Bien, la secuencia en sí, donde el asesino masacraba a una pobre infeliz, estaba muy bien parida técnicamente. Era todo lo retorcida y exagerada que podías imaginar, pero... completamente inverosímil. Absurda. Imposible. Ello me descuadró levemente, ya que había asumido "De naturaleza violenta" como una película seria, realista, y ese asesinato hubiese encajado más y mejor en los primeros escarceos de Peter Jackson (o, dicho de otro modo, cuando Peter Jackson molaba).
Finalmente, la cacareada obra llegó hasta mis manos. La guardé para aquella misma noche. Me podía la curiosidad, pero procuraba contener las ansias. Los años me han enseñado que éstas únicamente dan pie al inevitable hostiazo. La decepción. Así que comencé y, sí, de entrada me estaba gustando. Ni que fuese por las maneras estéticas que su director, Chris Nash, empleaba para narrar la historia. El verdadero problema venía cuando, superados quince primeros llamativos minutos de largos planos fijos, de la cámara siguiendo al psycho-killer de rigor caminando por el bosque en eternos paseos, etc, etc, me percaté de que, tras tan vistoso envoltorio, simplemente había lo de siempre.
"De naturaleza violenta" no dejaba de ser un slasher del montón, con los ingredientes habituales, las salidas previsibles, los rigurosos clichés... lo único que cambiaba era el modo de mostrártelos. Pero incluso esta elección creativa perdía fuerza a medida que la trama avanzaba (muy lentamente) y dejabas atrás la sorpresa inicial. Me recordó un poco al caso de "Mandy", película que, en su momento, recibió toda suerte de halagos y lameculadas. A mí me aburrió soberanamente. La eterna historia de una venganza, solo que contada a ritmo de tortuga asmática mediante toda suerte de sobre-estilismos (mangados a Nicolas Winding Refn). Y, al final, el cine, por mucho que el acabado visual sea importante, que lo es (y las siguientes palabrejas puedan ofuscar a aspirantes a Brakaghes, Mekass y Angers), consiste en narración. Las luces de colores, los desenfoques, los planos eternos, los destellos... todo eso puede ser muy chulo, muy bonito de ver, pero difícilmente sostendrán noventa minutos de más de lo mismo.
Por supuesto, no olvidemos "el otro elemento" identitario con respecto a "De naturaleza violenta". Aquello por lo que, hasta cierto punto, existía: el gore. Efectivamente este resultaba extremadamente gráfico, brutal e impactante. Curiosamente, la escena que había visto previamente en redes sociales, tan absurda, resultó ser la excepción. El resto eran bastante más terrenales... y desagradables.
Llegamos a la parte en la que me siento obligado a matizar un poco mis palabras. Vale, reconozco que podría ser cosa de la edad. Los años tienden a reblandecerle a uno. Pero lo cierto es que, viendo la película de Chris Nash, me ofendí. La encontré enfermizamente detallada, sádica y cruenta. Impresiones incrementadas gracias a su realismo + excelentes trucajes. Algo se me escapaba ¿En qué consiste la gracia de todo esto, pues? díjeme ¿Ver del modo más realista posible cómo muere un ser humano? ¿recrearse en su sufrimiento y agonía, siendo testigo de hasta el último tendón cercenado? No sé, no lo entendí. Y ahí comenzaron las auto-preguntas.
Estas se multiplicaron cuando, días después, en redes se anunciaba una futura segunda parte de "De naturaleza violenta" (película que, en su espíritu casi "indie-arty", no parece la más adecuada para generar una franquicia, siempre motivada por intereses meramente crematísticos) y en las "Cons" de Estados Unidos ya podías ver al pintamonas de rigor disfrazado del asesino del film jugueteando con el personal. Todo ello me recordó demasiado a otro fenómeno reciente, "Terrifier" y su payaso asesino "Art".
A diferencia de "De naturaleza violenta", las películas de "Art" me funcionan un poco más. Mi preferida es la primera de todas, "La víspera de Halloween", cuando el personaje todavía no se había establecido como icono del horror (y, de hecho, lo interpreta otro actor) Su buena aceptación dio pie a un vehículo para él solo, que funcionó muy bien. Luego se estrenó la segunda parte, sorprendentemente bendecida por un éxito tremendo -para ser lo que es-. Y, más pronto que tarde, llegó la tercera (con una cuarta confirmadísima).
"Terrifier" y, por tanto, "Art", habían logrado aquello que muchos llevaban ya años intentando sin conseguirlo: Crear el nuevo psycho-killer sucesor de "Jason Voorhees" o "Freddy Krueger". Y con razón. El personaje gasta una caracterización cojonuda y chorrea carisma. Además, y como en el caso de "De naturaleza violenta", sus películas son extremadamente gráficas en cuanto a elemento sangriento. Muy salvajes... pero con un punto de fantasía, de gran guiñol, que las hace un pelo -y solo un pelo- más digeribles. Menos ofensivas. Destacan en ese sentido las víctimas de "Terrifier 2", cuya agonía se prolonga tanto en el tiempo que termina resultando casi cómico. Parecen no morir nunca, por mucho que "Art" las trocee, rebane, aplaste o machaque, y uno al final no puede evitar reír, porque casi parecen chotarse de esos mismos excesos, desesperados por alargar el tormento lo máximo con la finalidad de que el público disponga de tiempo suficiente para "disfrutar" recreándose en ello.
Lo que nos lleva a, justo, el asesinato más famoso de toda la franquicia, aquel en el que "Art" cuelga a una chica desnuda por los tobillos y procede a partirla por la mitad, vía coño, mediante una sierra manual oxidada. El truco es aceptable, aunque canta un poco el látex. No obstante, dejó huella y cumplió su función. A partir de ahí, ver no solo a tipos disfrazados de "Art" por las "Cons", sino a espectadorAs que, felices, posaban con él en las fotos, incluso haciendo el pino dispuestas a ser aserradas, se convirtió en una constante. Y todas desplegando una enorme sonrisa. La actriz protagonista de la escena, acorde a estos extraños tiempos que vivimos, escribió un artículo en una web justificando haber aceptado interpretar tal material, que algunas tildarían de misógino, asegurando sentirse orgullosa y, en fin, no sé cómo se lo montó, pero logró convertir su cruento aserramiento en, casi casi, una alegoría en favor de la mujer empoderada.
Retomando el hilo de las "Cons" y las "groupies" de "Art", comencé a sentirme algo desconcertado. Mi lado moralista de señor de mediana edad, afloró. Hasta qué punto tenía sentido celebrar así, de modo tan banal, a un asesino y, muy especialmente, un crimen TAN despiadado. Era como quitarle hierro, tomárselo a guasa. Daba la sensación de que el público parecía olvidar que semejante momento había sido confeccionado para horrorizar, perturbar, resultar desagradable... ¿o no? ¿estaba pecando de ingenuo? Ahí me planteé la posibilidad de que, contra pronóstico, en realidad fuese lo opuesto. Las fabrican para ser aplaudidas y coreadas con fervor por el fan medio, desprendiéndolas de su lado traumatizante.
Teoría esta completamente trasladable a "De naturaleza violenta". Ahora comprendía su popularidad y, muy especialmente, lo retorcido, exagerado e inverosímil del asesinato consumido / explotado en redes sociales. Estaba diseñado no para espantar, sino ser jaleado y convertir en "meme". Lo mismo que su psycho-killer.
El éxito de "Art" posiblemente abrió la veda a la búsqueda de nuevos asesinos del cine explotables como merchandising. Algo que, hasta cierto punto, intentó recientemente Eli Roth con "Thanksgiving" y su "John Carver", quien también cuenta con muñequito, "cosplays" y una secuela en camino, pero parece haber calado menos. ¿Tal vez porque sus asesinatos no son TAN bestias como los de sus dos competidoras? ¿o porque el criminal no tiene una identidad específica? No sé.
Y en mi reflexión, me di cuenta de cómo habían cambiado las tornas. Antaño, la función de los "monstros" de las películas de terror consistía en crearnos zozobra, intimidar, ser temidos. Llámalo "Jason", llámalo "Michael Myers", llámalo "Leatherface", llámalo "Freddy"... o no. Justo, el éxito mediático de este último, su aterrizaje en el mainstream, su conversión a mercadería, a muñeco, a disfraz de Halloween, etc (curiosamente, siendo como era un asesino de niños) hizo más aceptable la figura del psycho-killer cinematográfico. Dejamos de tenerles "miedo", para reírnos con ellos y aplaudir sus fechorías. El siguiente fue "Ghostface" de la saga "Scream", pero, como con "Thanksgiving", cuajó poco al carecer de una identidad. "Art" ha devuelto el río a su cauce. Ya tenemos uno con nombre propio, maneras propias, y que funciona. La diferencia es que ahora ya no nos acojonan. Ahora son "los buenos de la película". Aplaudimos y lanzamos felices vítores de aprobación cada vez que rebanan el cuello a alguien, y cuanto más explícito y real sea, mejor, más chocaremos nuesas palmas y con más fuerza berrearemos.
Sin embargo, aunque me sentía muy orgulloso de haber llegado a tales conclusiones, en mi fuero interno me torturaba la idea de poder estar hablando como uno de esos críticos moralistas, un Roger Ebert cualquiera, ofendido por la violencia en pantalla, lista para escandalizar a "viejunos" como yo. Decidí efectuar un viaje mental en el tiempo e ir hasta los años en los que gozaba viendo truculencia en películas, las de "mi época", y, muy específicamente, slashers. Y me hice otra pregunta más: "¿No es exactamente lo mismo?" De entrada, saqué la conclusión que todo aquel gore, el de "Viernes 13", "El Mutilador", "La quema" o "El asesino de Rosemary", era distinto. Estaba enfocado como algo que indujera a cerrar los ojos, espantado. Algo horrible. En ningún momento listo para complacerte. ¿Seguro? ¿y el "descorchamiento" de globo ocular en el tercer "Viernes 13", efectuado, además, en tres dimensiones para incrementar su condición de truco de feria / efecto gracioso?. Mierda. Aquel pensamiento me descuadró.
Es cierto que el cine de horror, y la violencia, siempre han inspirado a un sector de la audiencia a montar fiesta y cachondeito. La diferencia es que, antes, en los 70 y 80, era algo más propio de la escoria que acudía a los cines de la calle 42, lumpen desatado, muy ajeno a la naturaleza del fan tal y como la entendemos hoy. Pero fue el crecimiento e imposición de este último, la expansión del fandom del horror, su conversión a casi secta religiosa, lo que, poco a poco, ha ido desprendiendo de peligrosidad al cine que tanto les/nos gusta y haciendo de sus elementos más oscuros, y en apariencia reprobables, materia casi de pura comedia, inofensiva y ridiculizable.
No soy el único que se lleva semejantes impresiones. El mismo Rob Zombie en una entrevista comentó no entender aquel modo de tomarse la violencia, alegando que esta quedaba en las antípodas de resultar divertida y, como consecuencia, procuraba mostrarla tan cruda y desagradable en su cine, esperando así dejar mal cuerpo en el espectador, incitándole al rechazo. En ningún momento pretendiendo convertirla en un carnaval.
Terminé el artículo, dispuesto a darle unos cuantos vistazos y pulirlo, cuando me entero que "Terrifier 3" va a pasar por el entonces próximo Festival de Sitges. Y, además, vendrá representada por su director y algunos actores, entre ellos, ¡sí!, David Howard Thornton, el caballero oculto tras el maquillaje del terrorífico "Art". Instantáneamente, comencé a fantasear con lo mucho que molaría poder hacerme una foto junto a él, caracterizado con su llamativo atuendo. Así andaba yo, obsesionadísimo, hasta que súbitamente recordé la existencia del texto que acaban de sufrir. Y me replanteé todo. Tras echar pestes de la peña que posa con "Art", desvirtuando así su condición de sádico asesino, vas tu y casi pierdes los papeles, cual fan histérica adolescente arrodillada ante los atributos colgantes de Harry Styles, al saber que se te presentaba la remota oportunidad de situarte al lado del ínclito en una hipotética instantánea. Patético.
Y, efectivamente, acudí al festival para ver "Terrifier 3"... pero ¿hubo foto? Sobre todo ello, en breve.