El gran Marco Ferreri, cuyo estilo se iría dispersando con
el paso de los años hasta pergeñar locuras maravillosas (como “La gran comilona” sin ir más lejos), consiguió hacer cine, precisamente en nuestro
país, a finales de los 50, cuando en calidad de comercial, se dedicaba a vender,
en la industria cinematográfica española, el llamado “Telescope”, poco más que
una lente que imitaba casi a la perfección el popular “Cinemascope”. Así
conoció a Rafael Azcona, con quien colaboraría en la gestación de dos obras
maestras incontestables del cine español como son “El Pisito” o “El cochecito”
que permanecen en el imaginario popular del cinéfilo rancio de manera perenne.
Sin embargo, entre una y otra, Ferreri tuvo tiempo de rodar una película que en
su momento ni tan siquiera llegó a estrenarse —como iba a ir a un festival de
cine religioso y de valores, tuvo un preestreno en los cines Alexandra de
Barcelona, pero más allá de eso, jamás tuvo vida comercial— y que, precedida de
unas críticas arrolladoras que decían que era una película espantosa —en ese
mismo festival se las tuvo que ver con “Los 400 golpes” de Truffaut o con “El
séptimo sello” de Irgman Bergman—, pronto quedó relegada al olvido, no ya del
público o los entendidos, sino del propio Ferreri que al ver el fracaso en el
que se sumía su película, tras ese primer y único pase en Barcelona, nunca más
quiso verla o volver a saber de ella. Se trata de esta “Los Chicos”.
Ahora, con el Blu-Ray en ciernes, y compañías que se dedican
a restaurar y lanzar esta suerte de anti clásicos, se ha podido recuperar una
película a la que, años después, se la pone en un pedestal (como pasaba con la
estupenda “El mundo sigue” de Fernán- Gómez) y se le devuelve el puesto que
merecía.
Sin embargo, el ver todas estas películas de manera
retrospectiva, le da a uno la perspectiva suficiente para darse cuenta de dos
cosas; una, que Ferreri tenía trazas de gran cineasta y que con “Los Chicos” estaba trayendo al
cine español un híbrido entre neorrealismo y novelle vage que le situaban muy
por encima de sus directores coetáneos. Otra, que “Los Chicos” es una película
cojonuda que no tiene nada que envidiar a cualquiera de las intocables de la
época y que el motivo de su fracaso no tiene razón de ser; es una película
olvidada de la misma forma que podía ser una obra maestra incuestionable del
cine español, sólo que los designios del destino son caprichosos y a esta le
tocó existir en mal momento junto a otros títulos que la desbancaron sin ningún
motivo; “Los Chicos” es mejor, de largo, que muchísimas otras. Que no se la
reivindicase como tal en su momento, fue solo cuestión de suerte.
Sugestivamente, lo que más me gusta de la película es que
carece de argumento. Tenemos a un grupo de adolescentes de la posguerra que
entre el trabajo y los estudios buscan formas de matar el tiempo, ya sea yendo
al cine, a la verbena, donde ligarán con chicas, o sentados sobre las montañas
de periódicos del kiosco en el que trabaja uno de ellos, matando el tiempo. Y
poco más. Una sucesión de secuencias al estilo de las vanguardias de la época,
fotografiadas en espléndido blanco y negro —también de la época — en las que no
sucede nada, no tiene que suceder nada, y si lo hiciera, la película ya no
sería tan excepcional como lo es. Todo un ejemplo de anti academicismo
cinematográfico.
Gran parte de la frescura de esta película la traen sus
cuatro interpretes protagonistas, cuatro desconocidos que no volvieron a hacer
más cine, o como mucho, harían dos o tres películas más, pero que nunca
llegaron ni a brillar como estrellas, o a ganarse la vida con la interpretación
tan siquiera.
En la tradición de los grandes del cine italiano de la
época, pero hecho aquí, es maravilloso ver la Gran Vía madrileña filmada por
Ferreri, con sus cines, las películas de la época y todo con un tono deprimente
y agridulce, que aleja a esta película del glamour impostado de las
producciones comerciales de aquellos años, de los Lazaga o los Masó de turno, o
los López-Vázquez y Closas típicos de
los años 50 y 60.
Muy recomendable.