La primera mitad de los noventa todavía albergaban, en la cultura popular, los últimos rescoldos de la España rancia y folclórica que movilizaba a las masas. El mundo de las tonadilleras, la pandereta y el torero galán no tardaría en diluirse dentro de la parrilla televisiva dedicada a la prensa del corazón, donde encontraba un nicho mucho más acorde con el consumidor de este tipo de productos. Aunque el mundo de la farándula propiamente dicha mutaría, pasando los protagonistas de la misma, es decir, los "artistas", a un segundo plano cediendo el testigo de la popularidad a personajes satélites menos interesantes de lo que ya de por sí podían ser ellos a estas alturas. Así, Jesulín de Ubrique quedaría atrás para ceder tiempo televisivo a su novia, la vaga Belén Esteban, que lidera la parrilla hasta el día de hoy, y la Pantoja sería más popular entrado el nuevo milenio por sus escándalos económicos al amparo de su nuevo novio, Julián Muñoz, entonces alcalde de Marbella, que por sus conciertos o nuevos discos que cada vez eran menos. Kiko Rivera “Paquirrín” en décadas posteriores se convertiría en pinchadiscos, reggeatonero, y sería acusado de vago y non grato por su propia madre… Pero eso sería otro asunto.
Sin embargo, en 1990 todo ese rollo de las peinetas y los trajes de luces estaba de plena actualidad y, aunque no le quedaba demasiado, todavía se explotaba ese filón hasta las ultimas consecuencias, ya fuera en conciertos en plazas de toros, fiestas de los pueblos o actuaciones en televisión. En el cine, desde la época de Cifisa a la que esta película pretende homenajear, sería tocado a finales del siglo XX tangencialmente.
6 largos años de luto llevaba Isabel Pantoja tras el fallecimiento de Paquirri cuando en un intento por resucitar el género folclórico al estilo de los años 40, se le ofreció la oportunidad de debutar en el cine en una película para su completo lucimiento de la mano de unos Víctor Manuel y Ana Belén que ejercerían de productores ejecutivos. Una película donde lo único que importaba era la tonadillera, sus canciones —canta 12 en un metraje de 90 minutos— los vestidos que luciría —22 en toda la película— y la historia de amor que para la ocasión viviría en la ficción con un novato José Coronado, y que trascendería a la pantalla porque, dicen, Coronado entre toma y toma, le quitaba las penas a la Pantoja en el camerino, alzando con furia su falo enhiesto y bamboleante ante la estrella de la canción que lo recibía como si fuese agua de Mayo.
También produce José Luis García Sánchez que iba a dirigirla, pero que cedió el testigo a Luis Sanz que venía de producir con tremendo éxito más folclore español con aquella cosa titulada “Las cosas del querer”.
Todo en esta “Yo soy esa” gira en torno a la Pantoja. La única obligación de la película es contentar a sus fans. En ese sentido, es de intuir que la selección de canciones es buena, que el vestuario de la cantante es el adecuado (de hecho la película fue nominada a los Goya en las categorías de maquillaje y vestuario) y que, con esos elementos cubiertos lo de menos era la historia —y por ende, el resultado general de la cinta—. Y Luiz Sanz, experimentado productor pero novato tras las cámaras, rodó un batiburrillo de conceptos y situaciones que no tienen por donde sostenerse.
Se nos presenta una historia de “cine dentro del cine” en la que una tonadillera y su marido, actor, acuden al estreno de una película que han rodado juntos. Entonces comienza la película y tanto los protagonistas como el espectador vemos lo que en ella acontece; una sucesión de números musicales al servicio de la Pantoja que se intercala con la historia de amor en la que esta se enamora de un caradura. Mientras esto se va desarrollando torpemente, de vez en cuando se dan saltos a la vida real (de la película) porque durante la proyección del film que están viendo, al personaje de José Coronado le da tiempo a salir del cine, jugarse la pasta a las cartas, pillar heroína y morir de sobredosis en los servicios del cine ¡Ahí es nada!
Una mamarrachada mal hecha, mal dirigida, con interpretaciones espantosas —lo de José Coronado poniendo acento andaluz es para mear y no echar gota— y montada con total desgana, consiguiendo que, aun siendo consciente el espectador de que está viendo una película dentro de una película (y además de época), se despiste y no sepa si lo que está viendo pertenece a una cosa o la otra. Amén de la ristra de momentos dramáticos que se tornan comedia involuntaria. Nimiedades al fin y al cabo porque ahí de lo que se trataba era se sacar pasta, mucha y rápido. En ese sentido “Yo soy esa” se convirtió en uno de los acontecimientos cinematográficos de los años 90, ya que el público de la Pantoja ardía en deseos de verla en los escenarios y, por supuesto, en un film. “Yo soy esa” servía para contentar a esa horda y, además, para rellenar páginas de la prensa del corazón con el supuesto affaire entre Pantoja y Coronado que, en consecuencia, incluía de serie una infidelidad por parte del actor hacia su pareja de entonces, Paola Dominguín. Y fue sonado el asunto.
La película es una mierda, pero se convirtió en una de las producciones españolas más taquilleras de 1990, llevando a los cines a poco menos de millón y medio de espectadores. Un éxito sin precedentes.
Isabel Pantoja como actriz es un palo tieso, expresa menos sentimientos que una gamba a punto de ser hervida, pero el tirón que tenía era importante, hasta tal punto que al año siguiente se volvió a rodar una nueva película para su lucimiento “El día que nací yo” (de la que ya les hablaré)… pero la cosa no funcionó ni la mitad de bien, quizás porque estábamos ya ante un género muerto (el cine de folclóricas) y “Yo soy esa” puede que sea su lujoso epitafio.
Por lo demás, tenemos un elenco muy de la época, con una Elisa Matilla que debutaba, una Loles León muy en su salsa, leyendas como Luis Barbero y Aurora Redondo que se limitan a hacer sus papeles de abuelillos a la perfección sin importarles el artefacto promocional en el que se encuentran, Antonio Gamero o la intervención especial de Matias Prats padre, que evocaba a la nostalgia de aquellos fans de Isabel Pantoja de edad más avanzada que ya no sobrevivirían a la siguiente película de la cantante.
Como digo, el cine folclórico estaba respirando sus últimos estertores tras muchos años ausente de los cines. Aunque los respiraba con éxito, de momento.