Mi dibujante de cómics favorito probablemente sea Jan, el padre de "Superlópez". Crecí con su famoso personaje, así como con muchas otras de sus aportaciones ("Pulgarcito", "Jauja", "Nosotros los Catalanes"...). Conservo todos los tebeos del superhéroe que publicara en su día Bruguera, gozados con fervor a la edad adecuada, y que son, a fin de cuentas, los mejores no solo de "Superlópez", también de la carrera de su autor. Jan no ha dibujado TAN cojonudamente bien, ni a guionizado con tanta gracia (junto a Efepé o en solitario), como en esos tiempos. Es así, digan lo que digan. El talento desplegado en tebeos como los del "Supergrupo", "Los cabecicubos" o "La semana más larga" es incomparable.
Ya entonces Jan hacía gala de cierto tufo sermoneador y puretilla que no me sentaba demasiado bien. Esa continua alusión a "No fumes, Lee" resultaba irritante incluso para alguien de mi tierna edad. Y por desgracia es esa una "manía" que, poco a poco, se iría imponiendo en la carrera del dibujante y guionista hasta resultar insoportable. Ello coincidiría con una notable pérdida de calidad en los dibujos, lo que contribuyó a que sus trabajos fuesen cada vez menos interesantes y, en definitiva, más malos.
Es esta una apreciación que, obviamente, se pasa por alto en el lameculista repaso a la carrera del personaje y su creador que es "El gran libro de Superlópez". Como viene siendo habitual en todo libro especializado publicado en España, el oportunismo canta como una almeja -la entonces recién estrenada película- y las prisas pasan factura. La letra es gruesa y la cantidad de datos que aporta se queda en bastante escasa. De hecho, la mayoría de lo esputado en este sentido está extraído de páginas web, no parece que el autor haya puesto mucho de su parte, más allá de puntualizar las declaraciones del mismo Jan. Amén de la poca vitalidad que transmite y la nula gracia que tiene cuando pretende ser gracioso. Es especialmente aburrida -e inútil en un libro de estas características- la parte dedicada a indagar en los países, ciudades y pueblos visitados por "Superlópez" a lo largo de sus aventuras. Al final, lo verdaderamente interesante lo encontramos en la generosa cantidad de material visual, siendo el apartado dedicado a los proyectos abortados de Jan el más jugoso.
Aunque el verdadero lastre del libro es la dosis insoportable de moralina panfletaria que vomita. Se nota que a Jan no le mola nada que le asocien al comic de superhéores, aunque sea a través de la parodia. Y seguramente, como Ibáñez y tantos otros, estará hasta los cojones de su más famosa creación. Pero no le queda más remedio que seguir aferrado a ella porque es lo que le ha dado, y le da, de comer. Así pues, para compensar ese lastre -y alejarse de los guiones que le firmaba Efepé, al que sí le gustaban los tebeos de tios con mallas y se nota-, el dibujante se obsesiona en dotar a sus historietas de conciencia social, tocando temas serios y respetables, arremetiendo contra injusticias de manual y otras lindezas políticamente correctas tan OBVIAS que dan hasta grima, e incluso dejando casi de lado a "Superlópez", quien se convierte en mera excusa para hablar de drogas, desahucios, contaminación y demás asuntos propios del telediario. Eso a mi me parece triste. Deprimente incluso.
Claro que en ningún momento se tienen en cuenta los arrebatos de machismo con respecto a cómo Jan retrata a las mujeres (especialmente a Luisa Lanas) o incluso racismo alimentado por ciertos estereotipos (como los villanos asiáticos que hablan con la "ele").
"El gran libro de Superlópez" puede presumir de un logro: Comienzas a leerlo arrastrado por el amor hacia "Superlópez" y Jan, y terminas casi detestando tanto al personaje como a -muy especialmente- su padre.
Una verdadera ocasión perdida. Lástima.