Lo triste es que quien comparta conmigo la opinión de que
“The Amazing Spider-man 2” es una de las mejores películas del año, ni reparará
siquiera en la existencia de “Paradiso” y si la descubre tampoco le prestará la
más mínima atención. Ni que decir tiene, que el público natural de “Paradiso”,
te mirará por encima del hombro siempre, y despreciará “The Amazing Spiderman
2”, porque para ellos, eso no es cine. Yo digo que a ellos no les gusta el cine;
les gusta decir “Mira que películas más intelectuales veo”. Así que hablo de
algo utópico. No habrá armonía: Solo públicos en Guerra.
El caso es que comulgo mucho con las maneras de hacer de
este Omar A. Razzak. Cine a los márgenes del cine que retrata la vida cotidiana
y filmado pasando por alto las reglas establecidas y los academicismos. Algo
que me apasiona y me entusiasma. Sin embargo me revienta, repele y repugna que
quienes practican esta forma de cine, suelen ser en el 99, 9% de las veces unos
posers y unos pedantes de la hostia. Suelo odiarles a muerte. Tras ver
“Paradiso” pensé que Omar A. Razzak pudiera ser la excepción que confirma la
regla… pero tras leer un par de anotaciones suyas en el interior de dvd, ya me
bajé de la nube. Razzak es un poser más, un pedante más, como Albert Serra.
Como todos. Pero al margen de lo que me parezcan sus máscaras, sus películas me
parecen fascinantes. En particular esta “Paradiso” me parece soberbia, Tanto
que me hubiera gustado haberla hecho a mí.
Festivalera y con algún premio en su haber, en “Paradiso” se
hace un retrato de los empleados y algunos de los clientes más asiduos –que se
dejaron grabar- del último cine X que aún está funciona en Madrid, el “Duque de
Alba”, local este que tengo el placer de
conocer, pues en tiempos de estudiante, haciendo pellas, una mañana acudí con
dos compañeros a visionar el programa porno en sesión continua que proyectaba
(algo de las mil y una noche porno, y una española con un señor calvo y con
bigote que no alcanzo a recordar los títulos) para pronto salir escopetados de
aquel local, porque a ver cine, no es a lo que iban la mayoría de sus clientes.
Y nos pilló con la ingenuidad de los 15 años.
Omar A. Razzak, sitúa la cámara en lugares estratégicos del
recinto la mayoría de las veces, y luego añade al montaje los momentos más interesante
que su cámara registra, quiero creer, que sin trampa ni cartón, con esos gays
un tanto extraños y del todo marginales que ligan, charlan en el vestíbulo o en
la terracita que hay habilitada para los fumadores, cuando no, se ponen a
cantar en plan diva folclórica, conscientes de que una cámara les graba. O esos
freaks que viven por el barrio y que acuden a la sala, ya sea de visita, o en
calidad de cliente, a charlar con los empleados del cine. Y sobretodo, el
encargado/operador de cabina, con años al mando de ese cine, intentando
restarle sordidez a tan triste local, colgando posters de películas mainstream
cuya pantalla nunca proyectará, haciendo en la entrada divertidos escenarios –
si es el mundial de fútbol, camisetas de la selección en los maniquiés, si es
navidad, el árbol o el nacimiento- y perfumando la mierda de local en el que
trabaja. O la taquillera a la que la queda el canto de un duro para jubilarse,
y que va a dejar a nuestro protagonista más solo que la una en ese sórdido
lugar.
Todo ello con la cámara colocada, muchas veces, a modo
de “cámara oculta”, y mostrándonos un
montaje del todo sutil. Casi parece un cuento de hadas.
Todo ello tomándose su tiempo en los planos, con un tempo
lento que es el único que requiere la película, máxime, cuando trabajar allí
tiene que ser un infierno por el que no pasan las horas.
En definitiva, una pequeña pieza que por las formas, maneras
e incluso intenciones, amén del crudísimo vídeo, que en tiempos del HD no tiene
ni un solo filtro con el que embellecer la imagen, que me ha parecido una
absoluta maravilla, cercana a la obra maestra.
En cuanto al director Omar A. Razzak, debuta en el largo con
este experimento al que, para poder catalogar, han tildado de documental.