Para ese año de producción 1977, el personaje de Emmanuelle
ya era un fenómeno del erotismo que encontró en las pequeñas salas de barrio de
medio mundo y en el subproducto (las “Emanuelles negras” y derivados) su campo
de acción, por lo que ante el erotismo rancio, violento y a la italiana de los
apócrifos italoparlantes, la saga original no era más que un producto de escaso
interés para el pajillero. Ante los objetivos aceitosos de esos productos, la
sofisticación —y la superioridad moral— swinger del personaje creado
teóricamente por Emmaniuelle Arsan, no era más que morralla soft para ancianos
aburguesados que continuaban masturbándose ante la visión de una ya ajada y contrahecha
Sylvia Kristel.
Pero al margen de su público natural, lo verdadero es que,
no me tiembla la voz al aseverar que, probablemente, “Adiós Emmanuelle” se
encuentre entre las dos o tres peores películas de la saga, incluidas las
apócrifas. Está a la altura, incluso, de la de Jess Franco. Nada. Ni puta
gracia. Celuloide desechable.
Y es que en esta ocasión, lo que cambia es el escenario
dónde Emmanuelle se pasa por la piedra todo lo que se mueve; nos plantamos en
las islas Seychelle y, venga, a follisquear.
Sin embargo, esas islas Seychelle salen muy mal paradas en la película,
porque salvo por algunos planos de recurso exteriores, la integridad de la
película sucede en interiores. Con lo cual tenemos un folletín tremendamente
aburrido donde las parejas hablan y hablan y, de vez en cuando, echan algún
polvete muy soft y recortado —dicen que existe una versión X de la cinta cuyos
derechos pertenecieron al mítico exploiter Jerry Gross, quien en su momento
exhibiera cintas tan célebres como “Me bebo tu sangre/ Perros rabiosos” o
llevara el Mondo a salas americanas—. Un pestiño de los de padre y muy señor
mío.
En esta ocasión, Emmanuelle, casada, suponemos, que por
enésima vez, hace uso de su sexualidad acompañada por su marido en las Islas
Seychelle. Económicamente bien posicionados, no dudan en montárselo con el
servicio, o con otros matrimonios afines mientras se les llena la boca con
discursos trasnochados (a día de hoy) sobre la libertad sexual. Lo malo es que
un director de cine acude a la zona en busca de localizaciones para su próxima
película, una película de folleteo y de temática, como no, swinger, del que
Emmanuelle acabará encaprichándose y al que, lógicamente, se tirará sin atisbo
de culpa. Por supuesto, el lío se montará cuando el marido, al cual se le ha
llenado la boca con lo de la libertad cuando se ha puesto las botas con su
mujer y la criada negra, le entran unos celos terribles al ver que el del cine
se la trajina mejor que él, por lo que
Emmanuelle, querrá poner pies en polvorosa.
“Adiós Emmanuelle” debía ser rancia incluso para los
estándares de 1977.
Nada, una película muerta cuya única razón de ser consiste
en ser parte de una saga mítica. Más allá de eso, es una película muerta.
Fílmica y eróticamente.
Dirige la película, poniendo, eso sí, mucho empeño en la
fotografía que es muy bonita, el franchute Françoise Leterrier, conocido por
ser el protagonista del clásico de Robert Bresson “Un condenado a muerte se ha
escapado” y que posteriormente se granjeó una carrera como director en la que
su película más popular, sin duda, es la que nos ocupa.
Como anécdota contar que en año 1980, dos individuos
desaliñados con unos pocos dólares en el bolsillo, se paseaban por el mercado
de films del festival de Cannes de 1980 buscando alguna película que distribuir
en los Estados Unidos. Compraron “Adiós Emmanuelle” pasa su exhibición en las
américas y la estrenaron en circuitos reducidos, pero supieron sacarle
beneficio a la película con las ventas a las televisiones, que la programaban
en pases de madrugada. Estos individuos eran Bob y Harvey Weinstein y su
compañía, se llamaba Miramax. Ergo, la primera película que distribuiría la
Miramax en su tortuosa existencia, fue esta “Adiós Emmanuelle” que, por
supuesto, les reportaría unos buenos cuartos.