No había sentido desde el día de su estreno (recuerdo las marquesinas de las paredes de bus anunciando su inminente premiere) el más mínimo interés por la adaptación de “La Isla del Dr. Moreau” para el cine ejecutada en 1996 por John Frankenheimer (según el póster español, pero sin créditos para director alguno según su versión original). De hecho esa falta de interés es la que me ha llevado a día de hoy a ser un completo ignorante en torno a esta película. Yo intuía que era muy mala y sin más. Y quizás lo sea en demasía y no merezca la pena sentarse frente a ella, como bien había decidido hasta el día de hoy. Sin embargo, recientemente he descubierto este documental, “Lost Soul: El viaje maldito de Richard Stanley a la Isla del Dr. Moreau” y, claro, ahora tengo unas ganas locas de verla. Y acabaré haciéndolo algún día. Se trata de uno de esos documentales que cuentan lo desastroso que fue el rodaje de determinada película, y las circunstancias que llevaron a esta a ser una puta mierda. De estos hay muchos y muy interesantes. En este caso, la verdad es que los hechos acontecidos para que “La Isla del Dr. Moreau” fuera lo que es son realmente desternillantes.
No quiero spoilearles mucho el documental, por eso va a ser una reseña cortita, pero si diré que, como en la vida misma, todo el desastre del que nos habla el documental es fruto de tres factores: La incompetencia, los egos desmesurados y el retraso mental.
Porque a pesar de la buena prensa con que se nos presenta al principal artífice de este proyecto, Richard Stanley ( al que jamás había prestado atención), al que tildan poco menos que de futura promesa del cine fantástico, yo le veo como una especie de Tommy Wiseau en potencia, un pobre hombre que pese a su innegable cultura y ciertas dotes para dirigir, se le intuye un cerebro lo que se dice relajado, con una percepción de la realidad un tanto trastocada. No puedo tomarme en serio a un tipo que dice que utilizó la magia negra para llevar a buen puerto su película, ni puedo dejar de mirar, en sus entrevistas, cómo segrega espesa babilla cada vez que habla y cómo esta se va convirtiendo poco a poco en una especie de pasta negruzca… como si fuera un deficiente mental. A parte de esto, hay más factores mostrados en el documental que confirman esta tesis.
Por otro lado, es curioso cómo la gente que producía la película, New Line, ponen a parir a este hombre tildándole de irresponsable e inutil y justificando así que fuera despedido para contratar a John Frankenheimer mientras que los actores, que eran los que trabajaban con Stanley codo a codo, se refieren a él como un tipo extremadamente entusiasta y amable —lo que no es un aval para determinar sus capacidades en cualquier caso—, pero claro, los actores no es que sean tampoco especialmente lúcidos o inteligentes como para detectar algo fuera de lo normal. De hecho los comportamientos de Val Kilmer y Marlon Brando durante el rodaje, tal y como se narra en el documental, confirman de nuevo esto que digo.
Y por supuesto, la incompetencia está presente en todo momento. Richard Stanley, era un pequeño director independiente que sabía comandar pequeñas producciones de 5 o 6 millones de dólares, pero que con una de 30 no sabía ni por donde empezar… pero Frankenheimer, acostumbrado a hacer cine con solvencia, acabó de enmierdar todo este rodaje demostrando ser, si no más, tan inútil como Stanley…
No les cuento más. Solamente les invito a que la vean, merece mucho la pena y es altamente recomendable porque cuenta una historia fascinante sobre unos individuos asimismo fascinantes, y yo no podía dejar de mirar a pantalla mientras se sucedían las entrevistas o las imágenes de archivo.
El docu, por supuesto, tuvo una buena recepción en los distintos festivales y críticas unánimemente buenas, aunque sembró la polémica porque Richard Stanley dice que no todo lo que se cuenta es cierto, y que cosas más gordas que sucedieron se tocan de pasada.
Lo curioso es que Stanley, es también el director de una de esas recientes películas protagonizadas por Nicolas Cage tan en boga últimamente y de la que tanto hablan los asiduos a festivales de cine fantástico, “The Color out of Space”, una adaptación de Lovecraft que, efectivamente, no me interesaba ni lo más mínimo y que gracias a este documental pienso ver, tal vez en programa doble, junto a “La Isla del Dr. Moreau”.
El que firma el documental que les recomiendo se llama David Gregory, es fan de Jess Franco, y además de ser productor de “The Color out of Space” es el director de tropecientosmil documentales sobre cine más o menos jugositos como “The Joe Spinell story”o “Blood & Flesh: The Reel Life & Ghastly Death of Al Adamson”. Este está especialmente bien.