Absolutamente loca y desquiciada (los modernos le acuñarían el apelativo de “psicotrónica”), “Le sadique aux dents rouges” (El sádico con dientes rojos) es un producto zetoso y setentero con ramalazos de cine de arte y ensayo realizado por el director Belga Jean- Louis Van Belle.
La cosa va de un individuo que ha salido de una especie de clínica mental en la que ha estado ingresado porque está convencido de ser un vampiro. Curado de esta enajenación, pronto va a visitar médicos y toda suerte de profesionales de la salud que le dicen que, respecto a lo de ser un vampiro, algo de cierto haya en todo ello. Pronto será mordido por un individuo de aspecto enjuto y, ya sí, este hombre comenzará a asesinar jovencitas. Lo único que, para morder, como no tiene una dentadura vampírica al uso, utilizará una de artículo de broma que compra en una tienda. Se compra los dientes y acto seguido morderá a la dependienta con ellos puestos, causándole la muerte. Todo ello servido con una estética franchute a la Eurociné que tira de espaldas y con toquecitos artísticos y vanguardistas en los que todo vale, como insertar fragmentos de viejas películas en blanco y negro —en una película en color—, como parte de la acción; es decir, en una escena en la que a nuestro vampiro le operan los ojos, los primeros planos de la operación pertenecen a viejas películas documentales en blanco y negro, que no casan con el material filmado voluntariamente.
También hay mucho pitorreo y mucho humor, y unos actores que interpretan sus papeles con una extraña teatralidad.
El caso es que, por lo visto y según los expertos (a esta película se le rinde culto en la página de Narnaland y flipan pepinillos con ella), el estilo habitual del tal Van Belle dista mucho del empleado en esta película, pero su producción está envuelta en un halo de misterio puesto que no se explica que un director con un estilo tan acusado como el de Van Belle, que filma básicamente neo noirs y cine erótico a la europea, se sacara de la manga una película tan chunga y gilipollesca como esta. Especulan así, pues, los entendidos, con que lo más probable es que esto se tratara de un encargo de algún tipo y que Van Belle se quitara de encima la película en tres patadas, cobrara su minuta y adiós muy buenas. Sin embargo esto no son más que conjeturas porque no hay dato alguno que corrobore ni esa tesis, ni que estemos ante un proyecto propio del cineasta.
Como fuera, la película de apenas hora y veinte, es una ponzoña un tanto disfrutable, no es aburrida del todo, tiene propuestas estilísticas que a mí me han parecido aciertos (como lo de reciclar viejas películas, sin ir más lejos) e, indefectiblemente, hay momentos descacharrantes, como todos esos en los que el protagonista muestra sus dientes de pega antes de morder a alguna incauta. Y sin más.
Para ver y saciar la curiosidad, y dentro de este tipo de visionados, esta es de las que le deja a uno un sabor de boca menos rancio que de costumbre. Pero sin aspavientos ¡por favor!