“Snuff” en realizad nace cinco años antes de su polémico estreno en Nueva York. Michael y Roberta Findlay consiguen financiar una película para exhibirla en sus circuitos habituales en co-producción con Argentina, motivo este por el que viajan a la pampa y ruedan, con actores locales que no saben una palabra de inglés, una película con violencia, reminiscencias hippies de la familia Manson y un buen puñado de tetillas tiernas. Un producto de tercera que lleva por título inicial “Slaughter”. Se rueda sin sonido directo y con un presupuesto total de 30.000 dólares.
“Slaughter”se estrena en 1971, pasa completamente inadvertida (en Argentina ni se estrena siquiera y, según algunas fuentes, en realidad no llega a hacerlo en ninguna parte) y queda almacenada en las latas que reposarán en algún lúgubre almacén donde descansan las películas que no sirven ni para alimentar las llamas. Es entonces cuando el distribuidor Allan Shackleton, que había producido algún que otro título para pajilleros dirigido por el inefable Chuck Vincent, entra en escena comprando los derechos de la película de los Findlay con la que planea hacer algo, puesto que, total, la habrán visto cuatro gatos. Como fuere, Shackleton, paga a los Findlay los correspondientes emolumentos por renunciar a la pertenencia de la película, y se la lleva a uno de sus almacenes a que siga cogiendo mugre unos cuantos años más.
De moda lo escabroso, Shackleton, lee en la prensa un sensacionalista artículo que habla sobre un tipo de película que se estila en Latinoamérica y que consiste en filmar asesinatos reales delante de la cámara. A estas películas se las conoce como snuff. Es entonces cuando Shackleton recuerda que esa roña que le compró a los Findlay está rodada en Argentina, y que ya de por sí es algo escabrosa; Hay muchos disparos, un par de apuñalamientos y hasta alguna escena de tortura. Pero, y teniendo siempre en cuenta el artículo que ha leído en la prensa, se le ocurre cambiar el título de “Slaughter” para pasar a ser “Snuff” y, por aquello de justificarlo, contrata al director Simon Nutchtern, otro exploiter con un par de películas en su haber, y le hace rodar una nueva escena que sirva como final y en la que, en un salto meta-cinematográfico, de golpe y porrazo se abandona la trama de la película que estamos consumiendo y vemos cómo el director decide asesinar a una miembro del equipo ante las cámaras, de la manera más gráfica y explícita posible, ante la aprobación del resto del equipo de rodaje. Después parece acabarse la bobina, y fin, sin créditos ni nada. Por supuesto, Shackleton no dio explicaciones de ningún tipo a los Findlay y los retiró de los créditos de “Snuff”. Inspirado por lo que leyó en prensa acerca de las películas snuff sudacas, la idea era estrenarla vendiendo la moto de que el asesinato que vemos en última instancia, es real. Está muy mal hecho, se nota el látex y los trucos utilizados, pero, no importa, Shackleton quiere hacerlo pasar por un asesinato real. Así, la película se estrenó en cines de Nueva York con un póster cuya frase promocional, que a día de hoy es mítica (completamente incorrecta… y muy graciosa), rezaba: “Esta película está rodada en Sudamérica, lugar donde la vida humana es barata”. Para acabar de hacer creíble toda esta pantomima, Shackleton alertó a la policía de la clase de película que se iba a estrenar en Nueva York, y contrató a una serie de actores que se amontonarían en los cines a protestar por mostrar asesinatos reales. Shackleton se podía haber ahorrado lo que le costaron esos actores, porque la sola presencia de la película y lo que proponía, hizo que protestaran manifestantes reales y grupos de feministas que arramblaban con la cartelería llenándose aquello de policías y mal rollo. El gimmick publicitario le salió bien a Shackleton, pero, en consecuencia, su película fue retirada de la gran mayoría de cines en los que se exhibía en Estados Unidos.
La cosa se fue complicando, e incluso llegaron a denunciar a los propietarios de los cines por un supuesto delito de obscenidad, y ante los rumores que aseguraban que en aquella película de bajo presupuesto se mostraba un asesinato real, “Snuff” y sus artífices fueron sometidos a una investigación realizada por el distrito de Nueva York para ver cuánto había de cierto. La prensa desmentía los rumores y los abogados se descojonaban al ver que el supuesto asesinato real era más falso que un billete de seiscientas pelas. Incluso, se llegó a llamar a declarar a la actriz que en teoría moría ante las cámaras, desarticulando con su presencia cualquier rumorología y acusación. Pero como la cosa iba de encontrar culpables, la película, libre de las acusaciones de asesinato, no se libró de otras nuevas acusaciones de misoginia y de que su contenido pudiera instar a algunos espectadores a cometer actos violentos contra las mujeres. De este modo, la jugada salió incluso mejor de lo que se esperaba y Shackleton se forró.
A partir de entonces “Snuff” se convirtió en una película muy famosa que arrastró consigo el rumor de tratarse de snuff genuino, que daría fama a sus responsables a posteriori, y generaría unos ingresos de los cuales, los Findlay, no verían ni un puto duro pese a que incluso participaron en esta nueva versión de la película, concretamente, prestando sus voces para algunos de los actores en el doblaje.
Por otro lado, el éxito de la película fue tan sonado, que cuando poco después se estrenó el “Bahía de sangre” de Mario Bava en aquellos cines, se estrenó bajo el título de “Snuff is my game”, intentando así aprovechar el tirón.
El visionado a día de hoy de “Snuff” se hace duro (pero por los motivos equivocados); Se trata de una película escabrosa y barata sobre sectas, más de acción que de cualquier otra cosa, que se eterniza, y en la que impera el aburrimiento hasta que, por fin, hace acto de presencia el tan cacareado final y ya la cosa se vuelve un poco más divertida, con ese cineasta que desmiembra y apuñala a una señorita del equipo con unos efectos especiales tan artesanos que da gusto verlos, en una secuencia interminable que, sádica y malintencionada, recuerda un poquitín a las películas de Herschell Gordon Lewis. Yo les animo que, si deciden verla, prescindan del metraje original de los Findlay y se vayan directamente a los diez minutos finales firmados por Simon Nutchern: Son francamente simpáticos.
Por otro lado, el éxito de la película fue tan sonado, que cuando poco después se estrenó el “Bahía de sangre” de Mario Bava en aquellos cines, se estrenó bajo el título de “Snuff is my game”, intentando así aprovechar el tirón.
El visionado a día de hoy de “Snuff” se hace duro (pero por los motivos equivocados); Se trata de una película escabrosa y barata sobre sectas, más de acción que de cualquier otra cosa, que se eterniza, y en la que impera el aburrimiento hasta que, por fin, hace acto de presencia el tan cacareado final y ya la cosa se vuelve un poco más divertida, con ese cineasta que desmiembra y apuñala a una señorita del equipo con unos efectos especiales tan artesanos que da gusto verlos, en una secuencia interminable que, sádica y malintencionada, recuerda un poquitín a las películas de Herschell Gordon Lewis. Yo les animo que, si deciden verla, prescindan del metraje original de los Findlay y se vayan directamente a los diez minutos finales firmados por Simon Nutchern: Son francamente simpáticos.