“Guerreros del Espacio” o, en su divertido título original, “The Ice Pirates” (“Los piratas del hielo”) es la peli que durante el boom del video-club por ahí los 80 muchos alquilamos y disfrutamos y de la que apenas nada sabíamos. Pasados 15 años, todos la recordábamos con cierta nostalgia y cariño y no han sido pocas las personas con las que me he cruzado que me preguntaban por “una peli del espacio y de risa que vi de crío y me gustó mucho”.
Bien, una vez más y con el sano fin de contentar a los de mi quinta, aquí tienen la reseñita de “Guerreros del Espacio”.
La historia es lo de menos, y ya que no me apetece ponerme a escribirla, o copiarla de alguna web, les dejo este enlace.
Parece mentira, pero en el reparto de esta producción de la MGM figuran nombres del calibre de Anjelica Huston, el hoy más reputado que nunca Ron “Hellboy” Perlman (curiosamente en “Alien Resurrección” hizo un papel muy parecido), John Carradine, John Matuszak (el "Sloth" de los "Goonies") y, como no, el fenecido Robert Urich. El director, Stewart Raffill, poco después viviría un escueto “momento de gloria” gracias a su “Mi amigo Mac” (refrito cutre de “E.T.” apadrinado por la casa McDonalds) y luego desaparecería entre telefilms y encargos para video-club.
A su manera, “Guerreros del Espacio” se adelantó a “Spaceballs” de Mel Brooks como la primera parodia moderna del cine de aventuras galácticas con referentes constantes a títulos intocables como la saga “Star Wars”, “Alien” (en esta ocasión se trata de un “herpes del espacio” y en lugar de salir del estómago de John Hurt durante la cena, lo hace del interior del pollo asado que se disponen a devorar) o “Mad Max” (en vez de gasolina, el material preciado es agua y hay una secuencia que se desarrolla en un desierto apocalíptico por el que corren autos exageradamente monstruosos). Pero de toda la larga lista de referencias, gags más o menos ocurrentes (la escena en la que convierten a los machos en eunucos mediante una maquinaria propia de una factoría de alimentos está entre lo mejor y más delirante) y demás, destacan dos aspectos, francamente brillantes, que son lo que más recuerdan aquellos que vieron el film en su infancia, a saber: Los robots, nunca se han vuelto a ver robots tan divertidos y de look tan molón, auténticas chatarras continuamente en proceso de oxidación pero capaces de practicar karate si para ello se les programa (atención al robot pintado de negro por su mecánico –un negro, claro- y al robot-proxeneta que suelta esa mitiquisima frase “Hey hombre blanco, hey negrito, ¿tenéis ganas de echar un polvito?”). El otro momento inolvidable es al final, cuando la nave de los buenos y la de los malos caen en un agujero temporal durante el cual cada 5 segundos representan años, así, de este modo, vamos viendo a los héroes y a los villanos envejecer a ritmo alarmante mientras intentan combatir con espadas que apenas pueden sujetar. Atención al nacimiento y crecimiento hiper-acelerado del hijo del prota, a la muerte y descomposición de la criada y al peinado afro del amigo negro que crece hasta proporciones gigantescas.
En fin, un auténtico divertimento que desde aquí recomiendo muy encarecidamente.