Cuenta la historia de un niño de papá, hijo de un empresario
farmacéutico, que frecuenta la misma discoteca que unos camellos
zarrapastrosos. Sin saber muy bien como, este señor acaba metido de lleno en
las fiestas drogadictas de estos tunantes, quedando encantado con las drogas
que le proporcionan, y con los encantos femeninos de una señorita que por allí
pulula. La idea de los maleantes es enganchar, al desdichado, a las sustancias psicotrópicas, y de paso, ver
si con su ayuda pueden acceder al almacén farmacéutico de su padre para
afanarle las provisiones de drogas duras.
La gracia es que si en el “Cine Quinqui” propiamente dicho,
los protagonistas suelen ser jóvenes delincuentes –y/o drogadictos- reales, en “Juventud drogada”, lejos de tirar
por estos derroteros, los drogadictos y delincuentes son interpretados por
actores que tienen pinta de todo menos de yonkies, como puedan ser Antonio Mayans, el boxeador Dum Dum Pacheco (visto en “Yo hice a Roque III”) o Eduardo Bea, mientras que el niño bien –que
por constitución física da más el tipo de drogadicto y delincuente que Mayans-
es interpretado por todo un clásico del cine más populachero, Tony Isbert, en
su eterno rol de Tony Isbert, eso si, dándole al porro y a la farlopa –e
incitando a su pareja a que también le dé- cosa mala.
Por otro lado y como buena cinta “Exploit” española, aquí no
hay medias tintas, y estos delincuentes son mostrados como lo peor de lo peor,
esto es, que no solo trafican y consumen todo tipo de estupefacientes, sino que
además, violan y asesinan, y actúan con toda la mala idea que se le pueda
ocurrir a un guionista, en este caso, Esteban Cuenca, que ya nunca más escribió
para el cine, fíjense ustedes.
Por otro lado, la comedia involuntaria, inevitablemente,
como es habitual en todo producto de serie B o Z que se precie, hace acto de
presencia, por un lado, con el cantoso pelucón Afro que me luce Antonio Mayans,
y por otro, los elementos bizarros y fuera del tiesto que contiene la película;
volviendo a Mayans: mientras que su compañero para intimidar a sus víctimas usa
una navaja, este usa ¡Nunchakus!
A eso añádanle algún que otro Karateca por ahí desperdigado,
boxeadores chungeros y hasta creo recordar –si la memoria no me falla… y eso
que la he visto hace escasa media hora- que aparece un monje budista.
¿Veredicto? Mala de pelotas, zetosa y cutre, costrosa y lenta,
pero con otros elementos que la convierten en interesante y, sobretodo,
curiosa. Porque aquél que a estas alturas ande buscando buen cine en un
producto de estos, o peor aún, aquel que afirme que una ponzoña netamente
“Trash” como es “Juventud Drogada” es buena, es que es un esnob o un enfermo
mental, porque es que no llega ni a entretenida. Eso sí, simpática y curiosa lo
es un rato. Luego ya, depende de la predisposición del espectador que, insisto,
si anda buscando esto es porque sabe lo que se va a encontrar más o menos.
En la taquilla española, como casi todos estos funcionales
productos de entretenimiento populachero, cubrieron presupuestos de sobra y el
negocio fue rentable, con una cifra de espectadores que en estos caso oscilas
entre los 250.000 y lo 300.000 espectadores. Dentro de este target se mueve
“Juventud Drogada”.
El director del tinglado no es otro que José Truchado,
conocido por esa horripilante parodia de “El Equipo A” a mayor gloria de
Antonio Ozores que es “El Equipo ¡AAAAGGHH!” o aquella chanchullera parodia de “Canción triste de Hill Street” a
mayor gloria también de Ozores que es “Canción triste de…” (Ver en el pestseller), pero entre las muchas tareas que desempeñó en el mundo del cine, tales
como escribir guiones, actuar o producir,
dirigió grandes zarrios de nuestra cinematografía más outsider como puedan ser
“Tarzán y el tesoro Kawana” o “Matad al buitre”.