“The Acid Eaters” es una de las películas más marcianas que he podido ver últimamente, porque, al tratarse de un nudie pergeñado cuando este subgénero está ya dando sus últimos coletazos, coquetea (quizás involuntariamente) con el cine experimental, aporta unos toques de comedia socarrona muy extraños y combina los consabidos bailecillos y las estupendas tetas sesenteras con una extraña trama de consumo de LSD. Pero ¡Ojo! No estamos ante una de esas películas denuncia a la Dwain Esper de años atrás, sino todo lo contrario. “The Acid Eaters” podría ser perfectamente una reivindicación del uso de drogas, una vía de escape para la rutina, según el prólogo.
La película, casi sin diálogos, abre con una serie de imágenes sin demasiado sentido en las que vemos bocas que mastican comida basura, gente currando de 8 a 5, y manos que sellan cheques. Así hasta la llegada del viernes, que es justo cuando unos fornidos trabajadores de oficina agarran sus motocicletas y se van al campo para reunirse con unas jamonas que quitan el hipo. Bailarán, pintarán sus cuerpos desnudos y practicarán sexo en grupo hasta que, tras unos paseos en moto, se topan con una gran pirámide por la que escalarán para hacer el amor en cada uno de sus niveles. Se trata de una montaña de ácido en cuyo interior hay un demonio que les promete cumplir todos sus deseos y les enseña a fumar canutos al tiempo que los campistas pretenden conseguir los enormes terrones de azúcar impregnados en ácido que alberga la pirámide.
Una película en la que pasan un montón de cosas pero en la que en realidad no pasa nada… O mejor dicho, no pasa nada hasta que finalmente, pasa algo. Asimismo, “The Acid Eaters”, con sus tiempos muertos y sus largas escenas de folleteo barato, bailecitos y demás situaciones absurdas, es lo suficiente colorida como para que, a pesar de todo eso, la veamos sin agobiarnos demasiado. Además que, a pesar de otras películas de la época sobre el LSD, o como pasaría con todo el cine contracultural de unos años después, huye de las escenas oníricas y las representaciones psicodélicas en pro de unas escenas más teatrales (y baratas de producir) como el bailecito que nos ofrece una tetuda sobre un fondo negro, que danza para el diablo. El diablo, por supuesto, es un señor con un traje de demonio naranja interpretado por un comediante de la época llamado Buck Kartalian que para la ocasión aparece acreditado como Buck Bucky. Kartalian, combinaba pequeños papeles en producciones mainstream con otros más extensos en películas de bajo presupuesto. Llegó a salir, ya en los 90, en cosas como “La Roca”.
Poco más. Quizás sea una película exploit un pelín superior a otras propuestas de la época que, por los motivos que sean, cae simpática, por lo que no se entiende que otros títulos más coñazo tanto del nudie como del drugxploitation tengan hoy un estatus de culto y que “The Acid Eaters” sea completamente ninguneada.
Dirige Byron Made, director de toda suerte de exploits que solía firmar la mayoría de sus películas, esta incluida, bajo el seudónimo de B. Ron Elliot. Su película más popular sería una de corte parecido a esta titulada “She Freak” que sí firmaría bajo su nombre real (y produjo el legendario David F. Friedman).
Por cierto, estupendas, estupendas, estupendas señoritas las que aparecen en esta película. Vamos, una cosa fuera de lo normal.