No es que sea fan de Don Coscarelli, ni mucho menos. La única peli suya que poseo legalmente es el primer "Phantasma" y tampoco me vuelve loco, pero le tengo aprecio. A partir de ahí, me hicieron gracia en su día alguna de las secuelas de aquella, pero poca cosa más. Sin embargo, me apasiona leer biografías y autobiografías de gente de cine, especialmente si se dedican a mi género favorito... muy a su pesar. Y sí, me temo que Coscarelli es exactamente como el 95% (el otro 5% pertenece al gran John Carpenter) de los "maestros del horror" que arrancaron durante los años setenta, alguien que dio sus primeros pasos muy muy joven rodando nada menos que un melodrama con padre alcohólico e hijo sufriente. Quería ganarse un respeto desde buen principio, hacer cine de calidad, pero eso no da pasta. Tampoco la dio su siguiente obra, una comedia amable proto-nostálgica titulada "Kenny & Company", así que finalmente se rindió a la evidencia: Hay que facturar una de terror, que son las que funcionan en taquilla. Y joder si funcionó. Pero junto a los billetes verdes viene el encasillamiento por parte de industria y fandom, especialmente estos últimos, que no dejan a sus héroes avanzar y probar cosas distintas. Les aman tanto que les condenan a terminar visitando convenciones, sentándose tras una triste mesa, cobrando por firmar posters y posar en fotos al lado de retardados con sobrepeso. Fatídico día aquel en el que el amor por el cine de terror se convirtió en una religión. Una secta. Muy deprimente.
Pero Don Coscarelli quiere dejar claro que, a pesar de todo, es un tipo feliz y enfoca todos los episodios de su vida con alegría. Incluso los más miserables, como la ocasión en la que se lió a producir de forma totalmente amateur la infame "Phantasm: Ravager". Para otro hubiese sido el último clavo del ataúd, pero no para él, que lo tomó como un regreso a sus felices tiempos de estudiante. Entre medias, pues nos da envidia explicando lo bien que se lo pasó cenando junto a Carpenter, John Landis, Stuart Gordon o Larry Cohen en un encuentro coleguero. Cómo se reunía con Sam Raimi para intercambiar anécdotas. O recurre al socorrido Quentin Tarantino para explicarnos que lo conoció cuando era un pipiolo y aconsejó sabiamente... hasta que el dire de "Malditos Bastardos" alcanzó cotas demasiado elevadas como para seguir tratando con el bueno de Don Coscarelli. Un cineasta sencillo, que ha sufrido constantemente el rechazo de grandes productoras y, puntualmente, algún festival de renombre, viéndose obligado a buscarse las habichuelas, conseguir la pasta por su cuenta (aunque siempre contó con el apoyo -económico y anímico- de sus generosos padres), tragarse el orgullo innumerables veces, arrastrarse otras tantas y rodar películas desde la independencia más absoluta que, no obstante, suelen tener un acabado harto profesional (un buen título alternativo para el libro, teniendo en cuenta todo lo dicho, sería "True Indie... porque no me quedan más cojones").
Por fortuna, Coscarelli no pierde el tiempo con chorradas. Desde buen principio el libro se centra en la confección de sus películas, de la primera a la última, usando para ello una prosa super-sencilla, sin florituras, ni absolutamente nada que complique o enturbie la lectura. Es cierto que no detalla mucho algunos aspectos de sus rodajes que podrían ser interesantes, pero se centra en otros nada desdeñables y que despiertan una sonrisa. No tenía ni idea que "Beastmaster" himself, Marc Singer, era un auténtico capullo que hizo la vida imposible a su director. Y se/te pone tierno cada vez que habla de sus inseparables Michael Baldwin, Reggie Bannister, Bill Thornbury y Angus Scrimm, al que dedica un muy sentido capítulo. Los llama "phamilia" y, visto lo visto + leído lo leído, no es para menos.
Recomendable.