“Trágala, perro”, como si de un biopic de los que se hacen
ahora se tratara, se centra en un momento concreto de estos acontecimientos, en
este caso, en el perteneciente al juicio a Sor Patrocinio desde que los médicos
le examinan las llagas que en teoría son obra de dios, hasta que confiesa que
se las a hecho ella, en un análisis objetivo del asunto que tampoco aporta
demasiado. Es un muestrario de situaciones que no tienen mayor relevancia.
En cuanto a Sor Patrocinio, se trataba de una geta de aquella
época, como hoy lo son Paco Porras o Rappél, solo que en aquella época, el caso
de una monja que tenía las llagas de cristo impactaba más y, al haber menos
cultura, se le echaba más cuentas a una cosa así. Pero tampoco es un caso tan
excepcional como para dedicarle una película entera. Entonces, la película se
ve, no te aburres por los pelos, pero cuando acaba te quedas frío, con la
sensación de que da igual haberla visto que no. Porque en el fondo una monja
del siglo XIX que mentía, en realidad también nos importa tres cojones.
Entonces, la película, formal y sin estridencias, no destaca demasiado en
ningún aspecto.
Dirige el zaragozano Antonio Artero, cortometrajista que
tuvo la opción de hacer algún que otro largometraje esporádicamente y que
ninguno de ellos ha sido lo suficientemente trascendente en general.
En el reparto, algunos doblados por actores de doblaje,
otros por ellos mismos, tenemos a Amparo Muñoz, cuya adicción a la heroína ya
era notoria y se le nota un poco en el rostro, Fernando Rey, que está ahí con
cara de querer cobrar el cheque y marcharse a su casa, Lola Gaos, a la que
reservan la mejor secuencia de la película cuando su personaje adolece de un
tumor que es succionado por Sor Patrocinio, y Luis Ciges que pasaba por allí.
Para ver en una tarde tonta y borrar del disco duro.