Si Manuel Summers viviera a día de hoy y se le ocurriera
hacer una de las películas que hacía en los setenta, probablemente, le metieran
en la cárcel sin ningún tipo de titubeos. Sin embargo la sociedad en los
setenta era muy distinta a la actual y actitudes como forzar a una chica o
intentar tener sexo con una menor se mostraban en pantalla con total
naturalidad, no porque el director sea un amoral, sino porque las cosas en
aquella sociedad tardofranquista eran así, y
Summers tan solo las retrataba sin hipocresías. Así, en este film suyo,
vemos de todo. Para empezar vemos
desnuda a una menor (o al menos parece una menor. Como sea, no he sido capaz de
contrastar la edad de la actriz Cristina Ramón cuando hizo esta película, la
cual, después, apenas si apareció en media docena de títulos, todos ellos de
corte erótico, por lo que intuyo que, si no era mayor de edad, estaba cercana a
serlo), vemos niñas mostrándose sin rubor el vello púbico, vemos perros
follando, adolescentes teniendo conversaciones sobre la eyaculación y la
menstruación, confesando haber sido acosadas por pederastas o, más fuerte aún, siendo
la protagonista menor, directamente acosada sexualmente por el padre de
una amiga.
Lo que trata Summers, por supuesto, es de contarnos una
historia dentro de un universo que parece que conocía muy bien como era el de
las inquietudes sexuales adolescentes y no duda en mostrarnos una escena en la
que el grupo de amigas juega a los papás y las mamás, como tantos pre-púberes
de aquellos años (y supongo que actuales), que descubrían su temprana sexualidad
con niños del mismo sexo. Y aquí, con Franco vivo, no pasaba nada porque,
repito, las cosas eran así entonces, así de sórdidas y así de naturales.
Mientras, la película, precisamente por estas anomalías sexuales aquí normales,
se estrenaba en USA en cines para pajilleros bajo el título de “I`m a woman
already”, como otras tantas películas de la filmografía de Summers.
Como sus películas anteriores “Adiós, cigüeña, adiós” y “El
niño es nuestro” habían funcionado muy bien, Summers se procuró prácticamente
el mismo reparto infantil y adolescente de aquellas y cambió de
tercio esta vez dándole protagonismo a las chicas, a su despertar sexual y a
sus miedos.
Celia es una niña de 12 o 13 años que comienza a experimentar
cambios físicos a la vez que va creciendo junto a los niños de su clase. De
este modo, va teniendo con ellos sus primeros morreillos, sus primeros
tocamientos, sus primeras decepciones. En un determinado momento, el anciano
profesor de religión de las chicas fallece por ahogamiento, por lo que es
sustituido por un nuevo cura joven y atractivo que traerá por el camino de la
amargura a la chicas, sobre todo a Celia, que se enamora perdidamente de él.
Para que el cura la haga caso, en secreto de confesión, se inventa tórridas
relaciones sexuales con todo tipo de hombres que, más que excitar al cura, le
hacen pensar que la niña necesita ayuda psicológica o de lo contrario acabará sus días como
una puta.
La película da lo que se espera de una propuesta de Summers,
que es un funcional entretenimiento y un drama adolescente que, pese a lo
rancio del asunto, por algún motivo funciona. Además, las películas de Summers
cobran valor con el paso del tiempo porque poseen una manera de contar
historias que hoy no podría ser de ninguna manera, y que se podría tachar
absolutamente de sensacionalista, amén de ser una manera de hacer cine que
conectara con los bajos instintos del gran público, que no dejaba, ni por lo más
remoto, de ser cine de autor.
Vamos, que uno a estas alturas sabe a lo que se expone con
Summers. Y está bien.
Obviamente, es uno de los grandes éxitos de Summers que
llegó a llevar a los cines a 1.800.000 espectadores, que no es moco de pavo, y,
seguramente, más que por el retrato sociológico del que les he estado hablando
todo el tiempo, esto se deba al morbo.
En el reparto, habituales de la escudería Summers como su
sobrino Currito Summers, su amante adolescente Beatriz Galbó, los hermanos
Rodríguez o Emilio Fornet.