De hecho, fue asistiendo a un pase de “La invasión de los zombies atómicos” (presente en nuestro pest-seller) cuando, testigo de la desmesurada reacción de entusiasmo por parte del fandom ante la presencia física de un don Lenzi deslenguado, decidí que no pertenecía a semejante clan y me piré para no volver. Desde entonces vivo mi pasión por el género con tranquilidad, felicidad y acompañado de un escueto y selecto grupo de seres con los que comparto dicha pasión desde el raciocinio.
Está claro que si el cine de caníbales me cae mal es por su tendencia a mostrar el sufrimiento real de animales. Es algo sobre lo que abomino. Cualquier ¿ser humano? que haga eso y pueda sentarse a mirarlo impávidamente sin inmutarse, merece todo mi desprecio. ¡Qué diver sería ver a Umberto atado a un mástil y con dos cangrejos apretujándole sus arrugadas y peludas pelotillas, verdad?. ¡¡Eso sí que molaría!!. En fin, soñar es gratis.
Dejando apreciaciones morales a un lado, debo reconocer que el cine de antropófagos tiene un lado fascinante, ni que sea por su vileza, su despiadada condición y su desesperada respuesta a que Hollywood había perdido el miedo de mostrar violencia y sangre. Ante algo así, ¿qué pueden hacer los pequeños?, pues pasarse tres pueblos e ir allá donde una “major” no osaría.
“Holocausto Caníbal” es, para bien o para mal, mucho mejor película que “Caníbal Feroz”, pero esta gana por ser la más extrema y brutal. Y por la cantidad de barbaridades que acumula. Fue censurada en chorrocientos países y luce una de las secuencias más mongólicas del subgénero, la de la chica con los pechos atravesados por ganchos de los que cuelga agónicamente.
Dos fases de ese mismo momento vienen retratadas en los fotocromos de “Caníbal Feroz” que siguen, amablemente cedidos por el eterno Alex Gardés. Lo gracioso del asunto es que se han censurado los pezones de la chica con las clásicas estrellitas, pero se respeta la salvaje mutilación que los envuelve. ¿Qué es más inmoral?, ¿ver unas bonitas tetas o un par de ganchos destrozándolas?. Da miedo preguntárselo.