Una peluquera, tras mantener sexo con un individuo, comienza
a escuchar toda suerte de improperios. Pronto se da cuenta de que posee una
vagina parlanchina que tiene autonomía propia. Incluso, le pide a su dueña que
le traiga maromos para paliar sus ansias. Pronto nuestra protagonista es
examinada por su psiquiatra que al ver que posee una vagina parlante no se le
ocurre otra cosa que explotar ese don en los medios de comunicación, máxime,
cuanto esta vagina posee deseos de cantar. Este hombre convierte la vagina de
la peluquera en una famosa cantante.
O sea, que estamos ante una película sobre ¡un coño que
canta! No es poca cosa, porque a finales de los setenta una cosa así, medio
hippie, podía ser, cuando menos, divertido. No lo fue, el público dio la
espalda a una película que ni siquiera ha obtenido un culto competente años
después. Sin embargo, en una entrevista, el actor Russel Crowe afirmó que es la
primera película que vio en un cine en su Nueva Zelanda natal, y que fue la
pura y dura calentura la que le instó a elegir esta película en su primera
visita al cine. Y ese es uno de los motivos por lo que es famoso este film.
También, siendo justos, podemos colgarle la medalla de
tratarse la primera película de ese extraño subgénero que es el de aparatos
reproductores parlanchines; no son muchas las películas, pero suficientes para
considerarlo un subgénero, siendo la más famosa de todas “Lo mío y yo” con
Griffin Dunne como protagonista, que tiene largas conversiones con su pene, de
la misma manera que el marqués de Sade, en forma de extraño ser amarionetado,
las tenía en la estupenda “Marquis”. Aquí, el coño de la protagonista, más que
conversaciones se podía decir que tiene insoportables monólogos.
A priori la película es amena y promete algo de sana y
morbosa diversión, pero a medida que avanza la trama, verdaderamente, tiene la
misma estructura de una película porno a la que han eliminado el sexo y, por
reiterativa, el espectador acaba bostezando. Y de tanto oír cantar al coño, el
espectador acaba hasta las narices de este sexo que habla.
Se trata de uno de los últimos sexploits dirigidos de por
Tom DeSimone, que emprendería en los ochenta una carrera zetosa tocando todos
los palos y con películas hoy míticas y muy divertidas como puedan ser la
estupenda “Motín en el reformatorio de mujeres” , “Angel 3” o “Noche Infernal”.
En esta “El sexo que habla”, podríamos decir que encontramos el peor y menos
inspirado DeSimone.
También conocida como “Virginia, The talking vagina”, pero
de título original “Chatterbox!”, se estrenó en nuestro país sin la clasificación
“S” que por derecho propio, temática y despelote se merecía, ya que justo ese
1978 de su estreno es cuando entró en vigor dicha clasificación y entre unas
cosas y otras, en pleno mes de agosto, la película se escapó por los pelos. Y
fueron a verla a los cines los 197.000 espectadores de rigor.
Poco después, apareció en vídeo una película pornográfica
del mismo título, “El sexo que habla” que llevó a equívoco a los cinéfilos más desprejuiciados
que querían alquilar esta o viceversa. Y es que, en ambas cintas, unos
sugerentes labios rojos —y parlantes— eran el principal reclamo.
Curiosa, sin más, pero también, una pedazo chorrada como un
piano sin el más mínimo interés.