Película española de la década de 2000 que pasó inadvertida tanto en cines como en formatos domésticos. Inspirada en una novela homónima de Nacho Abad, cuenta los avatares de un grupo de becarios en prácticas en una emisora de radio cuando se dan cuenta de que aquello, en vez de un lugar donde formarse profesionalmente, es una casa de putas con jefes dispuestos a follarse a las becarias y a humillar a los más débiles.
En realidad “Diario de una becaria” no dispone de un argumento que sea en absoluto inteligible, tiene problemas de todo tipo; uno no sabe que sucede ni que le pasa a los personajes, tan solo es una sucesión de secuencias sobre un grupo de niñatos y niñatas que divagan y ofrecen toda suerte de situaciones vergonzantes. Especialmente bochornosa es la escena en que una de las chicas, interpretada por Cristina Brondo, se emborracha y lloriquea tras una noche de juerga. Nunca he estado más cerca de quitar una película a causa de la vergüenza ajena. También destacaría a Antonio Hortelano, que de siempre ha sido un actor espantoso, pero aquí está especialmente desquiciante puesto que trata de componer un personaje histriónico y lo que consigue es que parezca que está de cachondeo, como sí la película fuera por un lado y él por otro. Inenarrable. Eso sí, consigue un par de momentos de comedia involuntaria desternillantes en una escena en la que le pone crema solar en la piscina a una compañera y, en consecuencia, se empalma. En otra, con el fin de seducir a la misma tipa, confiesa que él, follar, ha follado más bien poco. Todo ello mientras pone extrañas voces de dibujo animado y da saltitos como un deficiente mental. Al margen de esto que les cuento, que en cierto modo provoca la algarabía más que cualquier otra cosa, todo en “Diario de una becaria” invita a no terminar el visionado. Mala como un demonio. Un despropósito. Verla para creerla.
Lo curioso del asunto es que se trata de la película que Josetxo San Mateo dirigió justo después de su éxito —más de crítica y en festivales que en salas comerciales— “Báilame el agua”, que tampoco es que me quite el sueño, y apostaría lo que fuese a que ha envejecido bastante mal, pero al menos era una película con cara y ojos, no como esta, un batiburrillo, y tan “coral” que apenas distinguimos a los personajes.
San Mateo luego hizo films más estándar y con un resultado correcto como “Atasco en la nacional” o “Bullying”, pero también fue responsable de una de las películas más ignotas (y difíciles de encontrar) como es su debut para la gran pantalla, “Percusión”, con guion de Pepón Coromina y protagonizada nada menos que por el músico Kevin Ayers. Por ahí anda… en el limbo.
El reparto de “Diario de una becaria” está lleno de rostros conocidos de la época, actorcitos surgidos de series tipo “Al salir de clase” y/o similares y que a día de hoy se les ve menos en las pantallas, por no decir que, directamente, no se les ve. Así, circulan dentro del encuadre, perdidísimos, los nombres de Unax Ugalde, Daniela Costa, Alejo Sauras, Esther Toledano o los anteriormente mencionados Antonio Hortelano y Cristina Brondo, capitaneados por los veteranos Ramón Langa y Pepe Sancho, estupendos actores, que sin embargo en aquella aciaga década de 2000, cuando peor cine español se hecho en la historia, aceptaban prácticamente cualquier cosa que se les ofrecía. Ellos están siempre bien, incluso en esta película.
Ahora, es tan fundamentalmente mala, que se convierte en un film a tener en cuenta. Aunque no más que otros realizados en nuestro país por aquellos entonces.