Ignota cinta española de mediados de los ochenta que se estrenó en pleno boom de la movida madrileña y que al no ser un film con Resines, Oscar Ladoire o Carmen Maura en su reparto, ambientado en un futuro distópico de alcantarilla, pasó por los cines sin pena ni gloria con menos de 2000 espectadores del año 1985, que era muy poca cosa. Y nunca más se supo; no me consta una edición posterior en VHS y tan solo pudieron gozar de su visionado los espectadores más avispados que se percataron de que la programó La 2 de RTVE a altas horas de la madrugada en el año 1991.
Recientemente La Filmoteca madrileña la rescató y proyectó en uno de sus ciclos de cine maldito y, hace poco alguien ripeó su copia grabada de la tele para compartirla con los usuarios, que es la forma en que podido verla yo —aunque con una calidad ínfima y un sonido de lo más pobre—.
Se trata de una película con una estética postpunk, de cine dentro de cine, que verdaderamente resulta interesante, destacando, por encima de su torpeza y baratez, su condición de perro verde.
Estamos en un futuro en el que parece ser que el cine es muy importante y en el que la gente vive como vagabundos, realizan sus quehaceres en descampados y visten con harapos de colores chillones. Dentro de esa cacotopía, tenemos a un director de cine “furtivo” llamado Caligari, que flipa con el cine de los años 50, con Nicholas Ray y Douglas Sirk, y que para subsistir da clases de cine para unos absolutos zoquetes en un descampado de la ciudad. Lleva años escribiendo el guion de una película que está llamada a revolucionar el mundo del cine que se titula “La pantalla diabólica”, pero le cuesta horrores conseguir un productor que le ayude a llevarla a cabo. Dentro de su particular cinefilia, admira a un director norteamericano que lleva 9 años seguidos ganando el Oscar y que se llama Phantom. Y resulta que Phantom viene a España a rodar su nueva película. Cuando Caligari se entera de que esta resulta ser un plagio de su “Pantalla diabólica”, decidirá secuestrarlo y usurpar su identidad para de esta forma, ser él el que ruede su propia película. Toda la parte final, en la que somos testigos del rodaje, es absolutamente surrealista.
Pues está bastante bien esta “La pantalla diabólica”. Es, como decimos por aquí, una película rara, misteriosa y desperada con todas las de la ley, cuya estética y el claro bajo presupuesto que se gasta, le confieren un aspecto muy raro y resultón, en parte porque este es mucho menos recargado e impostado que el de producciones de la época que nacen un poco en la misma tesitura que esta, como pueda ser “Poppers”, por ejemplo.
Son muchos los guiños al cine que adivinamos a poco que le prestemos algo de atención, pero por encima de todos destaca la influencia de Kubrick y “La Naranja Mecánica”; “La pantalla diabólica” no solo se desarrolla en un futuro distópico igual que esta, sino que también los protagonistas hablan en una jerga inventada para la ocasión, del mismo modo que lo hacían los drugos.
Por otro lado, su director Joaquín Hidalgo, que firma con esta su segunda y última película, es docente y creador de una de las escuelas de cine más prestigiosas del país, la TAI (La Escuela Universitaria de Artes), que ha dado al cine español un innumerable número de técnicos. Llevaba la enseñanza tan arraigada a su piel que tras rodar “La pantalla diabólica” abandonó el cine para dar clases y, quizás haya algún paralelismo entre él y el personaje Caligari de la película que nos ocupa. También es un director que se dedica a la enseñanza y todo apunta a que puede que esté inspirado en sí mismo.
El reparto lo encabeza Enrique Simón, mítico porque en la época era popular por presentar programas infantiles, pero que en realidad era un consumado actor que, con los años, acabaría centrándose casi exclusivamente en el teatro y que en esta película está verdaderamente bien. Como su némesis, tenemos a otro actor casi desconocido pero de solvente eficacia llamado Albert Miralles, que debutaba para el cine de la mano de Antoni Ribas con “La ciutat cremada” y que, después de esta, su única intervención sería en “El placer de matar” junto a Antonio Banderas. Completarían el reparto rostros conocidos —y siempre agradecidos— del cine español como los de Paco Maestre, Pilar Alcón y, eterno, José Lifante. Asimismo en pequeños papeles, tenemos una ristra de enanos, cegaratos, deformes y contrahechos. ¡Ah! Y a un par de negros en zancos.
Una verdadera película de culto y, para variar, merece la pena.