En ocasiones combinan a estos individuos conversando entre
sí y discutiendo (el tipo que quiere que el cine remueva conciencias y el fan
de Stallone, por ejemplo) y otras veces recrean una escena de sus películas
favoritas interpretadas por estos mismos personajes. Finalmente, los directores
reúnen a los protagonistas de esta aventura en un improvisado cine de verano y
les proyectan el material filmado con el fin de filmar sus reacciones e
incluirlas en el documental definitivo.
Un documental pequeñito, con pretensiones claramente
artísticas, pero no por ello tan pedante como podía llegar a ser —y más
teniendo en cuenta su proveniencia argenta— en el que su mayor handicap es que,
la gente común y corriente a la que filman, gente que está en ese videoclub
pero que podía estar en cualquier parte de nuestro día a día, delante de una
cámara, casi se comportan como enfermos escapados de un psiquiátrico (incluso,
diría que alguno de ellos puede que sea deficiente mental diagnosticado) en cuanto
a sus opiniones, comportamientos o poses. Porque son gente normal… y ojito con
la gente normal. Lo mismo te cuentan lo cansados que están de que las películas
mainstream (O Popcorn como las llaman ellos) sean clichés que siempre acaban
bien, que te cuentan que su película favorita es “El Muro” de Alan Parker,
película esta con la que, apuntan, nunca se han podido hacer una paja. Verídico
como la vida misma.
Por supuesto, en poco más de hora y cinco, difícilmente se
aburre uno y lo cierto es que estamos ante una película distinta, curiosa,
barata e ingeniosa, amén de ser una buena forma de rodar un documental cuando
no tienes mucho dinero ni más material que documentar que lo que pasa en tu
barrio. Está simpática.
En consecuencia, se tiró dos o tres años ganando premios en
todos los festivales de cine a los que se presentaba. Y es que, en cierto modo,
también es una película concebida para eso mismo.