Una de las cosas que me alucinan de Zedd es su capacidad de encajar en dos tendencias aparentemente tan distintas (y digo aparentemente, ahí están los Hermanos Kuchar para demostrar lo contrario) como son el cine trash y el cine experimental. Hace unos días leía un artículo escrito por un fan del horror de bajísimo presupuesto y entre sus ídolos citaba tanto a J.R.Bookwalter y Tim Ritter, dos de los mayores creadores de “cine” de terror esclavo de las fórmulas e infra-mercados vía formatos menores, como al mismo Nick Zedd. No, no pegan ni con cola. Pero el cine de Zedd tiene algo que lo hace atractivo cara al fan del terror, el gore, lo chungo y lo extremo. Comenzando lógicamente por esa imaginería grotesca y gran guiñolesca, seguido del sexo -incluso la pornografía- y acabando en el humor. Afortunadamente muy presente en casi todo lo que hace o hacía el muyayo. ¿¿ “Geek Maggot Bingo” en la misma estantería que “Robot Ninja” o “Eliminator”??. Esas son las cosas que otorgan a Zedd, en términos generales y sobre todo fuera de Estados Unidos, la etiqueta de oveja negra del mundillo “experimental”. Es así, queridos. Y yo lo encuentro maravilloso.
Pero vayamos a por materia. “War is menstrual envy” ("La guerra es envidia menstrual", toma geroma!) está fechada el año 1992 y se rodó en 16mm, aunque la post-producción se hizo video mediante, algo que canta un huevo, sobre todo con los títulos de crédito y los cromas, que son unos cuantos sanamente mal paridos. Por mucho que nos vendan la movida del largometraje (dura 1 hora y 17 minutos), en realidad estamos ante varios cortometrajes pegados entre sí. En su época Zedd soltaba el rollo de que si era un alegato anti-guerra situado en un futuro post apocalíptico con una nueva raza de seres humanos mezclados con delfines y bla, bla, bla. ¡Pamplinas!. Lo que aquí tenemos es una combinación de ideas e imágenes extravagantes varias que van de lo estupendo, pasando por lo majo, hasta acabar en lo patético.
La peli arranca bien, con Steve Oddo escribiendo la palabra “War” en su pecho con una gillette. Sin truco. De ahí pasamos al segmento más coñazo. Kembra Pfahler, del grupo “The Voluptuous Horror of Karen Black”, fingiendo que bucea gracias al efecto croma (las imágenes del fondo están sacadas de varios documentales en plan Cousteau) y que es súbitamente follada por unos tentáculos. Todo ello acompañado de un sonido estridente. Si esto hubiese durado 10 minutos sería genial, pero dura mucho más. DEMASIADO. Ahí me dije, “Joder, menuda mierda!”. Pero entonces termina bruscamente y aparecen una panda de personajes variopintos en la barra de un bar (uno de ellos interpretado por Nancy Leopardi, que luego haría algo de carrera produciendo para Asylum e incluso dirigiendo, ¡recórcholis!). Llega un matón (el cineasta y artista ruso Ari Roussimoff) y la lía a empujones. Al final la chica del bar se cansa, saca una escopeta y le revienta la cara de un disparo, efecto conseguido gracias a una careta de carnaval estupenda. Mientras el tío agoniza, aparece una enana y comienza a hacer cosas raras y luego otro tipo en pelotas que barre el estropicio. Yo con esta parte me lo pasé bomba. Tanto como para volver a centrar mi atención en la peli.
¿Y qué sigue?, pues muchos más delirios. El mismo Nick Zedd y varias amigas pintados de colores y haciendo el mutante, todo ello con la película en negativo. Un soldado que atraviesa con su bayoneta a un bebé de evidente goma. La Pfahler y la actriz porno y activista de notable delantera Annie Sprinkle calentando a un militar que ni se inmuta. Y luego ejerciendo la primera de monja liberando de sus vendas a un tío con la piel quemada para que Annie se lo zampe a lengüetazos. Según tengo entendido, la Sprinkle había follado tanto y tan variado, que para cambiar se echó por novio al superviviente de un incendio, ocasión que aprovechó el sagaz Nick Zedd para meterlos en su peli.
Una que poco después concluye, y que en el momento de su lanzamiento el cineasta la partía en tres cachos, en plan trilogía épica, y hacía dobles o triples proyecciones con ella, pero eso nos importa un pito. Aquí viene toda junta, ilustrada sonoramente no solo con ruidos, también con algo de rap y algún soundtrack mangado por ahí.
¿El resultado?, pues quitando la excesivamente larga parte de la “mujer pez”, me ha molado. Nick Zedd tira de esa “táctica” (que no técnica) que tanto me gusta consistente en incluir en el montaje final errores, miradas a cámara y preguntas de los perdidos actores.
Desde luego no es pal gusto de todos los paladares, pero si te va el cine diferente, loco o raro, y te lo sabes tomar con sentido del humor, pues creo que podría recomendártela, siempre y cuando le eches un poco de paciencia en las partes más plomizas. Que las hay, pero son muchas menos de lo que es habitual en esta clase de demencias.