Charlie Ahearn, artista de galería y director de cine con cierto culto a sus espaldas, es popular, sobre todo, por haber realizado esa obra maestra del underground neoyorquino que es "Wild Style", uno de los hitos del Hip-Hop y pieza clave del movimiento para entender su idiosincrasia.
En sus excursiones a los bajos fondos con el fin de filmar y fotografiar todos los graffitis que se cruzaran en su camino, Ahearn, tenía a los jóvenes del gueto como aliados a la hora de llevar a cabo sus películas. Iba allí, les hablaba de graffiti y de otros asuntos que los jóvenes marginales entendían y, siendo burgués, blanco y sofisticado, se supo ganar la confianza de todos ellos.
En sus conversaciones con ellos sobre cine, se dio cuenta rápidamente de que a todos estos jóvenes, negros y puertoriqueños en su mayoría, se volvían locos con las películas de Kung Fu y, como máximo ídolo solían tener, de manera casi unánime, a Bruce Lee.
Ni corto ni perezoso, y teniendo en cuenta los gustos de los chavales, un día se plantó en el gueto con su sofisticada cámara de Súper 8 y rodó allí con ellos esta película, “The deadly art of survival”.
Se trata de una genuina película amateur rodada sobre la marcha, montada en cámara, cruda, sin música incidental de ningún tipo, donde abundan los desenfoques, los malos encuadres, donde el sonido directo es a veces inaudible y donde los actores improvisan de manera muy tosca y chabacana. Sin más escenarios que los naturales, ni más atrezzo que el que hubiera a mano en el lugar donde rodasen, Ahearn, se marca una película de artes marciales a la blaxploitation a base de planos secuencia y gente improvisando. Los cortes son abruptos, la iluminación la que exista en el lugar y, el guion, inexistente. Con lo cual, no hay un argumento definido, solo una sucesión de escenas cuya finalidad es, en un momento u otro, que los jóvenes se peleen entre ellos y demostrarnos los bien (o mal) que se les dan las artes marciales. Así, un maestro de kung fu resolverá, a base de mamporros, sus diferencias con los traficantes de drogas mientras se enfrenta a la escuela rival, una banda de ninjas discotequeros que combinan las artes marciales con la música disco, y una mujer blanca que se pone de mala hostia porque se encarga de resolverle la manutención a nuestro protagonista y está harta de soltar la pasta.
Una cinta blanca, inocente y llena de encanto, que recordará a aquellas películas caseras que todos hemos hecho con los amigos en la adolescencia… sólo que aquí es un señor adulto quien las lleva a cabo, junto a un grupo de jóvenes marginales.
Ahearn, con la película finalizada, se dedicó transportar su proyector de súper 8 hasta los barrios para organizar estrenos allá donde le dejasen, en un gimnasio del Bronx o en un salón de actos del Lower East Side. Los chavales corrían a los lugares de proyección a verse actuar, o a ver actuar a sus amigos, sentándose en el suelo y formando gran alboroto en las improvisadas salas de proyección en lo que parece ser una muestra de verdadero underground sin ínfulas artísticas y ejecutado como puro y duro entretenimiento para Ahearn, y para los chavales. Es cine amateur en su total y absoluta esencia.
Naturalmente, Charlie Ahearn unos años después rodó “Wild Style” y todo el cine que venía haciendo hasta ahora se enmierdó de arte. “The deadly art of survival” se proyectaba de forma casera en cuchitriles en el Bronx, pero, a día de hoy es una reputada pieza cuyas proyecciones tienen lugar, con todos los honores, en el MOMA (Museum Of Modern Art) de Nueva York. Una película como esta, hecha entre un artista de galería y un grupo de chavalillos sin más intención que la de divertirse, pasó a ser punto de mira de sesudos -e impostados- análisis que la tildan de “estudio de una sociedad capitalista en desorden”, cuando en realidad la película es lo que es; una sencilla película casera concebida para entretenerse. Otra vida hubiera tenido de no ser Charlie Ahearn quien la dirigiese.
Por supuesto, todo esto nos la trae floja una vez vemos la película y la honestidad que desprende en cada fotograma. Cae hiper-simpática. Eso sí… por mucho buen rollo que desprenda, por mucho que nos podamos identificar con ella, una vez saciada la curiosidad inicial, “The deadly art of survival” es un ladrillo.
Con todo, es tan genuina, desperada y bienintencionada, que con los años ha generado culto y la curiosidad de propios (que la miran con una sonrisilla en los labios) y extraños (que la exponen como si se tratara de una gran obra de arte), que bien merece, al menos, ser descubierta.
Los trabajos cinematográficos de Charlie Ahearn se pueden contar con los dedos de una mano, pero en verdad, lo indispensable sería “Wild Style” y esta. Al margen, el tipo es un artista más que un cineasta, y si en esta estamos viendo una película amateur con todas sus consecuencias, lo de “Wild Style” intuimos que le ha salido de chorra.