Se ambienta la acción a finales de los años setenta, al poco
de legalizarse el juego en España. Aunque ya había casinos y locales
habilitados para el juego legal, los usuarios habituados preferían seguir
asistiendo a garitos ilegales. Fredy, es croupier de uno de estos locales. Un
mafioso apodado “El Calvo” que se ha hecho con todo el control de los garitos ilegales, toma por la fuerza el
perteneciente al padre de Fredy que se encuentra enfermo. Al oponerse, Freddy
es apuñalado por uno de los hombres de “El Calvo”, por lo que queda herido de
gravedad en un hospital. Cuando por fin sale de allí, clama venganza. Por suerte
es disuadido por su socio que ha creado un aparato magnético que les permitirá
ganar a la ruleta. Se disponen a viajar por carretera con el fin de instalar
ese dispositivo en un casino, mientras ganan algo de dinero engañando a
jugadores desaprensivos en partidas de pueblo, hasta que una cantante se cruza
en su camino, y “El Calvo” no les pondrá las cosas nada fáciles.
Se trata de una película de género puro con un fin muy
concreto: entretener al espectador. Y lo
consigue con creces ya que, a pesar de lo molesto que es el sonido directo
primigenio con el que cuenta la cinta, o lo chapucero de algunos de sus
momentos, la trama es tan interesante y sus personajes, campechanos, cercanos,
son tan simpáticos, que todo lo que vemos en la película resulta ser muy
agradable y pasamos su visionado en un santiamén. Y si técnicamente la película
es un poco precaria, la elección de los actores no puede ser más acertada. Así,
en el papel protagonista, Fredy, tenemos al director y cantante de Jazz Javier Elorrieta (un auténtico cineasta de culto la mar de interesante) haciendo las
veces de actor, que con una naturalidad pasmosa afronta el papel de este
croupier dándole un aire lumpen muy adecuado y resultón, que hacen preguntarse
cómo es que Elorrieta no volvió a protagonizar ninguna película. Quizás porque
se le veía demasiado Elorrieta y poco Fredy. Asimismo, no se me ocurre mejor
mafioso en el cine español que este “El Calvo” que interpreta Ricardo Palacios,
que es todo presencia, todo voz. Si ¿hubiera? mafiosos en España, desde luego, el
arquetipo sería el que interpreta Palacios. Jaime Aladid, un señor cercano a la
tercera edad, también, actuando con gran naturalidad como el socio de Fredy,
nunca más volvió a aparecer en una película —cosa incomprensible porque lo
hacía muy bien. Supongo que el hombre no sería actor—. Y, finalmente, tenemos a
la siempre estupenda (y no, tontines, no lo digo con ironía) Ana Obregón como
la bailarina por la que bebe los vientos Fredy, que además de someterse a las
escenas de tortura a las que la tenía acostumbrada Sáenz de Heredia en su
primera etapa, se marca unas canciones y unos bailes a ritmo de Disco de lo más
disfrutables (si alguien sabe como agenciarse la banda sonora de la película,
que nos escriba), que dejan claro que, si bien en la interpretación se defiende
a las mil maravillas, cantar es algo que se le quedaba muy grande a la buena de
Anita.
Por lo demás, con cierto tufillo —o reminiscencias— del cine
quinqui de la época, la película nos ofrece escenas de acción bastante solventes,
un humor soterrado y 95 minutos de puro entretenimiento sin concesiones que
hacen que la película valga la pena. Yo la recomiendo.
En cuanto a Sáenz de Heredia, que como saben pronto se
especializaría en películas-vehículo para humoristas españoles en las que
aplicaba la ley del mínimo esfuerzo, cuando hacía una película suya, pese a la
mala prensa que arrastra, a mí me parece un cineasta de lo más personal,
competente y hasta virtuoso. Dentro de
las que hizo fuera del subgénero de humoristas, tiene dos o tres
películas que no es que me gusten, es que me parecen cojonudas. Sirvan “Chechu
y familia”, “La hoz y el Martínez” o “R2 y el caso del cadáver sin cabeza” como
ejemplo. Añadan esta al pack.