viernes, 5 de agosto de 2022

DIFERENCIAS IRRECONCILIABLES

Recuerdo perfectamente, siendo niño y con la fiebre de “E.T. El extraterrestre” todavía coleando de alguna manera, ir al cine de mi barrio, el Benares, a ver esta película por dos motivos muy concretos: La protagonista era Drew Barrymore, la niña de “E.T.” —de la que en mi adolescencia, y al ser ella también adolescente, estaba enamorado hasta el punto de colgar un póster de esta vestida de boxeador en mi taquilla de la mili— y el pensar firmemente que se trataba de una película de corte familiar/infantil. Que equivocado estaba. En realidad era un folletín absolutamente adulto del que yo no comprendía nada de nada, así que me fui del cine cuando ya iba por la mitad. Y aunque tuve constancia de ella en años posteriores, no fue hasta la otra noche que decidí de nuevo enfrentarme al toro casi cuarenta años después. Ahora sí comprendía todo, pero me aburría solemnemente. No mejoró mucho la cosa tras este nuevo visionado.
“Diferencias irreconciliables” da inicio con la improbable premisa de una niña que se quiere divorciar de sus padres. Esto da pie a una serie de flashbacks en los que el espectador es testigo de los problemas de pareja y/o familiares que arrastran los padres de la interfecta, la pareja formada por Shelley Long y Ryan O’Neal, y que llevan a la pequeña Drew Barrymore a querer divorciarse de ellos: Muchas trifulcas, cuernos, celos, egos desmedidos y ninguneo perpetuo hacia la niña, porque sus padres se dedican al negocio del cine y no le prestan la más mínima atención. Y así todo el rato. Un verdadero aburrimiento con estructura de telefilme, camuflado de alta comedia.
La -única- gracia del asunto estaría en que el argumento completo se basa veladamente —los nombres de los personajes están alterados, lógicamente— en la relación de pareja real que mantuvieron Peter Bogdanovich y Polly Platt y la aparición de una tercera persona que volvería loco de amor al director, como era Cybill Shepherd, a la que convertiría en su amante y que en esta ocasión interpretaría una jovencita Sharon Stone. En ese sentido, se ambientarían todas estas discusiones y trifulcas durante el ascenso y caída como director de Bogdanovich, por lo que tenemos también en la película a un productor que tiene bastante peso en la trama, que le pide al trasunto de Bogdanovich que arregle una película que acaba de producir y que vendría a ser el equivalente a Roger Corman, interpretado por Sam Wanamaker. Pero si no conocemos todos estos datos previamente, la película entera carece de gracia. Tampoco es que conociéndolos la cosa mejore.
Sin embargo, siendo un largometraje de bajo presupuesto que costó tan solo 6 millones de dólares (los actores aceptaron ir a porcentaje porque la producción no poseía liquidez suficiente para pagar sus cachés), logró duplicar su presupuesto en taquilla, amén de conseguir estupendas críticas en su momento. Por supuesto, la cosa gustó a gente que de un modo u otro conocía el entorno de Bogdanovich y satélites y, pronto, “Diferencias irreconciliables” se disiparía en el tiempo siendo a día de hoy una película completamente olvidada.
También cuenta su protagonista infantil, Drew Barrymore, que las trifulcas que retrata la película se trasladaron a la vida real y que aquél rodaje fue un autentico infierno, puesto que todo el equipo estaba discutiendo constantemente de manera muy agresiva y ella se marchaba a llorar a su trailer planteándose incluso dejar el mundo de la interpretación. Barrymore fue una de esas niñas ninguneadas criadas en ambiente cinematográfico y, en consecuencia, a los 12 años ya era alcohólica y adicta a la cocaína, motivo por el cual a los 14 se vio sometida a rehabilitación. Probablemente sea la actriz más joven en escribir sus memorias, y en “Little girl lost”, cuenta a su biógrafo todos sus problemas con las drogas. Quizás el mal ambiente de “Diferencias irreconciliables” fuera el detonante para su descenso a los infiernos, por lo que en cierto modo fue hasta profética en ese sentido.
Dirige Charles Shyer, que debutaría para la gran pantalla con esta película y que en adelante se especializaría en este tipo de comedias insustanciales para públicos maduros y tirando a rancios; “Baby, tu vales mucho”, las dos revisiones de “El hijo de la novia”, “Me gustan los líos” o “Alfie”, compondrían el grueso de una filmografía que tendrá sus seguidores, pero que a mí me deja frío, como si estuviese caminando en pelotas por algún inhóspito tramo nevado del polo norte.
Sin más. Revisada por pura vejez (que no nostalgia).