A eso añádanle la cruzada que mantengo en contra del cine
español contemporáneo, de sus actores, de sus directores, de su público en
general, que es el que despotrica del cine de consumo américano… Pero ojo, no
soy de esa peña que despotrica desde el desconocimiento; si yo pongo a parir
algo es porque lo conozco bien. Vamos,
que consumo cine español contemporáneo, así como conozco de primera mano los
diversos chanchullos –falsificación de cheques, venta de entradas en pases
ficticios- a la hora de obtener la cuota mínima de taquilla. Vamos, que los más asiduos
lectores ya saben lo que opino sobre esto. Y porque, aún “socialmente bien
vistas”, las películas españolas son verdaderamente malas – a rasgos generales,
que como en todo hay excepciones-, solo pueden gustarles a esnobs sin criterio.
Es un hecho. Y lo saben ustedes. Pero, aún con todo eso, siempre puede haber un
par de películas que le gusten a uno. Me gusta “El Gran Vázquez” de aquella
manera, o me gusta “El cielo Abierto” de Miguel Albaladejo. Me gusta muchísimo “La vida inesperada” de
Jorge Torregrossa y me entusiasma esta “Atún y Chocolate”, casi de manera
enfermiza. Y claro, como es una película española, me da hasta vergüenza
reconocerlo, por eso es mi “Placer Culpable”. Pero es que se trata de una
película jodidamente buena.
Por otro lado, su director, guonista y protagonista, Pablo Carbonell, es uno
de los artistas españoles que me caen en gracia. Podremos cuestionar o no
ciertas actitudes suyas que rápidamente serían camufladas con esa palabrucha
llamada “Evolución”, pero al margen de eso, me gusta su música, su humor, me
gusta como dobló en su momento a Andrew Dice Clay y me gusta la única película de la que es autor
absoluto.
El argumento es sencillo: Nos encontramos en Barbate, un
pueblecito muy humilde de la costa andaluza y tenemos, por un lado a un
individuo muy humilde, ateo recalcitrante, al que un buen día su hijo pequeño
le sale con que es ultra católico y se quiere bautizar, así como quiere que sus
padres se casen. Ante la presión de este y de su novia, que también se quiere
casar, no le queda otra que acceder, pero como no tiene pasta para el banquete,
planeara robar un atún de un banco de atunes. Por otro lado, tenemos a un hijo
de puta de mucho cuidado que secuestra a un moro que ha venido en patera, y le
humillará y maltratará con el fin de robarle el hachís que traiga consigo.
Eso es todo. Y a mí
me parece maravilloso.
Lo primero que me llama la atención es que estamos ante una
película claramente neorrealista, que obviamente, bebe, intencionadamente
además, de los clásicos Italianos. Y obviamente también, no es una película que
me guste por eso. Me gusta porque el resultado, y me encantaría saber si Pablo
Carbonell tuvo esto en mente mientras rodaba, es una actualización de esa
corriente tan particular que es la “cinematografía
Andaluza.
Pablo Carbonell, es como el heredero natural de García Pelayo o Pancho Bautista, trayendo a destiempo un cine que muy poquito puede
interesar más allá de al público al que va destinada. Pero claro ¿Cuál es su
público natural? Yo pensaba que sería el público gaditano o algo por el estilo,
pero no, porque en un alarde de incultura, el pueblo se le echó encima a Pablo
Carbonell cuando, por culpa del título de la película, la gente del pueblo
donde rodó se dio por aludida, alegando, que Carbonell insinuaba que en Cádiz
el único dinero que entra viene de parte de la pesca , o del tráfico de
Chocolate. Hay que ser burro y rebuscado para llegar a esa conclusión.
En otro orden de cosas, sin saberlo, Carbonell ha realizado
una película adscrita a una corriente olvidada.
A parte de eso, me parece una historia muy bonita, la
cadencia de la película, tirando a distendida, es una delicia, la ingenuidad
como director de Carbonell dota a la peli de cierta gracia, y tanto él, como su
partenaire Pedro Reyes, están estupendos, estupendos, al igual que el tercero
en discordia, Antonio Dechent, que da hasta miedo.El resto del reparto está más
o menos discreto
Por otro lado, un acierto absoluto es que esté rodada en 16
mm. que dota la película de una textura muy agradable, y distinguida. Se
diferencia de otras películas españolas de la época, precisamente por el 16mm.
Por lo demás, esta película es una delicia que, al igual que hacía otro Andaluz
de pro como era Don Manuel Summers, utiliza a gente normal del pueblo para
hacer los papeles secundarios, lo que no necesariamente es sinónimo de
diversión, pero no quedan mal en “Atún y Chocolate”.
Pues si, esta películita tan maja, sería mi “Placer
Culpable”, porque me entusiasma.
Sí, si Carbonell rodara
otra película, iría al cine a verla, no como esta, pobrecita mía, que apenas
vieron en el cine 174.000 espectadores, en el mejor de los casos.