, se emborrachaba como una cuba con el fin de estar más cerca
del personaje. Verdad o mentira, la historia y el resultado de esas borracheras
me parece apasionante.
En definitiva, una película cojonuda que no empeora ni un
ápice con la deshumanización propia del paso del tiempo. Perfectamente rodada,
montada con maestría y, pese a que lo divertido parece tabú en la idiosincrasia
de Gaspar Noe, es, paradójicamente,
tremendamente entretenida.
Por supuesto, más del 50% del mérito de esta película la
tiene una interpretación soberbia por parte de Philippe Nahon, actor francés de
corte clásico rescatado por una horda de nuevos cineastas que pensaron en él
para dar vida a un tipo de caracteres más o menos extremos. Está que se sale,
igualmente, en “Calvaire” o “Alta Tensión”.
En cuanto a su personaje de carnicero, es como una especie
de fetiche para Gaspar Noe, y lo utiliza, a la primera de cambio, en cameos en
muchas de sus películas.