lunes, 28 de septiembre de 2020

BORO IN THE BOX

El cine de Bertrand Mandico, experimental, vanguardista y de corte surrealista, es asimismo una rara avis dentro del rollo estrictamente arty, ya que con todo lo pretencioso que puede llegar a ser un film de estas características, Mandico se las apaña para hacerlo verdaderamente bien. No acaba siendo un peñazo y sus virtudes técnicas y narrativas (o no-narrativas si se prefiere) son lo suficientemente interesantes como para que nos sentemos frente a una de sus películas y acabemos el visionado la mar de contentos. No en balde, la mayoría no llegan a la hora de duración, lo que me parece un oasis en el desierto. A eso, hay que añadirle que el sinsentido que fabrica y plasma en imágenes, donde todo viene acompañado por una variada gama de fluidos corporales (o no) y viscosidad, no es del todo sesudo, con lo que nos permite disfrutar de lo que estamos viendo sin que tengamos tampoco que darle muchas vueltas. Es como mirar un cuadro bonito. Y no nos enteramos de mucho, pero es que tampoco hay mucho de lo que enterarse. Junto a otra cineasta, esta vez sí, con trabajos mucho más peñazo, la islandesa (y muy follable) Katrin Ólafsdóttir, que le pega al cortometraje raro como si no hubiera mañana, redactó el “Incoherence Manifesto” (Manifiesto de la incoherencia), en el que reivindican el cine libre, sin formato y, por supuesto, incoherente. Y efectivamente, a todo esto responde el mediometraje que les vengo a comentar, “Boro in the box”.
Para hacerlo más marciano, decir que “Boro in the box” es un biopic sobre el, también extraño, cineasta polaco Walerian Borowcyk, director que en nuestro país tuvo cierto tirón en las sesiones golfas de finales de los 70 con películas tan populares como “Cuentos inmorales” o “La Bestia” (sobre un híbrido de mono y oso que anda más salido que el pico de una mesa). Pero claro, esto es todo menos un biopic al uso. Hacer un sinopsis de una película semejante donde, efectivamente, nada tiene coherencia, se me antoja misión imposible, ya que al final se trata de una fábula donde el personaje protagonista es Bowowcyk sólo porque Mandico decide hacer que se trate de él, por lo demás, lo que aquí vemos es una sucesión de imágenes raras —y preciosas, filmadas con extremo buen gusto en glorioso blanco y negro—, situaciones grotescas y surrealistas que poco o nada tienen que ver con la vida del cineasta al que se homenajea. O al menos, eso parece a primera vista (y saquen ustedes sus relecturas sesudas si quieren, que yo no). Pero la cosa va más o menos así: La cámara nos presenta a lo que parece una mujer joven cuya cabeza está dentro de una caja con un agujero, y en off, nos dice que ese personaje siniestro, no es otro que Walerian Borowcyk, que ya ha fallecido, y pasó toda su vida dentro de esa caja (que podemos considerar una metáfora. Una cámara de cine, al final es una caja con un agujero…). Un flashback nos muestra cómo su padre sedujo a su madre cuando esta jugaba a producir la muerte mediante asfixia a su hermana (¿), a través de lametazos pringosos de una lengua enorme, después de arrastrarse por el fango. Y dice la voz en off que este señor aprendió a hacer de la podredumbre, dulce poesía. Total, que las situaciones extrañas se van sucediendo y, así, llegamos al momento en el que ella (el) nace, crece y recibe de regalo una cámara de cine, en un viaje iniciático desde Polonia a París, a hombros de su propio padre que carga con “Boro”, como si esta (este) fuera una mochila.
Todo ello contado con mucho brío, con imágenes fascinantes, inconexas, que le sirven a Mandico, además, para marcar paquete en el sentido de que se saca de la manga unos cuantos planos imposibles que llevan al espectador avezado a preguntarse cómo demonios los ha hecho. Todo muy loco, muy buñueliano, pero totalmente modernizado y con querencia por el cine fantástico, siempre presente, en “Boro in the box”. Una pequeña maravilla.
Por supuesto, “Boro in the box” lo peta en festivales y, aquí, se pudo ver en el de Sitges el año de su producción, 2011. Yo creo que merece la pena.