Tom McLoughlin debutaba en 1983 con esta película. Luego, lograría cierta notoriedad al ponerse tras los mandos de la sexta entrega de "Viernes 13" y de algunas adaptaciones televisivas del universo Stephen King. Y una de dos, o le moló mucho la experiencia o nadie más confió en él para dirigir nada estrenable, porque desde entonces todo su trabajo se ha limitado a la pequeña pantalla. En este tiempo, si algo he aprendido de McLoughlin -dejando de lado las limitaciones de su peluquero- es que al muchacho no le apasiona la sangre, el gore, y tampoco la violencia malrollera. Aspecto este que queda especialmente evidenciado en "Siniestra Oscuridad" ("One Dark Night" si vives en USA), un film que apuesta por el terror más clásico -de ribetes góticos- y atmosférico en una época en la que lo dominante es el uso y abuso de líquido rojo y látex.
La historia comienza con el descubrimiento del cadáver de un asesino y sus jóvenes víctimas. Un psíquico de grandes poderes al que le encantaba churrupetear la energía del personal (menor de 20 y con ubres). El tio es enterrado en un mausoleo, el mismo al que unas jóvenes idiotas irán a hacer el gamberro. No habrá que esperar mucho -solo a que salga la luna- para que el psíquico supuestamente muerto comience a liarla con el material que tiene más a mano, el resto de cadáveres.
Pues dentro de lo que cabe, la cosa no carece de originalidad. Aunque el fuerte de "Siniestra Oscuridad" es su clímax final. Cuando la vi siendo más jovenzuelo incluso pasé un poco de canguelo. Ayer noche quise comprobar cómo me sentaría hoy, y aunque ya no me puso los pelos de punta, sigo pensando que "el momento" funciona maravillosamente. Hablo de la secuencia en la que, desde su tumba, el psíquico reanima los cadáveres del mausoleo ante los aterrados ojos de las chicas. No es que vivan, es que los maneja cual marionetas, moviéndolos y desplazándolos a pesar de que sus pies ni tan siquiera toquen el suelo. McLoughlin despliega toda su capacidad y saca el máximo partido a los muñecos en cuestión, logrando momentos genuinamente macabros, como aquel en el que el cuerpo de una recién casada se desliza por un pasillo y va siendo iluminada intermitentemente. A todo ello ayudan unos efectos especiales muy potables (Tom Burman, de notorio curriculum, anda por ahí) y las justas dosis de asquerosidades. Que no, que no hay gore, por no haber casi ni tenemos víctimas, pero el director saca mucho partido al estado en descomposición de algunos muertos.
En el reparto destacan una jovencilla Meg Tilly y el bueno de Adam West. Sí, ese.
No es que "Siniestra Oscuridad" sea una maravilla por descubrir, ni un clásico ignoto... pero está bastante por encima de la media y, por lo menos, cuenta con una extensa secuencia de estupendos resultados que merece verse y, según cómo, sufrirse.