Hasta la aparición de gente como "Devil Dogs", "New Bomb Turks", "The Gories", "Gaunt", "The Mighty Caesars", "Thee Headcoats", "The Oblivians", "Supercharger" o "Dwarves", el garaje era una música esencialmente nostálgica y tirando mas bien a aburrida. Estas nuevas bandas, y los sellos que las respaldaron como el mítico "Crypt Records", "Estrus" o "Sympathy for the record industry", le dieron un enfoque novedoso. Se acabó mirar atrás en el tiempo con lástima, su esencia consistía en mezclar la pureza del rock and roll con la energía del punk y construir un sonido, y una actitud, nuevos. Bien lejos del hardcore o del insufrible punk panfletario más preocupado por tener erguidas sus crestas que por otra cosa. En ese sentido, yo me identifiqué totalmente con este rollo cuando lo descubrí a inicios de los 90, y me adentré de lleno, acudiendo a algún que otro concierto y siguiendo, especialmente, a uno de sus grupos estandartes, los mentados "New Bomb Turks" (además, a día de hoy puedo decir que "Crypt", en sus modos y maneras, fue una influencia para mi). Luego vino el boom del punk-pop, en el que el sello "Epitaph" intentó sacar tajada del asunto -sin éxito- y la aparición de toda una ralea de grupos que, siguiendo la estela de los antes mentados, apelaban a un mercado más mainstream y eran aceptados por un público amplio, hablo de "Strokes", "White Stripes", "Hellacopters" o "The Hives". El siguiente paso, como ocurre con toda moda y/o escena, fue el fin de fiesta.
Pues bien, de todo este putiferio habla a fondo "We never learn...", libro-ensayo escrito nada menos que por Eric Davidson, frontman precisamente de los "New Bomb Turks". Compuesto a base de entrevistas, anécdotas y unas gotas de experiencias propias, la obra da un repaso completo a todo el movidón de un modo desenfadado y dinámico. Personalmente me sobran bastante las batallitas de las que presumen muchas de estas bandas, orgullosos de sus gilipolleces. Gozan tanto contándolas que canta a la legua su condición de pose premeditada, su papel -en muchos casos- de universitarios jugando a ser los chungos de la clase. Es como si yo me preocupara de qué color es la mierda que caga Sam Raimi en lugar de limitarme a ver su trabajo. Pero en fin, nada nuevo bajo el sol, este rollo ha sido siempre uno de los puntos flacos de una escena que, en general, puede llegar a ser fascinante, especialmente gracias a su predilección por los sonidos sucios y básicos, grabados con medios renqueantes (el maravilloso Lo-Fi). La parte triste del libro consiste en descubrir como muchos de ellos, o casi todos, con el tiempo han acabando siendo respetables padres y madres que miran con una distante sonrisa sus "años de locura". Pero bueno, eso es algo -por desgracia- bastante normal.
Puñetas a un lado, si tu fuiste parte de todo aquello, y te gusta esta clase de música, es evidente que "We Never Learn, the Gunk Punk Undergut 1988-2001" debería ser tu libro de cabecera pero ya.
Recomendado.