Recuerdo que cuando se estrenó “La playa” en nuestro país, venía precedida de las peores críticas que podían acompañar a una película. Era principios del nuevo milenio, Leonardo DiCaprio venía de enamorar a medio mundo con “Titanic” y Danny Boyle venía de hacer tres cuartos de lo mismo, como director, con una película en cierto modo rompedora como lo fue en su momento “Trainspotting”. Así que un producto como "La playa", con el actor y el director de moda a bordo, era carne de cañón para esa crítica de los 90 compuesta por señores con corbata y muy mala hostia, que la tachó de estar pergeñada poco menos que por retrasados mentales. Yo la vi durante el fin de semana de su estreno y recuerdo que me pareció estupenda. Pero tenía presentes aquellas reacciones carniceras por parte de la prensa.
El caso es que se trataba de una cinta mainstream entretenida y sin mayor relevancia para mí, estaba bien, así que pronto la olvidaría y pelillos a la mar. Creo que la vi alguna vez más. Pasados muchos años, la encontré en DVD por un euro en un "Cash Converters", era uno de esos DVDs excedentes de Fox que, de tantísimos que habían fabricado, podías encontrar en cualquier saldo casi regalada. Y me la compré. Total, por un euro… Pero lo dejé ahí en la estantería hasta que un día me diera el venazo de volver a verla. Y anoche me dio.Basada en la novela homónima de Alex Garland, hoy reputado guionista y director por cuenta propia, narra la historia de un mochilero estadounidense que decide irse de aventuras a Tailandia. Una vez allí, un individuo completamente ido le invita a un canuto y la habla de una playa paradisíaca, casi virgen, donde las arenas son blancas y las aguas cristalinas, bla,bla,bla.
Le da un mapa de dónde está y, acto seguido, se suicida.
El mochilero, que en el hotel ya le ha echado el ojo a una franchute que retoza con el novio, insta a estos a que le acompañen hasta ese lugar, no sin antes cederles una copia del mapa a unos porreros con los que ha pasado la noche. Y parten hacia el paraíso. Llegan allí, no sin cierta dificultad, y se topan de golpe y porrazo con lo que parece una sociedad secreta —y hippiosa— habitando la mitad de la isla, mientras que la otra mitad está ocupada por narcotraficantes. Conviven en paz… pero el mochilero pronto se da cuenta de que no todo es tan idílico en aquella paradisíaca playa, máxime cuando le han advertido que por allí no puede ir nadie más y se da cuenta de que ha dejado un mapa del lugar a unos mindundis…
Mientras todo eso ocurre, DiCaprio se folla a la franchute (que tiene novio); también a la que parece liderar todo el tinglao (Tilda Swinton), igualmente con novio; se fuma tres cartones de cigarrillos; se fuma ni se sabe cuantos canutos de marihuana; lucha contra un tiburón al cual vence clavándole un cuchillo; se hace el guay en la playa; se va a vivir en medio de la selva sin ropa ni comida —mientras, estéticamente, Danny Boyle nos presenta esa secuencia en plan videojuego—; ruge como si fuera un tigre y sufre una enajenación mental de la que se recupera, sin ningún tipo de medicación, a la velocidad del rayo. También le da tiempo a asfixiar a un enfermo de gangrena, que tampoco es poca cosa.
Y recién vista, entiendo el cabreo de los críticos de la época. Si obviamos el hecho de que técnicamente la película es impecable, todo en ella es tonto, excesivo y, sobre todo, soberanamente ridículo. Pero su mera existencia es también un signo de los tiempos porque, pese a aquellas críticas, el público fue a verla a tropel haciéndole recaudar cerca de 150 millones de dólares del año 2000 (cuando costó tan solo 50). Es decir, las críticas dieron igual. La prensa iba por un lado y el público por otro. Internet estaba en bragas y todavía no había criticuchos de youtube o bloggers que quisieran robar el protagonismo a una película y ganar notoriedad gracias a sus opiniones sobre la misma. Si se hubiera estrenado hoy, otro gallo le hubiera cantado a “La playa”. Igual habría sido un fracaso o la critica hubiese dicho que es una obra maestra dadas las circunstancias del cine actual, así que puede que se trate de uno de las últimos "blockbusters" legítimos, genuinos, en los que una cosa era ir al cine y otra distinta su divulgación, sin que la idiosincrasia de internet mediara en los resultados de taquilla y/o crítica y posterior repercusión.
Al margen de todo esto, la película, efectivamente, es mala a rabiar, con ese estilo dosmilero que tan mal ha sobrevivido al paso de los años. Las situaciones absurdas se suceden sin orden ni concierto y, lógicamente, al final aflora la comedia involuntaria gracias principalmente a la interpretación de DiCaprio, megalómano perdido después de “Titanic” y con todas las mujeres a sus pies, situación esta que le lleva a creerse el mejor actor del universo y a hacer un sin fin de muecas, tantas, que en muchas ocasiones parece que está repitiendo el registro interpretado unos años atrás en “¿A quién ama Gilbert Grape?”, es decir, el de deficiente mental. Este festival de gestos y caras cobra mayor relevancia en la secuencia en la que se afinca en medio de la selva y pierde la cabeza… vamos, es para descojonarse. Quizás, por eso, DiCaprio recibió su correspondiente nominación al Razzie. También me gustaría resaltar, como risión, algunas frases, diálogos y sentencias del guion escrito por John Hodge en colaboración con el autor de la novela, Garland.
Sin embargo, son precisamente estos excesos y desbarres los que la hacen engrosar las filas de la ambigua lista de pelis “malas pero divertidas” del cine mainstream. Y además, está entretenida, entretenida de cojones.
Por lo demás, “La playa” cuenta con anécdotas como la de que Danny Boyle despidió a Ewan McGregor porque se incrementaría el dinero para la producción si fichaba a DiCaprio y el personaje principal pasaba a ser norteamericano —lo que llevó a McGreggor a cabrearse mucho y mandar a tomar por culo al que fue su descubridor—, o que el gobierno de Tailandia continúa a hostias a día de hoy con la producción (de Fox) porque llegaron con sus equipos de filmación, construyeron sus decorados, y destruyeron parte de la flora de la zona, la playa de Ko Phi Phi, podando árboles que no se podían podar, destruyendo zonas paisajísticas y dejándolo todo lleno de mierda. Al mismo tiempo, la película era prohibida en el país donde fue rodada porque la imagen que da la misma de Tailandia, no la deja en buen lugar… salvo si quieres probar drogas, dormir entre cucarachas y beber sangre de serpiente.
Se le puede echar un vistacillo, y luego otro… pasados 24 años.
Si gustan, aquí disponen de los fotocromos.