¿Podríamos considerar a Locomía una “boyband”? yo supongo que sí. Como fuera, lo que vengo a decir es que recuerdo a la perfección cuando salió a la palestra la “boyband” Locomía, creo que fue en un magazine de los de al medio día en la televisión pública. Iban vestidos como Parchís, pero de manera extravagante y daban vueltas, sin mucho orden, a sus abanicos, amanerados como ellos mismos y ofreciendo un tipo de música (¿eurohouse?, ¿eurobeat?) de la que en esos momentos yo era un enemigo acérrimo. A las pocas semanas de su irrupción en radio y televisión, Locomía ya estaban sonando en todas partes, y lo único que generaba en mí era rechazo y desasosiego.
Sin embargo, independientemente de los gustos, el periodo y el grupo se quedaron grabados en mi psique y, desde hará cinco o seis años, quizás por nostalgia, he desarrollado el gusto por estas músicas discotequeras de primeros de los 90 como quien no quiere la cosa. Y al menos la canción que les hizo famosos, “Locomía”, me parece un temazo con una producción increíble y una línea de bajo agresiva y absolutamente sampleable. Una canción muy bien hecha y que hoy suena mejor que hace 35 años.
Muchos debieron pensar igual que yo, porque lo cierto es que estos últimos tiempos Locomía han pasado de estar condenados al ostracismo a ser reivindicados como grupo de dance autóctono, más allá del público homosexual que tampoco se encuentra entre su más fieles seguidores, quizás por el hecho de que en plenos 90 Locomía, a pesar de su evidente pluma, se mantenían bien dentro del armario con todas sus consecuencias. Cosas de su descubridor y productor, José Luis Gil, que con muy buen ojo quiso recolectar las ganancias de su público potencial: mujeres adolescentes de habla hispana que hacían de estos sus referentes sexuales.
A raíz de dicho revival, se rodó una estupenda serie documental de Pablo Aguinaga y Mariano Tomiozzo, que nos contaba con pelos y señales la fascinante historia de Locomia, además de presentarnos a su líder, Xavier Font, como alguien oscuro y turbio que manipulaba a sus amigos a antojo y gestionaba el dinero que ganaban en Ibiza con sus bailes de abanicos. Se lo gastaba, como él mismo dice: “En alguna joya. Y yo no uso bisutería”. Font en ese documental es la viva imagen del megalómano.
Dos años después se estrena en nuestros cines, por todo lo alto, una película biopic que básicamente viene a contar lo mismo pero a modo de ficción y, suavizando mucho algunos pasajes con respecto a la serie. Nos cuenta, sin salirse ni un ápice de la fórmula del biopic, cómo un individuo metido de lleno en la industria musical, José Luis Gil, consigue, en palabras del propio personaje, que “una anécdota ibicenca se convirtiera en un grupo de éxito internacional”. Así somos testigos de los primeros pasos de Locomía como diseñadores de moda de andar por casa y gogós de discoteca que, al ser descubiertos por Gil, se convierten en el combo dance más importante del país y latinoamérica. Pero claro, la banda tiene un handicap y es que a pesar de la poderosa puesta en escena con el rollo de los abanicos, cantan como perros, motivo por el cual es el propio productor quién se encargaría de grabar las voces principales. Locomía, pues, tenían que limitarse a bailar y tirar de playback. Sin embargo, el líder, Xavi Font, no es capaz siquiera de hacerlo en condiciones, por lo que es semi-expulsado de Locomía, sembrándose así el caos y la sinrazón en un entramado que incluye drogas, fiesta, juicios, contratos, copyright y hasta la suplantación de identidad…
Tengo debilidad por los biopics, más aun si estos se centran en entorno musical, y, “Disco, Ibiza, Locomía”, que además se mira en el modelo americano —incluyendo dinámicas secuencias de grabación de tracks como ya habíamos visto en “Bohemian Rapsody”, “Straight Outta Compton” o “Rocket Man”—, me ha resultado una película vibrante y enloquecida con la que he disfrutado mucho. Y es que, fiel a los hechos que ya se contaban en el documental, no se deja ninguno de los escándalos en el tintero y la película empieza y acaba justo de la manera que ha de hacerlo. Y está muy bien… pero no es tan buena como la serie documental, esa sí que es una maravilla.
Como fuere, tenemos en el reparto a Jaime Lorente que se mete en la piel de Xavi Font otorgándole más pluma de la que hacía gala el personaje real, al mismo tiempo que gasta dejes propios del otro personaje real de la cultura popular al que interpretó hace poco, Ángel Cristo en “Cristo y Rey” —pero que está bien a rasgos generales—. Tenemos a Blanca Suárez haciendo de Blanca Suárez y un actor que está genial y contribuye a que la película entera merezca la pena aunque el fenómeno Locomía nos importe tres cojones: el argentino Alberto Ammann, quien pasa de un registro sereno en la también estupenda “Upon Entry” al histrionismo de un productor musical con una forma de hablar muy concreta llevada por el actor a cotas casi paródicas, convirtiéndose, sin duda, en lo más celebrado de la película ¡Menuda transformación! Disimular el acento argentino en esta ocasión sería lo de menos.
Dirige la función, con un pulso narrativo envidiable y una velocidad de vértigo, Kike Maíllo. “Eva” y “Toro” serían sus películas de mayor importancia. Pero esta es la más interesante.
viernes, 31 de mayo de 2024
miércoles, 29 de mayo de 2024
CIVIL WAR
Respaldado por dos monstruos en esto del buen cine "de género" como son "DNA" y "A24", el cabrito de Alex Garland demuestra, una vez más, que el talento le chorrea por todos sus poros. Algo que aquel furruño panfletario titulado "Men" puso en duda -al menos para mí- Nada, un desliz puntual, con "Civil War" retoma la buena forma, y de qué manera. Encima, ha sido todo un éxito de taquilla. Uno merecido y del que me alegro horrores. Solo espero que ello no le confunda y ahora se pire a Hollywood a parir la habitual mierda desalmada de encargo. Todavía me duele recordar el caso Jaume Collet-Serra. Rejuntarse con los Big Boys no suele ser garantía de nada bueno.
Ha estallado una cruenta guerra civil en los USA. Un grupo de periodistas, destacando la presencia de una traumada y descreída fotógrafa, se plantea como meta acudir a Washington y entrevistar al presidente, antes de que sea capturado y ejecutado. No hace falta decir que el viaje estará plagado de momentos intensos, muchos de los cuales contribuirán a cierta transformación personal.
Antes de ver "Civil War", me esperaba una especie de epopeya bélica a lo grande, situada en plena urbe. Pero no, mayormente estamos ante una "road movie" con sus escenas intimistas, de desarrollo de personajes, lo que, gracias a la enorme capacidad de los actores, las hace tan interesantes y.... iba a decir "disfrutables como las secuencias de tiros y muertos", pero no sería la palabra adecuada. Las secuencias de tiros y muertos quedan lejos de ser disfrutables. Vienen abordadas de modo hiper realista, sin gilipolladas heroicas, ni excesos melodramáticos. Todo en su justa medida, evitando implicarse más allá de lo necesario. Y ustedes, público, sabrán cómo les sientan. Debe ser la edad, pero yo las sufrí y me resultaron incluso desgarradoras. "Civil War" es una de esas películas que te desconectan del resto del mundo al zambullirte en ellas, y al día siguiente, y al otro, no paras de pensar en lo que viste. Es cierto que, ocasionalmente, nos regala imágenes estéticamente hermosas... sin embargo, para nada aplacan la sensación de estar siendo testigos de algo muy trágico y hasta terrorífico.
No quiero hacer spoilers, pero, hacia la mitad final, hay una escena específica en la que los protagonistas se topan con unos patriotas de corte radical y pone los pelos de punta. Francamente angustiosa. Un diez para un Jesse Plemons no acreditado, dando vida a uno de esos escalofriantes fanáticos armados, ahí con sus gafas de sol de plástico rojo, frío, imprevisible, sin compasión. El cabrón da verdadero miedo. La resolución es pura adrenalina. Y las consecuencias del drama experimentado, tremendas. Un diez al cubo.
Todo ello converge en un clímax acojonante. Intenso. Vibrante. Crudo. Brutal. Y un desenlace que quita el hipo. Garland echa mano again de esa capacidad de contención, evitando dramas y lágrimas gratuitas. Justo unos segundos antes, boquiabierto, pensé "Como acabe aquí, comienzo a cagar pepitas de oro". Y así es como fue. Vale, no eché el preciado metal por el ojete, pero sí aplaudí, fascinado.
Encima, y por si "Civil War" no contara ya con un chorrón de atributos, en la banda sonora asoman dos canciones de los míticos "Suicide", uno de los grupos más genuinamente punk de la historia del rock. Y no porque suenen a "Nofx" precisamente. Ambas coplas vienen perfectamente elegidas y ensambladas en el film.
Como decía, el reparto está sensacional. Una dura y seca Kirsten Dunst. El gran Wagner Moura, ya acostumbrado a estas lides con su protagonismo en las muy estupendas "Tropa de élite". Cailee Spaeny, destinada a ser el nuevo rostro bonito de moda, quien ya colaboró con Alex Garland en su notable serie "Devs". Incomparable Stephen McKinley Henderson y... ese Jesse Plemons de pesadilla. Perdonen si insisto, pero es que deja huella.
Mirado detenidamente, "Civil War" es una película escalofriante. Pensar que todo lo mostrado podría ser perfectamente real -y podría serlo- da canguelo. En fin, no queda mucho más que decir.... cojonuda.
Antes de ver "Civil War", me esperaba una especie de epopeya bélica a lo grande, situada en plena urbe. Pero no, mayormente estamos ante una "road movie" con sus escenas intimistas, de desarrollo de personajes, lo que, gracias a la enorme capacidad de los actores, las hace tan interesantes y.... iba a decir "disfrutables como las secuencias de tiros y muertos", pero no sería la palabra adecuada. Las secuencias de tiros y muertos quedan lejos de ser disfrutables. Vienen abordadas de modo hiper realista, sin gilipolladas heroicas, ni excesos melodramáticos. Todo en su justa medida, evitando implicarse más allá de lo necesario. Y ustedes, público, sabrán cómo les sientan. Debe ser la edad, pero yo las sufrí y me resultaron incluso desgarradoras. "Civil War" es una de esas películas que te desconectan del resto del mundo al zambullirte en ellas, y al día siguiente, y al otro, no paras de pensar en lo que viste. Es cierto que, ocasionalmente, nos regala imágenes estéticamente hermosas... sin embargo, para nada aplacan la sensación de estar siendo testigos de algo muy trágico y hasta terrorífico.
No quiero hacer spoilers, pero, hacia la mitad final, hay una escena específica en la que los protagonistas se topan con unos patriotas de corte radical y pone los pelos de punta. Francamente angustiosa. Un diez para un Jesse Plemons no acreditado, dando vida a uno de esos escalofriantes fanáticos armados, ahí con sus gafas de sol de plástico rojo, frío, imprevisible, sin compasión. El cabrón da verdadero miedo. La resolución es pura adrenalina. Y las consecuencias del drama experimentado, tremendas. Un diez al cubo.
Todo ello converge en un clímax acojonante. Intenso. Vibrante. Crudo. Brutal. Y un desenlace que quita el hipo. Garland echa mano again de esa capacidad de contención, evitando dramas y lágrimas gratuitas. Justo unos segundos antes, boquiabierto, pensé "Como acabe aquí, comienzo a cagar pepitas de oro". Y así es como fue. Vale, no eché el preciado metal por el ojete, pero sí aplaudí, fascinado.
Encima, y por si "Civil War" no contara ya con un chorrón de atributos, en la banda sonora asoman dos canciones de los míticos "Suicide", uno de los grupos más genuinamente punk de la historia del rock. Y no porque suenen a "Nofx" precisamente. Ambas coplas vienen perfectamente elegidas y ensambladas en el film.
Como decía, el reparto está sensacional. Una dura y seca Kirsten Dunst. El gran Wagner Moura, ya acostumbrado a estas lides con su protagonismo en las muy estupendas "Tropa de élite". Cailee Spaeny, destinada a ser el nuevo rostro bonito de moda, quien ya colaboró con Alex Garland en su notable serie "Devs". Incomparable Stephen McKinley Henderson y... ese Jesse Plemons de pesadilla. Perdonen si insisto, pero es que deja huella.
Mirado detenidamente, "Civil War" es una película escalofriante. Pensar que todo lo mostrado podría ser perfectamente real -y podría serlo- da canguelo. En fin, no queda mucho más que decir.... cojonuda.
lunes, 27 de mayo de 2024
A MEIA NOITE LEVAREI SUA ALMA
Me declaro fan del mito brasileiro José Mojica Marins alias Zé do Caixao, me fascinan todas y cada una de sus películas —solo me faltan tres o cuatro por ver— y. sobre todo, me fascina la forma en la que une elementos de cine de terror con un rollo más experimental (que uno no sabe muchas veces si ese tono arty es consecuencia del bajo presupuesto o una intención genuina, lo cual hace que me fascine aun más) Me encanta cuando se pone en modo megalomaníaco e interpreta a sí mismo en crisis de inspiración y atormentado por su propia creación, José el de los ataúdes, como en, por ejemplo, “Exorcismo negro” Pero cuando de verdad me parece un individuo muy apto es en el momento que se pone a hacer cine de terror convencional. En ese sentido, “A meia noite levarei sua alma”, es, sin duda, una de mis películas favoritas, no ya de cine de terror, sino de cine en general.
Verdad o mentira, Marins siempre cuenta que, sumido en la depresión a causa de no poder llevar a cabo las financiaciones para sus proyectos y en la más absoluta ruina, un buen día, delirando como un anormal, soñó con un tipo que, vestido de enterrador y con sombrero de copa, le arrastraba hacia su propio ataúd. Y que justo ese enterrador era Zé do Caixao. Demasiado onírico para creérselo del todo, pero bueno, aceptaremos lo del sueño como génesis del personaje. Rápidamente tenía un proyecto que ofrecer a los productores y que se materializaría en la película que nos ocupa, tras vender José su casa y su coche para financiarla, probablemente la primera película de terror del cine brasileño, con un plan de rodaje de tan solo trece días y siendo el debut en la pantalla de un mito que, salvando las distancias (y aunque lo llaman irritantemente el Freddy Krueger brasileño) podría formar triunvirato con los mitos del horror latino (esto es, junto a los Templarios y Waldemar Danisky) así como formar parte de los monstruos modernos (Jason, Michael Myers, Freddy, Chucky y hasta Candyman…) y no, como sus más acérrimos defensores sostienen, de los clásicos (Momia, Drácula, Frankenstein…) Eso sería jugar en otra liga.
A título personal considero “A meia noite levarei sua alma” una obra maestra, cuyos visibles y evidentes defectos (mala iluminación, saltos de eje, raccord o desenfoques criminales) no hacen más que otorgarle un estilo siniestro y desasosegante. Quizás ese ambientillo salio de chorra por tratarse de la primera vez que Marins abordaba el género, porque lo cierto es que, posteriormente, ninguna de sus películas, teniendo todas y cada una su punto, serían ni parecidas a esta.
Zé do Caixao es el enterrador de un villorrio de Sao Paulo que tiene atemorizados a todos los habitantes, por su ateísmo, su nivel de chulería y su violencia. Asimismo, la obsesión de este es la continuidad de la sangre, es decir, dejar un legado a través de un hijo. Pero para eso su esposa Lenita, a la que tiene esclavizada, no le sirve. Terezinha, la novia de su amigo Antonio, es buena para la crianza, por lo que, en su obsesión, va a asesinando a todos sus allegados para así, tranquilamente, poder violar a Terezinha y engendrarla. Por el camino, el blasfemo Zé do Caixao hará tanta maldad como pueda y desafiará a los mismos muertos, para dejar claro que es, ante los ojos de dios y de los mortales, un ser superior.
Como os digo, una maravilla.
Sin embargo, es muy curioso el lugar que ocupa esta película en lo que es la cinefilia en general, porque si bien es cierto que, según donde, está súper bien considerada (a mí me parece magnífica), por otro lado la crítica un poco más generalista dice que hay mucho flipado al respecto y que “A meia noite levarei sua alma” no es para tanto. Regis Tadeus, periodista principalmente musical pero conocedor de la materia, dice que la película tiene mucho valor, sobre todo, por lo que Mojica Marins fue capaz de hacer con un presupuesto irrisorio, pero que el culto que se le rinde se ha ido de madre, habiendo gente que la considera un clásico cuando en realidad no es más que una película barata y resultona.
En cualquier caso, y tras los muchos problemas que tendría Mojica Marins el resto de su carrera con la censura brasileña (“A meia noite…” lo sufrió especialmente, no por que mostrara violencia salvaje y misoginia, sino por el mensaje blasfemo), lo que sí que es cierto, muy por encima de la calidad de su obra, es que consiguió crear un personaje fascinante y con un carisma arrollador capaz de generar todo tipo de merchadising, ya sean muñequitos, comics, fiambreras o discos de samba con la “Sambinha do Zé do Caixao”. El culto que le rinden al personaje un nutrido número de grupos de metal brasileño es abrumador, del mismo modo que lo es el curioso caso de una empresa de pompas fúnebres que puso al negocio el nombre de Zé do Caixao.
En cuanto a “A meia noite…”, su rodaje está lleno de leyendas, sean auténticas o no. Como aquella que dice que cuando el director de fotografía se negó en rotundo a rodar una secuencia por falta de luz, José Mojica Marins le obligó a punta de pistola —con los años Marins no desmintió esta anécdota, aunque sí aseguró que no era un arma real, sino parte del atrezzo—, o aquella que dice que la araña morunga con la que Zé asesina al personaje de Terezinha era de verdad (cosa que, evidentemente, se ve en pantalla). También es célebre la historia que cuenta que, como tenía un estudio alquilado para rodar los interiores —toda la peli, salvo un par de exteriores, está hecha en el estudio—, mandó a su equipo a robar árboles a la plaza del pueblo para atrezzar el cementerio, con tan mala suerte de que les pillaron y tuvieron que rendir cuentas ante la justicia por robo de flora comunitaria.
Por otra parte, una de las características del personaje de Caixao son sus enormes y desagradables uñas. Lo cierto es que, para cuando Marins rodó la película, tan solo tenía las uñas de los pulgares un poco largas, el resto las llevaba cortadas a ras del dedo, por eso tuvieron que ponerle unas falsas en maquillaje. Las que vemos en pantalla no son de Marins. En películas posteriores sí serían genuinas, Marins se las dejó crecer hasta una longitud absurda y un aspecto repugnante, que le iban muy bien al personaje, pero que, por otro lado, eran una puta guarrería. Tardaría muchos años el cineasta en cortárselas, y tan solo lo haría cuando las continuas roturas estaban mermando el aspecto de las mismas.
Por otro lado, en un principio Marins quería haber hecho seis películas de ficción sobre el personaje, ambientadas en el universo Zé do Caixao propiamente dicho. Pero, debido a las dificultades que el director siempre tenía a la hora de levantar una película, estas se iban posponiendo hasta tener que abortarlas. Sin embargo, cada vez que conseguía levantar un proyecto, de algún modo incorporaba a Zé do Caixao en el mismo, aunque de forma onírica o como personaje siniestro que pasaba por allí, nunca en continuidad con la historia inicial del enterrador que busca la mujer perfecta para engendrar a su vástago. Y esto me resulta harto curioso porque, aunque en la filmografía de Marins existen ocho títulos con la presencia de Zé, solo tres serían oficiales; esta “A meia noite levarei sua alma” de 1964, la que le sigue, “Esta noite encarnarei no teu cadáver” de 1967 y, rodada 40 años después, “Encarnaçao do demonio”. Eso sin contar las películas de otros directores que también incluían a Zé do Caixao en sus historias (por ejemplo “O profeta da fome” de Maurice Capovilla… un film francamente engañoso porque solo cuenta con Marins como actor, interpretando a un tal Fakir Ali Khan, pero en el póster promocional aparece con su sombrero de copa y su capa, para que todo parezca indicar que estamos ante una película del personaje. Una engañifa brasileira) o la infinidad de cortos o videoclips en los que participó el bueno de José de los ataúdes.
En definitiva, un universo apasionante el de Mojica Marins. Para los que no tengan intención de iniciarse ni por el forro, pero sí sientan algo de curiosidad, recomendarles que vean “A meia noite…” porque, sea como sea, lo que sí que verán es una buena película. El resto, bueno, es otro rollo. Pero esta es una imprescindible.
Por cierto, en 2015 la televisión brasileña produjo el biopic sobre José Mojica Marins en formato serie de siete capítulos, que ahonda en su vida personal así como en la obsesión con su personaje más popular. De momento no he podido dar con la forma de verla, pero lo cierto es que me cago de ganas.
Verdad o mentira, Marins siempre cuenta que, sumido en la depresión a causa de no poder llevar a cabo las financiaciones para sus proyectos y en la más absoluta ruina, un buen día, delirando como un anormal, soñó con un tipo que, vestido de enterrador y con sombrero de copa, le arrastraba hacia su propio ataúd. Y que justo ese enterrador era Zé do Caixao. Demasiado onírico para creérselo del todo, pero bueno, aceptaremos lo del sueño como génesis del personaje. Rápidamente tenía un proyecto que ofrecer a los productores y que se materializaría en la película que nos ocupa, tras vender José su casa y su coche para financiarla, probablemente la primera película de terror del cine brasileño, con un plan de rodaje de tan solo trece días y siendo el debut en la pantalla de un mito que, salvando las distancias (y aunque lo llaman irritantemente el Freddy Krueger brasileño) podría formar triunvirato con los mitos del horror latino (esto es, junto a los Templarios y Waldemar Danisky) así como formar parte de los monstruos modernos (Jason, Michael Myers, Freddy, Chucky y hasta Candyman…) y no, como sus más acérrimos defensores sostienen, de los clásicos (Momia, Drácula, Frankenstein…) Eso sería jugar en otra liga.
A título personal considero “A meia noite levarei sua alma” una obra maestra, cuyos visibles y evidentes defectos (mala iluminación, saltos de eje, raccord o desenfoques criminales) no hacen más que otorgarle un estilo siniestro y desasosegante. Quizás ese ambientillo salio de chorra por tratarse de la primera vez que Marins abordaba el género, porque lo cierto es que, posteriormente, ninguna de sus películas, teniendo todas y cada una su punto, serían ni parecidas a esta.
Zé do Caixao es el enterrador de un villorrio de Sao Paulo que tiene atemorizados a todos los habitantes, por su ateísmo, su nivel de chulería y su violencia. Asimismo, la obsesión de este es la continuidad de la sangre, es decir, dejar un legado a través de un hijo. Pero para eso su esposa Lenita, a la que tiene esclavizada, no le sirve. Terezinha, la novia de su amigo Antonio, es buena para la crianza, por lo que, en su obsesión, va a asesinando a todos sus allegados para así, tranquilamente, poder violar a Terezinha y engendrarla. Por el camino, el blasfemo Zé do Caixao hará tanta maldad como pueda y desafiará a los mismos muertos, para dejar claro que es, ante los ojos de dios y de los mortales, un ser superior.
Como os digo, una maravilla.
Sin embargo, es muy curioso el lugar que ocupa esta película en lo que es la cinefilia en general, porque si bien es cierto que, según donde, está súper bien considerada (a mí me parece magnífica), por otro lado la crítica un poco más generalista dice que hay mucho flipado al respecto y que “A meia noite levarei sua alma” no es para tanto. Regis Tadeus, periodista principalmente musical pero conocedor de la materia, dice que la película tiene mucho valor, sobre todo, por lo que Mojica Marins fue capaz de hacer con un presupuesto irrisorio, pero que el culto que se le rinde se ha ido de madre, habiendo gente que la considera un clásico cuando en realidad no es más que una película barata y resultona.
En cualquier caso, y tras los muchos problemas que tendría Mojica Marins el resto de su carrera con la censura brasileña (“A meia noite…” lo sufrió especialmente, no por que mostrara violencia salvaje y misoginia, sino por el mensaje blasfemo), lo que sí que es cierto, muy por encima de la calidad de su obra, es que consiguió crear un personaje fascinante y con un carisma arrollador capaz de generar todo tipo de merchadising, ya sean muñequitos, comics, fiambreras o discos de samba con la “Sambinha do Zé do Caixao”. El culto que le rinden al personaje un nutrido número de grupos de metal brasileño es abrumador, del mismo modo que lo es el curioso caso de una empresa de pompas fúnebres que puso al negocio el nombre de Zé do Caixao.
En cuanto a “A meia noite…”, su rodaje está lleno de leyendas, sean auténticas o no. Como aquella que dice que cuando el director de fotografía se negó en rotundo a rodar una secuencia por falta de luz, José Mojica Marins le obligó a punta de pistola —con los años Marins no desmintió esta anécdota, aunque sí aseguró que no era un arma real, sino parte del atrezzo—, o aquella que dice que la araña morunga con la que Zé asesina al personaje de Terezinha era de verdad (cosa que, evidentemente, se ve en pantalla). También es célebre la historia que cuenta que, como tenía un estudio alquilado para rodar los interiores —toda la peli, salvo un par de exteriores, está hecha en el estudio—, mandó a su equipo a robar árboles a la plaza del pueblo para atrezzar el cementerio, con tan mala suerte de que les pillaron y tuvieron que rendir cuentas ante la justicia por robo de flora comunitaria.
Por otra parte, una de las características del personaje de Caixao son sus enormes y desagradables uñas. Lo cierto es que, para cuando Marins rodó la película, tan solo tenía las uñas de los pulgares un poco largas, el resto las llevaba cortadas a ras del dedo, por eso tuvieron que ponerle unas falsas en maquillaje. Las que vemos en pantalla no son de Marins. En películas posteriores sí serían genuinas, Marins se las dejó crecer hasta una longitud absurda y un aspecto repugnante, que le iban muy bien al personaje, pero que, por otro lado, eran una puta guarrería. Tardaría muchos años el cineasta en cortárselas, y tan solo lo haría cuando las continuas roturas estaban mermando el aspecto de las mismas.
Por otro lado, en un principio Marins quería haber hecho seis películas de ficción sobre el personaje, ambientadas en el universo Zé do Caixao propiamente dicho. Pero, debido a las dificultades que el director siempre tenía a la hora de levantar una película, estas se iban posponiendo hasta tener que abortarlas. Sin embargo, cada vez que conseguía levantar un proyecto, de algún modo incorporaba a Zé do Caixao en el mismo, aunque de forma onírica o como personaje siniestro que pasaba por allí, nunca en continuidad con la historia inicial del enterrador que busca la mujer perfecta para engendrar a su vástago. Y esto me resulta harto curioso porque, aunque en la filmografía de Marins existen ocho títulos con la presencia de Zé, solo tres serían oficiales; esta “A meia noite levarei sua alma” de 1964, la que le sigue, “Esta noite encarnarei no teu cadáver” de 1967 y, rodada 40 años después, “Encarnaçao do demonio”. Eso sin contar las películas de otros directores que también incluían a Zé do Caixao en sus historias (por ejemplo “O profeta da fome” de Maurice Capovilla… un film francamente engañoso porque solo cuenta con Marins como actor, interpretando a un tal Fakir Ali Khan, pero en el póster promocional aparece con su sombrero de copa y su capa, para que todo parezca indicar que estamos ante una película del personaje. Una engañifa brasileira) o la infinidad de cortos o videoclips en los que participó el bueno de José de los ataúdes.
En definitiva, un universo apasionante el de Mojica Marins. Para los que no tengan intención de iniciarse ni por el forro, pero sí sientan algo de curiosidad, recomendarles que vean “A meia noite…” porque, sea como sea, lo que sí que verán es una buena película. El resto, bueno, es otro rollo. Pero esta es una imprescindible.
Por cierto, en 2015 la televisión brasileña produjo el biopic sobre José Mojica Marins en formato serie de siete capítulos, que ahonda en su vida personal así como en la obsesión con su personaje más popular. De momento no he podido dar con la forma de verla, pero lo cierto es que me cago de ganas.
sábado, 25 de mayo de 2024
FREDDY EL COLGAO
¿En qué momento Hollywood perdió el miedo a la comedia de sal gruesa -gruesísima-? cuando se demostró que podía llenarle las arcas de billetes verdes. Por supuesto, no podía ser de otro modo. Lo mismo ocurrió a finales de los sesenta con la violencia sangrante o el realismo sucio. Y finales de los setenta con el terror truculento. En el caso que nos ocupa, podríamos señalar a "Algo pasa con Mary", "South Park" y "American Pie" como las catalizadoras del fenómeno. De pronto, aunque -curiosamente- mostrar desnudos seguía siendo en parte tabú, regodearse en chistes escatológicos ya no era algo de lo que avergonzarse, muy al contrario. Como consecuencia, "sufrimos" -depende de tus gustos- títulos posteriores como "Scary Movie", el fenómeno "Jackass", "Padre de familia" o la que toca reseñar hoy, "Freddy el colgao". Cada una de ellas intentando llevarlo más hacia los extremos... tanto, tanto como para terminar normalizándolo y destruyéndolo... pero no del todo. A día de hoy aún notamos las consecuencias en productos como, por ejemplo, la exitosa -y disfrutosa- serie "The Boys".
Y Tom Green, comediante de origen canadiense, fue un poco la víctima de semejantes excesos. Alguien tenía que pagar el pato, y le tocó a él. Tal vez por ser uno de los primeros en intentar ese más allá, propasarse tres pueblos enteros. Siempre buscando llamar la atención a través del shock (algo de lo que le acusó, abiertamente, la antes mentada "Padre de familia") Y lo consiguió. Solo que no tuvo en consideración el lado malo de tal estratagema, sus posibles consecuencias. Que cuando las aguas se calman, y Hollywood recupera la compostura, lo primero que hace es quitarse de encima a los moscardones. Y lo que ayer te encumbró, hoy te hunde en la miseria. Por eso, tras su momento de gloria -incluso anduvo liado sentimentalmente, aunque brevemente, con la estrella de moda entonces, Drew Barrymore-, Tom Green desapareció del firmamento mainstream. Viví convencido durante años de que algo sórdido había ocurrido (a lo que contribuyó verle encarnar un personaje secundario en "Bethany", horripilante película del limitadísimo James Cullen Bressack) Y sí, Green protagonizó sendos escándalos menores... pero nada tan jodido como para terminar en alguna lista negra. De hecho, ha seguido muy activo hasta hoy y no le ha ido tan mal. Simplemente ya no deambula bajo los focos más luminosos y flasheantes, los de Hollywood, los del mainstream, pero sigue ahí. Supongo que pasó de moda. Solo que, siendo esta veloz como un rayo, ni siquiera dio tiempo a percatarnos de ello.
Y, justo, cuando más arriba estaba, el actor fue requerido por los grandes estudios para formar parte de algunas comedias del momento, comenzando por "Road Trip (Viaje de pirados)", pasando por "Los ángeles de Charlie" junto a su querida Drew y terminando con su "opus", un film que, además de protagonizar, escribió y dirigió en 2001, libre como un pájaro y con la confianza ciega del imperio que le respaldó, "20th Century Fox", hablo de "Freddy el colgao" o, en su versión original, "Freddy Got Fingered".
Nunca tuve ninguna intención de verla cuando se estrenó. Y una vez en los estantes de los pocos video-clubs disponibles entonces, la evitaba como la peste. No era muy amigo de esa clase de comedia y, además, un colega me la puso a parir, destacando especialmente un gag sobre crueldad animal -o eso parecía según sus palabras- que, básicamente, frenó en seco la poca curiosidad que pudiera tener. Así, a lo largo de los años, cada vez que leía sobre ella, era para machacarla, confirmándose su mala prensa. Sin embargo, hace unas noches caí en la cuenta de que, tal vez, no le había prestado genuina atención, dejándome confundir por la opinión ajena. Seguramente, deduje yo, la pésima fama se debería más a su capacidad de ofender que a una supuesta baja calidad. Había llegado pues el momento de plantar cara.
La primera de mis ideas preconcebidas totalmente destruidas fue su título. "Freddy el colgao" apesta a intento de franquicia, la creación de un nuevo personaje loco y gracioso destinado a protagonizar muchas películas. Pues no. Lo paradójico es que a Freddy no lo interpreta Tom Green. En realidad vendría a ser un personaje secundario. Si traducimos el título literalmente se parecería a "Le metieron los dedos a Freddy". Y, justo, de ESO trata uno de los muchos gags del film. Es decir, el título hace referencia a un chiste específico, pero para nada es algo central en la trama. ¡Bien! diferente y original. Es más, ni siquiera podemos decir que ese tal Freddy sea un colgao, es un tipo recto y estirado que curra en la banca y hermano del personaje de Tom Green, para más señas. Entonces, ¿acaso los distribuidores de este país de inútiles ni siquiera vieron la peli antes de bautizarla, dando por hecho mis mismas ideas preconcebidas? ¿o es que no sabían cómo cojones titularla y, directamente, pasaron a engañar a la audiencia con tal de llevarla a los cines? Sabemos perfectamente lo mucho que ello se estila en España. Algunos lo llaman picaresca para hacerlo más aceptable y entrañable, pero yo prefiero llamarlo por su nombre: la estafa. La jeta. La engañifa. El acto de un mangante. ¡¡¡Viva la piel de toro!!!
Tom Green es Gord, un aspirante a animador (de dibujos) que quiere triunfar. Para ello acude a Hollywood en busca de una oportunidad. El problema es que está muy zumbado y, en fin, no consigue gran cosa. Así que, para mayor desesperación de su padre, regresa al hogar familiar, donde seguirá haciendo barrabasadas sin descanso y, sobre todo, intentando lograr su sueño de ser animador y, ya puestos, la aceptación de su progenitor (sí, supongo que el film toca otro palo de la comedia muy de entonces, el "adulto niño", el aspirante a inmaduro, pero no me apetece meterme ahí. Otro día quizás)
En fin, esto es lo mejor que he podido sacar de un trama sujeta por cuatro hilos donde lo realmente importante es la inmensa, extensa, interminable y larguísima ristra de gags, que van desde lo sumamente ingenioso, a lo sumamente idiota, pasando por mucha materia desagradable a base de violencia, escatología y algunas escenas genuinamente chocantes para tratarse de un producto mainstream, culpables de esa mala prensa que arrastra. Para no hacer spoiler lo resumiré en que asistimos sin decoro a cierta... mmmmh.... ¿semi-zoofilia? ¿cómo llamarían ustedes a la manipulación -sin truco- de unos genuinos genitales animales -al menos los primeros que aparecen, porque hay más de uno-?
No tan llamativos, pero tampoco menos impactantes, son los sketches donde predomina cierta truculencia, cierto gore, con bebés zarandeados desde sus cordones umbilicales, hasta animales muertos destripados, pasando por heridas sangrantes. Tampoco tienen parangón las escenas donde Tom Green atiza sin descanso las insensibles piernas de su novia paralítica, una que se pirra por hacerle mamadas. En ocasiones el humor es más propio del "spoof", con tintes surrealistas, como ese centro para niños sexualmente abusados donde pasan el rato mirando "La matanza de Texas" por la tele....
¿Les he puesto los dientes largos?
¿Tan mala, tan terrible es "Freddy el colago"? Pues no. La verdad es que últimamente comienza a ser medianamente reivindicada, así que, en cierto modo, me estoy uniendo a la manada hipster y posmoderna. Pero tengo un perdón, ya he dicho que no la había visto hasta ayer. Lo mío queda lejos de ser un oportuno cambio de opinión, es genuino. No me descojoné, pero sí me reí. A veces simplemente por lo absurdamente excesivo de todo, lo increíblemente estúpido y ridículo. Me entretuvo (en parte gracias a su escueta duración de 87 minutos), me pilló con la guardia baja en más de una ocasión... en fin, me gustó.
¿Entonces, a qué viene tanta mandanga? Pues, va a sonar trillado, pero creo que "Freddy el colgao" se adelantó a su tiempo. Fue incomprendida. Hoy sería más aceptada. Ganó todos los "Razzies" habidos y por haber. Parte del público huía horrorizado en plena proyección. Algunos actores (entre ellos Gene Wilder) se negaron a participar por considerar el guion de tremendo mal gusto. Y Tom Green asistía frustrado a los pases de prueba donde nadie parecía pillar su intención, justamente reírse de esa nueva "comedia gruesa" a base de rizar el rizo, llevándola a extremos tan absurdos que superaban toda verosimilitud. Sí, es lo de siempre, el humorista con un estilo muy peculiar, muy suyo -el de Green consistía en descontrolarse a base de soltar chascarrillos tontos sin parar, hasta convertirlos en un ataque sónico a los sentidos- cuyo éxito depende completamente de cómo la plebe lo acepte. Le funcionó a Jim Carrey. Le funcionó a Andy Kaufman (aunque no fue fácil). Pero no tanto a Green, o a alguien como Pauly Shore. Muchas malas críticas basan su bilis, precisamente, en las maneras del Canadiense. Es lo que hay.
Por lo visto, tras la figura del "salvaje" Tom Green se ocultaba un tipo la mar de tranquilo, reposado y, seguramente, respetuoso. Una mente creativa condicionada por esa búsqueda del escándalo. De hecho, en una de las tomas falsas de los créditos finales le vemos en pleno gag truculento, embadurnado de sangre, comentar, no sin aparente frustración, un "¿Pero qué cojones estamos haciendo?" Sabía ande se metía, vamos.
En el reparto, un puñado de curiosos rostros reconocibles. Muy significativa es la presencia de Julie "Aterriza como puedas" Hagerty. Complementan la jugada Anthony Michael Hall y los cameos de Shaquille O'Neal o, en este caso inevitable, Drew Barrymore. Sin embargo, he dejado para el final -a pesar de ser coprotagonista- al más desconcertante: Rip Torn. ¿Qué hace un actor de carácter veterano y semejante porte prestándose a tal desquicie? ¿más cuando, en cierto momento, se queda con el culo el aire ejecutando una especie de baile ridículo? alucinante. A-lu-ci-nan-te. Toda una demostración de talento y profesionalidad. Un diez por semejante valentía.
Para mayor gustirrinín, la banda sonora viene trufada de punk rock variado: "Sex Pistols", "Ramones", "Agent Orange", "Green Day", Iggy Pop, "New York Dolls", "The Adolescents" o "Dead Kennedys" versioneando a "The Clash". Hay quien usaría la palabra coherente. Bueno, sería caer en un cliché facilón pero... aceptamos octópodo.
Y Tom Green, comediante de origen canadiense, fue un poco la víctima de semejantes excesos. Alguien tenía que pagar el pato, y le tocó a él. Tal vez por ser uno de los primeros en intentar ese más allá, propasarse tres pueblos enteros. Siempre buscando llamar la atención a través del shock (algo de lo que le acusó, abiertamente, la antes mentada "Padre de familia") Y lo consiguió. Solo que no tuvo en consideración el lado malo de tal estratagema, sus posibles consecuencias. Que cuando las aguas se calman, y Hollywood recupera la compostura, lo primero que hace es quitarse de encima a los moscardones. Y lo que ayer te encumbró, hoy te hunde en la miseria. Por eso, tras su momento de gloria -incluso anduvo liado sentimentalmente, aunque brevemente, con la estrella de moda entonces, Drew Barrymore-, Tom Green desapareció del firmamento mainstream. Viví convencido durante años de que algo sórdido había ocurrido (a lo que contribuyó verle encarnar un personaje secundario en "Bethany", horripilante película del limitadísimo James Cullen Bressack) Y sí, Green protagonizó sendos escándalos menores... pero nada tan jodido como para terminar en alguna lista negra. De hecho, ha seguido muy activo hasta hoy y no le ha ido tan mal. Simplemente ya no deambula bajo los focos más luminosos y flasheantes, los de Hollywood, los del mainstream, pero sigue ahí. Supongo que pasó de moda. Solo que, siendo esta veloz como un rayo, ni siquiera dio tiempo a percatarnos de ello.
Y, justo, cuando más arriba estaba, el actor fue requerido por los grandes estudios para formar parte de algunas comedias del momento, comenzando por "Road Trip (Viaje de pirados)", pasando por "Los ángeles de Charlie" junto a su querida Drew y terminando con su "opus", un film que, además de protagonizar, escribió y dirigió en 2001, libre como un pájaro y con la confianza ciega del imperio que le respaldó, "20th Century Fox", hablo de "Freddy el colgao" o, en su versión original, "Freddy Got Fingered".
Nunca tuve ninguna intención de verla cuando se estrenó. Y una vez en los estantes de los pocos video-clubs disponibles entonces, la evitaba como la peste. No era muy amigo de esa clase de comedia y, además, un colega me la puso a parir, destacando especialmente un gag sobre crueldad animal -o eso parecía según sus palabras- que, básicamente, frenó en seco la poca curiosidad que pudiera tener. Así, a lo largo de los años, cada vez que leía sobre ella, era para machacarla, confirmándose su mala prensa. Sin embargo, hace unas noches caí en la cuenta de que, tal vez, no le había prestado genuina atención, dejándome confundir por la opinión ajena. Seguramente, deduje yo, la pésima fama se debería más a su capacidad de ofender que a una supuesta baja calidad. Había llegado pues el momento de plantar cara.
La primera de mis ideas preconcebidas totalmente destruidas fue su título. "Freddy el colgao" apesta a intento de franquicia, la creación de un nuevo personaje loco y gracioso destinado a protagonizar muchas películas. Pues no. Lo paradójico es que a Freddy no lo interpreta Tom Green. En realidad vendría a ser un personaje secundario. Si traducimos el título literalmente se parecería a "Le metieron los dedos a Freddy". Y, justo, de ESO trata uno de los muchos gags del film. Es decir, el título hace referencia a un chiste específico, pero para nada es algo central en la trama. ¡Bien! diferente y original. Es más, ni siquiera podemos decir que ese tal Freddy sea un colgao, es un tipo recto y estirado que curra en la banca y hermano del personaje de Tom Green, para más señas. Entonces, ¿acaso los distribuidores de este país de inútiles ni siquiera vieron la peli antes de bautizarla, dando por hecho mis mismas ideas preconcebidas? ¿o es que no sabían cómo cojones titularla y, directamente, pasaron a engañar a la audiencia con tal de llevarla a los cines? Sabemos perfectamente lo mucho que ello se estila en España. Algunos lo llaman picaresca para hacerlo más aceptable y entrañable, pero yo prefiero llamarlo por su nombre: la estafa. La jeta. La engañifa. El acto de un mangante. ¡¡¡Viva la piel de toro!!!
Tom Green es Gord, un aspirante a animador (de dibujos) que quiere triunfar. Para ello acude a Hollywood en busca de una oportunidad. El problema es que está muy zumbado y, en fin, no consigue gran cosa. Así que, para mayor desesperación de su padre, regresa al hogar familiar, donde seguirá haciendo barrabasadas sin descanso y, sobre todo, intentando lograr su sueño de ser animador y, ya puestos, la aceptación de su progenitor (sí, supongo que el film toca otro palo de la comedia muy de entonces, el "adulto niño", el aspirante a inmaduro, pero no me apetece meterme ahí. Otro día quizás)
En fin, esto es lo mejor que he podido sacar de un trama sujeta por cuatro hilos donde lo realmente importante es la inmensa, extensa, interminable y larguísima ristra de gags, que van desde lo sumamente ingenioso, a lo sumamente idiota, pasando por mucha materia desagradable a base de violencia, escatología y algunas escenas genuinamente chocantes para tratarse de un producto mainstream, culpables de esa mala prensa que arrastra. Para no hacer spoiler lo resumiré en que asistimos sin decoro a cierta... mmmmh.... ¿semi-zoofilia? ¿cómo llamarían ustedes a la manipulación -sin truco- de unos genuinos genitales animales -al menos los primeros que aparecen, porque hay más de uno-?
No tan llamativos, pero tampoco menos impactantes, son los sketches donde predomina cierta truculencia, cierto gore, con bebés zarandeados desde sus cordones umbilicales, hasta animales muertos destripados, pasando por heridas sangrantes. Tampoco tienen parangón las escenas donde Tom Green atiza sin descanso las insensibles piernas de su novia paralítica, una que se pirra por hacerle mamadas. En ocasiones el humor es más propio del "spoof", con tintes surrealistas, como ese centro para niños sexualmente abusados donde pasan el rato mirando "La matanza de Texas" por la tele....
¿Les he puesto los dientes largos?
¿Tan mala, tan terrible es "Freddy el colago"? Pues no. La verdad es que últimamente comienza a ser medianamente reivindicada, así que, en cierto modo, me estoy uniendo a la manada hipster y posmoderna. Pero tengo un perdón, ya he dicho que no la había visto hasta ayer. Lo mío queda lejos de ser un oportuno cambio de opinión, es genuino. No me descojoné, pero sí me reí. A veces simplemente por lo absurdamente excesivo de todo, lo increíblemente estúpido y ridículo. Me entretuvo (en parte gracias a su escueta duración de 87 minutos), me pilló con la guardia baja en más de una ocasión... en fin, me gustó.
¿Entonces, a qué viene tanta mandanga? Pues, va a sonar trillado, pero creo que "Freddy el colgao" se adelantó a su tiempo. Fue incomprendida. Hoy sería más aceptada. Ganó todos los "Razzies" habidos y por haber. Parte del público huía horrorizado en plena proyección. Algunos actores (entre ellos Gene Wilder) se negaron a participar por considerar el guion de tremendo mal gusto. Y Tom Green asistía frustrado a los pases de prueba donde nadie parecía pillar su intención, justamente reírse de esa nueva "comedia gruesa" a base de rizar el rizo, llevándola a extremos tan absurdos que superaban toda verosimilitud. Sí, es lo de siempre, el humorista con un estilo muy peculiar, muy suyo -el de Green consistía en descontrolarse a base de soltar chascarrillos tontos sin parar, hasta convertirlos en un ataque sónico a los sentidos- cuyo éxito depende completamente de cómo la plebe lo acepte. Le funcionó a Jim Carrey. Le funcionó a Andy Kaufman (aunque no fue fácil). Pero no tanto a Green, o a alguien como Pauly Shore. Muchas malas críticas basan su bilis, precisamente, en las maneras del Canadiense. Es lo que hay.
Por lo visto, tras la figura del "salvaje" Tom Green se ocultaba un tipo la mar de tranquilo, reposado y, seguramente, respetuoso. Una mente creativa condicionada por esa búsqueda del escándalo. De hecho, en una de las tomas falsas de los créditos finales le vemos en pleno gag truculento, embadurnado de sangre, comentar, no sin aparente frustración, un "¿Pero qué cojones estamos haciendo?" Sabía ande se metía, vamos.
En el reparto, un puñado de curiosos rostros reconocibles. Muy significativa es la presencia de Julie "Aterriza como puedas" Hagerty. Complementan la jugada Anthony Michael Hall y los cameos de Shaquille O'Neal o, en este caso inevitable, Drew Barrymore. Sin embargo, he dejado para el final -a pesar de ser coprotagonista- al más desconcertante: Rip Torn. ¿Qué hace un actor de carácter veterano y semejante porte prestándose a tal desquicie? ¿más cuando, en cierto momento, se queda con el culo el aire ejecutando una especie de baile ridículo? alucinante. A-lu-ci-nan-te. Toda una demostración de talento y profesionalidad. Un diez por semejante valentía.
Para mayor gustirrinín, la banda sonora viene trufada de punk rock variado: "Sex Pistols", "Ramones", "Agent Orange", "Green Day", Iggy Pop, "New York Dolls", "The Adolescents" o "Dead Kennedys" versioneando a "The Clash". Hay quien usaría la palabra coherente. Bueno, sería caer en un cliché facilón pero... aceptamos octópodo.
viernes, 24 de mayo de 2024
EL LIMPIABOTAS
Aquí tenemos el título más famoso de la más reciente cinematografía emergente africana. “El limpiabotas” es una película ecuatoguineana rodada en su idioma oficial, el español (un español que, de no ser por el acento que se gastan los guineanos, diría que es totalmente deudor del madrileño), concebida con una cámara de vídeo de tercera generación en el año 2009 y montada con el programa más elemental que pudiera existir entonces. No hay efectos especiales, no hay nada añadido en la postproducción (y es que, además, es bastante poco probable que sus artífices sepan que esta existe…) todo lo que vemos está grabado, coreografiado y orquestado dentro de plano. Vamos, cine puro.
Se trata de una película absolutamente casera con todos los defectos y virtudes que trae consigo el amateurismo. Sin embargo, en esta ocasión, “El limpiabotas” no tiene intención ni conciencia de serlo. Lo es, porque está rodada con vídeo cámara común y corriente y nada más, en un país pobre de África donde el crear una industria cinematográfica es poco más que una utopía. Los escenarios son poblados chabolistas donde tienen los colchones tirados en el suelo y no disponen de ducha ni agua corriente, teniendo que recurrir a cubos — esto se muestra de la manera más natural cuando la ficción requiere una escena de ducha — y, aún rodada en pleno paraje selvático medio edificado, se obvia esa condición tercermundista para mostrarnos una historia de mafiosos y narcos que transcurre en ese poblado de Guinea, simulando estar en una gran urbe. Todo ello mostrado con una seriedad pasmosa, una ingenuidad un tanto desconcertante y la pasión del que está haciendo una película de cien millones de dólares por menos de tres euros.
Se trata de una película absolutamente casera con todos los defectos y virtudes que trae consigo el amateurismo. Sin embargo, en esta ocasión, “El limpiabotas” no tiene intención ni conciencia de serlo. Lo es, porque está rodada con vídeo cámara común y corriente y nada más, en un país pobre de África donde el crear una industria cinematográfica es poco más que una utopía. Los escenarios son poblados chabolistas donde tienen los colchones tirados en el suelo y no disponen de ducha ni agua corriente, teniendo que recurrir a cubos — esto se muestra de la manera más natural cuando la ficción requiere una escena de ducha — y, aún rodada en pleno paraje selvático medio edificado, se obvia esa condición tercermundista para mostrarnos una historia de mafiosos y narcos que transcurre en ese poblado de Guinea, simulando estar en una gran urbe. Todo ello mostrado con una seriedad pasmosa, una ingenuidad un tanto desconcertante y la pasión del que está haciendo una película de cien millones de dólares por menos de tres euros.
Un vagabundo, que hace de limpiabotas en el pueblo, es despreciado y vilipendiado por aquellas personas a las que atiende y de las que recibe poco menos que un par de monedas. Un buen día, le dan el chivatazo de que un mafioso llamado “El cuchillas” está interesado en contratar hombres para su banda, con el fin de realizar cobros y trabajos sucios. Y para allá que va nuestro limpiabotas. Una vez dentro de la organización, se da cuenta de que todos a su alrededor hacen las cosas de la manera más cruel y violenta innecesariamente, motivo por el que se enfrentará a sus compañeros gangsters. Naturalmente, pronto todos se pondrán en su contra y, cuando salva a una chica de ser violada por lo secuaces del Cuchillas y desaparece con un dinero que debía recaudar, el limpiabotas también pasará a ser un objetivo non grato para el capo mafioso.
El uso del español en los actores, sumado a una falta de medios muchas veces sonrojante, convierten “El Limpiabotas” en la cosa más fascinante que me he echado a la cara en un montón de tiempo. Unos diálogos y unas situaciones tan inverosímiles que el espectador es incapaz de retirar los ojos de la pantalla ni un solo instante, con el aliciente de que, contra todo pronóstico, lo que sucede es harto interesante, además de condenadamente divertido. Por norma general, cualquier película africana es curiosa y divertida de ver. Incluso llega el momento, tras tres o cuatro consumidas, que la broma se acaba, pero “El limpiabotas” es la muestra palpable de que, aunque ya hayamos visto películas de todos los lugares, países y colores, siempre va a haber una que nos sorprenda. En este caso, no solo por lo pobretón y chabacano que se ve todo, sino porque el resultado es altamente divertido. Este guion, rodado con medios en los USA, no desentonaría de productos de similares intenciones de gama media, como todos esos “direct to video” de acción para el lucimiento de Michael Jai White o similares. Pero de ser así, sería una más del montón; al tratarse de un producto tercermundista e inaudito, lo convierte en una pedazo de película —dentro de su infragénero—.
Lo curioso del asunto es que, si algo de estas características fuese rodado en España, sería carne de festival tonto que nadie tomaría en serio, pero en Guinea Ecuatorial la cosa es muy distinta y la película fue un “éxito”. Es por ello que “El limpiabotas” recibió toda suerte de ayudas gubernamentales. Por supuesto, la exhibición en el país africano no es como aquí, se trata de una actividad completamente itinerante, como de feriante, y aunque en la ciudad de Malabo hay algún que otro cine, lo cierto es que no todos los días cuentan con funciones programadas, por lo que “El limpiabotas” se fue de gira por el país, siendo exhibida en cines, hoteles, convenciones o cualquier lugar donde hubiera un proyector, fuera este decente o no. Así, se convirtió en una de las películas más vistas de Guinea y, trece años después, se rodó una secuela (de la que quizás no tarde en hablarles) con la misma pobreza de medios, pero más fácil de camuflar gracias a la tecnología, el HD, el 4K y toda suerte de lentes y ópticas adaptadas a nuestras necesidades instaladas en los teléfonos móviles. Por supuesto, Guinea esperaba con ganas esa secuela que lleva por subtítulo “El regreso del Señor Cuchillas”, cosa que no deja de ser desconcertante porque al final de la que nos ocupa, el tal Cuchillas moría a manos del limpiabotas…
Como fuere, la película recibió toda suerte de ayudas y atenciones, sin que por ello deje de ser una cosa amateur surgida de la cinematografía emergente africana, lo que se traduce en una peli grabada con lo puesto (esta vez en HD).
No existe cartel de la primera entrega de “El Limpiabotas”, pero les dejo con una captura del título, y una fascinante foto del cine Rial de Malabo, probablemente el complejo cinematográfico más importante de la ciudad. Y fíjense en la forma tan peculiar de proceder, directamente desde el ordenador y sin ampliar el reproductor para que se proyecte a pantalla completa.
Un exotismo fascinante.
Por cierto, el director de “El Limpiabotas” es Bonifacio Obama, también conocido como Bony Obama, que además de esta ya rodó en 1997, con el vídeo más arcaico de la época, otra titulada “El tesoro”. Pero como les he dicho anteriormente, esta, su película más famosa, supera todas las expectativas.
El uso del español en los actores, sumado a una falta de medios muchas veces sonrojante, convierten “El Limpiabotas” en la cosa más fascinante que me he echado a la cara en un montón de tiempo. Unos diálogos y unas situaciones tan inverosímiles que el espectador es incapaz de retirar los ojos de la pantalla ni un solo instante, con el aliciente de que, contra todo pronóstico, lo que sucede es harto interesante, además de condenadamente divertido. Por norma general, cualquier película africana es curiosa y divertida de ver. Incluso llega el momento, tras tres o cuatro consumidas, que la broma se acaba, pero “El limpiabotas” es la muestra palpable de que, aunque ya hayamos visto películas de todos los lugares, países y colores, siempre va a haber una que nos sorprenda. En este caso, no solo por lo pobretón y chabacano que se ve todo, sino porque el resultado es altamente divertido. Este guion, rodado con medios en los USA, no desentonaría de productos de similares intenciones de gama media, como todos esos “direct to video” de acción para el lucimiento de Michael Jai White o similares. Pero de ser así, sería una más del montón; al tratarse de un producto tercermundista e inaudito, lo convierte en una pedazo de película —dentro de su infragénero—.
Lo curioso del asunto es que, si algo de estas características fuese rodado en España, sería carne de festival tonto que nadie tomaría en serio, pero en Guinea Ecuatorial la cosa es muy distinta y la película fue un “éxito”. Es por ello que “El limpiabotas” recibió toda suerte de ayudas gubernamentales. Por supuesto, la exhibición en el país africano no es como aquí, se trata de una actividad completamente itinerante, como de feriante, y aunque en la ciudad de Malabo hay algún que otro cine, lo cierto es que no todos los días cuentan con funciones programadas, por lo que “El limpiabotas” se fue de gira por el país, siendo exhibida en cines, hoteles, convenciones o cualquier lugar donde hubiera un proyector, fuera este decente o no. Así, se convirtió en una de las películas más vistas de Guinea y, trece años después, se rodó una secuela (de la que quizás no tarde en hablarles) con la misma pobreza de medios, pero más fácil de camuflar gracias a la tecnología, el HD, el 4K y toda suerte de lentes y ópticas adaptadas a nuestras necesidades instaladas en los teléfonos móviles. Por supuesto, Guinea esperaba con ganas esa secuela que lleva por subtítulo “El regreso del Señor Cuchillas”, cosa que no deja de ser desconcertante porque al final de la que nos ocupa, el tal Cuchillas moría a manos del limpiabotas…
Como fuere, la película recibió toda suerte de ayudas y atenciones, sin que por ello deje de ser una cosa amateur surgida de la cinematografía emergente africana, lo que se traduce en una peli grabada con lo puesto (esta vez en HD).
No existe cartel de la primera entrega de “El Limpiabotas”, pero les dejo con una captura del título, y una fascinante foto del cine Rial de Malabo, probablemente el complejo cinematográfico más importante de la ciudad. Y fíjense en la forma tan peculiar de proceder, directamente desde el ordenador y sin ampliar el reproductor para que se proyecte a pantalla completa.
Un exotismo fascinante.
Por cierto, el director de “El Limpiabotas” es Bonifacio Obama, también conocido como Bony Obama, que además de esta ya rodó en 1997, con el vídeo más arcaico de la época, otra titulada “El tesoro”. Pero como les he dicho anteriormente, esta, su película más famosa, supera todas las expectativas.
miércoles, 22 de mayo de 2024
GODZILLA Y KONG: EL NUEVO IMPERIO
Respeto mucho, y hasta cierto punto admiro, lo que "Legendary" está haciendo con Godzilla y King Kong. En plena era de las franquicias interminables, donde todo el mundo fracasa en su intento de emular a "Marvel Studios", estos muchachos insisten con su llamado "Monsterverse" aunque ninguna de las apuestas resultantes sea lo que podríamos decir grandes logros, y les haya costado dios y ayuda amasar generosas recaudaciones en taquilla... o el puñetero medio que sea. ¿Qué les mueve? ¿De dónde sale esa determinación? ¿por qué incidir tanto? Me alucina. Y, por ello, voy consumiendo cada nueva dosis (gratis, eso sí), aunque el resultado me deje frío o, directamente, me aburra hasta las trancas.
"Godzilla y Kong: El nuevo imperio" puede que sea, de momento, su aportación mejor engrasada. Y no digo que me haya encantado, ni vibrara durante el visionado, pero, no sé, me sentó mejor que las previas. Esto lo veo con quince años y flipo colores. Me hubiese chiflado. Claro, ahora, a mis edades, pues ya no es lo mismo... pero tampoco puedo culparla, se trata de una cuestión generacional. Al fin y al cabo, no encajo en el target al que va destinada.
Es cierto que he visto todas las entregas precedentes. Incluso la serie. Pero, la verdad, en el momento de enfrentarme a "Godzilla y Kong: El nuevo imperio" iba un poco perdido. Reconocía la movida de la llamada Tierra Hueca, oculta bajo la que habitamos nosotros y repleta de monstruos de variado pelaje. Pero no recordaba a ninguno de los personajes. Sin embargo, estos resultan menos irritantes que de costumbre, son así como medio simpáticos. Y llama mucho la atención que el inevitable podcaster, frikazo, extravagante y gracioso de turno luzca una camiseta de ¡"Exterminador 2"! Solo al principio y un poco de tapadillo, pero si te fijas, y estás familiarizado con la película en cuestión, no te pasará inadvertida.
Unas señales desconocidas surgen de la Tierra Hueca, así pues, una panda de humanos se meten en una nave y la visitan para ver qué demonios ocurre. Resulta que, durante una pelea, Kong ha abierto una entrada a otro mundo... un subsubmundo con su propia fauna, destacando la presencia de otro simio, solo que este es malo del copón y pretende someterlo todo a una nueva era glacial. Vencerle está complicado, por lo que Kong sale a la superficie a por su viejo enemigo, eventual camarada, Godzie, para que eche un cable.
Fantasía a chorro, decenas de monstruos dándose de yoyas (incluida la aparición de otro mítico, la mariposa "Mothra"), destrucción sin descanso, un ritmo más que acelerado, Kong luciendo un especie de guante biomecánico.... ya les digo, los ingredientes infalibles para que una película con aspiraciones palomiteras funcione como un reloj de los caros. Y creo que, si entran ustedes dentro del mentado target -mental, cuanto menos-, disfrutarán de la excursión y bostezarán un poco menos que yo. Aunque los míos fuesen bostezos de aprobación. Imposible decir nada malo de una aventura de Godzilla donde este, por primera vez en su trayectoria, se pasea por Cádiz y sube a lo alto del peñón de Gibraltar... ¡¡en serio!!
¿CGI? sí, claro. Por un tubo. Es una auténtica sobredosis. Hay incluso escenas, largas, de monstruos comunicándose mediante gruñidos y protagonizando sus propios conflictos. Pero, ¡hey!, a estas alturas ya deberían saberlo y estar perfectamente vacunados para ello.
Confieso que el gran combate final entre titanes buenos y malos me funcionó especialmente. Muy emocionante y espectacular. Corta la respiración... aunque, paradójicamente, no dejen de morir humanos a cientos cada vez que uno de los bichos cae sobre un edificio o lo arranca para usarlo cual arma arrojadiza. El propio Godzilla, siendo semi-héroe, destruye puentes llevándose por delante automóviles en marcha, ergo, repletos de seres vivos. También duele presenciar la reducción a fosfatina de lugares históricos situados en Roma o Egipto... pero, ya saben, it´s only a movie.
Quizás lo más sorprendente de la velada sea el hecho de que la pareja prota (la humana pal caso), ex-novios en el pasado, no retomen su relación al llegar el final. Es más, él se vende como un excéntrico que huyó cuando vio que intentaban domesticarle, hacerle sentar cabeza. Está orgulloso de ello. Y así se mantiene hasta el desenlace, impoluto. Una maravilla, oiga.
Si deseas pasar un rato tonto y agradable, "Godzilla y Kong: El nuevo imperio" sirve. Al menos es un poco más distraída, y menos pretenciosa, que ese dramón aburrido remojado en agotador e irritante panfletismo titulado "Godzilla Minus One". Para que luego digan de los yankis. Algo está cambiando, amigos.
"Godzilla y Kong: El nuevo imperio" puede que sea, de momento, su aportación mejor engrasada. Y no digo que me haya encantado, ni vibrara durante el visionado, pero, no sé, me sentó mejor que las previas. Esto lo veo con quince años y flipo colores. Me hubiese chiflado. Claro, ahora, a mis edades, pues ya no es lo mismo... pero tampoco puedo culparla, se trata de una cuestión generacional. Al fin y al cabo, no encajo en el target al que va destinada.
Es cierto que he visto todas las entregas precedentes. Incluso la serie. Pero, la verdad, en el momento de enfrentarme a "Godzilla y Kong: El nuevo imperio" iba un poco perdido. Reconocía la movida de la llamada Tierra Hueca, oculta bajo la que habitamos nosotros y repleta de monstruos de variado pelaje. Pero no recordaba a ninguno de los personajes. Sin embargo, estos resultan menos irritantes que de costumbre, son así como medio simpáticos. Y llama mucho la atención que el inevitable podcaster, frikazo, extravagante y gracioso de turno luzca una camiseta de ¡"Exterminador 2"! Solo al principio y un poco de tapadillo, pero si te fijas, y estás familiarizado con la película en cuestión, no te pasará inadvertida.
Unas señales desconocidas surgen de la Tierra Hueca, así pues, una panda de humanos se meten en una nave y la visitan para ver qué demonios ocurre. Resulta que, durante una pelea, Kong ha abierto una entrada a otro mundo... un subsubmundo con su propia fauna, destacando la presencia de otro simio, solo que este es malo del copón y pretende someterlo todo a una nueva era glacial. Vencerle está complicado, por lo que Kong sale a la superficie a por su viejo enemigo, eventual camarada, Godzie, para que eche un cable.
Fantasía a chorro, decenas de monstruos dándose de yoyas (incluida la aparición de otro mítico, la mariposa "Mothra"), destrucción sin descanso, un ritmo más que acelerado, Kong luciendo un especie de guante biomecánico.... ya les digo, los ingredientes infalibles para que una película con aspiraciones palomiteras funcione como un reloj de los caros. Y creo que, si entran ustedes dentro del mentado target -mental, cuanto menos-, disfrutarán de la excursión y bostezarán un poco menos que yo. Aunque los míos fuesen bostezos de aprobación. Imposible decir nada malo de una aventura de Godzilla donde este, por primera vez en su trayectoria, se pasea por Cádiz y sube a lo alto del peñón de Gibraltar... ¡¡en serio!!
¿CGI? sí, claro. Por un tubo. Es una auténtica sobredosis. Hay incluso escenas, largas, de monstruos comunicándose mediante gruñidos y protagonizando sus propios conflictos. Pero, ¡hey!, a estas alturas ya deberían saberlo y estar perfectamente vacunados para ello.
Confieso que el gran combate final entre titanes buenos y malos me funcionó especialmente. Muy emocionante y espectacular. Corta la respiración... aunque, paradójicamente, no dejen de morir humanos a cientos cada vez que uno de los bichos cae sobre un edificio o lo arranca para usarlo cual arma arrojadiza. El propio Godzilla, siendo semi-héroe, destruye puentes llevándose por delante automóviles en marcha, ergo, repletos de seres vivos. También duele presenciar la reducción a fosfatina de lugares históricos situados en Roma o Egipto... pero, ya saben, it´s only a movie.
Quizás lo más sorprendente de la velada sea el hecho de que la pareja prota (la humana pal caso), ex-novios en el pasado, no retomen su relación al llegar el final. Es más, él se vende como un excéntrico que huyó cuando vio que intentaban domesticarle, hacerle sentar cabeza. Está orgulloso de ello. Y así se mantiene hasta el desenlace, impoluto. Una maravilla, oiga.
Si deseas pasar un rato tonto y agradable, "Godzilla y Kong: El nuevo imperio" sirve. Al menos es un poco más distraída, y menos pretenciosa, que ese dramón aburrido remojado en agotador e irritante panfletismo titulado "Godzilla Minus One". Para que luego digan de los yankis. Algo está cambiando, amigos.
lunes, 20 de mayo de 2024
MURDERLUST
Curiosa película de asesino en serie, un precedente en tono y forma a “Henry: retrato de un asesino”, solo que rodada por menos de la mitad de lo que costó la de John McNaughton (que ya era una película barata de por sí) y, también, con la mitad de talento. El director de esta “Murderlust”, Donald M. Jones, no es un absoluto manazas pero va justito de inventiva, de celuloide virgen y de días para rodar, así nos encontramos ante un film semi amateur confeccionado los fines de semana en estupendos 16 mm, durante 12 jornadas y contando para ello con muchos amigos y favores.
Lo bueno es que la película no va de lo que no es, y prefiere evitar mostrarnos nada antes que desarrollar efectos especiales baratos dispuestos a dar el cante, por lo que, a pesar de sus muchas carencias, tenemos aquí una historia bastante sórdida en la que ni se nos muestra sangre, ni nada que chirríe. Todo contado con una cadencia lenta, tono —involuntario— de documental e interpretaciones no muy eficaces, pero resultonas gracias al físico de los actores.
Un individuo amable y simpático, que ejerce de profesor voluntario en la parroquia local, y se gana la vida como vigilante, pasa el tiempo libre bebiendo cervezas con los amigos (quienes eructan y se expresan inapropiadamente). Nadie sospecha nada, pero el individuo, peinado a cortinilla y con bigote varonil, por las noches se dedica a secuestrar putas, asesinarlas y arrojarlas a su suerte en medio del desierto. Y todo parece salirle bien… hasta que da con una señorita un tanto dura de pelar.
Su mayor virtud es que está hecha apenas sin medios, porque por lo demás es una película totalmente formulaica y simple; se sustenta a base de conversaciones y, entre medias, presenciamos los asesinatos que, aun crueles, no son para nada gráficos.
Sin embargo, esa peste a telefilm que se gasta y la falta de medios, le va bien al subgénero de psycho killers, y si bien películas como “Ted Bundy”, “Gacy” o “Dahmer” buscan una estética parecida a la que nos muestra “Murderlust”, esta la trae de manera natural. Y eso, sumado a que se deja ver perfectamente y no es excesivamente coñazo, al final resulta cuanto menos interesante.
Por supuesto, está basada libremente en fechorías perpetradas por Bundy y el estrangulador de la Colina. A través de sus crímenes se elaboró el guion, según James C. Lane.
El protagonista, el actor Eli Rich (no confundir con Eli Roth como ya hay alguno al que le ha pasado), tiene una carrera discreta de papeles en películas de mierda y papelitos a nivel figuración en cintas mainstream; de esta guisa apareció en, por ejemplo, “The Jigsaw Murders”, pero también lo hizo en “Encerrado” al servicio de Stallone y John Flynn.
En cuanto a Donald C. Jones, su carrera como director es asimismo discreta, hizo pocas películas y muy espaciadas a lo largo de las décadas, pero lo más interesante es que nunca se salió de los parámetros que manejaba. Rodó siete, todas de corte amateuroide. No he visto nada más que “Murdelust”, pero intuyo que cosas como “Domingo Mortal” o “Housewife from hell” pueden estar bien.
Lo bueno es que la película no va de lo que no es, y prefiere evitar mostrarnos nada antes que desarrollar efectos especiales baratos dispuestos a dar el cante, por lo que, a pesar de sus muchas carencias, tenemos aquí una historia bastante sórdida en la que ni se nos muestra sangre, ni nada que chirríe. Todo contado con una cadencia lenta, tono —involuntario— de documental e interpretaciones no muy eficaces, pero resultonas gracias al físico de los actores.
Un individuo amable y simpático, que ejerce de profesor voluntario en la parroquia local, y se gana la vida como vigilante, pasa el tiempo libre bebiendo cervezas con los amigos (quienes eructan y se expresan inapropiadamente). Nadie sospecha nada, pero el individuo, peinado a cortinilla y con bigote varonil, por las noches se dedica a secuestrar putas, asesinarlas y arrojarlas a su suerte en medio del desierto. Y todo parece salirle bien… hasta que da con una señorita un tanto dura de pelar.
Su mayor virtud es que está hecha apenas sin medios, porque por lo demás es una película totalmente formulaica y simple; se sustenta a base de conversaciones y, entre medias, presenciamos los asesinatos que, aun crueles, no son para nada gráficos.
Sin embargo, esa peste a telefilm que se gasta y la falta de medios, le va bien al subgénero de psycho killers, y si bien películas como “Ted Bundy”, “Gacy” o “Dahmer” buscan una estética parecida a la que nos muestra “Murderlust”, esta la trae de manera natural. Y eso, sumado a que se deja ver perfectamente y no es excesivamente coñazo, al final resulta cuanto menos interesante.
Por supuesto, está basada libremente en fechorías perpetradas por Bundy y el estrangulador de la Colina. A través de sus crímenes se elaboró el guion, según James C. Lane.
El protagonista, el actor Eli Rich (no confundir con Eli Roth como ya hay alguno al que le ha pasado), tiene una carrera discreta de papeles en películas de mierda y papelitos a nivel figuración en cintas mainstream; de esta guisa apareció en, por ejemplo, “The Jigsaw Murders”, pero también lo hizo en “Encerrado” al servicio de Stallone y John Flynn.
En cuanto a Donald C. Jones, su carrera como director es asimismo discreta, hizo pocas películas y muy espaciadas a lo largo de las décadas, pero lo más interesante es que nunca se salió de los parámetros que manejaba. Rodó siete, todas de corte amateuroide. No he visto nada más que “Murdelust”, pero intuyo que cosas como “Domingo Mortal” o “Housewife from hell” pueden estar bien.
sábado, 18 de mayo de 2024
CASADA CON TODOS
Entre su etapa "exploiter", bajo la tutela de Roger Corman, y la reconversión a director de prestigio con "El silencio de los corderos" (así como una posterior decadencia tras sendas películas fracasadas, antes de su triste fallecimiento en 2017), Jonathan Demme rodó varias comedias. Dos más o menos románticas, sin caer en baboserías. Quizás la más exitosa, o de culto, sea "Algo Salvaje". Nunca acabé de congeniar con ella. A mi me gustaba justo la que venía después.... y antes de las archifamosas desventuras de Hannibal Lecter, "Casada con todos" o "Married to the Mob" en versión original (es decir, "Casada con la mafia"). Me encantaba de chaval. Incluso compré la banda sonora trufada de un puñado de "hits" muy de su década, destacando a "New Order", Deborah Harry en solitario o "The Feelies". ¿Y cuál es esa década? fácil deducción: los ochenta. Concretamente 1988. Tal vez, por encontrarse ya en su recta final, la explosión de "tics ochenteros" en "Casada con todos" resulta abrumadora. Sobre todo estéticamente. Haría las delicias de todos esos posmodernos que se encabezonan en recrearla sin haberla conocido realmente, a base de excesos de laca y colores chillones.
Angela está casada con Frank, un mafioso que aspira a escalar puestos en la familia. A diferencia del resto de esposas del clan, es muy infeliz. Quiere huir de semejante vida, pero no puede. Hasta que el capo, Tony, pilla a Frank follándose a su amante y se lo carga. Así, Angela aprovecha para comenzar de cero, a base de piso cutre y curro cutre. Obviamente, Tony la seguirá con intención de convertirla en su nueva amiguita. Pero no es el único, un par de agentes del FBI van igualmente tras ella. A base de casualidades y equívocos, uno de estos, el ambicioso -y amante de los felinos- Mike, conocerá a Angela en lo personal y nacerá el amor.... hasta que la chica descubre el pastel y todo se lía que da gusto.
Hacía años que no veía "Casada con todos". Recordé su existencia, se la pedí a un amigo, me la mandó y le di al "Play" con miedo de que ya no me funcionara igual. Falsa alarma. Por suerte, disfruté del visionado como un cochinillo. Sí, estamos ante una comedia romántica, pero nada que ver con la basura que lleva haciéndose desde hace años en su nombre. Aquí el rollo amoroso no empalaga, es hasta tierno. Y se mezcla con muchos momentos de un humor algo alocado (destacando los arrebatos desquiciados de la celosa y medio psicópata mujer de Tony), un ritmo acelerado, vibrante, y cierta "chispeantez" en el ambiente. Todo ello rebañado en inesperadas y agradecidas dosis de acción y violencia. Disparos y muertos incluidos. Al fin y al cabo, la cosa va de gangsters. "Casada con todos" es una película alegre, y ese es el poso que nos deja. Mientras concluye, a base de un chorrón de escenas eliminadas, resulta imposible no sonreír con genuina satisfacción.
Si a la refrescante dirección de Demme, y el divertido guion de Barry Strugatz + Mark R. Burns (quienes, curiosamente, no harían mucha carrera. La otra única película localizable en sus currículums con cierto brillo es "Vida y amores de una diablesa"), añadimos la extensísima ristra de actores que pululan por la pantalla, ya sea en funciones protagónicas, secundarias, de extra o, directamente, invisibles (Joe Spinell formaba parte del cast, pero toda su labor queda relegada a las escenas eliminadas), pues apaga y vámonos. El orgasmo se multiplica. Así pues, tenemos a una guapísima, pero guapíssssssima, Michelle Pfeiffer. Alec Baldwin. Matthew Modine. Un grandioso Dean Stockwell como jefe mafioso. Una no menos impresionante Mercedes Ruehl interpretando a su maniática esposa. Oliver Platt. Joan Cusack. Nancy Travis requetemonísima enseñando un poco de cacho (sí, amigos, en las "romcoms" de antaño se veían tetas y culos, ni que fuese de refilón). El legendario David Johansen, vocalista de "New York Dolls" con una curiosa carrera secundaria como actor, luciendo nada menos que sotana. Chris Issak. Al Lewis (el abuelo de los "Munster"). Algunos de los habituales del "clan Demme" (es decir, Tracey Walter, Charles Napier o Paul Lazar) y, esta sí es toda una sorpresa, el entonces futuro director Todd Solondz como reportero.
De la música incidental se encarga David "Talking Heads" Byrne, para el que, cuatro años antes, Jonathan Demme había dirigido la hoy bien reputada película-concierto "Stop Making Sense". En la fotografía, otro "Demmeista" convencido, el prestigioso Tak Fujimoto.
Por ello, y algo más, "Casada con todos" termina siendo un delicioso entretenimiento. De cuando estas películas además de divertidas, eran buenas.
(Suspiro) ¡¡que puta mierda hacerse mayor!!.
Muy recomendable.
Angela está casada con Frank, un mafioso que aspira a escalar puestos en la familia. A diferencia del resto de esposas del clan, es muy infeliz. Quiere huir de semejante vida, pero no puede. Hasta que el capo, Tony, pilla a Frank follándose a su amante y se lo carga. Así, Angela aprovecha para comenzar de cero, a base de piso cutre y curro cutre. Obviamente, Tony la seguirá con intención de convertirla en su nueva amiguita. Pero no es el único, un par de agentes del FBI van igualmente tras ella. A base de casualidades y equívocos, uno de estos, el ambicioso -y amante de los felinos- Mike, conocerá a Angela en lo personal y nacerá el amor.... hasta que la chica descubre el pastel y todo se lía que da gusto.
Hacía años que no veía "Casada con todos". Recordé su existencia, se la pedí a un amigo, me la mandó y le di al "Play" con miedo de que ya no me funcionara igual. Falsa alarma. Por suerte, disfruté del visionado como un cochinillo. Sí, estamos ante una comedia romántica, pero nada que ver con la basura que lleva haciéndose desde hace años en su nombre. Aquí el rollo amoroso no empalaga, es hasta tierno. Y se mezcla con muchos momentos de un humor algo alocado (destacando los arrebatos desquiciados de la celosa y medio psicópata mujer de Tony), un ritmo acelerado, vibrante, y cierta "chispeantez" en el ambiente. Todo ello rebañado en inesperadas y agradecidas dosis de acción y violencia. Disparos y muertos incluidos. Al fin y al cabo, la cosa va de gangsters. "Casada con todos" es una película alegre, y ese es el poso que nos deja. Mientras concluye, a base de un chorrón de escenas eliminadas, resulta imposible no sonreír con genuina satisfacción.
Si a la refrescante dirección de Demme, y el divertido guion de Barry Strugatz + Mark R. Burns (quienes, curiosamente, no harían mucha carrera. La otra única película localizable en sus currículums con cierto brillo es "Vida y amores de una diablesa"), añadimos la extensísima ristra de actores que pululan por la pantalla, ya sea en funciones protagónicas, secundarias, de extra o, directamente, invisibles (Joe Spinell formaba parte del cast, pero toda su labor queda relegada a las escenas eliminadas), pues apaga y vámonos. El orgasmo se multiplica. Así pues, tenemos a una guapísima, pero guapíssssssima, Michelle Pfeiffer. Alec Baldwin. Matthew Modine. Un grandioso Dean Stockwell como jefe mafioso. Una no menos impresionante Mercedes Ruehl interpretando a su maniática esposa. Oliver Platt. Joan Cusack. Nancy Travis requetemonísima enseñando un poco de cacho (sí, amigos, en las "romcoms" de antaño se veían tetas y culos, ni que fuese de refilón). El legendario David Johansen, vocalista de "New York Dolls" con una curiosa carrera secundaria como actor, luciendo nada menos que sotana. Chris Issak. Al Lewis (el abuelo de los "Munster"). Algunos de los habituales del "clan Demme" (es decir, Tracey Walter, Charles Napier o Paul Lazar) y, esta sí es toda una sorpresa, el entonces futuro director Todd Solondz como reportero.
De la música incidental se encarga David "Talking Heads" Byrne, para el que, cuatro años antes, Jonathan Demme había dirigido la hoy bien reputada película-concierto "Stop Making Sense". En la fotografía, otro "Demmeista" convencido, el prestigioso Tak Fujimoto.
Por ello, y algo más, "Casada con todos" termina siendo un delicioso entretenimiento. De cuando estas películas además de divertidas, eran buenas.
(Suspiro) ¡¡que puta mierda hacerse mayor!!.
Muy recomendable.
viernes, 17 de mayo de 2024
UNDERGROUND KINGS
Quizás uno de los grupos que mejor representen a las nuevas generaciones del rap español sean Natos y Waor, dúo de madrileños que, primero con las maquetas, los discos después y sin el aval de ningún sello discográfico, han llegado a convertirse en el grupo con mayor repercusión en estos momentos, al margen de los dinosaurios de los 90 que acaban haciendo cualquier cosa por mantener su ínfimo pedazo de la parcela en la escena del rap.
Natos y Waor representan a esa juventud suburbial de nacidos en los 90 y 00, atolondrada y rebelde por igual, con la que conectan a través de sus canciones de corte tristón y callejero que les ha llevado a estar en lo más alto, siendo el único grupo de rap que ha llenado el Palacio de Vistalegre (por lo que resulta paradójico que la cosa se titule “Underground Kings”) con un aforo de más de 11.500 personas en su mayoría jóvenes de su misma generación o posteriores (Kase. O metió 15.000 en el antiguo Palacio de los Deportes, el actual WiZink Center, pero claro, lo ha logrado tras casi 30 años de carrera).
Lo curioso es que, mientras los rappers de la generación de los 90, que pese al contenido absolutamente lerdo de sus raps, tienen una gran influencia de la escuela americana de la que son coetáneos —básicamente, forjaron la escena a raíz de consumir el rap de la golden era—, esta generación que da sus primeros pasos alrededor de 2003, se desarrolla en un entorno cuya concepción del hip-hop poco o nada tiene que ver con la de las generaciones anteriores. Provenientes del movimiento punk, con las batallas de gallos como escuela donde formarse y una estética muy alejada a la del b-boy, Natos y Waor parecen hacerle un corte de mangas al hip-hop de toda la vida, componiendo canciones de corte intimista, o lúdico, que parecen opuestas a las del rap estilístico nacido en España en los 90.
Natos y Waor, a diferencia de los puretas, aparecen cuando ya hay un rap español establecido en el mercado, cuando ya existen incluso estrellas del rap que no desmerecen, en cuanto a número de seguidores, de las del pop más cotizadas y, en definitiva, cuando ya el rap se ha convertido en una tendencia musical que, mezclándose peligrosamente con la música electrónica y derivando en subgéneros como el trap, no necesariamente tiene por qué verse ya asociado al hip-hop. Natos y Waor nacen cuando ya no existe el underground, o mejor dicho, cuando el mercado está tan saturado de referencias que el underground se torna invisible. Paradójicamente, surgen en un periodo de transición en el género y, con su sede en casas ocupa, llegan al mainstream desde la marginalidad más estricta: sus maquetas son confeccionadas de manera casera y no cuentan ni con instrumentales propias, robando estas de Youtube o recurriendo a aquellas de uso libre concebidas para tal fin. Graban sus demos, las mueven por redes sociales y, sin premeditarlo, lo van petando progresivamente de manera que pasan de llenar pequeñas salas a estadios.
Esta generación, al no verse condicionada por los dogmas del hip-hop y el rap más convencional, desarrolla una escena más auténtica que la que le precede y con un público menos sectario que, no siendo estrictamente hip-hopero, les ha llevado a crecer hasta convertirse en números uno. Al margen de eso, Natos y Waor son más macarras, honestos y genuinos, dando un rap menos ortodoxo que conecta a la perfección con hordas de adolescentes sin pajolera idea de quién es Rakim (ni les interesa), que en su vida han oído hablar de KRS-One, pero siguen a Natos y Waor allá donde vayan. ¿Qué han generado Natos y Waor? Una escena de verdad, no como la de los 90, sin duda, mucho más impostada. Al margen de eso, dudo bastante que conecten con las generaciones anteriores. A un señor de mi edad (47 cuando escribo esto), loco por el rap yankee de los 90, es más probable que le genere hostilidad que otra cosa. Personalmente, no aguanto la música de Natos y Waor ni un minuto, pero entiendo el cambio de tercio que representan, la idiosincrasia de esta generación y hasta me caen mejor que los otros señores de mi edad que, intentando mantener lo que han conseguido, o rabiosos por lo que alguna vez tuvieron y hoy han perdido, se aferran a una vida pública como emcees que, a veces, roza la más brutal vergüenza ajena.
Por otro lado el documental “Underground Kings”, que narra la ascensión del dúo a lo más alto, no deja de ser otra muestra de un ego desmedido, como lo puedan ser “Dentro del círculo” sobre la elaboración del disco más exitoso de Kase.O, “Tengo que volver a casa” sobre las correrías de ToteKing o “Blackbook” que cuenta la historia de SFDK. Curiosamente, y siendo Natos y Waor más soberbios y descarados que esos otros rappers de geriátrico, afrontan un documental sobre ellos mismos de una manera mucho más humilde. “Underground Kings” es más cercano y no tiene la grandilocuencia que trae consigo “Dentro del círculo”, máxime cuando Kase.O es un emcee que lleva la humildad y el buen rollo por bandera, pero en su documental no parece predicar con el ejemplo. Diríase que Natos y Waor también llevan una gestión de la fama más sana que los otros vejestorios.
Natos y Waor representan a esa juventud suburbial de nacidos en los 90 y 00, atolondrada y rebelde por igual, con la que conectan a través de sus canciones de corte tristón y callejero que les ha llevado a estar en lo más alto, siendo el único grupo de rap que ha llenado el Palacio de Vistalegre (por lo que resulta paradójico que la cosa se titule “Underground Kings”) con un aforo de más de 11.500 personas en su mayoría jóvenes de su misma generación o posteriores (Kase. O metió 15.000 en el antiguo Palacio de los Deportes, el actual WiZink Center, pero claro, lo ha logrado tras casi 30 años de carrera).
Lo curioso es que, mientras los rappers de la generación de los 90, que pese al contenido absolutamente lerdo de sus raps, tienen una gran influencia de la escuela americana de la que son coetáneos —básicamente, forjaron la escena a raíz de consumir el rap de la golden era—, esta generación que da sus primeros pasos alrededor de 2003, se desarrolla en un entorno cuya concepción del hip-hop poco o nada tiene que ver con la de las generaciones anteriores. Provenientes del movimiento punk, con las batallas de gallos como escuela donde formarse y una estética muy alejada a la del b-boy, Natos y Waor parecen hacerle un corte de mangas al hip-hop de toda la vida, componiendo canciones de corte intimista, o lúdico, que parecen opuestas a las del rap estilístico nacido en España en los 90.
Natos y Waor, a diferencia de los puretas, aparecen cuando ya hay un rap español establecido en el mercado, cuando ya existen incluso estrellas del rap que no desmerecen, en cuanto a número de seguidores, de las del pop más cotizadas y, en definitiva, cuando ya el rap se ha convertido en una tendencia musical que, mezclándose peligrosamente con la música electrónica y derivando en subgéneros como el trap, no necesariamente tiene por qué verse ya asociado al hip-hop. Natos y Waor nacen cuando ya no existe el underground, o mejor dicho, cuando el mercado está tan saturado de referencias que el underground se torna invisible. Paradójicamente, surgen en un periodo de transición en el género y, con su sede en casas ocupa, llegan al mainstream desde la marginalidad más estricta: sus maquetas son confeccionadas de manera casera y no cuentan ni con instrumentales propias, robando estas de Youtube o recurriendo a aquellas de uso libre concebidas para tal fin. Graban sus demos, las mueven por redes sociales y, sin premeditarlo, lo van petando progresivamente de manera que pasan de llenar pequeñas salas a estadios.
Esta generación, al no verse condicionada por los dogmas del hip-hop y el rap más convencional, desarrolla una escena más auténtica que la que le precede y con un público menos sectario que, no siendo estrictamente hip-hopero, les ha llevado a crecer hasta convertirse en números uno. Al margen de eso, Natos y Waor son más macarras, honestos y genuinos, dando un rap menos ortodoxo que conecta a la perfección con hordas de adolescentes sin pajolera idea de quién es Rakim (ni les interesa), que en su vida han oído hablar de KRS-One, pero siguen a Natos y Waor allá donde vayan. ¿Qué han generado Natos y Waor? Una escena de verdad, no como la de los 90, sin duda, mucho más impostada. Al margen de eso, dudo bastante que conecten con las generaciones anteriores. A un señor de mi edad (47 cuando escribo esto), loco por el rap yankee de los 90, es más probable que le genere hostilidad que otra cosa. Personalmente, no aguanto la música de Natos y Waor ni un minuto, pero entiendo el cambio de tercio que representan, la idiosincrasia de esta generación y hasta me caen mejor que los otros señores de mi edad que, intentando mantener lo que han conseguido, o rabiosos por lo que alguna vez tuvieron y hoy han perdido, se aferran a una vida pública como emcees que, a veces, roza la más brutal vergüenza ajena.
Por otro lado el documental “Underground Kings”, que narra la ascensión del dúo a lo más alto, no deja de ser otra muestra de un ego desmedido, como lo puedan ser “Dentro del círculo” sobre la elaboración del disco más exitoso de Kase.O, “Tengo que volver a casa” sobre las correrías de ToteKing o “Blackbook” que cuenta la historia de SFDK. Curiosamente, y siendo Natos y Waor más soberbios y descarados que esos otros rappers de geriátrico, afrontan un documental sobre ellos mismos de una manera mucho más humilde. “Underground Kings” es más cercano y no tiene la grandilocuencia que trae consigo “Dentro del círculo”, máxime cuando Kase.O es un emcee que lleva la humildad y el buen rollo por bandera, pero en su documental no parece predicar con el ejemplo. Diríase que Natos y Waor también llevan una gestión de la fama más sana que los otros vejestorios.
El documental, en sus dos horas largas de metraje, se compone de una larga entrevista a Natos y Waor que, combinada con otras a sus padres y gente de su entorno, cuenta la historia del grupo desde los inicios, antes de que el rap irrumpiera en sus vidas, con abundante material de archivo para ilustrar su discurso y pocos aspavientos o artificios. Y el espectador es testigo de su espectacular ascenso desde el subsuelo hasta las grandes ligas.
Con pocos medios y pocas florituras técnicas —poco más que planos estáticos con dos cámaras— se consigue algo muy difícil, que un ladrillo de dos horas compuesto prácticamente por dos cabezones parlantes, genere el interés del espectador gracias a la fluida narración de sus dos protagonistas.
Por lo demás, dirigiendo a pachas el propio Waor junto a Adrian Groves, su estructura es de lo más formal. Estos tienen alguna noción audiovisual, pero su bagaje viene precedido más por su amor a la música que al cine (realizan videoclips, que al fin y al cabo es para lo que se han formado) y, en resumidas cuentas, con lo que saben hacer les sobra y les alcanza. Se trata de un documental con fines promocionales, no competitivos en festivales.
Llama la atención asimismo, el ver a viejos raperos de las generaciones anteriores opinando sobre Natos y Waor ante la cámara. Dudo que conecten con la música de los recién llegados, pero como son números uno les conviene estar cerquita, no sea que se les acabe el chollo, así que, por supuesto, les dejan demasiado bien en sus declaraciones. Casi se les ve el plumero.
Con pocos medios y pocas florituras técnicas —poco más que planos estáticos con dos cámaras— se consigue algo muy difícil, que un ladrillo de dos horas compuesto prácticamente por dos cabezones parlantes, genere el interés del espectador gracias a la fluida narración de sus dos protagonistas.
Por lo demás, dirigiendo a pachas el propio Waor junto a Adrian Groves, su estructura es de lo más formal. Estos tienen alguna noción audiovisual, pero su bagaje viene precedido más por su amor a la música que al cine (realizan videoclips, que al fin y al cabo es para lo que se han formado) y, en resumidas cuentas, con lo que saben hacer les sobra y les alcanza. Se trata de un documental con fines promocionales, no competitivos en festivales.
Llama la atención asimismo, el ver a viejos raperos de las generaciones anteriores opinando sobre Natos y Waor ante la cámara. Dudo que conecten con la música de los recién llegados, pero como son números uno les conviene estar cerquita, no sea que se les acabe el chollo, así que, por supuesto, les dejan demasiado bien en sus declaraciones. Casi se les ve el plumero.
lunes, 13 de mayo de 2024
HISTORIA DE UN JUNKIE
Nacida inicialmente como “Gringo”, cuando los piratas de Troma compraron esta película para distribuirla, decidieron darle un título más sensacionalista y a todas luces comercial: “Story of a junkie”, sin tener ni pajolera idea el señor Lloyd Kaufman del material contra cultural que tenía entre manos. Esta maravilla en forma de documental ficcionado, oda a la sordidez y la decadencia de las calles del Nueva York de los 80, cuenta con pelos y señales los avatares de un adicto a la heroína llamado John Spacely. El susodicho no es un yonki cualquiera que los productores se encontraron por ahí y al que filmaron inyectándose heroína sin remilgos, no. El personaje en cuestión fue un popular ente de la cultura underground neoyorquina, un punk que eventualmente ejercía como músico, otras veces como actor, y que en sus mejores momentos se codeaba con personalidades del estilo de Keith Richards, Willy DeVille o Joey Ramone, quizás por cuestiones más tóxicas que musicales. Incluso, cuanto tuvo autonomía para trapichear con drogas, se convirtió en el dealer particular de John Belushi. Asimismo, llegó a trabajar como editor y colaborador del célebre “Punk Magazine” a las órdenes de John Holmstrom, pero su desmesurada adicción a las drogas duras —cuyo origen es consecuencia de un trauma, tras un horroroso aborto su novia fue arrollada por un camión— envió todo atisbo de creatividad al traste. De este modo, Spacely se convierte en una leyenda callejera de alta magnitud lo suficientemente interesante como para que se decidiera hacer un retrato sobre su persona y, por supuesto, sobre el poco higiénico y repugnante hábito de inyectarse.
El título de producción, “Gringo” hace referencia al mote bajo el que Spacely era conocido en las calles. Durante mucho tiempo estuvo moviéndose como una rata en Alphabet City, lugar habitado potencialmente por latinos y negros. Spacely era de los pocos blancos que pernoctaban en aquella cloaca, hecho que se hacía aún más evidente con la querencia de este por la decoloración capilar, así que los negratas comenzaron a llamarle Gringo y, de ahí, el título primigenio.
En “Historia de un junkie”, el director Lech Kowalski se gana la confianza de Spacely y de su circulo de chusma yonkie, para introducirse con su cámara de 16 mm en lo más profundo de los bajos fondos neoyorquinos. Así, entre entrevistas a adictos y traficantes, visitas a narcosalas y reconstrucciones en ficción de algunos de los hechos que Spacely le explica, podemos hacernos una idea del infierno que supone ser un adicto a las drogas duras. Infierno que, aunque de vez en cuando se escenifique el teatrillo para darle ritmo a la película, es absolutamente real. Camellos, drogatas, narcosalas, todo estaba allí antes de que la producción llegase con los equipos filmadores.
Yonkies inyectándose, Spacely pasando el mono visto de la manera más gráfica posible, transacciones de droga y trapicheos varios se imponen en un documental del todo sensacionalista y cercano al “mondo”. Tras su visionado, el espectador queda con muy mal cuerpo.
El formato, rodando en 16 mm, de noche con iluminación natural, ayuda a incrementar la sordidez y mal rollo que desprende la película, pero ya lejos de texturas o del grano de celuloide, es que los lugares donde filma Kowalski son lo más asqueroso visto en una pantalla, amén de los individuos que pululan a lo largo del metraje, poco más que despojos humanos, o esos primeros planos de gente picándose las venas. Mención especial para algunos momentos en relación al protagonista. En una escena en la que, tras días de andar por ahí tirado, pinchándose y demás, decide asearse un poco, sus venas están ya tan agujereadas que, en un plano donde está peinándose, la cámara se mueve un poco para mostrarnos unas gotas de sangre en el brazo con el que se atusa el pelo, cuyas heridas, ya tan maltrechas, no se curan jamás. Turbador resulta también el plano en el que el yonki limpia sus botas manchadas con su propia sangre o se quita la roña de los dedos de los pies, con la carne de estos muerta, podrida, por la falta de limpieza y tras muchos días sin desprenderse del calzado.
Un documento tan aterrador como atrayente, al que además tenemos que añadir el valor de incluir algunas escenas de ficción como aquella en que un camello asesina a otro tras un problema territorial.
La filmografía del director, Lech Kowalski, se compone exclusivamente de documentales, ninguno de ellos centrado en aspectos agradables de lo que retrata. Suyo sería “D.O.A” sobre la gira norteamericana que llevaron a cabo en 1978 los "Sex Pistols" o “Born To Loose: The Last Rock-n-Roll Movie”, centrado en Johnny Thunders, miembro de los "New York Dolls" y los "Heartbreakers", y por donde también asoma el amigo Spacely en los últimos momentos de su vida, agonizando ya terminal por culpa del SIDA. Caerá por aquí.
Muy recomendable esta "Historia de un Junkie"… siempre y cuando dispongas de un estómago de acero y no tengas la sensibilidad a flor de piel.
El título de producción, “Gringo” hace referencia al mote bajo el que Spacely era conocido en las calles. Durante mucho tiempo estuvo moviéndose como una rata en Alphabet City, lugar habitado potencialmente por latinos y negros. Spacely era de los pocos blancos que pernoctaban en aquella cloaca, hecho que se hacía aún más evidente con la querencia de este por la decoloración capilar, así que los negratas comenzaron a llamarle Gringo y, de ahí, el título primigenio.
En “Historia de un junkie”, el director Lech Kowalski se gana la confianza de Spacely y de su circulo de chusma yonkie, para introducirse con su cámara de 16 mm en lo más profundo de los bajos fondos neoyorquinos. Así, entre entrevistas a adictos y traficantes, visitas a narcosalas y reconstrucciones en ficción de algunos de los hechos que Spacely le explica, podemos hacernos una idea del infierno que supone ser un adicto a las drogas duras. Infierno que, aunque de vez en cuando se escenifique el teatrillo para darle ritmo a la película, es absolutamente real. Camellos, drogatas, narcosalas, todo estaba allí antes de que la producción llegase con los equipos filmadores.
Yonkies inyectándose, Spacely pasando el mono visto de la manera más gráfica posible, transacciones de droga y trapicheos varios se imponen en un documental del todo sensacionalista y cercano al “mondo”. Tras su visionado, el espectador queda con muy mal cuerpo.
El formato, rodando en 16 mm, de noche con iluminación natural, ayuda a incrementar la sordidez y mal rollo que desprende la película, pero ya lejos de texturas o del grano de celuloide, es que los lugares donde filma Kowalski son lo más asqueroso visto en una pantalla, amén de los individuos que pululan a lo largo del metraje, poco más que despojos humanos, o esos primeros planos de gente picándose las venas. Mención especial para algunos momentos en relación al protagonista. En una escena en la que, tras días de andar por ahí tirado, pinchándose y demás, decide asearse un poco, sus venas están ya tan agujereadas que, en un plano donde está peinándose, la cámara se mueve un poco para mostrarnos unas gotas de sangre en el brazo con el que se atusa el pelo, cuyas heridas, ya tan maltrechas, no se curan jamás. Turbador resulta también el plano en el que el yonki limpia sus botas manchadas con su propia sangre o se quita la roña de los dedos de los pies, con la carne de estos muerta, podrida, por la falta de limpieza y tras muchos días sin desprenderse del calzado.
Un documento tan aterrador como atrayente, al que además tenemos que añadir el valor de incluir algunas escenas de ficción como aquella en que un camello asesina a otro tras un problema territorial.
La filmografía del director, Lech Kowalski, se compone exclusivamente de documentales, ninguno de ellos centrado en aspectos agradables de lo que retrata. Suyo sería “D.O.A” sobre la gira norteamericana que llevaron a cabo en 1978 los "Sex Pistols" o “Born To Loose: The Last Rock-n-Roll Movie”, centrado en Johnny Thunders, miembro de los "New York Dolls" y los "Heartbreakers", y por donde también asoma el amigo Spacely en los últimos momentos de su vida, agonizando ya terminal por culpa del SIDA. Caerá por aquí.
Muy recomendable esta "Historia de un Junkie"… siempre y cuando dispongas de un estómago de acero y no tengas la sensibilidad a flor de piel.
sábado, 11 de mayo de 2024
INMACULADA
Para nada tenía previsto yo escribir una reseña de "Inmaculada" Sin embargo, estas últimas jornadas he experimentado un par de epifanías que, sumadas al indiscutible regusto positivo obtenido tras el visionado (¡si! no pienso pedir disculpas por ello), han empujado a sentarme frente al teclado, dispuesto a reivindicarla moderadamente.
Primero. Justo ayer vi la cacareada "Vermin. La plaga" y me dejó algo frío. Es cierto que dispone de un par o tres de escenas muy potentes, intensas. Y está muy bien acabada toda ella. Pero, por equis motivos (me disgustan mucho los protagonistas, sobre todo en su condición de semi delincuentes, macarrillas, cholos y chonis, mientras a la policía se la pinta como villana), quedó lejos de deslumbrarme (su director ya ha firmado para un nuevo "Evil Dead"... ¡¡agh!!). Entonces, tras el consumo favorable de "Inmaculada", recordé lo jodidamente difícil que es, a día de hoy, dar con una de terror buena. Aquellas que cumplan con la categoría, pues, merecen ser atendidas... especialmente si la audiencia las ignora. Y ahí entramos en el segundo punto. Hablándolo con un amigo, comentó que no tenía previsto ver "Inmaculada" porque pintaba a que era lo mismo de siempre y estaba harto de monjas poseídas. Ahí me dije yo ¡¡tate!! ¡¡no, mal, wrong, caca, te equivocas!! ¿por qué lo sé? porque a mí me pasó lo mismo. Saquen papel + boli y tomen nota, julais...
Me daba una perezaco de la leche ver "Inmaculada". Como el colega arriba referido, estaba aún dolido por las recientes muestras de películas terroríficas con monjas de por medio. Todas un horror en el peor sentido, plus un coñazo (sí, incluyo aquí el tochazo descolorío de Paquito Plaza) Pero mi -en ocasiones maldecida- función de fan del género me obligaba a deglutir "Inmaculada" (¡¡gratis, of course!!). Bueno, vaaaale, y la presencia de la neumática y deseable Sydney Sweeney. ¿Fea? No, ni mucho menos. Simplemente dispone de una belleza distinta. ¿Mala actriz? Tampoco. Mejorará con el tiempo, no lo duden, cuando sus dos hermosas y turgentes tetas dejen de ser la única razón por la que supera castings (lejos queda esa niña que asomaba el inocente careto en la última y flooooja película de San John Carpenter, "Encerrada"). Y, justo, ahí quería yo llegar (en realidad, ahí querría yo pasar el resto de mi vida), el indiscutible erotismo que destila Doña Sweeney. Quizás a ustedes les pasó como a mí y, al enterarse que interpretaba a una monja, pensarían "¡No jodas! ¡qué desperdicio!" (graciosamente, eso mismo suelta un personaje cuando ella le cuenta sus castos planes en la vida) "Ya está la última tía güena de Hollywood buscando papeles ultra-opuestos a su imagen para ganarse un punto o dos" Pero resulta que no, my friends, en "Inmaculada" la muchacha hace gala, y no poco, de sus encantos (aunque sin llegar a los niveles de una, por así decirlo, "Inmaenculada") "Lightmente", sí, a través de camisones mojados, o escenas de ducha en las que cubre como puede ese par de aldabas (casi sin lograrlo) Pero se agradece requetemucho. Y no es la única, hay otra novicia en el film mostrando sutil cacho. Así que, sorpresón. Tras las descafeinadas muestras de reciente terror monjil, era lo último que esperaba.
A ello, añadan una trama que NADA tiene de posesiones demoníacas y tal. Ni salen fantasmas de nariz larguirucha. Sustos, los justos. Sería más un thriller con elementos horroríficos. Condimentado, encima, con algunos escuetos pero agradecidos momentos de truculencia y ni tan siquiera 90 minutos de duración. ¿Han leído bien? ¡¡ni 90 minutos!!. Los créditos salen a la hora y 28 de película, tras un desenlace cojonudo. Esto sí es un milagro y no el que supuestamente experimenta Sweeney en "Inmaculada". La chavala, virgen como es (ñummm!) se queda preñada. Y, claro, todos flipan. Pero no, hay trampa... y de la buena.
Vale, algunos han perdido el pedal hablando de la recuperación del subgénero de monjas cachondas tan propio de los setenta (¡nah!... tampoco tanto, eso ya lo hizo, y muy bien, Paul Verhoeven con "Benedetta") y ¿algo de horror italiano?... bueeeeno, con pinzas. ¡Ay, este fandom que se descontrola por nada! que mala es la abstinencia (de buen cine de género, digo)
A Michael Mohan (director) y Andrew Lobel (guionista) ni los conocía. Puede que a partir de ahora les siga con algo más de atención.
Tampoco me entiendan mal, no estoy aquí soltando que "Inmaculada" sea una obra de arte. Un nuevo hito del horror. Un clásico... inmaculado (ejem) Pero sí es una de terror decente, motivo de celebración y, sobre todo, consumición. Eviten ser tan lerdos como yo -y mi amigo- juzgando el libro por la portada. Tal vez hasta me lo agradezcan.
Primero. Justo ayer vi la cacareada "Vermin. La plaga" y me dejó algo frío. Es cierto que dispone de un par o tres de escenas muy potentes, intensas. Y está muy bien acabada toda ella. Pero, por equis motivos (me disgustan mucho los protagonistas, sobre todo en su condición de semi delincuentes, macarrillas, cholos y chonis, mientras a la policía se la pinta como villana), quedó lejos de deslumbrarme (su director ya ha firmado para un nuevo "Evil Dead"... ¡¡agh!!). Entonces, tras el consumo favorable de "Inmaculada", recordé lo jodidamente difícil que es, a día de hoy, dar con una de terror buena. Aquellas que cumplan con la categoría, pues, merecen ser atendidas... especialmente si la audiencia las ignora. Y ahí entramos en el segundo punto. Hablándolo con un amigo, comentó que no tenía previsto ver "Inmaculada" porque pintaba a que era lo mismo de siempre y estaba harto de monjas poseídas. Ahí me dije yo ¡¡tate!! ¡¡no, mal, wrong, caca, te equivocas!! ¿por qué lo sé? porque a mí me pasó lo mismo. Saquen papel + boli y tomen nota, julais...
Me daba una perezaco de la leche ver "Inmaculada". Como el colega arriba referido, estaba aún dolido por las recientes muestras de películas terroríficas con monjas de por medio. Todas un horror en el peor sentido, plus un coñazo (sí, incluyo aquí el tochazo descolorío de Paquito Plaza) Pero mi -en ocasiones maldecida- función de fan del género me obligaba a deglutir "Inmaculada" (¡¡gratis, of course!!). Bueno, vaaaale, y la presencia de la neumática y deseable Sydney Sweeney. ¿Fea? No, ni mucho menos. Simplemente dispone de una belleza distinta. ¿Mala actriz? Tampoco. Mejorará con el tiempo, no lo duden, cuando sus dos hermosas y turgentes tetas dejen de ser la única razón por la que supera castings (lejos queda esa niña que asomaba el inocente careto en la última y flooooja película de San John Carpenter, "Encerrada"). Y, justo, ahí quería yo llegar (en realidad, ahí querría yo pasar el resto de mi vida), el indiscutible erotismo que destila Doña Sweeney. Quizás a ustedes les pasó como a mí y, al enterarse que interpretaba a una monja, pensarían "¡No jodas! ¡qué desperdicio!" (graciosamente, eso mismo suelta un personaje cuando ella le cuenta sus castos planes en la vida) "Ya está la última tía güena de Hollywood buscando papeles ultra-opuestos a su imagen para ganarse un punto o dos" Pero resulta que no, my friends, en "Inmaculada" la muchacha hace gala, y no poco, de sus encantos (aunque sin llegar a los niveles de una, por así decirlo, "Inmaenculada") "Lightmente", sí, a través de camisones mojados, o escenas de ducha en las que cubre como puede ese par de aldabas (casi sin lograrlo) Pero se agradece requetemucho. Y no es la única, hay otra novicia en el film mostrando sutil cacho. Así que, sorpresón. Tras las descafeinadas muestras de reciente terror monjil, era lo último que esperaba.
A ello, añadan una trama que NADA tiene de posesiones demoníacas y tal. Ni salen fantasmas de nariz larguirucha. Sustos, los justos. Sería más un thriller con elementos horroríficos. Condimentado, encima, con algunos escuetos pero agradecidos momentos de truculencia y ni tan siquiera 90 minutos de duración. ¿Han leído bien? ¡¡ni 90 minutos!!. Los créditos salen a la hora y 28 de película, tras un desenlace cojonudo. Esto sí es un milagro y no el que supuestamente experimenta Sweeney en "Inmaculada". La chavala, virgen como es (ñummm!) se queda preñada. Y, claro, todos flipan. Pero no, hay trampa... y de la buena.
Vale, algunos han perdido el pedal hablando de la recuperación del subgénero de monjas cachondas tan propio de los setenta (¡nah!... tampoco tanto, eso ya lo hizo, y muy bien, Paul Verhoeven con "Benedetta") y ¿algo de horror italiano?... bueeeeno, con pinzas. ¡Ay, este fandom que se descontrola por nada! que mala es la abstinencia (de buen cine de género, digo)
A Michael Mohan (director) y Andrew Lobel (guionista) ni los conocía. Puede que a partir de ahora les siga con algo más de atención.
Tampoco me entiendan mal, no estoy aquí soltando que "Inmaculada" sea una obra de arte. Un nuevo hito del horror. Un clásico... inmaculado (ejem) Pero sí es una de terror decente, motivo de celebración y, sobre todo, consumición. Eviten ser tan lerdos como yo -y mi amigo- juzgando el libro por la portada. Tal vez hasta me lo agradezcan.
viernes, 10 de mayo de 2024
HERENCIA DIABÓLICA
México, uno de los países que más jugo le sacó al vídeo doméstico, se abrazó al SOV como alma que lleva el diablo a principios de los 90, porque el formato era ideal para lo que aquella industria demandaba: producir mucho, rápido y barato. Así que se liaron a grabar como si no hubiera un mañana con el fin de rentar las inversiones de un día para otro.
De las miles de películas facturadas en aquella época, hace años se hizo viral la que nos ocupa, “Herencia diabólica”, una especie de exploit de “El muñeco diabólico” que cuenta la historia de un individuo al que se le muere una tía y, en consecuencia, hereda una mansión. Se instala allí con su esposa y reparan en la presencia de un muñeco de payaso de aspecto muy chungo, y que según el tipo, lleva en esa casa desde que él era pequeño. Todo bien, hasta que el muñeco comienza a aparecer en lugares extraños de la casa y arrancan una serie de accidentes. Claro, serán obra del muñeco que está poseído por “alguien” o “algo”.
Mala de solemnidad y rodada con cuatro chavos, su principal aliciente, a parte de lo descabellada que es de por sí, es que al muñeco —da un asco y una grima que tiran de espaldas— lo interpreta nada menos que Margarito Esparza, alias “Margarito”, un actor enano muy célebre en México que se hacía llamar “el actor más pequeño del mundo” En los años 50 intervino en un montón de películas y hacia el final de su vida fue pasto de la prensa rosa. En televisión sacaba a relucir su mala hostia, hablaba como un duendecillo y, además, se tiraba pedos. Eso le hizo famoso. Una especie de Martí Galindo centroamericano, solo que el catalán no ventoseaba, y, salvo porque eventualmente Xavier Sardá se lo sentaba en sus rodillas, era un actor al que se le tenía cierto respeto.
Margarito en los años 90 llevaba mucho tiempo sin trabajar y tenía que cantar rancheras en el metro para poder subsistir. Fue en esa época que le surgió la oportunidad de convertirse en el Chucky mexicano. Y, sin más, ahí le tenemos.
“Herencia diabólica” se infló a 35 mm para su estreno en cines, pero pasó sin pena ni gloria. De hecho, después del estreno teatral fue muy difícil encontrar copias en formato domestico alguno, existiendo únicamente un ripeo de algún pase en televisión que se veía fatal; apenas resultaban distinguibles las caras de los actores. El caso es que, en plena era de Internet, se hizo viral por varios motivos: el principal, que se trata de una película muy mala que abusa de planos eternos y paseos interminables con el único fin de llegar a la hora y diez de metraje; el segundo, el payaso, Margarito, que luce horripilante, posiblemente por motivos ajenos a la producción. Cuando el puto enano suelta una carcajada, da un miedo de la hostia; en tercer lugar, la inclusión de escenas extrañas, como una muy celebrada en la que el payaso se mete en la cama con la protagonista y, sin motivo previo aparente, comienza a meterle mano tórridamente, así como destacan lo mal resueltos que están los asesinatos a rasgos generales.
Tras el redescubrimiento de la peli, fueron muchos los youtubers que comenzaron a hacer sus reseñas e, inevitablemente, se hizo popular. Es por eso que “Herencia diabólica” fue rastreada por la buena gente de “Vinegar Syndrome”, localizada, remasterizada desde el negativo original de cine (no desde el master de vídeo. Una remasterización no muy escandalosa… se ve mejor que lo que había, pero tampoco es para rasgarse las vestiduras), y editada recientemente en Blu Ray de lujo, dando el pistoletazo de salida al nuevo subsello de “Vinegar”, “Degausser Video”, destinado a sacar como dios manda títulos clave del “direct to video”. Esto incluye un montón de SOV así como películas que, aun rodadas en 35 mm, tuvieron como plataforma de estreno exclusiva el formato domestico.
El director de “Herencia diabólica”, Alfredo Salazar, es guionista de un puñado de clásicos de la "serie B" mexicana que van desde “La mujer murciélago” de René Cardona, pasando por unas cuantas de El Santo, hasta alguna de ficheras, haciendo un inciso en su carrera para dirigir. Suyas son la mítica “El charro de las calaveras”, “Una rata en la oscuridad” y la que nos ocupa, con la que cierra su carrera cinematográfica.
Muy mala, ya saben. Pero mala de las de verdad.
De las miles de películas facturadas en aquella época, hace años se hizo viral la que nos ocupa, “Herencia diabólica”, una especie de exploit de “El muñeco diabólico” que cuenta la historia de un individuo al que se le muere una tía y, en consecuencia, hereda una mansión. Se instala allí con su esposa y reparan en la presencia de un muñeco de payaso de aspecto muy chungo, y que según el tipo, lleva en esa casa desde que él era pequeño. Todo bien, hasta que el muñeco comienza a aparecer en lugares extraños de la casa y arrancan una serie de accidentes. Claro, serán obra del muñeco que está poseído por “alguien” o “algo”.
Mala de solemnidad y rodada con cuatro chavos, su principal aliciente, a parte de lo descabellada que es de por sí, es que al muñeco —da un asco y una grima que tiran de espaldas— lo interpreta nada menos que Margarito Esparza, alias “Margarito”, un actor enano muy célebre en México que se hacía llamar “el actor más pequeño del mundo” En los años 50 intervino en un montón de películas y hacia el final de su vida fue pasto de la prensa rosa. En televisión sacaba a relucir su mala hostia, hablaba como un duendecillo y, además, se tiraba pedos. Eso le hizo famoso. Una especie de Martí Galindo centroamericano, solo que el catalán no ventoseaba, y, salvo porque eventualmente Xavier Sardá se lo sentaba en sus rodillas, era un actor al que se le tenía cierto respeto.
Margarito en los años 90 llevaba mucho tiempo sin trabajar y tenía que cantar rancheras en el metro para poder subsistir. Fue en esa época que le surgió la oportunidad de convertirse en el Chucky mexicano. Y, sin más, ahí le tenemos.
“Herencia diabólica” se infló a 35 mm para su estreno en cines, pero pasó sin pena ni gloria. De hecho, después del estreno teatral fue muy difícil encontrar copias en formato domestico alguno, existiendo únicamente un ripeo de algún pase en televisión que se veía fatal; apenas resultaban distinguibles las caras de los actores. El caso es que, en plena era de Internet, se hizo viral por varios motivos: el principal, que se trata de una película muy mala que abusa de planos eternos y paseos interminables con el único fin de llegar a la hora y diez de metraje; el segundo, el payaso, Margarito, que luce horripilante, posiblemente por motivos ajenos a la producción. Cuando el puto enano suelta una carcajada, da un miedo de la hostia; en tercer lugar, la inclusión de escenas extrañas, como una muy celebrada en la que el payaso se mete en la cama con la protagonista y, sin motivo previo aparente, comienza a meterle mano tórridamente, así como destacan lo mal resueltos que están los asesinatos a rasgos generales.
Tras el redescubrimiento de la peli, fueron muchos los youtubers que comenzaron a hacer sus reseñas e, inevitablemente, se hizo popular. Es por eso que “Herencia diabólica” fue rastreada por la buena gente de “Vinegar Syndrome”, localizada, remasterizada desde el negativo original de cine (no desde el master de vídeo. Una remasterización no muy escandalosa… se ve mejor que lo que había, pero tampoco es para rasgarse las vestiduras), y editada recientemente en Blu Ray de lujo, dando el pistoletazo de salida al nuevo subsello de “Vinegar”, “Degausser Video”, destinado a sacar como dios manda títulos clave del “direct to video”. Esto incluye un montón de SOV así como películas que, aun rodadas en 35 mm, tuvieron como plataforma de estreno exclusiva el formato domestico.
El director de “Herencia diabólica”, Alfredo Salazar, es guionista de un puñado de clásicos de la "serie B" mexicana que van desde “La mujer murciélago” de René Cardona, pasando por unas cuantas de El Santo, hasta alguna de ficheras, haciendo un inciso en su carrera para dirigir. Suyas son la mítica “El charro de las calaveras”, “Una rata en la oscuridad” y la que nos ocupa, con la que cierra su carrera cinematográfica.
Muy mala, ya saben. Pero mala de las de verdad.
miércoles, 8 de mayo de 2024
MINUTOS MUSICALES 28: THE HUMPERS (O EL CLUB PRIVADO DE FURCIAS LLORONAS)
En pleno "petamiento" de "Epitaph", a Brett Gurewitz -jefazo- le dio por fichar un porrón de bandas garajeras, muy ajenas al recurrente sonido punk-popie de la discrográfica, tal vez en un intento de "limpiar su imagen" de cara al punkismo ortodoxo. Hablamos de gentuza como "The New Bomb Turks", "Zeke", "The Donnas", "Dwarves" (el grupo menos íntegro del panorama), "The Hookers"... algunos mangados directamente del catálogo de "Crypt Records". Probablemente la medalla -y toda una declaración de principios- se la puso al conseguir agenciarse dos monstruos en lo suyo, "The Cramps" y "The Fleshtones". Mientras que de los primeros editó sus discos más flojos, a los segundos les insufló vida de nuevo tras unos años poco inspirados. Incluso editó un cd sampler con todos ellos, "Roadkill - Sleazy & Greazy" del 98.
Y entonces, comenzó el rumor de que muchos de aquellos combos se habían aunado en una especie de "club privado" destinado a "rechazar / despreciar" a "los otros", los del sonido más melódico, bendecidos por el éxito y, sí, compañeros de sello. Imagino que se trataba de ser el más punki del lugar y hacer honor a su supuesta pose macarrilla.
Patético. Simplemente, patético. Si tanto despreciabas a "Offspring", "Nofx" o "Bad Religion" (y créeme, en algunos casos lo comprendo perfectamente), al menos, macho, ten los huevos de negarte a formar parte del mismo catálogo. Pero inventarte esa gilipollada solo por "reparar" tu sucio gesto, me parece ridículo y detestablemente cobarde.
Bien, pues "The Humpers" fueron una de las bandas garajeras que Brett Gurewitz fichó durante su cruzada (aunque, en honor a la verdad, desconozco si formaron parte del "club privado" de furcias lloronas). Una que, al menos yo, no conocía antes de "Epitaphiarse". Los "Humpers" salían del otro sello garajero más auténtico por excelencia -"Crypt" aparte- "Sympathy for the Record Industry". Fue ahí donde editaron dos discos y, precisamente, el tema que les dejo a continuación, "Cops and Robbers", sonaba así de guapamente en uno de ellos, "Positively Sick On 4th St."...
¿Que por qué no pongo ninguno de sus temas grabados para "Epitaph"? pues porque no son gran cosa. El primero de los respectivos LPs ("Live forever or die trying") lo compré en su momento y no me gustó. Al segundo ("Plastique Valentine") lo habría ignorado si no fuese porque molaba la portada. Tal vez escuché su contenido en "Virgin Megastore" cuando podía hacerse gratis, y me sonaría mucho mejor, tanto como para dejarme los cuartos. Durante un tiempo anduve consumiéndolo, sobre todo la primera canción. Sin embargo, acabé quemándolo y hoy no lo aguanto entero. El tercero y último, "Euphoria, Confusion, Anger and Remorse" (las cuatro fases del buen borrachuzo) no sé por qué demonios lo adquirí. Ni recuerdo el motivo, ni el contenido. Todo muy absurdo, la verdad. Finalmente, los "Humpers" se separaron y sus dos cabecillas montaron otra banda. Pero eso, a mí, me impogta un cagajo.
Epílogo: Todos esos señores tan rockeros y chuloputescos no terminaron de cumplir con lo esperado a la hora de vender discos -¡¿bueno, no iba de eso la jugada?!- por lo que, más pronto que tarde -la pela es la pela-, desaparecieron de "Epitaph" sin generar ni gota del ruido que habían producido previamente en formato vinilo y/o cd.
Y entonces, comenzó el rumor de que muchos de aquellos combos se habían aunado en una especie de "club privado" destinado a "rechazar / despreciar" a "los otros", los del sonido más melódico, bendecidos por el éxito y, sí, compañeros de sello. Imagino que se trataba de ser el más punki del lugar y hacer honor a su supuesta pose macarrilla.
Patético. Simplemente, patético. Si tanto despreciabas a "Offspring", "Nofx" o "Bad Religion" (y créeme, en algunos casos lo comprendo perfectamente), al menos, macho, ten los huevos de negarte a formar parte del mismo catálogo. Pero inventarte esa gilipollada solo por "reparar" tu sucio gesto, me parece ridículo y detestablemente cobarde.
Bien, pues "The Humpers" fueron una de las bandas garajeras que Brett Gurewitz fichó durante su cruzada (aunque, en honor a la verdad, desconozco si formaron parte del "club privado" de furcias lloronas). Una que, al menos yo, no conocía antes de "Epitaphiarse". Los "Humpers" salían del otro sello garajero más auténtico por excelencia -"Crypt" aparte- "Sympathy for the Record Industry". Fue ahí donde editaron dos discos y, precisamente, el tema que les dejo a continuación, "Cops and Robbers", sonaba así de guapamente en uno de ellos, "Positively Sick On 4th St."...
¿Que por qué no pongo ninguno de sus temas grabados para "Epitaph"? pues porque no son gran cosa. El primero de los respectivos LPs ("Live forever or die trying") lo compré en su momento y no me gustó. Al segundo ("Plastique Valentine") lo habría ignorado si no fuese porque molaba la portada. Tal vez escuché su contenido en "Virgin Megastore" cuando podía hacerse gratis, y me sonaría mucho mejor, tanto como para dejarme los cuartos. Durante un tiempo anduve consumiéndolo, sobre todo la primera canción. Sin embargo, acabé quemándolo y hoy no lo aguanto entero. El tercero y último, "Euphoria, Confusion, Anger and Remorse" (las cuatro fases del buen borrachuzo) no sé por qué demonios lo adquirí. Ni recuerdo el motivo, ni el contenido. Todo muy absurdo, la verdad. Finalmente, los "Humpers" se separaron y sus dos cabecillas montaron otra banda. Pero eso, a mí, me impogta un cagajo.
Epílogo: Todos esos señores tan rockeros y chuloputescos no terminaron de cumplir con lo esperado a la hora de vender discos -¡¿bueno, no iba de eso la jugada?!- por lo que, más pronto que tarde -la pela es la pela-, desaparecieron de "Epitaph" sin generar ni gota del ruido que habían producido previamente en formato vinilo y/o cd.
lunes, 6 de mayo de 2024
MUJERES CARNIVORAS
Tras el visionado de esta película alemana del año 1970, colorida y psicodélica, con una presencia tan contundente de la mujer en pantalla y un discurso feminista hasta el insulto, comprendí a la perfección el por qué la etapa setentera de Jess Franco gusta tanto a los alemanes. No se si Franco (el director de cine, no el dictador) vería en algún momento esta película; no se si, de ser así, cuanto mamaría de ella ni cuanto le debe, pero lo que sí se, es que si alguien me pusiera esto y dijera que es de Jesús Franco —etapa alemana—, me lo creería. Toda la ambientación, el vestuario, la estética, es muy similar a los setenta del director español, pero en plan fino. Aunque aquí el mensaje de castración y eliminación del macho (a lo “Operación Mantis”) es demasiado radical como para que se le hubiera ocurrido algo similar al bueno de Jesús.
La cosa va de una tipa con estrés que, por recomendación del médico, acude a un programa de relajación en un pueblo apartado junto con otras mujeres. Allí repara en que la presencia de machos es muy pobre, por lo que decidirá investigar al respecto, llegando a la conclusión de que hay tan pocos hombres (y estos están en calidad de criados) porque las mujeres, tras aparearse con ellos, los asesinan (y se los comen). Además leen el “Manifiesto Scum” de Valerie Solanas. Cuando llegan al pueblo tres hombretones rudos y varoniles, las mujeres les colmarán de sexo y atenciones, pero nuestra protagonista, que trata de poner fin a la carnicería avisando a las autoridades, es tomada por loca del coño. Del mismo modo, en cuanto la damisela advierte, al que parece va a ser el héroe de la función, que todas esas zorras están acabando con los machos, este no hace caso y en consecuencia es seducido y devorado.
La película es una tontería que se escuda en un discurso feminista tan solo para justificar que a cada momento las chicas se ponen en pelotas. Con la misma excusa se nos muestra algo de sangre, gore contado y, con tanta minifalda de moda entonces, tanto maquillaje y peinados de lo más imposibles, la película queda harto moderna y pintona, con el uso indiscriminado de la iluminación verde, violeta y roja. Al final se queda entre el género y el cine de autor inofensivo. Y muy europeo. Tiene cierta gracia, se deja ver con interés, hasta que pasados 40 o 50 minutos largos comienza al aburrimiento y ya hay que hacer un esfuerzo para llegar al final sin revolverse en la butaca.
Las mantis que se mueven por el encuadre a sus anchas, son viejas glorias del cine erótico europeo, así, contamos con Pascale Petit, Uschi Glass y Francoise Fabian.
Dirige el artefacto el checo Zbynek Brynych . Además de este “Mujeres carnívoras”, que en su momento apareció en vídeo en nuestro país con una carátula sacada de váyanse ustedes a saber donde, dirigió un saco bien grande de películas, todas muy modernas y curiosas, pero al contrario que esta, nunca llegaron aquí.
Sin más, tan solo destaco, como ya les he dicho antes, lo curiosamente franquiana que es.
La cosa va de una tipa con estrés que, por recomendación del médico, acude a un programa de relajación en un pueblo apartado junto con otras mujeres. Allí repara en que la presencia de machos es muy pobre, por lo que decidirá investigar al respecto, llegando a la conclusión de que hay tan pocos hombres (y estos están en calidad de criados) porque las mujeres, tras aparearse con ellos, los asesinan (y se los comen). Además leen el “Manifiesto Scum” de Valerie Solanas. Cuando llegan al pueblo tres hombretones rudos y varoniles, las mujeres les colmarán de sexo y atenciones, pero nuestra protagonista, que trata de poner fin a la carnicería avisando a las autoridades, es tomada por loca del coño. Del mismo modo, en cuanto la damisela advierte, al que parece va a ser el héroe de la función, que todas esas zorras están acabando con los machos, este no hace caso y en consecuencia es seducido y devorado.
La película es una tontería que se escuda en un discurso feminista tan solo para justificar que a cada momento las chicas se ponen en pelotas. Con la misma excusa se nos muestra algo de sangre, gore contado y, con tanta minifalda de moda entonces, tanto maquillaje y peinados de lo más imposibles, la película queda harto moderna y pintona, con el uso indiscriminado de la iluminación verde, violeta y roja. Al final se queda entre el género y el cine de autor inofensivo. Y muy europeo. Tiene cierta gracia, se deja ver con interés, hasta que pasados 40 o 50 minutos largos comienza al aburrimiento y ya hay que hacer un esfuerzo para llegar al final sin revolverse en la butaca.
Las mantis que se mueven por el encuadre a sus anchas, son viejas glorias del cine erótico europeo, así, contamos con Pascale Petit, Uschi Glass y Francoise Fabian.
Dirige el artefacto el checo Zbynek Brynych . Además de este “Mujeres carnívoras”, que en su momento apareció en vídeo en nuestro país con una carátula sacada de váyanse ustedes a saber donde, dirigió un saco bien grande de películas, todas muy modernas y curiosas, pero al contrario que esta, nunca llegaron aquí.
Sin más, tan solo destaco, como ya les he dicho antes, lo curiosamente franquiana que es.
sábado, 4 de mayo de 2024
THE CURSE
Los chavales de "A24" están viviendo lo que se dice un momento dulce. La muy estupenda "La zona de interés" -de la que son co-productores- ganó con justicia el Oscar a la mejor película extranjera. Y la no menos estupenda "Civil War", del interesante según le da la neura Alex Garland, ha funcionado de perlas en la taquilla yanki. Me alegro, oye. De verdad, se lo merecen. Me gusta esta gente y su concepción del cine, justo en esa línea entre lo autoral y comercial.
Pues bien, por lo que a mi respecta hay un pequeño triunfo más que añadir a su currículm reciente, uno en formato serie (co-produciendo con la plataforma que la emite, "Showtime"), "The Curse", uno de los productos "televisivos" más originales, frescos, estrambóticos, bizarros y/o inquietantes que he visto en tiempo.
Así de lejos -palabras estas que cobrarán especial sentido dentro de unas líneas-, "The Curse" no parece disponer de muchos ingredientes atractivos. El cartel es soso, casi como de telefilm alemán de "Antena 3" destinado a rellenar las mortecinas sobremesas de los domingos. Y la trama, del montón: Una pareja recibe una maldición y todo comienza a pillar un cariz raro. Vale, bien. Eso sería no ya quedarse con la punta del iceberg, sino el trocito de hielo que hay justo en la cima. Adentrarse en "The Curse" supone terminar totalmente atrapado por su contenido o, como le pasó a un amigo, sentir un absoluto y radical rechazo. No pudo concluir ni el primer capítulo. Fascinante.
Hay quien la ha calificado de pretenciosa. Yo creo más bien que la serie se ríe de ello, con un modo de proceder tan único y especial que hay que invertir genuino interés, y paciencia, en descubrirlo. E interés y paciencia son dos palabras que, como bien saben, no están hoy día en el léxico de demasiada gente.
Pues bien, por lo que a mi respecta hay un pequeño triunfo más que añadir a su currículm reciente, uno en formato serie (co-produciendo con la plataforma que la emite, "Showtime"), "The Curse", uno de los productos "televisivos" más originales, frescos, estrambóticos, bizarros y/o inquietantes que he visto en tiempo.
Así de lejos -palabras estas que cobrarán especial sentido dentro de unas líneas-, "The Curse" no parece disponer de muchos ingredientes atractivos. El cartel es soso, casi como de telefilm alemán de "Antena 3" destinado a rellenar las mortecinas sobremesas de los domingos. Y la trama, del montón: Una pareja recibe una maldición y todo comienza a pillar un cariz raro. Vale, bien. Eso sería no ya quedarse con la punta del iceberg, sino el trocito de hielo que hay justo en la cima. Adentrarse en "The Curse" supone terminar totalmente atrapado por su contenido o, como le pasó a un amigo, sentir un absoluto y radical rechazo. No pudo concluir ni el primer capítulo. Fascinante.
Hay quien la ha calificado de pretenciosa. Yo creo más bien que la serie se ríe de ello, con un modo de proceder tan único y especial que hay que invertir genuino interés, y paciencia, en descubrirlo. E interés y paciencia son dos palabras que, como bien saben, no están hoy día en el léxico de demasiada gente.
Sorprende encontrarse en roles protagónicos a la recientemente oscarizada Emma Stone. Una mujer de rara belleza e indiscutible talento que me caía un poco gorda, pero comienzo a apreciar... en parte tras descubrir que ejerce de co-productora en "The Curse". Supo ver más allá y entender el valor del proyecto. La secundan dos caballeros hasta ahora desconocidos para mí, Nathan Fielder y Benny Safdie (este involucrado como co-productor en "Pasando Página") Además de actores, son los creadores de la serie, co-guionistas y Fielder, concretamente, se reserva el rol de director en un buen puñado de capítulos.
Whitney es una pijilla obsesionada con ayudar a la humilde comunidad de La Española (en castellano y con ñ) aunque, en realidad, se trata más de limpiar la imagen de explotadora heredada de sus padres, propietarios de unas viviendas a precios abusivos e implacables a la hora de desahuciar. Junto a su maromo, el más bien patético Asher, ha construido una serie de elegantes y semi-futuristas casas ecológicas que quiere promocionar. Justo, aquí es donde entra en juego Dougie, quien se responsabiliza de dirigir un "reality" dedicado a narrar todo el proceso. Siempre buscando el morbo o la lágrima fácil, y manipulador como es, Dougie convence a Asher para que de limosna a una niña negra frente a las cámaras. Este no dispone de calderilla, así que suelta un billetaco tocho. Sin embargo, en cuanto oye la palabra "Corten!", corre a recuperarlo. Vamos, que se lo quita a la cría, y esta le lanza una maldición. A partir de ahí, Asher se obsesionará con el asunto. Y, aparentemente, las cosas comenzarán a ir de mal en peor. La cuestión es si dicha maldición existe o son paranoias del supuesto maldecido.
Lo que más llama la atención de "The Curse" -al menos a mí- son dos cuestiones. Por un lado, que todos los personajes, TODOS, sin excepción, son tremendamente turbios. No hay ni uno limpio. Abunda la hipocresía, la falsedad, la mala educación, el egoísmo, la crueldad, la frialdad, así como incontables situaciones incómodas y/o diálogos tensos o de pura vergüenza ajena. Eso mismo, la tensión, es una constante durante el visionado. Parece que en cualquier momento va a estallar la tragedia. El espectador medianamente atento se ve atosigado por cierto desasosiego. Una intranquilidad que provoca, justo, el comportamiento de los desagradables personajes, o detalles extra como la minimalista / extraña banda sonora y, sobre todo, el segundo aspecto que me encandiló desde el principio, el modo que "The Curse" ha sido rodada. En la gran mayoría de escenas, la cámara se sitúa a la lejanía, como si se mantuviese oculta. Usa el zoom para aproximarse y no disimula cuando hay objetos de por medio que impiden un plano limpio. Tenemos momentos en los que, directamente, oímos los diálogos, pero no podemos ver al actor que los recita. O solo la mitad de su cara. Algunas charlas dentro de un coche en marcha son rodadas desde el interior de otro situado justo al lado, sin ocultarlo. ¿Qué quieren? me fascinó y, como digo, contribuye mucho a la atmósfera atípica de la serie. Entiendo que, acorde a su trama, se trataba de replicar justamente las maneras de un "reality". Uno dentro del otro.
Llegado cierto punto, Dougie, que se muere por follarse a Whitney, la convence de que Asher es un lastre para su carrera hacia el éxito, así, deciden hundirle en la miseria. A partir de ese momento el pobre desgraciado vivirá en absoluta confusión, desconcertado sin entender nada de nada, convencido de que todo forma parte de la supuesta maldición y conteniendo una intensa rabia interior que veremos salir alguna que otra vez a lo largo de la serie. Sensacional cuando acude a un cursillo para ser más gracioso y hace el ridículo de manera absolutamente estratosférica. Aunque, tal vez, sean los problemas con su micro-polla lo más digno de ganarse un -como dicen ahora- "WTF!". Y no todo queda en palabras, nos la muestran alegremente en varias escenas, sujetada por su dueño y expulsando orines. Primer plano incluido, oiga. Flipante.
Mola cacho también el palo que "The Curse" suelta al mundo del artisteo, la pedantería, de los esnobs y vividores. Confluyendo todo ello en un personaje deliciosamente detestable, una tipa que estampa su firma en objetos encontrados y los vende carísimos con la excusa del apropiamiento como forma de arte. Además, responde al nombre de "Cara Durand" ¿¿cara dura??
Whitney es una pijilla obsesionada con ayudar a la humilde comunidad de La Española (en castellano y con ñ) aunque, en realidad, se trata más de limpiar la imagen de explotadora heredada de sus padres, propietarios de unas viviendas a precios abusivos e implacables a la hora de desahuciar. Junto a su maromo, el más bien patético Asher, ha construido una serie de elegantes y semi-futuristas casas ecológicas que quiere promocionar. Justo, aquí es donde entra en juego Dougie, quien se responsabiliza de dirigir un "reality" dedicado a narrar todo el proceso. Siempre buscando el morbo o la lágrima fácil, y manipulador como es, Dougie convence a Asher para que de limosna a una niña negra frente a las cámaras. Este no dispone de calderilla, así que suelta un billetaco tocho. Sin embargo, en cuanto oye la palabra "Corten!", corre a recuperarlo. Vamos, que se lo quita a la cría, y esta le lanza una maldición. A partir de ahí, Asher se obsesionará con el asunto. Y, aparentemente, las cosas comenzarán a ir de mal en peor. La cuestión es si dicha maldición existe o son paranoias del supuesto maldecido.
Lo que más llama la atención de "The Curse" -al menos a mí- son dos cuestiones. Por un lado, que todos los personajes, TODOS, sin excepción, son tremendamente turbios. No hay ni uno limpio. Abunda la hipocresía, la falsedad, la mala educación, el egoísmo, la crueldad, la frialdad, así como incontables situaciones incómodas y/o diálogos tensos o de pura vergüenza ajena. Eso mismo, la tensión, es una constante durante el visionado. Parece que en cualquier momento va a estallar la tragedia. El espectador medianamente atento se ve atosigado por cierto desasosiego. Una intranquilidad que provoca, justo, el comportamiento de los desagradables personajes, o detalles extra como la minimalista / extraña banda sonora y, sobre todo, el segundo aspecto que me encandiló desde el principio, el modo que "The Curse" ha sido rodada. En la gran mayoría de escenas, la cámara se sitúa a la lejanía, como si se mantuviese oculta. Usa el zoom para aproximarse y no disimula cuando hay objetos de por medio que impiden un plano limpio. Tenemos momentos en los que, directamente, oímos los diálogos, pero no podemos ver al actor que los recita. O solo la mitad de su cara. Algunas charlas dentro de un coche en marcha son rodadas desde el interior de otro situado justo al lado, sin ocultarlo. ¿Qué quieren? me fascinó y, como digo, contribuye mucho a la atmósfera atípica de la serie. Entiendo que, acorde a su trama, se trataba de replicar justamente las maneras de un "reality". Uno dentro del otro.
Llegado cierto punto, Dougie, que se muere por follarse a Whitney, la convence de que Asher es un lastre para su carrera hacia el éxito, así, deciden hundirle en la miseria. A partir de ese momento el pobre desgraciado vivirá en absoluta confusión, desconcertado sin entender nada de nada, convencido de que todo forma parte de la supuesta maldición y conteniendo una intensa rabia interior que veremos salir alguna que otra vez a lo largo de la serie. Sensacional cuando acude a un cursillo para ser más gracioso y hace el ridículo de manera absolutamente estratosférica. Aunque, tal vez, sean los problemas con su micro-polla lo más digno de ganarse un -como dicen ahora- "WTF!". Y no todo queda en palabras, nos la muestran alegremente en varias escenas, sujetada por su dueño y expulsando orines. Primer plano incluido, oiga. Flipante.
Mola cacho también el palo que "The Curse" suelta al mundo del artisteo, la pedantería, de los esnobs y vividores. Confluyendo todo ello en un personaje deliciosamente detestable, una tipa que estampa su firma en objetos encontrados y los vende carísimos con la excusa del apropiamiento como forma de arte. Además, responde al nombre de "Cara Durand" ¿¿cara dura??
En fin, podría seguir soltando atributos, pero no acabaría nunca, porque "The Curse" está llena de capas. Levantas una, y encuentras otra igualmente estimulante. Mejor me limitaré a recomendarles que se sienten ante sus diez capítulos con la mente abierta, ganas de pasarlo bien/mal, pero también de sorprenderse. Incluso desconcertarse. Tal vez luego les ocurra como a mí, y, concluido el visionado, echen de menos a su trío protagonista. Uno respaldado por nombres / rostros tan curiosos como los de Barkhad Abdi, el líder de los secuestradores en "Capitán Phillips", y nada menos que Corbin Bernsen, habitual en toda suerte de producto televisivo o subproducto cinematográfico. Sí, amigos, fue "El Dentista" en las dos epopeyas firmadas por Brian Yuzna. Ya les decía, muchos atributos... y de variado pelaje.
Si no lo digo, reviento: El capítulo final es DE TRACA.
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