Como es natural y lógico, con la millonada de espectadores que fueron a ver la primera película de La Pantoja era una necedad no darle continuidad a ese filón, y Ana Belén y Víctor Manuel, al igual que con “Yo soy esa” ejerciendo de productores ejecutivos, raudos pusieron el cazo para ver si trincaban algo más. Pero casi con desprecio, con desdén, con condescendencia… como si les interesara trincar la pasta pero que no se supiese mucho que el matrimonio diabólico se encontraba tras estos proyectos.
Se pergeño así una segunda película para lucimiento de la tonadillera. No obstante, y en búsqueda de una película quizás no tan frívola como la ejecutada el año anterior, sí que se cuidó más el aspecto técnico y argumental y se contrató a Jaime de Armiñan para que escribiera un guión y que Pedro Olea dirigiese todo ese tinglado. El galán sería Arturo Fernández y su rival más próximo a la hora de conquistar el corazón de la pescadera gitana que interpreta la Pantoja, sería el portugués Joaquim de Almeida. Vamos, un equipo de primera categoría a todos los niveles. De este modo, y respetando la estructura clásica y folclórica de la cantante que se debate entre más de un amor, se trata de dar a la película un trasfondo político como para dar empaque al producto, cosa que desde luego fue un craso error porque una película de la Pantoja no puede dejar de ser una película de corte popular —y populachero— y, más allá de su presencia, su cante y sus vestidos, poco importa. Al margen de eso, ese trasfondo político se posiciona claramente hacia la izquierda, sin caer la producción en la cuenta que, quizás, el grueso del público de Isabel Pantoja comulgaba más con la derecha y todo este rojerío implícito en el escueto argumento les sentaría como una patada en los cojones.
Al margen de esto, si “Yo soy esa” era un folletín alocado y rodado a mil por hora en el que Pantoja se marca una canción cada tres minutos para solaz de sus admiradores, esta “El día que nací yo”, con menos canciones, más manga ancha a la hora de dejarle interpretar a Pantoja, más madura, con más intención de ser una película —y no un producto como la otra—, resultó ser un aburrimiento de tomo y lomo. Lo que se supone que iba a ser la consagración como actriz de Isabel Pantoja (porque en una entrevista durante el estreno, la tonadillera aseguraba que pretendía darle continuidad a su carrera en el cine), resultó ser su testamento.
En esta ocasión, una pescadera gitana que en sus ratos libres actúa en tablaos, consigue enamorar, por un lado a un profesor en el exilio por su ideología política y, por otro, a un cura comunista que igualmente permanece oculto. La gitana se acerca al primero porque al ejercer de periodista para la prensa, igual consigue meterla en la radio. Así pues, este usará los conocimientos de esta para elaborar un diccionario castellano-caló. Entre medias, canciones y amores imposibles. Arturo Fernández está estupendo, Joaquim de Almeida doblado por un actor de doblaje y la Pantoja haciendo lo suyo, ya que en mayor o menor medida, y como declararía a la prensa Víctor Manuel en calidad de productor “Ella no es una actriz, es una estrella que eso es más todavía”.
En definitiva, un rollo que fracasó en taquilla no llegando a congregar ni a medio millón de espectadores —la vieron un millón de personas menos que “Yo soy esa”, o sea, no la vio ni su público potencial— y que supondría el punto y final para la carrera actoral de la viuda de España. No fue el fin del ramalazo de cine folclórico español de los 90 porque todavía dio tiempo a rodar una película más del género. Pero eso se lo cuento el próximo día...