Apoyándose –tanto que por momentos, diría que roza el
plagio- en “El proyecto de la bruja de Blair”, Goldthwait nos presenta la historia
filmada en vídeo (sin filtro ninguno,
único punto a favor de la película) de
una parejita que se adentra en las profundidades del bosque de Willow Creek,
donde se rumorea que está el Bigfoot, donde años atrás se filmaron aquellas famosas imágenes, supuestamente reales (de
hecho todo el pueblo tiene establecimientos que giran en torno a este
mitológico personaje como atracción), con la sana intención de, cámara de vídeo
y micrófono en ristre, entrevistar a los habitantes del pueblo, quienes
aseguran no haber visto nunca un Bigfoot por allí, y comprobar por sus propios
medios si existe o no. Una vez acampados, se dan cuenta de que si existe tal
bicho. O quizás sea otra cosa más paranormal y aterradora. Que el espectador
interprete.
Bobcat Goldthwait es un tío pretencioso que va de innovador
por la vida, va de autor del cine de género y aunque empezó bien, a veces no
atina. Y “Willow Creek”, es un buen ejemplo de ello. Entonces, la película
tiene ese tufo asqueroso de “Yo voy a hacer el mejor “Found Footage” hecho
hasta ahora”. Y para ello se apoya en el de mayor prestigio. Con lo que nos
cuela un plano fijo de 20 minutos de luz de cámara alumbrando a los
protagonistas, cagados de miedo escuchando los ruidos que emite Bigfoot, y
viendo como este menea la tienda de campaña. Lo que se traduce en coñazo.
Y no estando mal planificada del todo la película, esta no
funciona por dos factores vitales. Bigfoot, tal y como la cultura popular nos
lo vende, no da miedo. Brujas, demonios o fantasmas, si, pero Bigfoot, no, ergo, por mucho que gruña, menee la tienda de campaña o
tire piedras a los protagonistas, el espectador no entra nunca en situación y
no se asusta, ergo, se aburre. Que las escenas de mayor clímax sucedan de día,
tampoco ayuda mucho a que pasemos miedo.
Pero independientemente de eso, porque podría estar bien en
otros aspectos, el principal problema de la película radica en que para cuando
viene lo bueno, en la recta final de la película, estamos ya hasta los cojones
de la parejita, pija a más no poder, y de las escenas de transición y bla, bla,
bla, a las que hay que saber coger el
punto para que luego el terror funcione. Es, probablemente lo más difícil de
conseguir en un “Found Footage”, y en ese sentido, Bobcat Goldthwait, no es
Oren Peli, ni ninguno de sus pupilos posteriores a los que él supervisa.
Otro problema que tiene, es que la película no se aclara.
Hay dos tipos de películas de “metraje encontrado”: Las que retratan lo que
vemos en una serie de cintas que se han encontrado (lo que con la era digital,
esto puede ser un lío en lo sucesivo) y las que se amparan en el falso
documental. Pues Bobcat nos pone todo el material de una cinta de unos niñatos
que están haciendo un documental… pero que entre medias graban todo. Digamos
que lo que el espectador ve, es la cinta sin editar. O sea, que en unos momentos los actores se dirigen al
espectador y entrevistan a los habitantes del pueblo, y en otros, vemos lo que
les pasa entre medias, que tampoco es muy interesante, y no se puede mezclar
ambos códigos del sub-género porque si. Por lo tanto, la película hace aguas
por los cuatro costados.
Y es que, entre eso, el aire independiente que tiene la
película (que prescinde, por ejemplo, de esos falsos errores propios del “Found
Footage”) en pro de algo palomitero para público no palomitero, y que Bobcat es
un director limitado si le sacamos de los palos que habitualmente toca –básicamente,
la comedia indie- esto resulta, en
resumidas cuentas, un truñito.
El gachó se quería tirar el pisto, y lo que ha conseguido es
uno de los “Found Footage” más aburridos, sosos y poco terroríficos que se han
rodado. Y es que. moraleja: no es lo mismo un demonio o un espíritu, que un sasquatch.