Su gracia como freak radicaba simplemente en que rapeaba.
Nada más. Un deficiente mental que rapea. Obviamente, las limitaciones de este
al ejecutar sus raps provocaban la mofa del posible espectador, por eso, los
canales locales de la televisión tinerfeña, viendo un filón en el muchacho,
produjeron el vídeoclip de una canción de Freddy —sobre una base instrumental
robada a 50 Cent— en el que se paseaba por la playa rapeando acompañado de
jovencitas que bailaban a su son, mientras los realizadores nos deleitaban con
primeros planos de la boca de Freddy llena de voceras. El vídeo se hizo viral y
Freddy se hizo famoso en las Islas (ver vídeoclip en cuestión).
Unos años después de aquello llega “El Bombazo”, una de esas películas amateur con pretensiones
de película “de verdad” que, contando con un ínfimo presupuesto, se inspira en
este personaje.
Cuenta su director
Raúl Jiménez Pastor que tuvo la oportunidad de conocer a Freddy y que
conectó enseguida con el chaval. Y en un alarde de repugnante moralina
barata, le aconsejó a Freddy que dejara
de hacer esas cosas que hacía, ya que la gente se reía de él, consejo este al
que Freddy hizo caso omiso respondiéndole que él se sentía bien haciendo lo que
hacía. Vamos, que se metiera en sus asuntos.
Por lo que fuera, Jiménez Pastor sintió la simpatía
suficiente como para convertir a este personaje en el motor de su película, una
película que peca de paternalista, intencionadamente cargada de buenas
intenciones pero que, como toda película amateur con aspiraciones a recibir
tratamiento de película profesional, se queda en una anécdota, en una
cagarrutilla de rata en el cepo.
Por descontado, la
película está rodada en irritante HD de ese que los no profesionales usan en
sus intentos de cine, etalonada con filtros horribles y de tonos sepiaceos para
camuflar el vídeo y que este se parezca lo máximo posible al celuloide, amén de
contar con una edición de sonido incompetente que se hace notar, sobre todo, en
exteriores. Entre esto y el fuerte acento de muchos de los actores, hay que
hacer un esfuerzo para escuchar bien la película. Cuando un amateur hace una
película de esta guisa, para justificar todas esas carencias les gusta llamarlo
“cine independiente”, en lugar de reconocer de que se trata de una película
hecha por aficionados. Da lo mismo todo esto porque luego estas películas se
proyectan en centros culturales y, al final de su existencia, tan solo las
hemos visto cuatro curiosos o los que, zapeando, la pillaron en el canal local
de turno donde se programase.
Sin embargo, y dentro de lo mucho que detesto este tipo de
medianías, “El Bombazo” tiene su gracia. El hacer una especie de biopic de uno
de estos freaks, me parece una idea cojonuda y, al final, ves la película con
interés porque te preguntas cuanto de verdad y de mentira hay en lo que te
están contando. Además, “El Bombazo”, a pesar de todo, al ser una comedieta más
o menos ligera, cuando está acabando, el espectador repara en que ha pasado el
ratillo. Vamos, que consigue la difícil misión de estar entretenida.
Por otro lado hay que tener en cuenta que el director quería
que el protagonista fuera el auténtico Freddy el Bombazo, pero al hacerle una
prueba se dio cuenta de que el chaval no podía llevar todo el peso de la
película debido a sus incapacidades para la interpretación y, finalmente, contrató
a un actor profesional, pero se le ocurrió, asimismo, incluir al verdadero
Freddy en algunas secuencias, como una especie de alter ego del protagonista. Y
tiene líneas de texto. Y no lo hace tan mal, la verdad. Si hubiera tirado para
adelante con el verdadero Freddy, cuanto hubiera mejorado su película… Pero me
temo que Jiménez Pastor se toma demasiado en serio como para cometer tal osadía
y prefiere quitarle el protagonismo al muchacho para dárselo a un actor del
montón al que, para que se parezca un mínimo a Freddy, le planta una peluca
terrible que canta por soleares. Qué paradoja.
Así, en el argumento tenemos a este Freddy, que se gana la
vida alquilando habitaciones de su casa y haciendo las veces de asistente
social para un discapacitado, cuando a su vida llega una especie de perroflauta
que le alquila una habitación y que, proveniente de la península, decide buscar
trabajo en la isla. Por otro lado, tenemos a un individuo que, en su afán por transportar un alijo de cocaína,
embaucará a Freddy para que lo transporte él, con tan mala suerte que es
detenido con el género en su furgoneta, e ingresado en prisión. El cómo el perroflauta
se las ingeniará para conseguir trabajo y el proceso de demostración de
inocencia por parte de Freddy y sus allegados, componen el resto de la película.
Sin más, se deja ver. La comedia voluntaria es agradable, a
veces incluso funciona, y la involuntaria vendría por parte de algunos de sus
actores que son para echarlos de comer aparte; El que hace de perroflauta, el
actor Tony Masip, de tanto querer vocalizar más bien parece que se estuviera recuperando
de un ictus. En una escena en la que, para camelarse a una empleada de una
tienda de telefonía móvil con el fin de que esta le facilite un encuentro con
su jefe para una entrevista, le suelta: “Si Cristóbal Colón te viera, diría
¡Santa María, que pinta tiene esta niña!”, causa en el espectador la más feroz
de las vergüenzas ajenas. Pero esto no es malo, provoca hilaridad, por otro
lado. Entonces, no pasa nada por echarle un visionado a la película. Eso sí,
cada cinco minutos le entran a uno ganas de darle al stop, por culpa de una
banda sonora que no para de sonar, compuesta en su totalidad por el grupo
OnoFreeFadar, una formación de Ska, que estaría bien (se trata de buenos
músicos), de no ser porque el vocalista principal resulta de lo más irritante
con esos tonos aflamencados que se suelta al cantar, y esas letras de temática
neo-hippie con todos los clichés del género que les hace ser un estereotipo. No
hay quien lo soporte. Puede que esto sea una cuestión de gustos personales,
pero, al margen de eso, es que no paran de sonar. Incluso, suenan canciones con
letra en escenas de diálogo, lo que hace que no te enteres ni de una cosa, ni
de la otra. Terrible. También, OnoFreeFadar, aparecen en la película durante
los créditos, y dando cobertura musical al rap final de Freddy al que acompañan
con los instrumentos. Saquen sus conclusiones.
Por lo demás, como les digo, con sus más y sus menos, está
bien que Freddy el Bombazo, genere una película en su honor, porque al final el
resultado es tan outsider como el personaje en el que se inspira, que eso es lo
bueno, no el querer colocarse una medallita lanzando un mensaje de integración
social, que es lo que la película, desde el minuto uno, pretende.
Como anécdota, finalizaré diciendo que el actor Tony Masip,
acudió en calidad de concursante al programa concurso ese tan desagradable que
presenta el insufrible Arturo Valls y, con el fin de hacer promo, se le ocurrió
decir que con el dinero que sacara procuraría una distribución a
la película. El nivel de condescendencia por parte de Valls y del programa en
general, rozaba lo patético. Y el pobre Masip, haciendo lo que podía.