A Fatih Akin y su cine los descubrí haciendo zapping una noche de esas que no sabes qué cojones echarte a los ojos. Me llamó la atención "En la sombra", una historia de venganza con regusto "autoral". La vi, me gustó e indagué en la carrera del director, descubriendo que también era responsable de un biopic sobre un auténtico asesino en serie, esta "El monstruo de St. Pauli", cuyo título español nos retrotrae a aquellos tiempos en los que los distribuidores de por aquí bautizaban delirantemente a las películas extranjeras, porque realmente el film nació como "Der goldene Handschuh", es decir, "El guante de oro", que es como se llama el mugriento bar donde sucede buena parte de la narración.
Hamburgo, años 70. Concretamente en St.Pauli, el popular "barrio de las putas" de la ciudad. Fritz Honka es un perdedor, lleva una vida miserable, habita un piso sucio y destartalado, tiene un curro de mierda y, encima, es más feo que el demonio. Pero feo, feo. Por eso se pasa el día en el bar "El guante de oro", donde ahoga sus muchas penas a base de alcohol. Además, va más salido que un mono pero, con ese careto, ninguna puta medianamente decente le quiere. Lo único a lo que puede aferrarse es a viejas y borrachas, y las consigue a base de tentarlas con bebercio o comida. Se las lleva a casa, las humilla, las mal folla y, eventualmente y según le da la vena, las mata. Las descuartiza y esconde sus restos en un cuartucho que, obviamente, apestufa que da gusto. Un día, una furgo atropella a Honka, sobrevive y decide cambiar de vida. Deja la bebida, deja de visitar el bar y se busca un curro nuevo como vigilante. Se enamora de una empleada, pero las cosas no irán como le gustaría y, obviamente, el hombre retomará su antigua y nada envidiable existencia.
Si hay una película que sea la perfecta definición de sordidez y decadencia, esa es "El monstruo de St. Pauli". Todo en ella es sucio, asqueroso y deprimente. Comenzando por el propio protagonista, pasando por esas putas ajadas, desgastadas, arrugadas y ojerosas, hasta los escenarios cutres, llenos de mierda y que huelen a cloaca. Cuando acabas de ver la peli, te dan ganas de meterte bajo la ducha. Y es algo que mola muchísimo, no diré que no, aunque también es cierto que de TAN exagerado, en ocasiones roza la parodia. Incluso me atrevería a decir que Fatih Akin procede así de modo totalmente consciente, elevando lo "grotesco" de todo ello para hacerlo casi irreal, porque el Fritz Honka de verdad era feo, sí, pero no tanto como el de la peli. Este directamente parece un monstruo, algo comprensivo dada su naturaleza homicida -y afín al título hispano-.
Tampoco se piensen que la película es de terror, o que narra las cruentas hazañas de una asesino en serie como lo harían "Henry, retrato de un asesino" o cualquiera de esos desangelados biopics que recorrieron nuestras pantallas (grandes o pequeñas) a inicios de los 2000 como "Ed Gein", "Gacy", "Dahmer" o "Ted Bundy". No. "El monstruo de St. Pauli" es un drama, con ciertas mini-dosis de miserable comedia negra, en la que, de vez en cuando, vemos a su prota asesinar. Algo que también vemos son pollas flácidas, enormes tetas caídas de mujer sexagenaria, incluso alguna entrepierna bañada en caca licuosa. Una de aquellas características tan molonas del cine Europeo, que no se anda con los remilgos propios de Hollywood. Solo que los asesinatos están lejos de encajar en los parámetros del "exploitation". Se medio-muestran. No nos ahorran ciertas brutalidades (sobre todo cuando Honka se ensaña con una puta gorda rebotona), pero sin regodeos malsanos. En su justa dosis y medida.
De esta manera, lo que nos sirven es una peli estupendamente bien facturada (los decorados reproducen al milímetro los lugares reales donde ocurrió todo), con actores cojonudos y una historia interesante y, por ende, entretenida... aunque no sea porque chorree color y felicidad en sus fotogramas. Ni mucho menos. En realidad uno ve todas esas existencias desgastadas, vacías y terribles y, primero, teme que los designios de la vida le lleven por un camino semejante y, segundo, se alegra de su situación, sea cual sea. Ninguna puede ser peor que la de los clientes de "El guante de oro". Sin embargo, y a pesar de los ingredientes, tampoco puedo decir que al terminar te dejen hecho una piltrafa emocional. No. Seguramente se deba a esa "pátina de irrealidad" tan sutil pero efectiva que comentaba antes. Pues se agradece, la verdad, porque el material no es desde luego bonito.
Buena película, sí señor.