El argumento de este “Cazafantasmas a la mexicana” es lioso a más no poder; por un lado la acción nos sitúa en 1980, donde se está condenando a la horca a dos hombres que han violado a las hijas de un potentado. Pronto descubrimos que no es así, sino que fueron seducidos por las dos chicas y posteriormente ejecutados injustamente. Después la acción nos sitúa en la actualidad (1991) y se nos presenta a la reencarnación de estos dos hombres, que ahora son dos parapsicólogos de pacotilla. La mujer de uno de ellos planea envenenarlo para quedarse con el dinero del seguro y así ser feliz con su amante, cuando descubre que su marido acaba de recibir una herencia millonaria, así que aborta su plan y, todos juntos, más la sirvienta, partirán hacia la mansión heredada que curiosamente está plagada de fantasmas, entre ellos, el de las dos jóvenes supuestamente violadas por nuestros protagonistas. A partir de entonces se sucederán una serie de gags de corte horrorífico/fantasmagórico y hasta algún numerito musical.
Por otro lado, no se trata exactamente de un exploit de “Los cazafantasmas”. La historia no tiene absolutamente que ver con nada de lo que nos proponía la película de Ivan Reitman —salvo porque los protagonistas son parapsicólogos— y llegaría a los cines mexicanos siete años después de esta. De hecho, el título de producción, que asimismo sería el que figura en los créditos de la cinta, sería “Mátenme porque me muero”.
La película es un rescoldo de lo que fue el cine de ficheras mexicano, es decir, un vodevil con personajes que entran y salen en cuadro según marca la historia, amén de un vehículo de lucimiento para los dos cómicos que la protagonizan, Pedro Weber “Chatanuga” y Raúl Padilla “Choforo”, que todavía gozaban de mucha popularidad y, a decir verdad, quizás ya se trataba de un argumento desfasado para el año en que se estrenaría, 1991, por lo que no es difícil intuir que a alguien en la producción se le ocurrió cambiar el título a última hora, robar el concepto y tunear el logo original de “Los cazafantasmas”, aprovechando que un par de años atrás “Cazafantasmas II” había tenido su tirón en los cines mexicanos, cambiarle el título por el de “Cazafantasmas a la mexicana” y así asegurarle algo más de taquilla. No obstante, existen afiches de cine con el título original, por lo que todo apunta que esta decisión se tomó a ultimísima hora.
Más allá de esto, se trata de una película bastante mala y de escaso interés. Algún gag, por tonto, por chabacano y por incorrecto resulta gracioso, pero por lo general el tedio se apodera de la película a los pocos minutos de haber comenzado.
Sin embargo, en un momento puntual los fantasmas que aparecen toman forma corpórea y vemos que esos maquillajes están verdaderamente bien para ser una producción de tercera que vende humor barato. Esto es porque tras los efectos especiales se encuentra Necropia, la factoría que fundó Guillermo del Toro y que aborda con “Cazafantasmas a la mexicana” uno de sus primeros trabajos. Y la verdad es que en ese sentido la cosa anda muy bien, ya que algunos de los zombies son estupendos —y se ve cierta influencia italiana—.
Por lo demás, nada. Y probablemente si no se hubiera vendido como exploit de “Los cazafantasmas”, manteniendo por siempre su título original, jamás habría prestado atención a una más de miles de comedias mexicanas de los 80 y 90 entre las que hay que escarbar profundo si queremos encontrar algo mínimamente potable.
Dirige la función Abraham Cherem, que si bien su filmografía como director no la componen más de tres títulos, como productor harían falta los dedos de varias manos para contabilizar el número de películas en las que estuvo inmiscuido, todas de corte popular y todas con la misma pinta chungalera.
Para curiosos.