Un grupo de Skinheads neonazis, tan malos que pueden llegar a disparar a sangre fría a un anciano judío procedente de un campo de concentración o darle de hostias a un niño negro, llega a un pueblecito en medio del campo donde existe un restaurante donde hacen los mejores pasteles de cereza de la zona. Una vez allí, se encuentran con un par de chicas blancas en animada plática con un negro y un mestizo —en realidad es un blanco caucásico con ensortijados rizos rubios, pero ellos le llaman mestizo (¡)— y comienzan a meterse con ellos con total crueldad. Una vez allí, pondrán a pelear a uno de ellos que le falta un hervor (y por eso le llaman “Cerebro”) con el corpulento negro en el patio trasero del restaurante, dejando un reguero de sangre en la contienda, ocasión esta que aprovecharán los que quedan vivos para huir campo a través. A partir de entonces, la cosa se convertirá en un juego del gato y el ratón entre nazis y gente decente, hasta que los buenos se encuentran con un ex veterano de guerra que les ayudará a luchar contra estos neonazis. La cosa se complicará soberanamente llegados a este punto.
Por supuesto, olvídense de Tony Kaye y su laureada “American History X”, esto es pura explotación de los 80 llevada a cabo por un auténtico manazas como es nuestro querido Greydon Clark, que si ya de por sí estaba poco hábil en películas más míticas como “Llegan sin avisar”, imagínense en esta que encima realizó evidentemente con menos dinero.
Lo bueno del asunto es que, en algunos momentos, la película es rematadamente graciosa, no solo por la personalidad de los nazis que son racistas hasta tal extremo que se llega a la parodia, sino por el cómo se relacionan con el resto de personajes, como auténticos salvajes, pero de pacotilla, y en su forma de proceder, Clark está tan arraigado a los clichés de la serie B de la época, que aún escribiéndoles diálogos tronchantes en los que estos skins sueltan diatribas fascistas de lo más estúpidas y faltas de rigor, en ningún momento dejan de parecer los típicos punks de las películas de la época. Son nazis porque van rapados y llevan tatuada la esvástica, pero la actitud es la misma de los malos de manual de cualquier película ochentera de serie B. Solo falta que salga por ahí Charles Bronson para hacer justicia. Y por si eso fuera poco, está claro que Greydon se enteraba poco de que iba la cosa; la furgoneta en la que se desplazan los skinheads está decorada asimismo con esvásticas, pero también ¡con símbolos de anarquía!
El reparto lo encabeza Chuck Connors como principal reclamo, aunque su presencia se reduce a poco más de dos tercios del metraje. Connors, que por aquél entonces ya andaba metido de lleno en el cine de serie B, también tiene unos diálogos absolutamente tronchantes y suelta improperios a los nazis tales como “Mira como huyen ¡Así huían también en Normandía cuando íbamos a por ellos!”, que hacen que uno se parta el culo a gusto.
El caso es que la película arranca con mucha gracia, con mucho ritmo, pero una vez llegamos al campo con los buenos huyendo de los nazis, ya la cosa se torna repetitiva en un ir y venir de personajes por en medio del monte, y un vacío intercambio de disparos que escuchamos, pero que rara vez vemos impactar. Ahí ya impera el más solemne de los aburrimientos. Suerte que de vez en cuando, un oso hace acto de presencia para que todo se vuelva, por unos instantes, tan divertido como al principio.
En resumidas cuentas, “Skinheads” es una muy mala película que, sin tirar cohetes, sirve para echarse unas pocas risas (pocas, pero buenas), pero que no pasará a los anales del cine chungo por ello. Con todo, cae simpática.
Greydon Clark, sin embargo, por algún motivo, cuando habla de sus películas, procura omitir la existencia de esta… ¡por algo será!
Se estrenó en vídeo de alquiler en nuestro país, sin pasar por cines, en la maravillosa época en la que absolutamente cualquier mierda llegaba a las estanterías. Pero los que hoy reivindican el videoclub no paran de dar la matraca con “Regreso al futuro” y demás éxitos mainstream del cine, sin reparar en que la verdadera esencia del videoclub se encuentra en morrallas como esta, a la que dios les libre de acercarse siquiera. Tienen menos luces que uno de nuestros protagonistas, “Cerebro”.