Hacer una reseña de “El Exorcista” que le haga justicia, es
hacer todo un artículo ahondando en los entresijos y tejemanejes de la
producción, de los cuales, por otro lado, ya se ha escrito, y muy bien, en
muchos sitios. Quiero decir que ¿qué puedo yo contarles que ya no sepan?, pero,
como ya he reseñado por aquí sus secuelas, y como no quiero quedarme sin
reseñar esta, haré una reseña de corte un tanto personal. Porque explicarles
los desastres que ocurrieron durante su filmación, las muertes del reparto durante
la misma y bla, bla, bla, ya lo saben ( y si no, compren los miles de libros
que hay sobre el tema), así que resumiendo; Se trata de la historia de una
jovencita que es poseída por el demonio y, en consecuencia, los esfuerzos por
parte de la ciencia y la Iglesia para
luchar contra ese demonio –llamado Pazuzu- (o posible enfermedad) con la ayuda de un exorcismo, practicado por
el padre Merrin, veterano en estos asuntos, y asistido por el padre Karras, un
sacerdote más joven que tiene cientos problemas de fe. Una de las mejores
películas de la historia del cine, por ende, de la historia del cine del
terror, que obtuvo el beneplácito de la crítica y del público y que trascendió
más allá del género al que pertenece, siendo a día de hoy la estampa de Regan (popularmente conocida
por estos lares tan cultos y selectos como “La niña del Exorcista”) tan
reconocible como la de Marilyn Monroe en “Bus Stop” o la de Bogart en
“Casablanca”. Sabiendo esto, les diré que me enfrenté, en este último visonado,
a la versión del director estrenada en el año 2000, que contaba con un par de
escenas adicionales y unas cuantas chuminadas ridículas en innecesarias.
Y es que fue ese año, con ese nuevo montaje, cuando yo vi “El Exorcista” por primera vez en mi vida,
con 24 años. No en valde; digamos que mi
relación con la película de William Friedkin siempre fue de puro terror ¡sin haberla visto! Y es que
vi antes, siendo niño, a los 10 u 11 años “El Hereje: Exorcista II” –que ya ven
ustedes que es una mierdecilla- y que quedé aterrado. Sufrí pesadillas con el
Pazuzu de los cojones. Tan sugestionado quedé con esa puta película que
desperté a mi madre de madrugada para decirle que tenía al demonio en mi
habitación. Por eso no quise ver nunca el primer “Exorcista” y la mera presencia
de Regan me estremecía. Luego vi muchas películas de terror, fíjense… pero “El
Exorcista”, no. Y si yo quedé sugestionado por el visionado de uns secuelilla
de segunda, imagínense como quedarían de sugestionados los artífices de la
primera. Ahí es nada, el cague.
Así que aprovechando el nuevo montaje, me acerqué al cine
más cercano a verla, acompañado eso si, de otros dos neófitos de “El
Exorcista”. Pasé miedo, cumplió con mis expectativas y me gustó muchísimo.
Además fue mi propio exorcismo para con esa película, ya que no hubo cojones de
verla en la adolescencia.
Después ya me vi la versión oficial de la película, y todo
eso, pero yo me desvirgué con el montaje del director, que en pleno 2000,
efectivamente, me pareció aterrador. La película hacía alarde de una vigencia
sobrecogedora.
Compré la película en DVD y en mis estanterías reposaba
hasta que decidiera volver a verla.
Recientemente, mi pareja propuso verla ya que ella nunca la
había visto, lo cual fue una ocasión más que oportuna para dedicarle una
revisión. Y en esta ocasión, he llegado a la conclusión de que, efectivamente,
el paso de los años hace mucho daño a las películas. Pero no me refiero el paso
de los años de las películas, sino, el del espectador. Las experiencias, la
perdida de la ingenuidad, el peinar canas, consiguieron que una película que
siempre me había provocado escalofríos pasara ante mis ojos sin pena ni gloria
en el sentido terrorífico. Porque como película me pareció grandiosa, un
clásico absoluto. Quiero decir, que cuanto más mayor me hago, más pendiente
estoy de lo bien hecha que está una película que de su capacidad para dar
miedo. Y es que “El Exorcista” a estas alturas es eso, una película cojonuda,
excelentemente rodada, que cuenta una historia cojonuda, que la cuenta de una
manera soberbia y con unas intenciones geniales. Pero hemos oído ya tantas
veces el “Mira lo que ha hecho la cerda de tu hija” o el “Tu madre chupa pollas
en el infierno”, hemos visto tantas veces la terrorífica cara de Regan en
merchadising, así como en tantas partes, que a mís 40 años puedo decir, sin
despeinarme, que no sentí el más mínimo miedo viendo “El Exorcista”. Son los
daños colaterales que traen consigo el ser un clásico. No obstante tengo mis
reservas de cómo sería verla hoy por primera vez. Ya nunca lo sabré.
En cualquier caso, pedazo de película.
Y en cuanto a la versión del director, con tanta imagen
superpuesta y subliminal que ni viene a cuento ni están bien insertadas, he de
decir, que no es un montaje que me moleste lo más mínimo. Es más, quitando a lo
mejor la famosa “Escena de la Araña” –en la que Regan baja las escaleras a
cuatro patas de espaldas- queda un poco más descolgada porque está metida ahí
con calzador y no tiene una resolución, pero el desenlace con el padre Dyer charlando
con el Teniente Kinderman, o las escenas de hospital, no me parecen ni tan mal,
y en cierto modo, ayudan a seguir un poco la historia. Pero la mejor escena
añadida es la del obispo charlando con el padre Karras en el que dice que le
practicará un exorcismo a la niña, aunque lo más probable es que sea una falsa
posesión. Resulta muy esclarecedora esa escena ya que le otorga a la película
un tono ambiguo a ese respecto.
En definitiva, que magistral, que como mola “El Exorcista”,
aunque ya no me muera de miedo con ella.