Pablo Bellini, en los 80 dueño de un sello videográfico
argentino llamado “Buena onda home vídeo”, aprovechó la coyuntura que le
ofrecía su propia compañía para rodar una película que luego él mismo
distribuiría a videoclubes de todo el país. Así, con cámaras de vídeo de
primera generación y con películas de “Rape & Revenge” como referente y
con las miras bien puestas en “Calles Salvajes” se rueda un porno soft de serie
Z que con la tontería, y con el paso de los años, se convirtió en un título de
culto del cine bizarro argentino y un claro exponente de lo que esta generación
de cineastas de lo precario podía poner en circulación con muy poquito dinero. Se
trata de “Asalto y violación en la calle 69”. Sus escenas de violación así como
el final pasado de rosca del que hace alarde, le valieron en su momento,
principios de los 90, una justa fama de película polémica.
La cosa es sencilla; Una distribuidora de vídeo (la misma
que era propiedad de Bellini) es asaltada por un grupo de psicópatas. Uno de
ellos, el más notorio, toma a los empleados como rehenes y los insta, a punta
de pistola, a hacer el amor entre ellos. Algunos hasta acaban
colaborando activamente en las violaciones. Incluso, a varias de las mujeres
que pululan por allí, les da tiempo a montarse un numerito lésbico (y
consentido) que acaba en lluvia dorada. La secretaria de la empresa, es la peor
parada de todos, ya que va siendo violada repetidas veces de la forma más
violenta.
Pasa el tiempo y, ya recuperada de su violación, la secretaria
decide buscar a sus agresores con el fin de vengarse. El final, mejor será que
lo vean (si es que se da el caso).
Obviamente, “Asalto y violación en la calle 69”, llena de fallos de raccord, saltos de eje y desencuadres, filmada en vídeo de la época, no tiene ningún
valor cinematográfico. No es más que el testimonio de un aficionado al cine,
tan aficionado, que se atrevió a rodar su propia película. Como dueño del sello
videográfico que la distribuía, sabía bien lo que el público quería y no dudó
en llenar la carátula de frases impactantes. Y la película ofrece lo que
promete, sexo y violencia.
No exenta de curiosidad por el tipo de producto al que nos
enfrentamos, sin embargo, la película es de una incompetencia tal que roza el
absurdo, no solo por las exageradísimas interpretaciones —culpables de toda la
comedia involuntaria de la que la cinta hace alarde— sino también por la mala
dirección y nulas nociones técnicas de las que el director, Bellini, hace gala,
que son las que verdaderamente justificarían el visionado de esta película. Por
lo demás, nada de nada. Pero como cosa rara que existe, me alcanza.
Un ejemplo más de este tipo de cine semi-amateur y con
cierto culto en su país de origen sería “Prisioneras del terror” de semejantes
características que esta.
Para echarle un ojo y decir “¡Madre mía!”