viernes, 5 de octubre de 2018

LIGERAMENTE VIUDAS

De entre todos los trabajos alimenticios que realizó Javier Aguirre, que van desde el cine de terror a mayor gloria de Jacinto Molina, el cine infantil al servicio de Parchís,  o la comedia pura y dura  —no está nada mal para un señor que lo que le gusta hacer es cine meramente experimental, lo que el llama “anti-cine”—, de entre todos los palos que tocó durante el tardo franquismo, justo antes de la llegada del destape (al que Aguirre se acercó ya en los años 90 con la desfasadísima “El amor sí tiene cura”), si existe una película que yo utilizaría para mostrarle a un neófito lo que es la españolada, puede que, con permiso de algún landismo recalcitrante, le  hiciese ver esta “Ligeramente viudas” que probablemente se encuentra entre lo peor de su director, pero que contiene todos los clichés que ha de tener el subgénero en sí mismo. Porque tenemos un par de individuos que se dedican a ligar guiris, tenemos dos viuditas que se descocan para la ocasión, tenemos una trama de enredo que tarda en aparecer, pero que cuando lo hace, lo hace con contundencia, tenemos picardías, corsés y  todo el contenido picante que una película española podía tener en 1976, y tenemos a Saza (lo cual es un aliciente), así como un poco de sainete, otro poco de vodevil, y el heterosexual que para salvar una situación se hace pasar por mariquita. Un compendio de todo. Filmes de los sesenta pueden carecer del elemento pseudo erótico así como filmes de los setenta pueden carecer de cierta mentalidad mojigata por parte de los personajes que, sin embargo, aquí sí tienen, entonces, siendo mejor o peor película, lo que sí que es “Ligeramente viudas” es una españolada en toda regla.
Cuenta la historia de dos mujeres de personalidades opuestas que pierden a sus respectivos maridos en un accidente, así que deciden afrontar juntas su nuevo estado civil. Pasado un tiempo prudencial, decidirán  disfrutar de su recién adquirida libertad, por lo que, para divertirse, deciden cazar a un par de solteros vividores y “ligaguiris”, que para lo que ellas los quieren les sobra y les alcanza. Claro que mientras que una tan solo se quiere pegar unos revolcones, la otra anda pensando en  tener una actitud más pasiva con los hombres, lo que generará un sin fin de conflictos en lo que en realidad es una carrera sin frenos hacia las segundas nupcias.
En  realidad, nada nuevo que no se hubiera visto en pleno 1976 nos ofrece Javier Aguirre en esta cinta más allá del compendio de clichés, por otro lado tan manidos, de los que antes les hablé, pero al igual que cualquier españolada, ver esto después de la siesta en el sofá se convierte, sin duda, en una agradable y divertida experiencia, máxime si le pilla a uno con la risa tonta.
Al margen de todo esto, especialmente reseñable me  parece el momento en el que los protagonistas van al cine y entran a ver “El asesino están entre los 13”, película que unos meses antes había estrenado Aguirre. La gracia está en que entre nuestros protagonistas y dos señores que hacen las veces de acomodadores, van comentando lo que van viendo en la pantalla, acertando de pleno en las carencias de la película con sus comentarios, esto es, que si no pasa nada, que si hablan mucho, que si tarda en salir la sangre. Un ejercicio de metacine que se me antoja lo mejor de la película, y muestra la capacidad que tiene el director para reírse de sí mismo. Claro, que supongo que el hecho de odiar el cine alimenticio que hizo siempre Aguirre, ayudaría a la eficacia del gag. Vamos, que probablemente Javier Aguirre tan solo escribiera lo que pensaba sobre su anterior película mientras redactaba el guion de esta.
En los papeles estelares, Esperanza Roy, María Kosti, Paco Valladares, José Sazatornil “Saza” y Blacky.
Para echar un ratillo, alcanza de sobra.