Por otro lado, tenía constancia desde hace algún tiempo de
que este documental se rodaba y los
palos que iba a tocar, por lo que me olí en su momento algo de sensacionalismo
al respecto, motivo por el cual, generaba, por un lado, cierto interés, y por
otro, cierta desconfianza.
No obstante, el trailer ya hacía calentar los motores con
muy buena pinta, alentándonos de que lo que íbamos a ver podía estar muy bien,
y tras el su estreno recientemente en Netflix y el hype generado por todo tipo
de espectadores en las redes sociales, espectadores estos que, la mayoría de
las veces, se han quedado a en la superficie de lo que en realidad es una
historia muy compleja, no me podía imaginar que el documental al que me iba a
enfrentar era tan jodidamente bueno, superando, con creces, mis expectativas.
Es una obra de referencia desde ya, no
solo en lo concerniente a los documentales sobre el mundo de la música, sino de
los documentales en general.
La estructura es la normal y lógica: cabezotes parlantes. Y
se resuelve a través de entrevistas a CASI TODOS los artífices del fenómeno Parchís
(no falta ni Rodrigo Valdecantos, ni Javier Aguirre…) se nos cuenta la creación,
auge, mega-auge, caída y descenso a los infiernos del grupo infantil más
popular de todos los tiempos, pero todo ello mostrado con un ritmo y, creo, que
un rigor a prueba de bombas. Un documental que cuando intuyes que se va a
terminar, te da pena que se termine.
Entonces, la parte buena del asunto viene en todo lo que se
puede suponer más amarillista. No es que “Parchís, el documental” tire de
sensacionalismo y cotilleo barato. En absoluto. Lo que pasa es que es un
documental que se centra en acontecimientos de hace ya casi cuarenta años, y
todos los protagonistas hacen un ejercicio de honestidad y cuentan lo bueno, lo
malo y lo regular de lo que supuso el fenómeno Parchís.
Las conclusiones que saco acerca de su visionado son que
Parchís era la máquina de hacer dinero de una serie de mafiosos con muy mala
leche, que cuando hay dinero a nadie le importa el bien estar de unos niños,
mucho menos (o principalmente) a sus padres que les echan a los leones de la
misma siniestra y egoista manera que los padres de las víctimas infantiles de
Michael Jackson hicieron de mamporreros para él. Y estos actos se justifican
con esa sentencia tan manida de que “los niños estaban a gusto”. Sin embargo, creo que las secuelas de esta
fama desmedida, que no se ha cobrado ninguna tragedia, como bien dicen al final
del documental, si que ha dejado ciertas secuelas en sus componentes, que
gestionan con peor o mayor suerte. Por ejemplo, David, hacia el final del
documental, cuenta al resto de sus compañeros que cuando se fue a vivir a Nueva
York hace ocho años, no podía imaginarse que en su propio trabajo, una
compañera le iba a reconocer y que todo el mundo le iba a felicitar por su paso
por el grupo. Sinceramente, creo que este caballero está fantaseando con lo que
a él le hubiera gustado que hubiera sucedido. Puede que sea cierto lo que
cuenta, pero por cómo lo cuenta, y por el mero hecho de que es el único miembro
de Parchís al que más ha transformado el paso del tiempo —es de todos los componentes
el que menos se parece al niño que fue— hacen que, desconfiado como soy, no me
lo crea, y considere que lo que pasa ahí es que, igual, no lleva demasiado bien
el hecho de pasar de ser todo a no ser nada. Sólo digo que pueda ser posible.
Por lo demás, a todo lo que ya conocemos, y sin llegar a ser
una cosa del todo sensacionalista y
desmesurada, a la historia de Parchís súmenle desmadre, alcohol, drogas, sexo a
destiempo, pederastia, frustraciones, envidias, corrupción por parte de los
empresarios, discusiones con los coreógrafos y señoras adultas a las que se
follaba Tino en la pubertad. Pero como lo estoy contando yo, si es
sensacionalista…
Altamente recomendable, como documento histórico y como
documental. Al finalizar, hasta he aplaudido.
Dirige con maestría Daniel Arasanz con amplia experiencia en
el mundo del documental sobre música, y que ya era popular por un documental
que, paradójicamente, y pese al contraste de envolturas de ambos, era más
amable que este: “Venid a las cloacas: La historia de La Banda Trapera del Río”.