Otra muestra de cinematografía Andaluza (como pasaba en LOS ALEGRES BRIBONES) en lo que vendría a ser una suerte de cine quinqui a la andaluza, con pequeñas dosis de neo-realismo y comedia chabacana, que también resulta ser una “road movie” (sin que su artífice supiera siquiera que existía la etiqueta) con un presupuesto ínfimo, unas maneras de rodar sencillitas y, gracias al cielo, con unos resultados, de una manera o de otra, harto entretenidos.
Un trilero y un fugado de prisión, se conocen en alguna calle de la sucia Málaga y entablan amistad. El fugado le propone al trilero unirse a el en la búsqueda de su novia que ha sido secuestrada por unos mafiosos que regentan puticlubs. Se embarcan en un viaje en coche por la provincia de Cádiz, viviendo un sinfín de situaciones que van desde la jodienda sórdida, hasta el atraco a mano armada, llegando incluso a la intercepción de grandes cantidades de cocaína.
A la película, además, le queda algún rescoldo del cine “S”, ofreciendo tórridas –y desagradables- escenas de sexo, en algún momento explícitas, cuyos protagonistas son todo menos atractivos. Y mucho me temo que la copia que yo he tenido el placer de visionar, está miserablemente cercenada, llena de cortes, quedando el metraje en setenta y un minutos. Aún así, nos da tiempo a ver a Isabel Pisano en pleno sándwich con los dos protagonistas, y a Carla Antonelli, travesti que goza hoy de popularidad por tratarse de el primer diputado transexual, que en una escena la mar de desagradable, muestra su anatomía al completo mientras le sodomizan, entre otras lindezas de dudoso gusto.
Una poquita acción muy mal servidita, banda sonora horrorosa compuesta por sevillanas, ambientes marginales, argot andaluz, escenificación de chistes en el momento menos oportuno (tras un asalto a dos guardias civiles, uno de los personajes se cuenta un chiste sin gracia y largo a más no poder, completito) y diálogos más o menos graciosos.
El director de esta curiosidad, Gonzalo García Pelayo, antes de rodar la película, alcanzó cierta notoriedad con otra película de similar corte titulada VIVIR EN SEVILLA. Ante los medios, que ensalzaban su facilidad para sacarle partido a un presupuesto pequeño, alegó que, efectivamente, el retrataba el lumpen desde el lumpen, que le gustaba la estética tercermundista y que para nada era un esteta como Visconti. No lo dudo, y además agrego un fuerte “¡Olé!”.
Una joyita de cine pobre que se hacía en los ochenta en nuestro país, muy disfrutable y curiosa.